Carta a un homosexual

Por: Un predicador católico

Grandeza del amor de gratuidad

Querido amigo:

 

La alegría, la felicidad y plenitud, para quien sabe amar en gratuidad, esto es, por el amor mismo, están en el acto mismo de amar.  Todo esto independientemente de que ese amor sea correspondido o no.  El amor verdadero no necesita ser correspondido para dar al que ama la verdadera felicidad y la verdadera plenitud.  El amor basta por sí mismo para quien de verdad sabe amar.  Cuando un hombre ama y espera ser correspondido en su acto de amar, nos encontraremos en presencia no de un amante, sino de un indigente del amor, es decir, uno que necesita mendigar un afecto, una caricia, un gesto de ternura o de complacencia.  ¿Es bochornosa la mendicidad?  ¿Es vergonzante pedir?  ¿Por qué sentimos una vergüenza secreta cuando tenemos que pedir algo?  Pues bien, la suprema vergüenza se debe experimentar, sí, pero cuando lo que mendigamos es afecto.  Por el contrario, ¡qué plenos! ¡Qué felices! ¡Qué realizados! Pleno, feliz y realizado el hombre que encuentra todo eso en el amor.

Si quieres, mi querido amigo, vivir la experiencia de la plenitud, de la felicidad y de la realización verdaderas, no dudes nunca de que eso lo podrás conseguir en la medida en que sepas amar sin esperar algo a cambio.  Un autor que leí hace mucho tiempo, define la amistad como “amor en reciprocidad”, es decir, cuando damos amor sin esperar ser correspondidos, pero obtenemos una respuesta a ese amor en gratuita correspondencia, nos encontramos en la presencia de la amistad.  La amistad, por ser un amor gratuito vivido en lo más íntimo de la reciprocidad, no se busca –eso sería mendicidad-; no se espera, ni siquiera debe desearse... La amistad es un don, un regalo que Dios nos hace en el marco del camino de nuestra vida.  La actitud, pues, que debemos tener ante la amistad es la que tenemos frente a un regalo: la disponibilidad a recibirla.  Hace muchos años, cuando yo era estudiante, me confesé con un fraile sacerdote, de la Orden de los Frailes Menores Capuchinos; hablándome de la amistad, me dijo: “mira, para llegar a ser amigos, es necesario comer muchos sacos de sal juntos”.  ¿Qué significa esto?  La sal se tiene que comer poco a poco.  Nunca podemos comer sal a puñados.  ¿Cuánto tiempo necesitaríamos para llegar a comernos muchos sacos de sal?  Indudablemente, mucho tiempo.  De igual manera, para llegar a ser amigos, se necesita dejar que pase mucho tiempo.

¿Homosexualidad o personas homosexuales?

Y ahora quiero entrar en el terreno de la homosexualidad, del “amor” homosexual y de la amistad en la vida homosexual... El de la homosexualidad es un terreno en el que más son los puntos sin clarificar, que los ya clarificados.  La ciencia no ha tenido la capacidad, por ejemplo, de determinar la etiología, es decir, el origen de la homosexualidad y cuáles son los factores que permiten su existencia.  Ante esta problemática hay quienes, incluso, prefieren hablar de “personas homosexuales” y no de la “homosexualidad”, puesto que las manifestaciones de la vida homosexual suelen ser tan variadas  como las personas homosexuales mismas.  Yo considero que hablar de “personas homosexuales” es más apropiado, porque lo que define a una persona, no es precisamente la orientación sexual que ésta tenga, sino su condición de persona, con una dignidad inalienable que nace del hecho de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios.  Si llegarámos a reducir a la persona a su orientación sexual, nos expondíamos empobrecerla a un nivel tal, que la estaríamos despojando de su condición más sagrada.  ¡No! La persona, si bien es cierto que está condicionada por su orientación sexual, no es menos cierto que ésta es sólo una parte de aquélla.  La orientación sexual está en función de la persona, y no al revés.

No obstante, aunque de suyo son más las que cosas que no se tienen claras que las que sí a propósito de la homosexualidad, la observación y la ciencia nos han dado la posibilidad de hacer algunas puntualizaciones respecto de la homosexualidad.  Tal es el caso, por ejemplo, de la psicología homosexual.  La psicología de la persona homosexual es profundamente compleja, ya veces llega a niveles de complicación verdaderamente alarmentes.  ¿Por qué?  La misma persona homosexual, en muchos casos, se encuentra frente a una orientación sexual que ella misma no escogió.  Frente a esta realidad, aparece el sentimiento de impotencia al no poder “cambiar” la orientación.  Esta impotencia engendra, normalmente, el sentimiento de frustración, y a la frustración se añade a la censura que viene de la sociedad y de algunas instituciones en general.  La persona homosexual es objeto de la censura, a veces despiadada, de los distintos componentes de la sociedad, y esto es el punto de partida para que la persona homosexual se vea condenada a llevar una doble vida.  Frente a la sociedad, se asume el rol psicológico que nace del sexo: se es varón o se es mujer.  Pero en la intimidad, en el reducido círculo de “amigos”, se puede dar rienda suelta al comportamiento homosexual sin temor a la censura, a la descalificación y a la condena.

