¿Cómo volverá Cristo a Europa?
Nelson Medina, O.P. Cristianos Confinados a
la Irrelevancia
Bueno, Cristo
no se ha ido de Europa: es Europa, o una gran parte suya, la que ha dejado a Cristo.
Y la pregunta es si ese estado de cosas podrá revertirse, es decir, si
veremos un cristianismo socialmente reconocido y floreciente en el continente
europeo. Los
indicadores actuales son menos que aceptables: desde el laicismo crispado de
los franceses --o de la Francia en el gobierno-- hasta el paganismo
entusiasta de la Escandinavia, pasando por los hielos del racionalismo inglés
y la indiferencia de la nación alemana. Parece que la tácita consigna fuera
que ser más europeo es ser menos cristiano. A lo sumo, es de recibo un cristianismo
“menor,” algo que no haga mucho estorbo y que sirva para darle un poco de sal
a una conversación de salón. Lo cristiano es una anécdota, es una novela
medieval, es una película sobre la Inquisición (nunca acabarán), es una
catedral impávida, espectadora muda de una ciudad que a su vez la tolera en
razón del turismo que atrae. Y si
quedan grupos --grupúsculos-- de cristianos entusiastas, existe ya un rápido
diccionario para descalificar lo que pretendan. Si aplauden y alaban a Dios,
son fanáticos pentecostalistas; si defienden la vida del embrión y se
manifiestan en defensa de la familia tradicional, son fundamentalistas católicos;
si predican con fervor, son ilusos; si invitan a la oración, son por decir lo
menos unos ignorantes, que desconocen los últimos avances de la meditación,
el yoga, el channelling, y todo lo de hoy. El
cristiano, no cualquiera, sino el que quiera hacer visible su fe, es
prontamente maniatado y relegado a la irrelevancia. Proceso que se realiza
sumariamente, ágilmente, como cosa ya sabida y caso ya resuelto: “¡Ah, tú
eres de tal grupo! Mira, tu lugar y tu casilla son estos: vete a tu rincón y
procura no fastidiarnos.” Teóricamente
es posible salirse de ese corral. Es posible, por ejemplo, hacer una ONG.
Callar todo el mensaje y explicar de
la manera más convincente posible que uno no está predicando nada, que
uno va a ayudar por igual a todos, que toda la ayuda será invertida en bienes
y servicios comprobables y certificables por terceros. Si tienes éxito en
demostrar que Cristo importa tan poquito que casi podría no estar, y que en
realidad tú haces las cosas por amor a la gente y no por una motivación “sobrenatural,”
entonces tu ONG recibe dinero y es socialmente viable. Así que
los tiempos no son los mejores para el cristianismo. El Islam a las Puertas
Yo me
acuerdo de un libro de Vittorio Messori en que se pregunta por el papel de
Islam en la historia; algo así como “¿por qué Dios permitió que existiera el Islam?”
Y su respuesta, dicha de modo simplísimo, es: a modo de acicate, de desafío.
Hay mucho que criticar a Messori, pero quizá los hechos le estén dando la razón,
después de todo. Frente a
una amenaza musulmana compacta y vigorosa, Europa no puede negar estas tres
cosas: (1) Hay
una motivación religiosa detrás de los ataques de Al Qaeda, y los cargos de
que se imputa a Europa son, ante todo, su cristianismo, así la misma Europa pretenda
verse y presentarse como imparcial y aséptica a lo religioso. (2) El
arrojo de los atacantes, que es fácil calificar de demencia o de fanatismo, tiene
también un motivo religioso. Es gente que está dispuesta a morir por algo. Europa
carece de ese caudal de locura o de amor, según se mire. En todo caso, la Historia
muestra que, sin la capacidad de morir por lo que uno cree, uno se vuelve
cobarde, y las guerras las pierden los cobardes. (3) En el
supuesto de un cese de hostilidades del lado musulmán, ¿qué queda en Europa?
¿No es el asco, no es el hastío, no son el egoísmo refinado y la soledad más yerta
quienes parecen extenderse por doquier? ¿Es entonces tan sencillo decir que
del Mediterráneo hacia abajo empiezan la barbarie y el fanatismo y que de esa
frontera hacia arriba están la racionalidad y le paraíso? Todo eso
no significa que Europa vaya a buscar los templos y se apreste a oír a los
predicadores cristianos. Yo no esperaría jornadas intensas de confesiones ni
largas vigilias ante el Santísimo, aunque quizá ello sería lo más sano y
saludable para todos. Simplemente anoto que la amenaza musulmana probablemente
terminará reviviendo las preguntas, las preguntas hondas sobre el sentido de
la vida y el modelo de la sociedad. Y es un favor que habrá que agradecer a
los devotos de Alá, porque revivir las preguntas es no dar por hechas las
respuestas. Y el hecho parece ser que una sociedad tecnológicamente avanzada
y económicamente exitosa termina durmiendo sobre sus éxitos, a precio de
silenciar las cuestiones hondas y vitales. Fogatas de fe
En otro
sentido, encontramos las que podríamos llamar “fogatas de fe,” es decir, los
grupos tipo renovación carismática, camino neocatecumenal, o en general aquellos
que han nacido al calor de un movimiento eclesial. Sus características son
reconocibles en medio de las explicables diferencias: fe explícita, moral
clara, celebración litúrgica viva, acción social o eclesial definida, una
nueva valoración de lo comunitario y el cara-a-cara. Se les ha
criticado con rabia, dentro y fuera de la Iglesia Católica, y quizá esa sea
la señal más clara de que algo interesante está sucediendo en estas “fogatas.”
