"Estos días vengo escuchando algo que, en forma
de halago se viene diciendo del cristianismo de nuestro tiempo y es esto: Los
cristianos de hoy son contemporizadores, están aprendiendo a respetar a los
demás, haciendo de sus creencias una cuestión privada y personal, no sacando a
relucir sus creencias en público y esto les acredita como cristianos maduros.
Yo no sé si esta imagen del cristianismo es cierta o no, pero si lo fuera, para
mí no sería motivo de orgullo sino de vergüenza, porque un cristiano que renuncie
a ser fermento del mundo, es porque está asustado, domesticado, acomplejado, o
no ha entendido bien cual es su misión en el mundo de hoy."
Es la
hora de los laicos
La identidad del cristiano lleva implícito la de ser testigo
de su fe. Las palabras de Jesucristo: "Id por todo el mundo a predicar el
Evangelio" es una interpelación a todos los que nos consideramos
seguidores suyos.. Tiempos hubo en los que por diversas circunstancias, que no
son ahora del caso comentar, el apóstol, el misionero, el evangelizador, eran
términos íntimamente asociados a los sacerdotes y religiosos. De una parte
estaban los pastores constituidos en maestros, que proclamaban la palabra de
Dios y de otra parte estaba la grey receptora de esa palabra.
A partir sobre todo del Concilio Vaticano II, hay otra visión
y así como se ha ido llevando a la conciencia de los cristianos, que Iglesia
somos todos los bautizados en Cristo, del mismo modo hemos de ir entendiendo,
que la misión evangelizadora es una tarea que compete a todos los cristianos,
también a nosotros los laicos y si me apuran un poco, es una misión que en las
actuales circunstancias nos compete fundamentalmente a los laicos.
"La evangelización de los nuevos tiempos se hará por los
laicos o no se hará". No es una frase mía, es una frase acuñada por el
Episcopado español, que a mí personalmente me suena muy bien y la suscribo
totalmente. Las razones son obvias, no solamente por la escasez de sacerdotes,
en edades avanzadas, sino también porque los laicos tenemos acceso a unos
ámbitos donde más necesario es el testimonio cristiano. Ya no es la Iglesia
sino la calle, el lugar donde hay que hacer presente a Cristo en nuestra
sociedad. Sí, ha llegado nuestra hora, ha llegado la hora de los laicos y de
nosotros va a depender que en gran medida la tarea evangelizadora.
Conscientes de esta nuestra responsabilidad como cristianos,
tendremos que comenzar a preguntarnos ¿cómo habrá de ser la nueva
evangelización en los albores del siglo XXI y cómo habremos de llevarla a cabo?
Naturalmente el mensaje evangélico en esencia no ha cambiado ni puede cambiar;
sustancialmente siempre es el mismo y siempre habrá de seguir siéndolo. Esto
hay que decirlo, pero también hay que decir que la obra evangelizadora, en
cuanto obra humana, está sujeta a los tiempos y no puede ser la misma en el
siglo XXI que la que llevaron a cabo los primeros cristianos, la que se llevó a
cabo en la Edad Media, o la que se llevó a cabo en el descubrimiento de
América. No puede ser la misma porque las circunstancias históricas han
cambiado.
Vivimos en un mundo cambiante y complejo y tendremos que
ajustarnos a sus exigencias. Es normal que entendamos que los nuevos signos de
los tiempos nos marquen el nuevo talante de la evangelización.
Para saber cómo ha de ser la evangelización, nuestra
evangelización, en el siglo XXI, tendremos que conocer las peculiares
características de nuestra sociedad; tendremos que saber de sus necesidades y
exigencias; tendremos que conocer las peculiaridades y características de los
hombres de nuestro tiempo; tendremos que conocer cuáles son sus miedos y sus
angustias. Por eso, antes de emprender nuestra tarea hemos de preguntarnos
¿cómo es la sociedad en la que nos ha tocado vivir y cómo son los hombres de
esta sociedad?
Naturalmente tratar de hacer ahora una descripción exhaustiva
de nuestra sociedad nos llevaría demasiado tiempo; por tanto me limitaré a
señalar alguno de los rasgos que mejor pueda caracterizarla, en función del
tema que nos ocupa y uno de estos rasgos, de nuestra sociedad occidental
industrializada, no es otro que el que viene determinado por la ausencia de
Dios. Nuestra sociedad ha dado la espalda a Dios, se ha olvidado de El.
