Sobre el control de la natalidad
(Extractos de un artículo en Mujer Nueva)
1. ANTECEDENTES DEL MOVIMIENTO ANTINATALISTA
2. LOS ARGUMENTOS ANTINATALISTAS Y SUS RESPUESTAS
2.1 El exceso de población sobre la tierra
Previsiones de crecimiento de la población
Envejecimiento de la población
Otros mitos sobre la “superpoblación”
2.2 El argumento de la contaminación del medio ambiente
Datos relativos a la deforestación de la tierra
Datos relativos a las reservas de agua
Obras De Pensamiento Antinatalista
A lo largo de la historia, diversos personajes han previsto desgracia debidas al “impacto terrorífico” de un supuesto exceso de población sobre la tierra. El primero en enunciar estas teorías fue Thomas Robert Malthus, economista inglés que en 1798 escribió el “Un ensayo sobre el principio de la población”, obra en la que abordaba el incipiente desequilibrio entre “incremento natural de la población y de los alimentos”. En la práctica, según Malthus, mientras que la producción de alimentos aumenta en progresión aritmética (1, 2, 3, 4...), la población crece en progresión geométrica (2, 4, 8, 16...), de modo que “la época en que el número de los hombres es mayor que el de los medios de subsistencia, ya ha llegado desde hace tiempo”.
La historia ha desmentido esta teoría puesto que, desde entonces, la población ha crecido por lo menos seis veces, mientras que la producción y el consumo de alimentos han aumentado mucho más rápidamente y la calidad de vida de finales del s. XVIII no es, en absoluto, comparable con la actual. De todos modos, el pensamiento de Malthus sigue ejerciendo gran influencia en muchos ámbitos.
En 1968, el entomólogo (ni siquiera demógrafo) Paul Ehrlich, publicó su libro “La bomba de la población”, donde profetizaba que “la batalla para alimentar a toda la humanidad se acabó. En la década de los 70, nos enfrentaremos a hambrunas, y cientos de millones de habitantes morirán a causa del hambre a pesar de cualquier programa que se ponga en marcha ahora”. Dos años después, señaló que “65 millones de americanos y otros 4.000 millones de personas morirán de hambre en la Gran Mortandad que ocurrirá entre 1980 y 1989”.
En el mismo año, W. y P. Paddock escribían “Famine-1975!” (¡Hambruna 1975!), previendo para ese año un terrible cataclismo que habría acabado con gran parte de la población, en particular de la India.
La carencia a que se referían estos autores no sólo afectaba a los alimentos, sino también a otro tipo de productos vitales para la sociedad: los minerales, combustibles fósiles, lugares para depositar los desechos, etc.
Una vez más, las previsiones se revelaron falsas. Como ilustró ingeniosamente la revista “The Economist” ( “A populous planet”, 3.9.94), antes de la Conferencia de El Cairo sobre Población y Desarrollo, “al mantenerse la disponibilidad de alimentos, (los neomalthusianos) empezaron a preguntarse si las inversiones permitirían garantizar el trabajo a las nuevas generaciones. Cuando el trabajo apareció, comenzaron a inquietarse porque la disponibilidad de capital aumentaría demasiado lentamente para mantener el crecimiento del nivel de vida, Cuando éste siguió creciendo, previeron el agotamiento de las reservas naturales. Y dado que éstas continúan produciéndose, afirman que el crecimiento de la población dañará el medio ambiente. Ésta es la situación en que más o menos se encuentra hoy el debate”.
En efecto, como se verá, la escuela neomalthusiana encaja perfectamente con la ideología ecologista que se inició en los años 60 y que ha derivado en el concepto de “desarrollo sostenible”.
Tres son los argumentos más utilizados por quienes abogan por las políticas antinatalistas.
El exceso de población sobre la tierra
La contaminación del medio ambiente
La insuficiencia o escasez de recursos alimentarios, fuentes de energía y reservas naturales
El primer argumento que esgrimen los antinatalistas es el fantasma del crecimiento imparable.
