Conversación No. 3:
Sobre El Futuro De La Iglesia

36. Fray Nelson, cuando uno escucha tantas, y a ves tan apasionadas explicaciones y comentarios relativos a la religión, no sabe si sentir admiración o lástima. ¿El mundo del futuro será más religioso o menos religioso que el nuestro?

Si esta pregunta se hubiera hecho (o tal vez se hizo) hace un siglo, los pronósticos hubieran sido bastante lúgubres. No es que hoy tengamos demasiada esperanza en términos de un rebrotar milagroso del cristianismo, pero sí podemos decir que los profetas que anunciaban un mundo ateo decididamente se equivocaron.

¿Qué seguirá ahora? No es sencillo hacer buenas radiografías del presente, y por lo mismo es arriesgado predecir el futuro. Tal vez lo más razonable sería responder con algunas hipótesis relativas a diversos grupos y comunidades.

37. Por ejemplo: ¿está cercana la unión entre los cristianos?

Juan Pablo II ha sido un adalid en esto como en tantas otras cosas. La Declaración conjunta de católicos y luteranos, en torno a la cuestión de la “justificación” es un hecho de marca mayor que tendrá repercusiones, sobre todo si pensamos en el futuro de las sectas.

Una secta, en efecto, no tiene manera de defender su propia unidad. Construida sobre la oratoria, está destinada a disgregarse, pues va dando a sus propios miembros las herramientas básicas para que repitan el esquema y levanten una nueva comunidad. Sobre esto tal vez no sea necesario hacer muchas teorías, pues los hechos están a la vista: especialmente en Estados Unidos crece sin cesar el número de estas iglesias o congregaciones cada vez más pequeñas.

Podemos suponer que el proceso seguirá en tanto esas minúsculas asambleas satisfagan las así llamadas “necesidades espirituales” de sus miembros.

Ahora bien, yo pienso que en un mundo con tendencias tan fuertes a la globalización será cada vez más difícil que se mantenga culturalmente aislado a un grupo de personas. Si una comunidad está informada, debería darse cuenta de que el alimento que recibe es incompleto, por ejemplo, por la falta de la Eucaristía. Es posible que esto convoque a las personas hacia grupos religiosos más “serios” o “tradicionales”. Aunque no todo es bueno en esas tendencias conservadoras, no cabe duda de que pueden disponer para diálogos más profundos y constructivos. A la larga, me atrevo a creer que el conjunto del proceso fortalecerá a las instituciones más vigorosas, entre las cuales desde luego se cuenta la Iglesia Católica.

38. Bueno, no es eso precisamente lo que vemos, sobre todo en Europa...

No es lo que vemos pero tal vez sí lo que veremos. Últimamente me he convencido de que el mal tiene una parte de sus antídotos en sí mismo. A ver: no se trata de un llamado al conformismo, sino más bien al realismo y a la esperanza.

39. ¿Pueden ir juntos el realismo y la esperanza?

No sólo pueden, deben ir juntos. Cuando la esperanza no es real, no es esperanza sino ilusión. Y ya sabemos que los desilusionados de hoy fueron los ilusionados de ayer.

40. ¿Quisiera desarrollar un poco ese pensamiento del mal como su propio antídoto?

Es una idea, advierto, de la que no se debe abusar; pero ciertamente ilumina, y lo que es más importante: ¡funciona! Pensemos en la planificación familiar artificial. Es claro que una opción masiva por los métodos ratifícales de planificación es algo perverso, pero eso no es lo que quiero comentar aquí, sino el fruto que de ahí se sigue: habrá países con una tasa de crecimiento tan baja que la población anciana, a la que se le han garantizado incontestables derechos de seguridad social, pronto tiene que ser sostenida por una fuerza laboral decreciente.

A mediano plazo la situación requiere que se aborden políticas nuevas para que llegue mano de obra de inmigrantes... venidos de países donde las tasas de crecimiento natal son mayores porque la planificación artificial es menor. Poco a poco esto va cambiando la etnia de los países. Es algo que ya estamos viendo en Australia, Canadá, España y Canadá, por mencionar sólo algunos ejemplos.

Obviamente el gobierno central intentará que los inmigrantes asuman plenamente los valores y el estilo del país que los acoge, pero es un hecho que esto se logra sólo parcialmente. Un caso interesante, desde mi punto de vista, es el de los países, lamentablemente cada vez más numerosos, que aprueban bajo el rótulo de “pareja” o de “familia” a las uniones de homosexuales. Es claro que el paso siguiente es que estas llamadas “parejas” adopten hijos. El verbo es importante: adoptar. La homosexualidad es estéril y por ello necesita alimentarse de la heterosexualidad. Con una perspectiva “macro”, miremos ahora lo que tiene que suceder en esos países: llegan inmigrantes a los que se les pide su mano de obra, y en cierto modo... sus hijos. He aquí el dilema: si estos hijos se amoldan a las costumbres del país anfitrión, no resuelven de suyo la cuestión demográfica; si no se amoldan, no van a estar dispuestos a aceptar códigos éticos con los que no comulgan, particularmente en lo que atañe a la reproducción humana. ¿Durante cuánto tiempo será sostenible tal situación?

