PEDRO MEJIA
Es la historia que, estando una vez Nicolau, marqués de
Ferrara, pasando el tiempo en pláticas con un truhán suyo, le preguntó de qué
oficio le parecía a él que había más número de personas en Ferrara, y el loco
discreto le respondió que de médicos, y el marqués, oyendo esto, se rió y burló
de él diciendo:
—Simple, ¿no ves que
no hay en la ciudad más de cinco o seis médicos y hay más de trescientos
zapateros y de muchos oficios otros tantos? ¿Cómo dices eso?
El truhán le respondió: -Señor,
como estáis ocupado en cosas muy grandes no tenéis estas cuentas por menudo ni
sabéis los vasallos que tenéis; pues hágoos saber que lo que os digo es la verdad,
que del arte que más hombres hay en Ferrara es de medicina, y apuesto
doscientos ducados que es así.
El marqués se tornó a reír de él y a contradecirle. Y en
conclusión la apuesta se hizo, y lo olvidó luego y se descuidó. Pero el
chocarrero, que tenía codicia del dinero apostado, habiendo bien pensado su
negocio, se levantó otro día de mañana, que era domingo, y se rebozó el rostro
y puestas unas estopas o lanas en un carrillo, fingiendo que tenía grande dolor
de muelas, púsose a la puerta de la Iglesia Mayor y cabe sí un muchacho hijo
suyo, que escribía bien, con tinta y un papel para lo que diré.
Y como él era conocido, los que entraban y salían todos le
preguntaban qué mal tenía y él respondía a cada uno que muy gran dolor de
dientes y muelas, que por amor de Dios le dijesen qué haría, y como todos
presumimos de dar consejos a los que vemos padecer algún dolor, cuantos pasaban
le decían algún remedio que hiciese y el muchacho lo escribía luego y los
nombres de los que lo decían. Y habiendo estado allí lo que convenía y escrito
harta copa de nombres y medicinas, hizo el mismo día otro tanto por diversas
casas y calles de la ciudad y siempre con su rapaz que escribía; y al cabo, así
como estaba, se fue al palacio del marqués, que estaba ya olvidado de la porfía
y apuesta, y como el marqués lo vio así, cayó en lo que todos; que
preguntándole qué mal tenía y siendo respondido como a los otros, le dijo
también que hiciese no sé qué y luego sería sano.
El truhán dijo que le besaba las manos y después de estar un
poco con él disimulando, se vino a su posada, sacando en limpio todo su proceso
de aquel día, hizo una memoria de más de quinientos médicos (y al marqués por
principio y cabeza de todos) y los consejos que le habían dado.
Y otro día vínose a palacio sin rebozo, como ya sano, y
díjole:
—Señor, ya vengo sano,
como curado por el más honrado médico de Italia, que sois vos; porque con el
buen consejo que me distes, sané; pero mándame pagar la apuesta, porque os hago
saber que para el mal que he tenido hallé en Ferrara todos los médicos de este
memorial y si más quisiera buscar, más hallara.
El marqués, tomando el cuaderno y viéndose puesto así propio en cabeza y otros muchos hombres principales que allí venían, se rió muy mucho, y se confesó por vencido, y mandó pagar luego lo que había apostado con el truhán.
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