“Quien
cultiva su tierra, se hartará de pan; quien persigue sombras, es un imbécil” (Proverbios
12, 11)
No tenemos
en nuestras manos las soluciones para los problemas del mundo. Pero frente a los
problemas del mundo, tenemos nuestras manos. Cuando el Dios de la historia venga,
nos mirará las manos.
El hombre
de la tierra no tiene el poder de suscitar la primavera. Pero tiene la oportunidad
de comprometer sus manos con la primavera. Y es así que la primavera lo encuentra
sembrando. Pero no sembrando la primavera; sino sembrando la tierra para la primavera.
Porque cada semilla, cada vida que en el tiempo de invierno se entrega a la tierra,
es un regalo que se hace a la primavera. Es un comprometer las manos con la historia.
Sólo el
hombre en quien el invierno no ha asesinado la esperanza, es un hombre con capacidad
de sembrar. El contacto con la tierra engendra en el hombre la esperanza. Porque
la tierra es fundamentalmente el ser que espera. Es profundamente intuitiva en su
espera de la primavera, porque en ella anida la experiencia de los ciclos de la
historia que ha ido haciendo avanzar la vida en sucesivas primaveras parciales.
El sembrador sabe que ese puñado de trigo ha avanzado hasta sus manos de primavera
en primavera, de generación en generación, superando los yuyales, dejándolos atrás.
Una cadena ininterrumpida de manos comprometidas ha hecho llegar hasta sus manos
comprometidas, esa vida que ha de ser pan.
En este
momento del invierno latinoamericano es fundamental el compromiso de siembra. Lo
que ahora se siembra, se hunde, se entrega, eso será lo que verdeará en la primavera
que viene. Si comprometemos nuestras manos con el odio, el miedo, la violencia vengadora,
el incendio de los pajonales, el pueblo nuevo sólo tendrá cenizas para alimentarse.
Será una primavera de tierras arrasadas dónde solo sobrevivirán los yuyos mas fuertes
o las semillas invasoras de afuera.
Tenemos
que comprometer nuestras manos en la siembra. Que la madrugada nos encuentre sembrando.
Crear pequeños tablones sembrados con cariño, con verdad, con desinterés, jugándonos
limpiamente por la luz en la penumbra del amanecer. Trabajo simple que nadie verá
y que no será noticia. Porque la única noticia auténtica de la siembra la da sólo
la tierra y la historia, y se llama cosecha. En las mesas se llama pan.
Si en cada
tablón de nuestro pueblo cuatro hombres o mujeres se comprometen en esa siembra
humilde, para cuando amanezca tendremos pan para todos. Porque nuestra tierra es
fértil. Tendremos paz y pan para regalar a todos los hombres del mundo que quieran
habitar nuestro suelo.
Si amamos
nuestra tierra, que la mañana nos encuentre sembrando.
Mamerto Menapache, monje benedictino del norte
de Santa Fe