«Me salvé al borde del precipicio»

Las confesiones de monseñor Milingo.
Publicado un libro del arzobispo «pródigo»

Se dirigió primero a Castel Gandolfo para encontrarse con Juan Pablo II. «Fue muy hermoso. No me acusó de nada. Me dijo con solemnidad: "En nombre de Cristo vuelve a la Iglesia Católica"»

ROMA, 8 septiembre 2002 (ZENIT.org).- El arzobispo Emmanuel Milingo, denuncia en su autobiografía haber sido víctima de un «complot» de la secta del reverendo coreano Sun Myung Moon, quien organizó su supuesto matrimonio con una total desconocida.

«No fui yo quien buscó al reverendo Moon en ningún caso. Fueron sus mismos discípulos», afirma un año después en el libro que ahora es publicado en Italia por las Ediciones Paulinas.

El prelado de Zambia considera, de hecho, que fue víctima de una especie de lavado de cerebro. «Más tarde, me di cuenta que había caído en una trampa».

El arzobispo confirma al mismo tiempo informaciones que circularon durante el mes de mayo de 2001, tras el enlace organizado por la Federación de la Familia para la Paz Mundial y la Unificación: «Tenían la idea de desarrollar su presencia en África fundando una Iglesia Católica paralela».

Monseñor Milingo ha querido confirmar las revelaciones que hace en su libro con una carta autógrafa cuya copia que aparece en el mismo. Se trata de una entrevista que «he querido conceder para que se aclare la verdad, sin zonas de sombra», aclara.

Será publicado en los próximos días en Italia por Ediciones Paulinas con el título «El pez repescado del fango». El diario católico «Avvenire» publica este domingo algunas revelaciones del mismo.

El fango es la historia de primavera y verano del año pasado que protagonizó el prelado de 72 años en Estados Unidos.

Su boda con una mujer coreana, tuvo lugar en el marco de las espectaculares ceremonias colectivas típicas del «reverendo» Moon, presunto fundador de una religión, considerado por algunos expertos en sectas como un «grupo destructivo» y que tuvo que abandonar su tierra natal por presuntos delitos.

El «casamiento» del arzobispo con la coreana Maria Sung y las idas y venidas de esta señora al Vaticano, donde llegó a decir que esperaba un hijo, luego se descubrió que ya estaba casada con otro señor italiano, fueron el espectáculo servido por el grupo pseudorreligioso en su deseo de atraer fieles católicos.

Ahora Milingo, desde una casa argentina del Movimiento de los Focolares, donde esperar volver en las próximas semanas a Italia, relata que los primeros contactos con Moon se produjeron con la «esperanza de hacer de puente entre la Iglesia y la organización» de la que, sin embargo, confiesa no sabe mucho.

Era el momento en el que la «exasperación» por el aislamiento que vivía en la Iglesia católica había llegado al máximo, explica. El prelado, de hecho, había sido trasladado de arzobispo de Lusaka a la Santa Sede, donde desempeñaba el cargo consultor del Consejo Pontificio para los Migrantes y los Itinerantes.

Los adeptos de Moon le impusieron el matrimonio y monseñor Milingo (que no puede decir si ha estado drogado pero tampoco lo excluye con seguridad) aceptó. «No comprendo todavía por qué tomé aquella decisión», afirma ahora.

De los 72 días vividos con Maria Sung prefiere no hablar y dice que quedarán sólo en su memoria. Revela, sin embargo, que una vez rogó a Dios que lo hiciera morir.

Quienes propiciaron «la fuga» de Milingo de la secta fueron dos amigos italianos. En su huida, se dirigió primero a Castel Gandolfo, para encontrarse con Juan Pablo II. «Fue muy hermoso. No me acusó de nada. Me dijo con solemnidad: "En nombre de Cristo, vuelve a la Iglesia Católica"», recuerda.

Después de aquellos 20 minutos, afirma que se sintió «en casa, de nuevo. En aquel momento comprendí todos mis errores».

Tuvo después diálogos con el arzobispo Tarsicio Bertone, secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe y figura clave en todo este asunto. Luego, volvió a visitar al Papa, y tras dar las últimas explicaciones a Maria Sung, se tomó unos meses de retiro espiritual, primero en una casa a los alrededores de Roma, y luego en Argentina.

«Me salvé al borde del precipicio», reconoce como conclusión este «hijo pródigo» de la Iglesia. Y ha descubierto ahora que muchos «ofrecieron oraciones y sacrificios implorando a Dios por mi regreso. No sabía que mis hermanos y hermanas de todo el mundo me amaran tanto».

 

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