Demasiado simple,
demasiado cómodo
Fr. Nelson Medina F., OP
En su columna del 23 de junio de 2002, bajo el título «¿Existe el diablo?» el P. Alfonso Llano, S.J., hace algunas afirmaciones que merecen comentario y debate.
La tesis básica se enuncia en el primer párrafo:
Conviene distinguir, como lo hacen los Evangelios, entre el Diablo —así en singular, con mayúscula y con cierto respetico—y el demonio —en singular, con minúscula y sin nada de respeto—. No designan el mismo personaje.
El demonio es, según expone el P. Llano, "una fuerza o energía interior —nunca una persona ni un espíritu personal— positiva o negativa". Según esto,
los enfermos psíquicos, los epilépticos, los psicópatas, etc. se hallaban dominados por una energía o fuerza negativa y se decía de ellos que poseían un demonio, pero nunca un espíritu personal y menos, una persona.
La conclusión sigue su curso: "En cambio, para los Evangelios, el Diablo [...] era el Espíritu maligno; según algunos, se trata de la personificación de El Mal".
¿Existe esa personificación, no como tal personificación sino como persona? El P. Llano lo plantea así:
¿Se trata de un ser personal, de una especie de anti-Dios, un principio del Mal y de todo lo malo? Tal creencia la aceptaron los miembros de una secta sincretista. filosófico-religiosa, de comienzos de nuestra Era, llamada Maniqueísmo, condenada por la Iglesia.
Parece, pues, que decir que el Diablo es persona, ahora es herético.
No sólo eso. Añade él:
Más erróneo todavía es imaginar que tal Diablo o espíritu maligno entra en los seres humanos y se apodera de ellos. Jesús nunca sacó el Diablo de nadie. Varios pasajes del Evangelio, es cierto, sí dicen que 'expulsó demonios'. Para entender hoy día tales textos debemos recordar lo dicho arriba. Esa era la forma antigua de explicar algunas enfermedades. Decir entonces que Jesús expulsó un demonio de una persona equivaldría a decir hoy día que la curó, que la sanó...
¿Y el Diablo como tal? Es una importación de las creencias babilónicas, según nuestro articulista:
Aceptar la existencia de un personaje antiguo, llamado Diablo, 'importado' por los judíos de la cultura y creencias de Babilonia, cuando regresaron del Destierro, no es necesario para el católico de hoy. Pero bien puede hacerlo si le ayuda para concretar y personificar el Mal.
¿Y en cuanto a los exorcismos?
Lo que sí va cogiendo cada vez más fuerza es la tendencia de parte del Magisterio de la Iglesia a disminuir —seguramente que terminará en acabar— con el rito del exorcismo, entendido como los rezos y ritos externos para tratar inútilmente de sacar a quien no se encuentra dentro de un ser humano.
Bueno, uno queda autorizado por el P. Llano para no afirmar (o explícitamente, negar) la existencia del Diablo, pero ¿qué hacer si uno vive en un entorno católico tradicional en donde sí se cree que ese señor existe? He aquí su respuesta:
Mi consejo personal es que no se inquiete por saber qué creen y opinan, al respecto, sus vecinos: déjelos en paz, como ellos lo dejan a usted vivir tranquilo.
Como se ve
todo el planteamiento se apoya coherentemente en la distinción entre
"demonio" y "Diablo".
¿Es bíblica esa distinción? Para saberlo, miremos si el daimon griego es el mismo demonio de los Evangelios. El daimon griego, como bien explica el P. Llano y hemos citado más arriba, es "una fuerza o energía interior —nunca una persona ni un espíritu personal— positiva o negativa".
Pregunta: ¿conocemos un texto, aunque sea uno solo, en el que el "demonio" sea algo positivo? No, no hay un solo caso.
En Jn 8,48 algunos judíos hacen la suposición de que Jesús tenga un demonio. Sigue la respuesta del Señor:
Los judíos le respondieron: «¿No decimos, con razón, que eres samaritano y que tienes un demonio?» Respondió Jesús: «Yo no tengo un demonio; sino que honro a mi Padre, y vosotros me deshonráis a mí.
