Poesía Bella, 3
Matilde Alba Swann
Ven acá mi pequeño, ya está limpia la mesa,
y trae tus cuadernos.
Me quedaré aquí cerca, mirando cómo estudias.
En voz alta, te ruego, que aunque yo no comprenda
ha de saberme a música.
Tú sí, harás cosas buenas, cuando seas el hombre
bien hombre que yo espero.
Y cuando tú seas, así como te quiero,
como la miel de bueno, como el dolor profundo,
como el acero, recio,
con todo lo que sepas y todo lo que sientas
podrás cambiar el mundo.
Tú verás hijo mío,
por qué no alcanza el trigo para todas las mesas
y no hay calor bastante, y hasta el aire escasea.
En voz alta te ruego, aunque yo no comprenda.
Tú encontrarás la forma, tú hallarás la manera
de que cesen los hombres de padecer miseria.
El cansancio, ya siento, doblega mi cabeza,
pero yo necesito compartir en fatiga
la carga de tu esfuerzo.
Tu voz nombrando mares, montañas, diques, puertos,
me arrulla y reverdecen
ternunas de mi infancia marchitas en el tiempo.
Y soñando en el hombre que serás, mi pequeño,
como un niño que espera
que el alba nueva traiga cumplida una promesa,
feliz me iré durmiendo...
Y la noche está fría, y es de hielo el silencio,
montañas, mares, puertos,
ya apenas si te escucho; cuando tú seas grande,
cuando tú sepas mucho,
hallarás la manera de mejorar el mundo.
Fr. Nelson Medina, O.P.
Tarda el alma en comprender
que aquello que Dios le ha dado
si después le fuere quitado
será sólo por su bien.
Y tarda más en aceptar
que si todo ha de partir
empezarse a despedir
es ser sabio de verdad.
Tarda el alma en acoger
con genuina gratitud
el abrazo de la cruz
y el sendero de la fe.
Pero al fin triunfa el amor,
y, pasada noche oscura,
el alma goza y se inunda
de la paz de Cristo Dios.
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