Es una realidad que entre 1825 y 1925 (revolución industrial en Occidente), la población mundial se duplicó, pasando de 1.000 a 2.000 millones de habitantes. Durante los años siguientes, hasta la década de los ’80, la población aumentó más del doble, con una tasa de crecimiento insólitamente alta.
En estas estadísticas se basan los demógrafos para afirmar que, de no implementar políticas serias de contención de la natalidad, estamos destinados a una tragedia universal. Esta visión catastrofista se refleja en el discurso del entonces Vicepresidente de los EEUU, Al Gore, en la Conferencia de El Cairo, según el cual, “el peligro del crecimiento demográfico es comparable al de la proliferación nuclear”.
Sin embargo, este alarmismo carece de base real que lo justifique. Hoy no se está viviendo un período de explosión demográfica, sino de transición o cambio. La población mundial tiende a estabilizarse, con perspectivas de decrecimiento muy cercanas.
En cuanto a las causas de este drástico descenso de la fertilidad en el mundo, no existen razones claras: afecta a países tan diversos, que no se podría identificar elementos socioeconómicos o políticos comunes.
A menudo, en los informes de la ONU se identifican la pobreza y el analfabetismo (especialmente el femenino) como causantes de altas tasas de fertilidad. Sin embargo, estas características no han impedido que Bangladesh redujera a la mitad su tasa de fecundidad en sólo 25 años.
Del mismo modo, se suelen ver las actitudes tradicionales y los valores religiosos como un obstáculo para la transición de altas a bajas tasas de fertilidad. Sin embargo, en Irán, un país sometido a un estricto régimen islámico, descendieron en 2/3 y están en el límite del reemplazo generacional.
Por último, esta drástica caída de la fertilidad se suele atribuir a la difusión cada vez mayor de programas de planificación familiar, auspiciados por Organismos Internacionales, ONGs y Gobiernos. Pero países como Brasil no han adoptado nunca un programa de este tipo, y sin embargo la fertilidad ha caído en un 50% durante los últimos 25 años.
Curiosamente, las previsiones de crecimiento emitidas por la ONU en los últimos diez años, han ido sufriendo variaciones importantes, lo que indica que las cifras manejadas no son suficientemente fiables.
En el Informe “Estado de la Población Mundial” de 1992, la FNUAP estimaba el crecimiento anual en 97 millones de personas.
En 1994, el Borrador del Programa de Acción preparado para la Conferencia de El Cairo, tan sólo dos años más tarde, ya corregía la estimación para los siguientes 20 años, reduciéndola a 90 millones de personas.
Al final de dicha Conferencia, el Programa de Acción aprobado reduce la cifra a 86 millones. Así pues, en sólo dos años, la cifra de población mundial estimada para el 2015 se cambió de 7.500 a 7.320 millones (una diferencia de 180 millones de personas no es en absoluto despreciable). La misma ONU reconoció en el documento “Perspectivas de la población mundial” de 1994, que la explosión demográfica pertenece al pasado.
Seis años después, el Informe sobre el Estado de la Población Mundial 2000, la cifra del crecimiento anual queda reducida a 75 millones de personas, lo que dejaría en cerca de 7.100 millones las estimaciones de población mundial para el 2015 (una diferencia de 400 millones de personas con respecto a la estimación de 1992). Y las previsiones del Census Bureau de EEUU para 2025 se refieren a una población mundial de 7.800 millones, un 30% superior a la de nuestros días. En ese mismo año, la tasa de crecimiento anual estará por debajo del 0,8%, un ritmo mucho más lento que el 1,3% previsto actualmente, y todavía más que el 2% que llegó a estimarse a finales de los 60. En conclusión, en el 2025 nacerán menos niños en todo el mundo que en cualquier año de las cuatro décadas anteriores. Pero el aspecto más preocupante es que el crecimiento de ese año se concentrará en zonas geográficas muy concretas: África subsahariana, países del Norte de África y Oriente Medio. La población de ese continente será superior a la suma de todos los países más desarrollados.