La polémica continúa en Jn 8,52 incluso.
Era claro en todo caso para los judíos contemporáneos de Jesús (y en esto yerra por completo el P. Llano) que no se esperan obras buenas de los demonios.
Pero otros decían: «Esas palabras no son de un endemoniado. ¿Puede acaso un demonio abrir los ojos de los ciegos?» (Jn 10,21)
Otra pregunta: eso que la Biblia llama demonio, ¿tiene características personales o impersonales?
Vayamos a los textos.
En Mc 8,31-32 leemos:
Y le suplicaban
los demonios: «Si nos echas, mándanos a esa piara de puercos.» El les dijo:
«Id.» Saliendo ellos, se fueron a los puercos, y de pronto toda la piara se
arrojó al mar precipicio abajo, y perecieron en las aguas.
¿Es una energía
interior que se da por igual en hombres y en cerdos? No parece.
Luego está
la cuestión de Belzebú, príncipe de los demonios: ¿una energía, madre de todas
las energías? ¿Habrá que decir que también esta es mitología extrabíblica? De
este tema leemos en Mt 9,34; 12,24. ¿Qué hay aquí? ¿Una "fuerza
interior" que tiene nombre tanto para los adversarios de Jesús como para Jesús
mismo?
Además, si
esas fuerzas pudieran ser "positivas o negativas", ¿qué problema habría
en decir que a Jesús lo movía uno de esos "demonios"? Pero el texto bíblico
rechaza vigorosamente tal suposición, acercándola a la blasfemia contra el Espíritu
Santo (léase Mt 12,28 y 12,31).
Estos
demonios, por otra parte, tienen la capacidad de reconocer quién es Jesús, pero
Jesús impide que tal conocimiento se difunda al modo o en el momento en que
ellos "quieren" (cf. Mc 1,34; Lc 4,33-35.41). ¿Corresponde eso a una "fuerza
interior"?
Hay
nombres, además de Belzebú. En el conocido pasaje Jesús pregunta al demonio su
nombre, y escucha no un nombre de enfermedad, sino otro nombre misterioso:
"Legión". ¿Fruto de un estado psíquico alterado? ¿Un estado psíquico
transmisible a los cerdos?
Según la
Biblia, ¿las acciones de los demonios son otro modo de hablar de las
enfermedades o de ciertas enfermedades?
Si así
fuera, resulta muy difícil explicar textos como Mc 1,34:
Jesús curó a
muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos
demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.
Seamos
lógicos. En ese versículo están por un lado "diversas enfermedades" y
por otro lado "expulsión de demonios". Si los demonios fueran "enfermedades",
¿no quedaba ya todo dicho con "curó a muchos que se encontraban mal de
diversas enfermedades"? Caso similar encontramos en Mc 6,13; 16,17-18; Lc
13,32. En Lc 9,1 la separación es neta: "Convocando a los Doce, les dio
autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades".
¿Y la
epilepsia de Lc 9,42? Notemos que no hay dificultad en admitir que la enfermedad
física o psíquica coexisten con la acción devastadora del demonio. Lc 9,42 no
habla de simple epilepsia:
Cuando se
acercaba, el demonio le arrojó por tierra y le agitó violentamente; pero Jesús increpó
al espíritu inmundo, curó al niño y lo devolvió a su padre.
El demonio
reacciona ante la presencia de Jesús, como había pasado en la sinagoga de
Cafarnaúm (Mc 1,23-25). Además, ¿qué es esta epilepsia que reacciona precisamente
ante Jesús?
Es claro en la Biblia que el demonio no es una fuerza impersonal, ni una energía interior, y también es evidente que su carácter es siempre "negativo", adverso a Dios, especialmente cuando se manifiesta la obra de Cristo.
Es simple decir que el demonio es una "personificación"; es cómodo quedarnos en nuestros esquemas sin turbar la mente con seres personales invisibles y maléficos. Pero es demasiado simple y demasiado cómodo. Y no corresponde a la fe de la Iglesia Católica.