En fechas no muy remotas, me estoy refiriendo al siglo XIX y
gran parte del XX, de Dios siempre se hablaba y se hacía apasionadamente, bien
fuera para afirmarle, bien fuera para negarle. Hasta para los ateos el tema de
Dios era capital; así por ejemplo, la obra de Marx, o la obra de Nietzsche, no
podían entenderse sin referencia a Dios ¿y qué decir de las ansias y el hambre
de Dios, de un hombre supuestamente sin fe, como fue Unamuno? Ciertamente el
tema de Dios en ninguna época histórica dejaba indiferente. Hoy sí, hoy nos
deja fríos, no nos dice nada. El tema de Dios no apasiona; el tema de Dios en
nuestra sociedad no interesa a casi nadie; hoy lo que interesan son otras
cosas, demasiado triviales, por cierto. El hombre de hoy es el que dice que
exista o no exista Dios es un problema suyo y es al propio Dios y no al hombre
a quien debe importarle, la gente quiere que la dejen en paz, vivir su vida, ya
tiene bastante con sus asuntos; ha aprendido a valerse por mí misma y no le
necesito a Él para nada.
Esta es la situación actual y me pregunto ¿Por qué esta
indiferencia?.....El hombre moderno ha logrado conquistas portentosas, que
causarían asombro, no digo ya a los hombres que vivieron en la Edad Media, sino
a los que fueron nuestros abuelos y lo más portentoso es lo que falta por
venir. En un futuro próximo, que no va más allá de 40 ó 50 años vista, las conquistas
que el hombre parece tener ya al alcance de la mano, en el campo de la
Biología, de la Medicina, de la Astronomía, de la Comunicación, del Desarrollo
Técnico, son sencillamente asombrosas. Ante este espectáculo maravilloso que
nos brinda el hombre actual no hace falta ya, tener fe en esa verdad teológica
que nos habla de que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios; no hace
falta tener fe en esta verdad teológica, porque resulta evidente. Lo difícil
está siendo no sucumbir a la tentación de creerse un pequeño dios. Esta es la
gran tragedia del hombre actual, que le ha llevado a la indiferencia de Dios y
a todo lo que con Él se relaciona. Diré más. Este hombre es el que no quiere
incluso que se hable públicamente de Dios, le molesta que se hable de El y
trata de impedirlo. Ha desplegado y está desplegando un gran esfuerzo para que
el cristianismo quede encerrado en las sacristías, que nuestras creencias
pertenezcan a la esfera de lo privado; está tratando de que el mensaje
evangélico no trascienda a la vida pública.
La atmósfera que nos envuelve está cargada de irreligiosidad
y por todas partes se respira laicismo: El estado laico, la sociedad laica, la
escuela pública laica, la familia, ¿qué decir de la familia? Se parte del
convencimiento que el fenómeno religioso es una cuestión privada. Por desgracia
éste es un sentimiento que empiezan a compartir muchos cristianos, al menos
implícitamente. Son bastantes los que piensan que su fe han de vivirla de
"puertas adentro"; que a Dios hay que llevarle en el corazón, pero
que no hace falta ir manifestándolo al exterior. Podemos encontrarnos con
cristianos en la política y en la vida pública, que dicen tener una acendrada
fe personal y que luego en la práctica y cara al exterior actúan y gobiernan como
si Dios no existiera. Este sería el principal obstáculo para la evangelización
en nuestros días: caer en la trampa de considerar que nuestra fe es sólo un
asunto personal y que pertenece a la esfera privada y este sería el gran
triunfo de los enemigos del cristianismo, que los hay.
En estos días vengo escuchando algo que, en forma de halago
se viene diciendo del cristianismo de nuestro tiempo y es esto: Los cristianos
de hoy son contemporizadores, están aprendiendo a respetar a los demás,
haciendo de sus creencias una cuestión privada y personal, no sacando a relucir
sus creencias en público y esto les acredita como cristianos maduros.