Por lo que se refiere a los países más desarrollados, el mismo Census Bureau estima para los próximos 25 años un crecimiento natural de sólo 7 millones de personas al año, de modo que a partir del 2017 las defunciones superarán a los nacimientos, algo que ya está empezando a suceder en algunos países europeos, y sucedería en muchos más si no fuera por los nacimientos que se producen en el seno de las familias inmigrantes. Para evitar un declive absoluto de la población europea se necesitaría doblar el volumen de inmigración actual (del millón actual a 1,8 millones anuales), y para reforzar el grupo de edad de 15 a 64 años –la fuerza de trabajo-, debería casi cuadruplicarse (alcanzando como mínimo los 3,6 millones de personas). Esas migraciones transformarían radicalmente la sociedad europea occidental: en 2050, los descendientes de extraeuropeos compondrían un cuarto de la población total.
Otro caso a analizar es Japón. Sus niveles actuales de inmigración son prácticamente cero. Para mantener el volumen actual de población, debería aceptar una media de cerca de 350.000 entradas anuales en los próximos 50 años, y casi el doble para mantener la población en edad de trabajar. De aplicarse esta segunda solución, en 2050 1/3 de la población total sería de origen extranjero.
En 1950, el 32% de la población mundial vivía en los países desarrollados de occidente, junto con Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica. En la actualidad, ese porcentaje se reduce al 12%. Si en 1900 Europa contaba con el 25% de la población mundial, en el 2050 tendrá solamente el 7%.
Europa es el continente donde el fenómeno de la despoblación y el envejecimiento se dan con mayor dramatismo. Casos como España e Italia son preocupantes: las mujeres españolas tienen un promedio de 1,07 hijos, cuando el mínimo para que se dé el reemplazo generacional es de 2,1. La mayoría de los países del entorno europeo ya no se reemplazan. La tasa media europea es de 1,6 hijos por mujer, todavía menor en Europa del Este y ex bloque comunista, donde alcanza el 1,3.
Recientemente el Presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, advertía a los gobiernos que en el 2005 cerca de 1/3 de la población del continente estará cobrando sus pensiones, que cargarán excesivamente a los contribuyentes. A medida que la población llega a la edad de jubilación, pasa a depender del seguro social y de un sistema de salud cada vez más extenso. Es un problema que se complica precisamente porque, además de que la expectativa de vida crece de modo continuado, disminuye a la vez el número de trabajadores jóvenes para sostenerlos. Además, las leyes permiten la jubilación anticipada. En Italia un trabajador puede retirarse a los 50 años, a pesar de que la edad legal es, en general, de 65 años. Dado que la sanción por la jubilación anticipada es de poca consideración, muchos optan por ella, de modo que la edad promedio a la que se están retirando los trabajadores europeos es de 61 para los hombres y 58 para las mujeres. La única solución es la inmigración, con las consecuencias sociales y culturales que empiezan a ser patentes en muchos países europeos. La eutanasia también empieza a plantearse como una “solución” a la sobrecarga de los servicios sanitarios.
En definitiva, sólo en ciertas zonas del mundo la población se mantendrá en edades relativamente jóvenes. En 2025, la edad promedio en África subsahariana será de 20 años (edad que caracterizó a la humanidad desde el Neolítico hasta la revolución industrial). Por el contrario, en los países más desarrollados hoy se sitúa en los 37, y en 25 años alcanzará los 43 (39 en EEUU gracias a la inmigración y una tasa un poco más alta de fertilidad). En Alemania será 46, en Grecia y Bulgaria 47, y en Japón llegará a los 49 (más de 1/5 de la población superará los 70 años de edad, y una de cada 6 personas tendrá 75 o más, superando el número de menores de 15 años).
En conclusión, en vez de estar experimentando un fenómeno de sobrepoblación, la humanidad está sufriendo actualmente una peligrosa IMPLOSIÓN DEMOGRÁFICA. La población mundial está envejeciendo y disminuyendo a un ritmo acelerado, A medida que las tasas de fertilidad disminuyen, el aborto, la anticoncepción y la longevidad aumentan, el mundo se encuentra en un nuevo paradigma en que los ancianos superan a los jóvenes.
“El crecimiento de la población ha sido factor fundamental para el desarrollo económico (...). El crecimiento poblacional es un factor importante del crecimiento de la economía” Gary Becker, Premio Nobel de Economía
¿Cabe más gente en nuestro planeta?
