La Tentación de Fausto

 

Raúl Hasbún Z.

 

¿Qué pasaría en Chile si alguien ofreciera vender su alma, y otro estuviera dispuesto a comprársela? El episodio acaba de ocurrir entre Gran Bretaña y Estados Unidos. Un licenciado en Bellas Artes británico, residente en Newcastle, puso en Internet un aviso de remate: "mi alma, sin límites, envío por correo gratis". La idea se le ocurrió al presenciar un capítulo de 'Los Simpson". Pero no encontró mucho eco, apenas una oferta. El comprador, vecino de Oklahoma, se adjudicó el alma en venta por la módica suma de US$16.95. Quería un alma nueva porque había perdido la suya en una apuesta sobre el resultado de un partido de hockey.

 

Gareth Malham, el vendedor, tiene 26 años y trabaja en el departamento de fotografía de la Universidad de Sunderland. Se declara ateo, y afirma: "no creo que esté vendiendo mi alma de verdad, creo que yo soy mi alma. Lo que me interesa es el hecho de que alguien esté dispuesto a comprarla". Agrega que le atrae "la idea de los mercados y el hecho de que la gente hoy venda lo que sea". Uno de sus próximos proyectos es vender partes de su cuerpo, ofrecidas en fotografía. La mayor parte del ingreso obtenido por la venta de su alma deberá destinarla a costear las estampillas postales, para enviar el documento a Estados Unidos.

 

La venta del alma es un tema clásico en la buena literatura. Lo inmortalizaron especialmente el "Fausto" de Marlowe y el de Goethe. Un estudiante alemán vende su alma al diablo, a cambio de conocimiento y poder. En la versión de Marlowe, Fausto avanza de la búsqueda del poder divino a la penitencia y arrepentimiento, para salvarse del infierno. En la versión de Goethe, Dios valoriza la búsqueda de conocimiento y experiencia en que está involucrado Fausto, y lo perdona en razón de su noble intención.

 

Además de su belleza literaria y dramatismo teatral, estas obras reflejan valores religioso-morales. Se reconoce la personalidad del Demonio, siempre listo para echar mano de almas que estén dispuestas a rendírsele. El precio que los vendedores de almas reciben no es dinero, sino conocimiento, poder y experiencia. Y en ambos casos, la compraventa no termina ahí, sino desencadena un proceso de gradual acercamiento y conversión a Dios: precisamente porque el conocimiento, el poder y la experiencia encuentran su culminación en la misericordia divina.

 

¿Cómo podría un licenciado en Bellas Artes subsistir profesional y humanamente una vez que ha vendido su alma? El arte es inconcebible sin el alma. Nace, en efecto, de la inspiración e intuición. Presupone un halo, una luminosidad y energía, invisibles pero reales; un espíritu que habita dentro de uno mismo y procura interpretar o recrear la belleza. El alma es el principio que da forma y organización al dinamismo vegetativo, sensitivo e intelectual de la vida. Sin alma, no hay vida.

 

Malham se justifica arguyendo que en verdad no está vendiendo su alma, porque "yo soy mi alma". Conclusión: o se ha vendido él mismo, ya que él es su alma; o jugó con las palabras y engañó a su comprador. En cualquiera de los dos casos, no merece crédito. Diecisiete dólares reflejan apropiadamente la estima que el vendedor tiene de sí mismo.

 

Cabe todavía la hipótesis de que sea todo una simple chacota o travesura: no exenta, sin embargo, de ironía. ¿Ha querido reírse de Dios y del alma inmortal? ¿Ha pretendido posar como liberado y liberador de mitos seudoespirituales? ¿Cree firmemente que sólo existen la materia y el ahora?

 

Cualquiera sea la respuesta, Malham no ha perdido su tiempo. Nos ha brindado ocasión y estímulo para reflexionar sobre el alma y los posibles modos de perderla.

 

El relato del Génesis enseña que el hombre trae consigo, desde su creación, un imperativo "fáustico". El adjetivo lo acuñó Splengler, para caracterizar la cultura de Occidente, insaciablemente ávida de conocerlo y poderlo todo. Pero eso no comenzó con Occidente. Eva y Adán, que vivían literalmente en la abundancia paradisíaca, cayeron en la tentación de apropiarse del bien y del mal y equipararse así a la ciencia y potestad de Dios. No fue casual que esa tentación fuese instigada por el Diablo. De hecho, la primera pareja humana vendió su alma al Diablo, desde el momento en que le adjudicó mayor autoridad y credibilidad que a Dios. Como precio o salario recibieron a cambio la muerte.

 

El mismo Diablo volvió a la carga, milenios más tarde, con Jesús de Nazareth. Lo tentó en el desierto, ofreciéndole pan, prestigio, poder y gloria universal. ¿A cambio de qué? De que Jesús se prosternara ante él y lo adorara. Era vender su alma. Pero el nuevo Adán, bien formado y secundado por la nueva Eva, se negó a la venta y reafirmó que el conocimiento y el poder y la gloria del hombre sólo se sacian en su obediencia y abandono filial a Dios.

 

No contento con rehusar vender su alma al Diablo, quiso Jesús rescatar el alma de todos los hombres. El primer Adán, cabeza de la humanidad, se la había entregado al demonio. Había que recomprarla. El precio lo fijó Jesús. Sería muy alto, acorde con el valor del bien recomprado: la dignidad, la libertad, la inmortalidad del hombre. Jesús pagó con su preciosa sangre: la sangre del Cordero inmaculado. Con esa sangre firmó la nota de crédito que cancelaba la factura por la cual permanecíamos esclavos del demonio.

 

El Nuevo Testamento designó esta operación con el nombre de Redemptio: literalmente Recompra. Por la sangre de Cristo derramada en la cruz, Él finiquitó la deuda y nos devolvió a la libertad. Porque ser propiedad de Cristo equivale a ser libres. Él es la verdad. Y la verdad nos hace libres.

 

Todavía nos pena la tentación de Fausto: puesto que somos libres ¿por qué no vender el alma que nos pertenece? Hacemos tal compraventa cuando sacrificamos nuestras razones de ser, a cambio de subsidios o halagos para sobrevivir. Con facilidad hacemos a un lado principios, valores y lealtades que habíamos asumido como inviolables, para dar paso a satisfacciones y conveniencias de corto plazo. Es el caso de los fantasmas hambrientos: esclavos de su codicia, deambulan por el universo en pos de bienes incapaces de saciarlos. Es, también, la tentación de los profetas, llamados por Dios a hablar públicamente de cosas que no agradan a los hombres. Por eso, Cristo los reconviene y reconforta: no tengan miedo, no callen, no renieguen de Mí ante los hombres. Si lo hacen, también Yo los negaré ante mi Padre del cielo.

 

Eficaz antídoto contra la tentación de Fausto es buscar inspiración en los mártires. Ellos alcanzaron la plenitud del conocimiento, del poder y la gloria al entregar su sangre en obediencia a Aquel que nos previene: "no tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma".

 

El alma no se mata ni se vende. Se cuida como el primer tesoro. Y se conserva pura, incontaminada, para su único Señor y Esposo: Jesucristo.

 

 

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