Una Gracia Singular

Fray Nelson Medina F., O.P.

Uno de los aspectos más hermosos de la Iglesia, en sus orígenes, es la capacidad de vivir al mismo tiempo la potencia de la acción de Dios y la fragilidad de los seres humanos concretos.

Y el primer ejemplo de este realismo lo podemos tomar de la vida del mismo apóstol Pedro, cabeza visible de la comunidad de cristianos.

En nuestras Biblias consta más de una fragilidad de Pedro. En Mt 14,30 lo vemos dudar y empezar a hundirse en las aguas. El hecho sucedió ante el resto de los discípulos., que también oyeron la corrección que le hizo Jesús: “¿Por qué dudaste?”.

En Mt 15,15 de nuevo Pedro se adelanta (parece que era parte de su temperamento) y pide una explicación porque Jesús había dicho unas palabras sobre los fariseos que no le resultaban fáciles de entender: “Toda planta que no haya plantado mi Padre, será arrancada de raíz” (Mt 15,13). Y entonces Pedro pide: “Explícanos la parábola”. La respuesta de Jesús, aunque se dirige a todos, le cae en primer lugar al que acaba de preguntar: “¿También vosotros estáis todavía sin inteligencia?”. Esta otra lección también fue pública.

Pero el ejemplo más impactante de desautorización es, sin duda, la negación de Pedro a las puertas de la pasión de Cristo. El primero entre los apóstoles había dicho: “Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré” (Mt 26,35). Esto lo oyeron (y lo repitieron) todos los demás. Lo grave es que luego todos supieron de la incoherencia de Pedro, que negó tres veces a su Señor y perjuró con tal de salvar su pellejo (Mt 26,69-74).

Destaco todas estas escenas vergonzosas porque hay algo simplemente extraordinario en el hecho de que Jesús confirma a este hombre débil como primer encargado de sostener y guiar la fe del rebaño: “Apacienta mis corderos... apacienta mis ovejas...” (Juan 21,15-16).

Bueno, pero uno podría decir: “al fin y al cabo, así es Jesús; bueno, paciente y amoroso...”. No basta esa piadosa reflexión. No es sólo Jesús con toda su bondad y paciencia: es la comunidad entera la que asimila que el hombre que está al frente de todos es uno que ha caído, y que ha caído vergonzosamente delante de todos.

Y lo que es más interesante: si revisamos la Biblia entera, jamás encontraremos que alguien hable a Pedro en estos términos: “¡Hey! ¿Tú con qué autoridad nos hablas? ¡Tú negaste a Cristo!”. Ese lenguaje NUNCA aparece. Cuando sucede Pentecostés, es Pedro quien toma la palabra, y su lenguaje no es diplomático ni tímido, sino lleno de poder: “Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazoreo, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos” (Hch 2,22-23).

¿Qué nos enseña esta escena? Nos enseña que la Iglesia primitiva vivía una absoluta confianza en el poder sanador y restaurador de Dios. Aquella comunidad cristiana no era presa de resentimientos ni esclava del pasado. Entendían TRES cosas fundamentales: (1) Todos conocemso el poder del pecado y lo hemos experimentado; (2) Somos lo que somos sólo por la gracia de Dios; (3) Por tanto, es estéril e inútil enredarnos con nuestro propio pasado así como con el pasado de los demás.

Es evidente el poder liberador que tiene esta manera de pensar. Pedro, Pablo, Santiago o Juan eran personas cuyas miserias se conocían bastante bien, lo mismo que las de María Magdalena o José de Arimatea. Pero la Iglesia no se complicaba por las miserias de los hermanos ni se detenía de manera morbosa analizando el tamaño de sus pecados pasados. No se ponían a discutir si era peor haber sido una endemoniada como Magdalena o un cómplice de asesinato como Pablo. Sus corazones estaban fijos en un punto: la obra de la GRACIA.

Dios quiere revivir ese tiempo entre nosotros. Dios quiere que aprendamos a vivir sabiendo que TODOS somos deudores INFINITOS de su gracia. Y cosnecuentemente Dios quiere que tengamos respeto, ternura y caridad hacia la intimidad, el pasado y el aspecto más débil de cada hermano y de cada hermana. Si vivimos así, el poder de nuestra palabra volará en alas del Espíritu, hacia una NUEVA EVANGELIZACIÓN.

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