La Tierra es un planeta, en cierto modo, deshabitado
Paradójicamente, sólo el 0,8% de la superficie total del planeta, está habitado. Pero existe a nuestro alrededor un proceso de urbanización tan rápido que nos da la sensación de ser demasiados. Por el contrario, fuera de nuestras ciudades existe un mundo poco habitado. Basta pensar que sólo el 3% del territorio de Estados Unidos está urbanizado. Y aunque en los próximos dos siglos la población creciera al ritmo actual, la tierra continuaría bastante vacía, con un porcentaje de zonas urbanas que no superaría en cualquier caso el 8% de la superficie terrestre.
Es cierto que del total de la superficie terrestre (150 millones de Km2), sólo unos 90 millones son habitables. Aún así, en el caso de que en el 2100 la población mundial alcanzara las previsiones más altas (11.600 millones) y las áreas cultivadas se doblasen (algo que no es necesario, a causa de los avances científicos aplicados a la agricultura), la densidad de población sería de 184 personas por Km2. Una cifra inferior, por ejemplo, a la que tiene actualmente Italia (191), un país no precisamente “sobrepoblado”.
¿Es posible el desarrollo económico de los países
altamente poblados?
No está demostrada una relación entre pobreza y densidad de población
Científicamente nunca ha sido demostrado que exista una relación entre la densidad de población de un país y su nivel de riqueza y desarrollo. Hay países poco poblados que son desarrollados, como Australia, y otros poco poblados que son subdesarrollados, como es el caso de los países de África Central. Inversamente, hay países muy poblados que son desarrollados, como Holanda, que tiene más de 400 personas por Km2, y países muy poblados y subdesarrollados como Bangladesh.
De los 21 países más pobres del mundo, sólo 7 tienen una densidad superior a los 100 habitantes por Km2. Por el contrario, entre los 21 países más ricos, 12 superan esa cifra y 5 de ellos (Japón, Holanda, Bélgica, Singapur y Hong Kong) tienen una densidad mayor a la de la India.
Las verdaderas causas de la pobreza y el subdesarrollo hay que buscarlas en otros factores. Uno de ellos son las decisiones políticas irresponsables. Ejemplo de ello fue la terrible hambruna que asoló a Etiopía en los años 80. Su presidente, Menghistu fue advertido por expertos de la carestía que se aproximaba. Y en lugar de adoptar medidas preventivas, invirtió el 46% del Producto Nacional Bruto (cerca de 2,5 millones de dólares) en gastos militares. E incluso durante el tiempo en que su pueblo moría de hambre, su gobierno estaba gastando 200 millones de dólares en la celebración del décimo aniversario de la revolución marxista en su país.
En toda la región del África Subsahariana, se ha gastado en compra de armamento el doble que en agricultura e industria. El resultado es que esta zona, teniendo una de las densidades de población más bajas del mundo, se muere de hambre, mientras que Europa, con la densidad de población más alta, tiene un superávit de alimentos en torno a los 30 millones de toneladas.
En el seno de los organismos internacionales se ha consolidado la visión de una relación determinante entre población y desarrollo, y se dice a los países: "Controlen su población y van a desarrollarse". Pero los países pobres lo que necesitan son infraestructuras, escuelas, saneamiento de las aguas, hospitales, etc. Recursos que realmente favorezcan su desarrollo y no un control de la población. No se puede aprobar una política de desarrollo basada en una mentira científica; en una hipótesis que nunca fue demostrada, es decir la ideología maltusiana.
Es el argumento esgrimido por los ecologistas. Sin embargo, cuando se habla de ecología sería oportuno referirse a ella como una “ecología integral”, que no se limite sólo a la conservación de los reinos vegetal, mineral y animal, sino que incluya la del ser humano y su familia.