Yo no sé si esta imagen del cristianismo es cierta o no, pero
si lo fuera, para mí no sería motivo de orgullo sino de vergüenza, porque un
cristiano que renuncie a ser fermento del mundo, es porque está asustado,
domesticado, acomplejado, o no entendido bien cual es su misión en el mundo de
hoy.
Entiendo que el cristiano comprometido ha de serlo a todas
las horas del día. Ha de serlo en casa, en la Iglesia, en la calle y en su
puesto de trabajo. El cristiano ha de serlo en toda su integridad, sin dobleces
ni camuflajes, sin disociar sus creencias de su vida pública o su vida privada.
Cristiano es el que toma en serio las palabras de Cristo, que nos invita a ser
"luz del mundo y sal de la tierra". Si ya de entrada renunciamos a
hacer una manifestación pública de nuestra fe ¿cómo puede ser posible la
evangelización? Nadie me puede negar que el cristiano, cuando menos, tenga los
mismos derechos de expresar sus convicciones que los que tratan de echarlos por
tierra con críticas demoledoras o con burlas descaradas. Ciertamente no son
estos cristianos de la doble personalidad y la doble moral los que el
cristianismo está necesitando, sino de aquellos que hacen lo posible porque
Cristo reine, no sólo en los corazones de los hombres sino en las familias, en
la sociedad, en las naciones, en todos los pueblos, en el mundo entero.
Otro de los obstáculos que dificultan la nueva evangelización
lo encontramos en el exceso de individualismo y personalismo. En unos tiempos
de globalización, los cristianos hemos de comprender que en la defensa de
nuestra fe no puede ser que cada cual vaya por su lado, sino que tenemos que
trabajar juntos, superando los "guetos", las "capillitas" y
los "grupitos"; que debemos mantenernos unidos en estos tiempos
difíciles. Hemos de comprender, de una vez por todas, que lo que importa no es
mi causa, ni la de mi parroquia, ni la de mi diócesis, ni la de mi orden, ni la
de mi congregación, sino que lo que importa es la causa de Cristo. Si queremos
ver una evangelización floreciente, los cristianos tenemos que estar unidos. De
aquí se comprende el esfuerzo ecuménico que se está haciendo por parte de Roma.
Todos los cristianos unidos, no sólo para llevar a cabo una evangelización
eficiente, sino para hacerla creíble a los ojos de los demás. En estos tiempos
de la unión europea, de pactos políticos y militares, fusiones entre los
bancos, de bloques; en estos tiempos de globalizaciones ¿sería mucho pedir, que
los cristianos remáramos todos en la misma dirección?
Estas y otras dificultades nos habremos de encontrar en
nuestra tarea evangelizadora, pero podemos enfrentarnos a ellas, pues aparte
del poderoso motivo que encontramos en las palabras de Cristo, existe otro
motivo que nos puede ayudar a mantenernos firmes en nuestro propósito. Antes he
hablado del portentoso poder del hombre actual, que cree ser como Dios. Hay no
obstante un hecho irreversible que viene a demostrarle cada poco, que no es
ningún dios, sino solamente un hombre y muy frágil por cierto. Este hecho es la
realidad de la muerte, ante la que todas las seguridades se derrumban y los
hombres se quedan sin palabras. Cuando el hombre ve la muerte de cerca, o es testigo
de acontecimientos como los sucedidos el 11 de Septiembre, se da cuenta que no
puede vivir sin un Dios que garantice unos horizontes de esperanza. La imagen
desolada e impotente del poderoso presidente de los Estados Unidos, rogando y
suplicando a Dios, lo dice todo. Jesucristo nos ha confiado a nosotros,
cristianos del Siglo XXI, que llevemos este mensaje de esperanza, en una noche
oscura, a unos hombres y a una sociedad que es la nuestra. Que nunca más se nos
pueda echar en cara: "Vosotros cristianos, a los que se os confió la luz
¿Qué habéis hecho con ella?"
Cada cual sabrá que puede ir haciendo, a nivel personal,
aunque sea muy poco, en su vida cotidiana, para poder llevar a cabo esta tarea
evangelizadora.
-Ángel Gutiérrez Sanz- Fuente: nº
56 revista Arbil
http://www.iespana.es/revista-arbil/(56)sanz.htm