Puede parecer una perogrullada, pero es un hecho que la cultura contraria a la reproducción se destruye a sí misma; tiene su primer enemigo en ella misma.

41. ¿Quiere eso decir que a Ud. no le preocupan decisiones gubernamentales sobre la familia, como la legislación sobre las parejas homosexuales?

¡Desde luego que me preocupan! Sólo que no creo que la preocupación deba enceguecernos. Al contrario: cuanto más preocupados, más lúcidos.

Además, no me queda del todo claro que, como creyentes, nuestra primer lucha deba darse en las cámaras legislativas. Personalmente me llama mucho la atención cómo, en un mundo en el que había un estado de derecho, el apóstol Pablo hizo un uso comparativamente tan pequeño de las posibilidades legales. Por ejemplo: para desilusión de quienes quisieran hallar en la Escritura una justificación a las acciones legales y partidistas inmediatas, ¡ni siquiera desaprobó la esclavitud!

42. ¿Cuál cree Ud. que debiera ser la actitud de la Iglesia?

Tengo cierto temor a preguntas de ese tamaño. La Iglesia tiene siempre mucho que hacer en muchas partes, mejor dicho: en todas partes. La Iglesia está llamada a proclamar el triunfo de la Pascua de Cristo en todo el universo, ¡y eso comprende demasiados tópicos e incontables tareas! Yo diría que la cuestión está en priorizar. ¿Vale la pena centrar esfuerzos en tal o cual proyecto?

43. ¿Y cómo buscar respuesta para preguntas de esa clase? ¿Quién puede saberlo, si todo es necesario?

Yo creo que sí es posible saberlo, no de una manera deductiva y como automática, pero sí desde la gracia particular de asistencia que el Espíritu Santo otorga a su Iglesia. De hecho, una de las principales responsabilidades de los pastores de la Iglesia es suplicar y aplicar el discernimiento sobre qué es lo prioritario.

44. Perdón, ¿y qué le hace suponer que ellos no hacen esas súplicas o que no aplican correctamente lo que ven que se debe hacer o impulsar?

Sería abusivo de mi parte suponer que no tienen discernimiento o que no ruegan a Dios que se los conceda. Sólo que pienso que en esa labor también mis palabras pueden ayudar a iluminar. No es que tenga que hacerse lo que yo digo, ¡ni más faltaba!, sino que considero mi deber ofrecerlo, no para que se haga, sino para añadir un punto de vista, expresado con sinceridad y amor al bien de todos. Ciertamente la Iglesia necesita oír más opiniones y generar más voces.

45. ¿Cuál es la Iglesia con la que sueña Ud.? ¿Qué desearía que le trajera el futuro a la Iglesia?

Casi diría que es la pregunta que estaba esperando. Nuestro mundo semeja un inmenso mercado en el que ya no somos la única ni la última oferta. Nos corresponde “ganarnos” un sitio o “abrir un espacio” en el interés y el corazón de nuestros oyentes. De otro modo hablaremos para las paredes o para nosotros mismos.

Hay un término frecuente en el lenguaje de Internet, un término que suele citarse en su idioma original: visibility. En la Red lo que cuenta es la visibility. Si tienes una preciosa página que sólo tú visitas, no eres “visible”. Y sabes lo que entonces sucede. Una compañía encargada del marketing de estas cosas lo resumió con un lema casi rudo: “Si no eres visible, no existes”.

En los países musulmanes no están prohibidas las religiones distintas al Islam, pero existen leyes que expresamente impiden que en los espacios públicos aparezcan símbolos religiosos que no sean los propios de los seguidores de Mahoma. Está prohibido ser “visible”. Algo así acontece paradójicamente en nuestro mundo occidental super-liberado y super-conectado. El alud de propaganda amenaza con hacerte invisible e inexistente. No es aquí una ley del Estado sino una ley del Mercado (aunque uno puede preguntarse si lo que rige en Occidente son los Estados o los mercados).

Nosotros los cristianos tenemos un mensaje, una noticia. Y somos expresamente enviados por el Señor Jesús y por la Iglesia a anunciar ese mensaje. Lo primero que a uno se le ocurre entonces es que debemos hacer presencia en los “nuevos areópagos”; tenemos que estar ahí: en la televisión, en los periódicos, en la radio y, desde luego, en Internet.

46. ¿Esencialmente está Ud. proponiendo más medios de comunicación en manos de la Iglesia?

Una conclusión tan sencilla no responde lo que debiera, o por lo menos deja abiertas unas cuantas preguntas incómodas como llagas.