La escuela neo-malthusiana se ha fusionado perfectamente con la escuela ecologista surgida a inicios de los 70, según la cual, el crecimiento de la población produce contaminación, erosión del suelo, deforestación y extinción de las especies animales, amenazando así al equilibrio ecológico del planeta. Ésta es la visión que reflejan continuamente entidades como WWF (World Wildlife Fund), Club de Roma, World-Watch Institute o el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Tal como expresan en sus informes públicos, el hombre es “el verdadero enemigo del equilibrio medioambiental” (“The first global revolution” de 1991).
Ante ello, se plantea como objetivo un “desarrollo sostenible”, concepto clave en el argot de los organismos internacionales, y que sustenta toda su acción política, económica y social. Se trata de un nivel de desarrollo en el que los diversos factores que lo componen (educación, salud, tecnología, infraestructuras, actividad económica, etc.) mantengan un equilibrio en el uso de los recursos de modo que se garantice la calidad de vida de las futuras generaciones. El problema sería definir el punto de equilibrio. Y precisamente quienes lo definen son los países más desarrollados, que en su proceso de desarrollo esquilmaron sus propios recursos y parte de los de sus colonias.
La Conferencia de Río de Janeiro de 1992 sobre Medio Ambiente, celebrada a los 20 años de la de Estocolmo, la primera en esta materia, consolidó la creencia general de que el crecimiento de la población es insostenible para el ecosistema. Desde luego, es un hecho innegable el deterioro que está sufriendo hoy el medio ambiente, y es un problema que debe ser afrontado con urgencia. Pero es necesario ver su dimensión real y sus causas efectivas. ¿Es realmente el crecimiento de la población la causa de este deterioro?
Basta observar, por ejemplo, los elevadísimos niveles de contaminación de las repúblicas de la ex Unión Soviética, de 10 a 100 veces superiores a los de Europa occidental, a pesar de ser países cercanos al “crecimiento cero” de la población.
El Profesor Commoner, de la Universidad Washington de St. Louis y Director del Centro de Biología de los Sistemas Naturales, demostró en su estudio “The environmental costs of economic growth” que el aumento de la contaminación no es directamente proporcional a la población, sino al uso de tecnología contaminante. Los incentivos a la investigación, la producción de “tecnología limpia” y el acceso de los países más pobres a esta tecnología, son los verdaderos objetivos a perseguir. Está claro que la difusión masiva de medios anticonceptivos entre la población no habría evitado tragedias como las de Chernobyl o Bhopal.
Otra de las causas del deterioro ambiental es, sin duda, el estilo de vida de la población. Está claro que, si en China cada ciudadano utilizase el coche para acudir a su trabajo, como sucede en las grandes urbes de los países desarrollados, los efectos llegarían a ser dramáticos. Entonces, ¿es la solución reducir el número de personas, para que todos puedan tener un coche? ¿No sería mejor que todos los habitantes del planeta nos replanteáramos cómo estamos viviendo? Sorprenden los datos aportados por Cascioli en “El complot demográfico” : un francés consume 155 veces más energía que un habitante de Mali, un canadiense 436 veces más que un etíope, y los 57 millones de italianos, lo mismo que 2.000 millones de chinos. Así pues, ¿multiplicamos el consumo de energía de los países en desarrollo hasta alcanzar el de los países avanzados, o bien racionalizamos su uso en todo el planeta? Porque implica sacrificios y esfuerzos que no pueden cargarse sobre las espaldas de una parte de la población mundial (que, además, coincide con la mayoría).
Lester Brown, del Worldwatch Institute, ha lanzado varias veces la señal de alarma sobre la deforestación. Y las ONGs ecologistas lo proclaman sin cesar: cada año se talan 11 millones de hectáreas de bosque en 76 países tropicales. Sin embargo, no se presenta un dato recogido por la FAO: en estos mismos países, la superficie total del patrimonio forestal es de 2.000 millones de hectáreas. Por lo tanto, el área talada anualmente representa el 0,6% del total.
Por otra parte, la Agencia estadounidense para el Desarrollo Internacional, lanzó en 1989 la alarma de que, de mantenerse el ritmo de deforestación actual, los árboles desaparecerán de la tierra en el próximo siglo. Analizando los datos facilitados por el mismo Brown, sería preciso que dicha deforestación se produjera al doble de la velocidad que él indica, y además, que no crecieran nuevos árboles, una posibilidad francamente improbable. Es curioso cómo los países más ricos, una vez constatados los efectos nocivos de su proceso de desarrollo sobre sus propios bosques, imponen ahora restricciones a los países en crecimiento.
