Diagnóstico y Remedio
Por: Fr. Ernesto J. Mora, O.P.
Cada vez que leemos el Antiguo Testamento comprobamos una cosa: cuando el Pueblo de Dios era infiel a la alianza con Dios sellada en el Sinaí, y se volvía a los ídolos abandonando al Dios fiel, entonces Dios permitía que vinieran los pueblos vecinos y causaran estragos con la guerra, hasta el extremo de llevarlos incluso al destierro. Mas cuando clamaban al Señor y se comprometían a ser fieles a la alianza, es decir: al cumplimiento de sus mandamientos y al culto sincero, no sólo con los labios sino con el corazón, Dios bendecía a su pueblo.
Meditando la Carta a los Romanos, en el capítulo primero,
versículo 18 y siguientes, nos dice el apóstol Pablo que «la cólera de Dios se revela desde el cielo contra
toda impiedad e injusticia de los hombres que aprisionan la verdad en la
injusticia». Por "cólera de Dios" podemos entender aquí la
multiplicación de los pecados. ¿Y por qué se multiplicaron los pecados? Por no
reconocer a Dios que se manifiesta a todas las mentes a través de sus obras.
Continúa el
apóstol diciendo que «lo invisible de Dios desde la creación del mundo se deja
ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno, su divinidad, de
forma que son inexcusables, porque habiendo conocido a Dios no lo glorificaron
como a Dios ni le dieron gracias».
Esto lo
decía San Pablo de los gentiles, que no conocían el Evangelio. ¿Qué nos diría
el apóstol hoy, cuando tenemos el Evangelio con la experiencia histórica de dos
mil años? Que la cólera de Dios se manifiesta contra nosotros por tanto pecado
reinante, tanta corrupción, tanto refinamiento de vicios, tanta deshonestidad
administrativa —es decir: mal uso de los bienes que pertenecen al pueblo—,
tanto irrespeto al don de la vida.
¿Por qué
todo esto? Porque no hemos reconocido a Dios en nuestra vida, ahora que tenemos
el conocimiento del Evangelio de Cristo, su amor redentor y el don de su
Espíritu Santo. Y con todo esto no lo glorificamos ni le damos gracias. Esto es
lo que Pablo llama la impiedad. por eso, refiriéndose a los gentiles que
se volvieron impíos dice: «se ofuscaron sus razonamientos y su insensato
corazón se entenebreció; jactándose de sabios se volvieron estúpidos; cambiaron
la gloria de Dios por los ídolos».
¿Qué sucede
con el pueblo colombiano, con la multiplicación de tanta maldad? Aunque no
dudamos de que hay mucha gente buena y santa, también hay mucho olvido de Dios
y mucho amor a este mundo, lo cual es una idolatría; y esto conduce a la
insensatez de corazón y se oscurece la razón, hasta llegar a la más pérfida
maldad.
Como se ha
sacado a Dios y a su Hijo Jesucristo de la nación, de las escuelas y del hogar,
no nos extrañemos de lo que nos pase. Como se ha cambiado la verdad por la
mentira; como en lugar de adorar a Dios se sirve y adora a la creatura, «por
eso los entregó Dios a pasiones infames... y como no tuvieron a bien guardar el
verdadero conocimiento de Dios, Dios los entregó a su mente insensata» (Romanos
1,24-28).
Es esto lo
que nos está pasando. De este callejón hay una salida: volvamos a Dios, a
Jesús; démosle el puesto que le corresponde en nuestra vida; vayamos a Misa el
domingo; oremos a solas y en familia. ¿No seremos capaces de apagar el
televisor al menos 15 minutos para la oración en familia, especialmente con el
Santo Rosario?
En la
diócesis de Villavicencio se está fortaleciendo la práctica del Santo Rosario
en familia. Esperamos que en cada parroquia se incorpore el mayor número de
familias para orar con el Rosario por la santificación de la misma familia y
para elevar al Señor un clamor diario pidiendo el don de la verdadera paz.
Volvamos a Dios y la paz brotará en nuestra tierra.
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