Con todo, yo tampoco esperaría que la red de fogatas llegara a producir un
cambio en el clima social con respecto a la religión. La razón es que una “fogata”
sufre pero también aprovecha la sensación de ser minoría, porque el ser minoría
te da un cierto sabor de haber sido elegido, de ser distinto, y eso va unido
a otros sentimientos que pueden incluso darse, como sentirse mejor que otros,
o tener derecho a condenar al mundo, y así sucesivamente. No es muy
cristiano, pero sucede. Además, ser minoría hace que tu pequeña comunidad o
grupo se convierta en un refugio emocional o incluso en un escape. No niego
las virtualidades y posibilidades de las fogatas de fe, que en muchos casos
son los único que nos está sosteniendo a la mayor parte de quienes somos creyentes
y evangelizadores en Europa, pero precisamente por su valor intrínseco es
deber nuestro mirar qué pueden y qué no pueden; qué están haciendo y qué están
preparando para que suceda más adelante. Por ejemplo, si parte del éxito de
las fogatas de fe viene del sentimiento de ser pocos y elegidos, es claro que
esta motivación declinará a medida que haya un cierto éxito. Aún más: es
posible que toda la afinada capacidad de crítica hacia el mundo se vuelva
después agria crítica hacia la propia comunidad o hacia la Iglesia. Esto podría
explicar la gente que queda “vacunada” de la Renovación Carismática, por
ejemplo, una vez que comprueban que, como era natural, no hay sólo santidad
en las comunidades que alaban con gozo a Jesucristo. Aun con
esos reparos, hay que decir que los movimientos eclesiales están brindando a
Europa algo irremplazable. Si bien ellos no serán “la” solución ni cabe
esperar una Europa con millones y millones de fogatas, sí es verdad que en
esas fogatas se cocina algo que va más allá de los movimientos mismos. Los
renovadores de la fe, en Europa y el mundo; los nuevos fundadores y los
nuevos sacerdotes muy probablemente habrán pasado por la experiencia
imborrable y grata de haber sido alimentados y tenidos en cuenta como seres únicos
y amados en alguna “fogata de fe.” ¿Y la Iglesia “de siempre”?
Junto a
las “fogatas de fe” coexiste la Iglesia “de siempre,” la del bautismo del
sobrino y el matrimonio de la prima; la del funeral de la abuelita y la misa
del domingo. Esa no se ha acabado. Parece languidecer y quedarse sólo con los
adultos muy mayores, pero de hecho reúne muchas veces más personas que todos
los movimientos eclesiales juntos. Además, es la primera referencia, buena o
mala, de “cristianismo” que tiene existencia social como tal. Es la iglesia
también más directamente relacionada con la jerarquía eclesiástica, y por
tanto, la que “pone la cara” cada vez que algún monseñor dice algo o declara
algo. También
en la Iglesia “de siempre” veo yo las obras educativas regentadas por comunidades
religiosas. Incluso la vida religiosa como tal, en otro tiempo más
equiparable a los actuales movimientos eclesiales, hoy está más en la orilla
de “lo establecido,” simplemente porque ya está muy inserta en el conjunto
del tejido social y tiene que responder ante las instancias del Estado, como
decir el ministerio de educación para el caso de los colegios. El hecho es
que los servicios que la vida religiosa ofreció un día como vanguardia en la
caridad han pasado mayormente a control y presupuesto del Estado y por tanto
son leídos ahora no como expresiones de benevolencia sino como obligaciones
de un aparato social que puede usar o no unos funcionarios que serían los
religiosos. El
cuadro, sin embargo, no es tan simple, si se piensa, por ejemplo, en las
implicaciones de la enseñanza de la religión. La razón por la que hay polémica
en este punto creo yo que es que la clase de religión es la intersección
misma entre lo mínimo que los cristianos pueden pedir al Estado para existir
socialmente en las nuevas generaciones y lo máximo que el Estado está
dispuesto a conceder a un grupo particular de sus ciudadanos. Lo cierto del caso
es que, por lo menos si se mira a países como Inglaterra o Alemania, la
batalla parece perdida, en el sentido de que parece que poco puede esperarse
de fuerza evangelizadora de la clase de religión entendida en los parámetros
de un Estado fervorosamente aconfesional. Esto
dicho, sin embargo, pienso que nadie debe desestimar las sorpresas que vengan
de la Iglesia “de siempre.” Y en todo caso, dígase lo que se quiera de las
parroquias, la Iglesia Católica no tendrá otro modo real de presencia en el
80% o más de los lugares si no es a través de sus párrocos y sus parroquias.