En general, los estudios ignoran la capacidad de expansión y recuperación de los bosques. En algunas regiones del mundo, ésta puede alcanzar los 20 m3 de madera por hectárea, al año. En los países tropicales, asciende a 50 m3. A pesar de ello, los gobiernos no pueden desentenderse de una regulación responsable del uso de los bosques, y la reposición de los recursos obtenidos.
Las reservas de agua en el planeta son enormes. El mayor problema se presenta en las grandes concentraciones urbanas, sobre todo cuando las lluvias son escasas. Sin embargo, el buen aprovechamiento del agua es un tema no resuelto.
En la Conferencia que el Banco Mundial organizó en 1997 para el estudio de las reservas hidráulicas en el Norte y en la Zona oriental media de África, se concluyó que el agua malgastada llega al 40%.
En efecto, existe una falta de conciencia universal en el uso del agua y la impunidad con que se contaminan algunas aguas, del mismo modo que se malgasta con verdadera frivolidad en su uso doméstico. Es necesario diversificar a tiempo el tratamiento jurídico y económico del consumo, según los destinos - doméstico, agrícola e industrial - y gravar los del uso de lujo. La necesaria demanda prioritaria del agua potable - aseo personal, bebida y cocina - deberá ser satisfecha y asegurada. Los usos domésticos de riego y del lavado pueden cubrirse con agua no filtrada ni depurada.
En la actualidad se cuenta con medios técnicos que aumentan significativamente los suministros de agua: el reciclado de agua usada (y la diversificación de sus empleos posteriores), los nuevos sistemas de bombeo y regadío, la desalinización del agua de mar, el aprovechamiento integral conectado de los ríos, etc.
En la conferencia citada se llegó a la siguiente conclusión: se puede lograr un aumento de un 50% del agua disponible para uso agrícola e industrial, de un 80% para destinos hospitalarios y de un 90% en la oferta de agua potable, en esta región de África.
Este argumento, tan reiterado, trata de probar que las reservas son del todo insuficientes para el aumento de la población. Sin embargo, no lo logra. Nadie duda que las reservas son limitadas. Lo importante es ver si son suficientes.
Los recursos naturales, en sentido propio, son todos los que la tierra contiene y ofrece para la vida y usos del ser humano. Unos son renovables: los que dependen de la luz y el calor del sol. Por ejemplo, el suelo y el clima no se consumen. Pero otros no son renovables: por ejemplo, los minerales, ya sean metálicos (hierro, aluminio, etc.) como no metálicos (combustibles fósiles). Todos son, de un modo u otro, fuente de energía.
La historia prueba que los aumentos de población han llevado inevitablemente a un aumento proporcional de los recursos para mantenerla.
La humanidad siempre ha sabido encontrar recursos nuevos para las nuevas necesidades que conlleva el crecimiento de la población. Esto es, sin duda, por la existencia del fundamental recurso: el hombre. Como administrador de la tierra, el hombre utiliza su inteligencia, voluntad y medios para adaptarse y responder con eficacia a los cambios creados por los aumentos de la población.
Muchas de las llamadas crisis de producción han sido en realidad crisis de sobreproducción. En varias ocasiones Estados Unidos, Canadá y Australia han tenido que promulgar leyes restrictivas para obligar a sus agricultores a producir mucho menos de lo que eran capaces. Un fenómeno que ha caracterizado la Política Agraria Común de la Unión Europea desde sus mismos inicios.
Es en sí gratuita la tesis de la radical insuficiencia de
los recursos alimentarios para una población creciente.
La realidad es que, tal como indica Colin Clark, que fue Director del Instituto de Economía de la Universidad de Oxford, “los recursos del mundo bastarán de sobra, a la luz de los nuevos conocimientos técnicos, para satisfacer las necesidades alimentarias y materiales de la humanidad”.
