Quiero por este medio, dar un testimonio de vida por la oración.
Resulta que hace año y medio cumplí diez años en la empresa donde trabajaba y me sacaron. De allí salí con una hernia discal y varias vértebras atrofiadas, la cadera descuadrada e igualmente la pelvis.
Se pensaba que era tan sólo cosa de nervios. En fin, me vieron muy buenos médicos y llegaron a la conclusión de que el remedio era la operación, porque las terapias tan sólo me iban a enseñar a convivir con el problema.
Cuando el neurocirujano me explicó, le contesté, que yo tenía el mejor de los médicos. Él replicó -¿cuál?- Y yo le dije: -Dios, yo sé que Él puede curarme y que no tengo necesidad de operación-.
Empecé a levantarme a las cinco de la mañana a rezar el rosario y con la Biblia abierta en los salmos, colocaba la mano y con cada decena del rosario, leía un salmo, con la seguridad de obtener la sanación.
Una noche me acosté reclamándole a Dios por qué no me había concedido un esposo, ya que he rechazado todo hombre que sea casado. Le dije: -Creo Señor, que tú no quieres eso para mi ¿verdad?-
Pues bien, en sueños, Él puso el mundo a mis pies y me mostraba como lo destruía con llamas de fuego. ¡Era impresionante! Me decía: -Mira, por el adulterio… mira, por las hechicerías…- era tan impresionante, que yo le pregunté si era yo o mi familia y que debía hacer. Él seguía destruyendo y me dijo: -Ora y repara-. Como yo no entendía en ese momento, le dije: -Señor, haz tu voluntad-. Me arrodillé con la frente en el suelo y la mano de Dios con la que estaba quemando al mundo, esa misma mano pasó por mi columna y me oprimió en la cadera. Me desperté sudando. Lloraba del susto, pero no entendía. Le rogué que me dejara dormir y que al otro día yo buscaría la explicación.
Así que me levanté y fui a la eucaristía y hablé con el sacerdote, quien me explicó que el Señor quería que yo orara por todos los que comenten adulterio y acuden a la hechicería.
Después de esa noche tenía terapia y además cita con el neurocirujano. Ellos, después de revisarme, no podían entender dónde estaba la gran hernia que antes habían descubierto. Como no se convencían, me enviaron a medicina nuclear y después de otras tantas radiografías, el médico exclamó: -Definitivamente aquí hubo una mano milagrosa-. Sí -le contesté yo- la mano de Dios. El médico me dijo: -Le creo, porque no era posible que se desapareciera con tan sólo unas terapias-.
Esto, hermanos en la fe, muestra que la fe mueve montañas. En este momento, le pido a Dios me conceda una fe semejante, para esperar me dispense un buen trabajo y un buen esposo.
Mil gracias por sus oraciones y que Jesús y Maria los sigan bendiciendo.
-Elsa Maria-
Jesús es el médico del cuerpo y del alma… míralo en Lucas 5, 17-26