Esta bióloga cree en Dios, es acelerada pero paciente,
siempre les encuentra lo positivo a las cosas negativas y, como los niños, conserva
la capacidad de sorprenderse con las pequeñeces de la vida. Así es la directora
de Maloka.
"Tengo
un gran defecto: siempre que me preguntan de mi vida privada termino hablando
de Maloka". Eso es algo inevitable en Nora Elizabeth Hoyos pues el Centro
Interactivo de Ciencia y Tecnología, de Bogotá, ocupa la mayor parte de su
tiempo, al fin y al cabo es un proyecto que ayudó a incubar hace 4 años. Hecha
la aclaración, se ubica en su escritorio en el que reluce el orden, firma un
par de documentos e intenta hablar de la vida que lleva cuando está fuera de su
oficina.
Bogotana
de ascendencia caldense, es acelerada pero nunca pierde la compostura. Tiene la
voz tan suave y tranquila y su mirada se fija con tanta dulzura en quienes le
hablan que romper el hielo es una tarea innecesaria.
Antes de
la primera pregunta lanza otra confesión: es cero vanidosa, se maquilla una vez
al día y lo hace a las 5 y 30 de la mañana, poco antes de salir hacia la
oficina, donde trabaja sin tregua desde las 6 y 30 de la mañana hasta quién
sabe qué hora de la noche, pues todo depende del agite del trabajo.
No es
mujer de rituales pero todos los días antes de levantarse reza la oración de
Jabez. Cuatro renglones de un personaje bíblico algo desconocido al que se
encomienda junto con Dios –dice– para que le permitan ser la gota en medio del
lago.
Así
parece ella, delicada y frágil como una gota pero que penetra con vitalidad y
entrega cada cosa que hace. Sabe trabajar en equipo y tiene la habilidad de
convertir a su buen número de colaboradores en uno solo para coronar metas. Una
de las más recientes, que la página web de Maloka figure entre las 100 mejores
del mundo.
Por su
desmedido afán de aprender y de servir a la comunidad, Nora Elizabeth, la mejor
bachiller del colegio Elvira Lleras Restrepo en 1966, ya convertida en bióloga
y luego de estudiar patología ultraestructural en Yale, trabajó un año gratis
en el microscopio electrónico del Instituto de Cancerología. Años más tarde,
como presidente del comité de Ciencias de la Asociación Colombiana para el
Avance de la Ciencia, ayudó a crear la ley de fomento para la ciencia y la
tecnología, y en la historia más reciente –hace cuatro años– sacó adelante el
proyecto de Maloka.
Su
palabra favorita es entusiasmo y su filosofía de vida tener mucha constancia y
paciencia. Por eso pudo conquistar un espacio como bióloga hace 30 años cuando
el campo de investigación era reducido, no existían políticas claras y mucho
menos recursos. "En esa época el hecho de ser una mujer científica e intentar
abrirse camino no se tomaba muy en serio, porque era un espacio casi exclusivo
de los hombres".
Rosas y sueños
Enamorada
de la naturaleza, cultiva rosas en el jardín de su casa y siempre corta una
para adornar su escritorio, porque de esta forma se conecta con los suyos. Es
que ella es una convencida del poder del amor y de que las plantas tampoco
escapan de sus efectos: lo dice mientras señala una gloxínea, una planta de
flores moradas que se achila cuando su dueña se enferma.
No
concibe la vida sin música y desde que tenía 16 años hizo parte del coro del
colegio. Integró la tuna de la universidad de Los Andes y ha pertenecido a
otras cuatro agrupaciones. Ahora, a pesar de que su trabajo no le da tiempo
para mayores distracciones, está conformando su coro de ‘Malokos’.
Nora
Elizabeth es una convencida de que la educación es la clave para el progreso y
el amor para la vida. Cree también en los colombianos; vive fascinada con las
personas que conoce a diario y le concede una importancia suprema a la honestidad.
Cuando
tiene que hablar de sus sueños cita una frase de su colega, el científico
Rodolfo Llinás: "Lo único que diferencia al ser humano de los demás seres
vivos es su capacidad de soñar". Por eso no entiende cómo en Colombia
"al soñador se le tilda de iluso y fantasioso cuando aquí se necesitan con
urgencia ‘soñadores realizadores’". Ella, por supuesto, tiene muchos
sueños por realizar: "terminar la segunda etapa de Maloka, lograr
cobertura nacional, diseñar el país que nos merecemos. ¡Ah!, y tener más tiempo
para mi familia".
Amor cómplice
En los
logros de su vida profesional no ahorra palabras para hablar del apoyo
incondicional de su esposo, el empresario caldense Ernesto Aristizábal. Para
Nora ha sido un compañero inmejorable pues ha compartido sus retos y
preocupaciones y en 15 años de matrimonio ha comprendido "que las mujeres
todavía estamos en sándwich y tenemos que hacer de orquesta para sacar adelante
el trabajo y el hogar. Por esa complicidad y porque tiene que oírme a las tres
de la mañana, cuando me despierto pensando en cómo saco adelante algún proyecto
o de dónde saldrán los recursos para sostener Maloka, él merece gran parte del
crédito".
Se
conocieron en unas vacaciones en Santa Marta, seis meses después se
reencontraron, pero su relación despegó gracias a la amistad de sus hijos. Nora
Elizabeth tiene a Lina María y Juan Guillermo de su primer matrimonio y Ernesto
a Angélica María y Juan Alberto. Ninguno se enrutó por la ciencia o la
tecnología: son administradores de empresas y comunicadores sociales.
En sus
pocos ratos de ocio le encanta reunirse con ellos a conversar o compartir
planes de ecoaventura y salir a recorrer el país en carro. Cuando no está con
sus hijos les dedica gustosa el tiempo a sus otros pequeñines: el enjambre de
niños y adolescentes que la visitan a diario en Maloka.
Tal vez
por eso cuando se le pregunta por recuerdos imborrables menciona el día en que
un grupo de niños de Ciudad Bolívar le dijo: ‘Señorita, déjenos entrar de nuevo
a la caja que cambia a las personas". Se referían al ascensor. Para ella,
que se deja sorprender con las cosas simples de la vida, la petición la dejo
atónita pues comprobó, una vez, más que no todos los colombianos tienen
igualdad de oportunidades y que ella tiene más razones para mencionar a Maloka
cuando le preguntan de su vida privada.
Por Flor
Nadyne Millán M.
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