Por ejemplo: ¿El ágora contemporánea de los medios de comunicación es un espacio justo? Lo pregunto desde una perspectiva bien concreta. Examinemos la situación de la televisión. Evidentemente es menos que discreta la presencia de la Iglesia Católica en la televisión. Pero, ¿quién determina los precios de un programa? Si cada segundo vale más de un millón de pesos, ¿qué tipo de ingresos es preciso tener para sostener un programa? Creo que en esto podemos resultar ingenuos.

Además, con la millonada del arriendo del tiempo no han empezado todavía los terribles gastos de actores, voces, sonido, luces, estudio, máster, efectos especiales y mil cosas más. Y el hecho es que el posible televidente está habituado por el medio a recibir un producto estéticamente lujoso: todo un regalo para sus sentidos. Si le ofreces programas “artesanales” el rating, que es el que lo determina todo en materia de publicidad, se va al piso, y entonces no tienes quién subsidie ni uno solo de esos millonarios minutos y segundos. Estas cuentas no son imaginarias: son las que han determinado que programas dedicados a la evangelización hayan tenido que salir del aire. Razonamientos semejantes pueden hacerse para otros medios... incluido el hosting que abre la puerta de Internet.

Además, esta presión económica no se limita a autorizar qué espacios, y eventualmente con qué contenidos (para no perder rating) se abren para nosotros. La necesidad de ser rentables nos excluye de una cantidad de iniciativas y espacios. Es algo como lo que nos ha pasado un poco en la educación. Creo que nadie dudará de que en general muchas de nuestras Instituciones, al paso de los años, van tendiendo discreta pero firmemente hacia las clases económicamente más pudientes. No voy ahora a entrar en la consabida polémica sobre quién necesita más evangelización, si el rico o el pobre, o dónde se puede hacer más bien. Lo que quiero destacar es que este tipo de tendencia marca líneas apostólicas en las que poco a poco nos vamos acomodando todos.

47. ¿Cómo se da ese proceso?

Notemos el razonamiento que hemos hecho: hay que evangelizar; para ello hay que ser visibles; para lo cual necesitamos medios; pero los precios de la presencia en los medios los determina el mercado; necesitamos, pues, entrar de lleno en el mercado y asegurar un flujo de ingresos suficiente; para esto es claro que debemos acercarnos y asociarnos con los que tienen esos recursos.

Pregunta: en un esquema así, ¿estamos evangelizando o estamos siendo “evangelizados”? ¿Convencimos del poder de la gracia de Cristo o fuimos convencidos del poder del dinero, los amigos y las influencias?

Alguien podrá suponer que todo esto es “ideal” y “romántico”: un sueño piadoso y fervoroso. Si alguien me dijera que todavía tengo la capacidad de soñar y cuestionar con piedad y fervor, ciertamente estaría brindándome un gran elogio.

Además, yo entiendo que un evangelizador en algo se parece a un vendedor, como ya lo dijo Humberto de Romanis. Y veo a los vendedores, hoy más que nunca, obsesionados en su tarea, centrados en sus cosas, velando por sus intereses. ¿Qué clase de evangelizadores somos, comparados con los que viven y mueren apasionados por sus negocios, su ciencia o incluso el trivial cuidado de su forma física y su belleza corporal?

He visitado muchos lugares y, si voy a ser franco, me cuesta encontrar sacerdotes o religiosos enamorados de la predicación, fascinados por los caminos de la gracia o atribulados por los fracasos en la obra del Evangelio. No digo que somos gente perversa y ruin, sino que con pesar veo cumplirse el reproche de Cristo, cuando afirmó que los “hijos de este mundo” tenían más celo por el lucro que el interés de sus discípulos por la causa del Reino (cf. Lc 16,1-8).

48. ¿Qué queda, entonces, en resumen?

Definitivamente hay que ser “visibles”; esto tenemos que recordárnoslo sobre todo para evitar los vicios propios de la comodidad en las glorias pasadas o en el egoísmo y la negligencia que acechan la hora presente. Pero necesitamos encontrar caminos nuevos de “visibilidad”; necesitamos formas nuevas de relevancia que no nos hagan engranajes de un sistema global de mercado, o que nos saquen de él, si es que le pertenecemos.

Jesús fue propiamente visible sólo en la hora de Cruz. Cuando aquellos de lengua griega vinieron a buscarlo y dijeron a Felipe: “Queremos ver a Jesús”, el Señor comentó: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre” (cf. Jn 12,20-24). Cristo “levantado” es Cristo “visible”. ¿Qué de esa visibilidad hay en nosotros, qué hay de ella en nuestra Iglesia?

Sí: existe la visibilidad de los que quieren mostrarse, y el mundo les cobra millones para concederles una breve y distraída mirada, y existe la visibilidad de los que el mundo tiene que ver. Estos últimos son los testigos del Absoluto, los maestros de naciones, los discípulos creíbles, la gente imprescindible.


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