Cosa que nos hace recordar el proceso que vivió el catolicismo en torno al Concilio
de Trento. En aquella época, a lo doctrinal y teológico, como las cuestiones
sobre la esencia de la justificación, vino luego lo litúrgico y lo pastoral.
Pero entre lo uno y lo otro, santos con la visión profética de Felipe Neri o
con la visión amplísima de Carlos Borromeo percibieron que hacía falta cuidar
el eslabón clave: el sacerdote. Después de ellos, otros grandes, en Italia y
sobre todo en Francia, dejarían su huella en el camino de renovación de la
Iglesia: Vicente de Paul, Olier, Eudes... Una Asomada al Futuro
Creo que aquella
historia se dará en nuestros días también. Me explico: el proceso, como lo
imagino, tendrá varias fases. Reflexionando y orando he pensado que quienes
hoy vivimos apenas veremos algo de la primera. La secuencia quizá será esta: (1) El
proceso de descristianización o secularización avanzará. Algunas de las
fogatas de fe se afianzarán y poco a poco la Iglesia joven irá dando un
vuelco, a veces agresivo, hacia las posiciones conservadoras, simplemente
porque la mayor parte de las vocaciones vendrán de experiencias de fe en las
que la conversión moral ha tenido un peso específico grande. Entre tanto, el
decrecimiento de la población joven, el aumento de la inmigración, las
tensiones raciales y tendencias xenofóbicas avanzarán en paralelo con nuevas
amenazas de parte de los grupos terroristas. No creo, sin embargo, que haya
que suponer victorias del Islam más allá de lo simbólico o emblemático; es
decir, no pienso en ningún gobierno fundamentalista islámico gobernando en el
Occidente europeo. (2) Si la
Iglesia aprobara la ordenación de hombres casados o si se perpetuara en el
interior de la academia teológica la discusión sobre la ordenación de mujeres,
se retrasaría mucho la nueva oleada de sacerdotes, que vendrán, como ya se
dijo, con tendencias de cuño más conservador que el promedio actual. Sin
embargo, los claros precedentes que ha dejado Juan Pablo II hacen muy difícil
que esas hipótesis se presenten, de modo que la discusión de tales temas irá
quedando relegada a una curiosidad de tertulias entre gente mayor. Será el
tiempo de ir viendo cómo surgen ya no “fogatas” sino como “islotes,” algunos
de los cuales serán herederos de los actuales experimentos eclesiales
(Comunidad Emmanuel, León de Judá, Foyer de Charité). Los movimientos como
tales irán declinando en su componente laical-horizontal, especialmente a
causa de la desaparición de las figuras carismáticas iniciales (Kiko Argüello,
Mons. Luigi Giusani, por ejemplo). Tales “islotes,” con todo su impacto
social, se verán primero en los Estados Unidos y detrás de su ejemplo, en
Europa. El éxito de este modo de vivir la fe, que implicará parroquias
asociadas o pequeños poblados enteros, dependerá de su capacidad de lanzar
políticos coherentes con estos principios, no para discutirlos ante los
grandes parlamentos (como hoy se hace con lo del aborto, por dar un ejemplo),
sino para defender su viabilidad y custodiar su realización en los islotes
respectivos. Aunque imagino este proceso casi simultáneo en Europa, supongo
que los primeros países implicados serán Italia, Francia, España y Alemania,
quizá en ese orden. (3) Vendrá
entonces una gran renovación de las Comunidades Religiosas, aunque
ciertamente muchas ya habrán dejado de existir (estamos hablando de unos 50-80
años adelante). Una cierta primavera para el franciscanismo habrá acompañado
la fase anterior, la (2), aunque sin demasiado protagonismo. Los dominicos
creceremos paulatinamente, sin mayor sobresalto y sin mayor relieve. El panorama
cambiará a medida que se haga necesario comprender y dirigir los procesos
nuevos de esos “islotes.” Para entonces la Compañía de Jesús habrá desechado
la mayor parte de los experimentos pastorales y teológicos con que hoy se le
asocia y bajo liderazgo entusiasta de algún mediterráneo, probablemente un
español, tendrá un crecimiento cuantitativo y cualitativo asombroso. De aquí
a unos cien años por primera vez la Iglesia sentirá que, como conjunto, está en
mejor condición de lo que fue el siglo XX. (4) La
globalización, para aquel entonces, habrá completado su primer gran ciclo y
el mundo será presentado de manera sumamente unificada en los estudios
iniciales de chicos y chicas. La Orden Benedictina florecerá especialmente en
aquel tiempo y las vocaciones contemplativas conocerán horas sorprendentes.
Por primera vez habrá la sensación de que el Evangelio realmente avanza en
Asia y ello despertará también una oleada de vocaciones, esta vez en Europa,
como no se la veía desde hacía muchos siglos. Es posible que a finales de ese
siglo XXII el ecumenismo entre en una fase sin antecedentes y se llegue casi
a palpar la unidad de los cristianos, aunque de la fecha probable de esto último
no estoy seguro. + |