Un informe de la FAO afirma que la producción mundial de alimentos entre 1950 y 1979 aumentó en un 30%, incremento que se dio, principalmente, en países en vías de desarrollo. Más aún, la tasa anual de crecimiento de la producción mundial de alimentos está superando la tasa anual de crecimiento de la población de esos países, salvo algunas excepciones.
Amartya Sen ha precisado que el aumento de los recursos en el Tercer Mundo está creciendo más rápidamente que la población.
La misma FAO reconoció en un informe de 1994, que se puede alimentar a la actual población del mundo con los recursos actuales, y, si los recursos se potenciaran al máximo, serían suficientes para alimentar al doble de la población.
La Asociación Alemana de Productores Agroquímicos ha realizado un concienzudo informe sobre las reservas alimentarias de la tierra, basado en la determinación de las áreas cultivables. Sus conclusiones son que existen 3.600 millones de hectáreas cultivables en nuestro planeta, de las cuales, tan sólo 1.400 millones están siendo cultivadas en la actualidad. También la FAO reconoció en 1980 que sólo el 40% de las tierras potencialmente agrícolas están cultivadas.
Ya en 1972, Colin Clark calculó que si se hubieran cultivado las tierras entonces disponibles con las tecnologías más avanzadas del momento, se habría podido alimentar sin problemas a 35.000 millones de personas. Y según Roger Revelle, ex Director del Centro de Estudios sobre Población de Harvard, los recursos agrícolas mundiales son capaces de proporcionar una dieta diaria de 2.500 calorías para 40.000 millones de personas, usando menos de ¼ de la superficie terrestre libre de hielos (frente a 1/9 que se emplea actualmente).
En cuanto a los recursos minerales, la naturaleza dispone de grandes yacimientos minerales y de fuentes de energía que aún deben ser explotados, racionalmente, por el hombre.
Al igual que con el crecimiento de la población, los antinatalistas no han hecho, a lo largo de la historia, cálculos muy precisos sobre las reservas mundiales.
Las reservas de fosfatos están calculadas en 43.000 millones de toneladas, lo que alcanza para mil años con el actual ritmo de extracción.
En cuanto al carbón, se estiman reservas de 80.000 millones de toneladas, bastante más que los 5.000 millones que se estimaban en 1946. Estos solos bastarían para dos milenios.
Pasando al petróleo, las reservas de explotación se calculan entre 200.000 y 500.000 millones de toneladas. En 1946, se estimaban en 76.000 millones de toneladas. A este número se le suman los 85 millones procedentes de las arenas de alquitrán y los 300.000 millones de las pizarras bituminosas, la parte sólida de los sedimentos orgánicos que, sometida a ciertas temperaturas y presión, permiten también obtener petróleo.
Y además del petróleo y del gas natural, están a disposición de la humanidad la energía solar (renovable, limpia, fiable e inmensa), la eólica, la energía acumulada de los mares y la geotérmica procedente del interior de la tierra, además de las inmensas posibilidades de la energía nuclear. Sólo el uranio (según se calculó en la IV Conferencia Internacional sobre el uso pacífico de la energía atómica, en 1971) cuyas reservas utilizables son del orden de 4 millones de toneladas, equivale, en reactores de generación, a unos 6 billones de toneladas de carbón.
Sea lo que sea de estas cifras, lo cierto es que en el futuro próximo se utilizarán o desarrollarán otros combustibles y nuevas fuentes de energía, lo que conllevará cambios en el estilo de vida y en los modos del consumo. Dos cosas son ciertas: aumentará la demanda de energía, y cambiarán las fuentes que la produzcan. Pero también se darán nuevos avances en la ciencia y el desarrollo tecnológico, para hacer frente con éxito a las nuevas necesidades.
Puede preverse, por tanto, que la principal fuente de energía será el sol, que suministrará, entre otros usos, un enorme potencial de electricidad. Se incrementará el uso de los metales geoquímicos más abundantes y las tecnologías de comunicación contribuirán al nuevo estilo de vida. En suma, no faltará el depósito de la naturaleza, si se usa racionalmente. Es el hombre y su ingenio lo que no puede faltar.
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