Convidó el Duque a Don Quijote con la cabecera de la mesa; y
aunque él lo rehusó, las importunaciones del Duque fueron tantas, que la hubo
de tomar. El eclesiástico se sentó frontero, y el Duque y la Duquesa a los dos
lados. A todo estaba presente Sancho, embobado y atónito de ver la honra que a
su señor aquellos príncipes le hacían; y viendo las muchas ceremonias y ruegos
que pasaron entre el Duque y don Quijote para hacerle sentar a la cabecera de
la mesa, dijo:
—Si sus mercedes me dan
licencia les contaré un cuento que pasó en mi pueblo acerca de esto de los
asientos, y el cuento que quiero decir es éste: Convidó un hidalgo de mi pueblo
muy rico y principal, porque venía de los Alamos de Medina del Campo, que casó
con doña Mencía de Quiñones, que fue hija de don Alonso de Marañón, caballero
del hábito de Santíago, que se ahogó en la Herradura, por quien hubo aquella
pendencia años ha en nuestro lugar, que a lo que entiendo mi señor don Quijote
se halló en ella, donde salió herido Tomasillo el travieso, el hijo de
Balbastro el herrero. ¿No es verdad todo esto, señor nuestro amo?, dígalo por
su vida, porque estos señores no me tengan por algún hablador mentiroso. -Hasta
ahora -dijo el eclesiástico- más os tengo por hablador que por mentiroso; pero
de aquí adelante no sé por lo que os tendré. -Tú das tantos testigos, Sancho, y
tantas señas, que no puedo dejar de decir que debes de decir verdad; pasa
adelante, y acorta el cuento, porque llevas camino de no acabar en dos días.
-No ha de acortar tal -dijo la Duquesa- por hacerme a mí placer, antes le ha de
contar de la manera que le sabe, aunque no le acabe en seis días, que si tantos
fuesen, serían para mí los mejores que hubiese llevado en mi vida.
—Digo, pues, señores
míos -prosiguió Sancho- que este tal hidalgo, que yo conozco como a mis manos,
porque no hay de mi casa a la suya un tiro de ballesta, convidó a un labrador
pobre, peor honrado. - Adelante, hermano
-dijo a esta sazón el religioso-, que camino lleváis de no parar con vuestro cuento
hasta el otro mundo. -A menos de la mitad pararé, s¡ Dios fuere servido
-respondió Sancho-; y así digo, que llegando el tal labrador a casa del dicho
hidalgo, convidador, que buen poso haya su ánima, que ya es muerto, y por más
señas dicen que hizo una muerte de un ángel, que yo no me hallé presente, que
había ido por aquel tiempo a segar a Tembleque. -Por vida vuestra, hijo, que
volváis presto de Tembleque, y sin que enterrar al hidalgo, si no queréis hacer
más exequias, acabéis vuestro cuento. -Es pues el caso -replicó Sancho- que
estando los dos para asentarse a la mesa, que parece que ahora los veo más que
nunca...
Gran gusto recibían los Duques del disgusto que mostraba
tomar el buen religioso de la dilación y pausas con que Sancho contaba su cuento,
y don Quijote se estaba consumiendo en cólera y en rabia.
—Digo así -dijo Sancho- que estando como he dicho, los dos para asentarse a la mesa, el labrador porfíaba con el hidalgo que tomase la cabecera de la mesa, y el hidalgo porfíaba también que el labrador la tomase, porque en su casa se había de hacer lo que él mandase; pero el labrador, que presumía de cortés y bien criado, jamás quiso, hasta que el hidalgo mohíno, poniéndose ambas manos sobre los hombros, le hizo sentar por fuerza, diciéndole: -Sentaos, majagranzas, que adonde quiera que yo me siente será vuestra cabecera: y éste es el cuento, y en verdad que creo que no ha sido aquí traído fuera de propósito.
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