Itinerario de un homosexual

Antes de llegar a “asumir” su orientación sexual, la persona homosexual sufre los horrores de condenarse a sí misma.  A los sentimientos de frustración engendrados por la impotencia de “cambiar”, se suma el autocastigo y el autorreporche por ser “diferente” a los demás.  Sin embargo, una vez “asumida” la orientación sexual, la persona homosexual está en condición de posibilidad, en la mayoría de los casos, de vivir el desenfreno y el desorden en todos los niveles.  Esto se da, por ejemplo, en la impunidad con que comienza a llevar una vida doble, visitando lugares y círculos donde se puede manifestar como persona homosexual abiertamente.  En todo este proceso, la persona homosexual es capaz de conocer los niveles más macabros de degradación humana; la frecuencia a las saunas, a los bares, a las zonas de encuentros, son sólo algunos medios por los que la persona homosexual puede llegar a degradarse y a poner en serios paréntesis su condición de dignidad de persona humana.  Por esta razón, es frecuente que la persona homosexual esté condenada a morir de enfermedades como el SIDA, que tienen, todavía en la actualidad, una inmensa connotación de carácter moral.

Junto a esta primera etapa, en el que el homosexual “asume” su condición, aparece otra de las características que definen la conducta homosexual: la promiscuidad.  La inmensa mayoría de los homosexuales no reparan en las personas más que en sus atributos físicos.  Los atributos físicos son las condiciones para que una persona homosexual se sienta atraída o no hacia otra.  En este sentido, se ha creado toda una cultura del tipo de hombre del que gusta una persona homosexual.  Ateniéndonos a lo dicho anteriormente, sobre la variedad de formas que reviste la homosexualidad, normalmente los hombres que son objeto del gusto y atracción de las personas homosexuales son aquellos que tienen estatura alta, con cuerpos moldeados en gimnasios y vestidos al modo que podríamos llamar “pop”.  Esto, aunque no siempre y en todos los casos, suele ser la constante en el comportamiento de las personas homosexuales.

¿Amor homosexual?

Ahora bien, ¿es posible el amor entre los homosexuales?  O, formulada más concretamente, ¿es posible que una pareja homosexual pueda llegar a la complementariedad en el afecto?  La psiquiatría y la psicología, en este particular, tienden a ser enfáticas: no es posible, en un máximo porcentaje, que las personas homosexuales que deciden vivir en parejas, logren la firmeza, la estabilidad y el equilibrio que sí es posible encontrar, por ejemplo, entre las parejas heterosexuales.  ¿Por qué esta imposibilidad?  Básicamente porque el fundamento de este tipo de parejas no es el amor, sino un sentimiento narcisista –y por tanto indigente- de búsqueda desordenada en la otra persona de lo que no se tienen en sí mismo.  Dicho más claramente, la persona homosexual piensa encontrar en el otro lo que en sí mismo no encuentra.  Una vez desaparcido el “encanto” y el “atractivo” primeros, la pareja se disuelve, con la constante de que uno de los dos queda en una grave situación de crisis emocional y afectiva.  No son fácilmente constatables en la realidad y en la experiencia los casos en que la pareja homosexual haya conocido, como razón de su separación, la muerte de uno de los dos.

A los sentimientos narcisistas y superficiales que fundamentan la relación de pareja de personas homosexuales, se une otra de las características de la conducta de las personas homosexuales: la tendencia –a veces lamentablemente desordenada- a la promiscuidad sexual.  Es frecuente que una persona homosexual sea capaz de mantener múltiples relaciones sexuales con distintas personas, en un lapso de tiempo muy corto.  Esta tendencia, en parte, tiene su explicación más profunda en la carencia afectiva que suele acomapañar a las personas homosexuales, y a su falsa consideración de considerar el placer sexual-genital como fuente de felicidad, estabilidad y equilibrio.  En realidad, es todo lo contrario.  Mientras más sean los encuentros sexuales con un gran número de personas, mayor será el estado de promiscuidad, y más en riesgo estará la dignidad de la persona, su estabilidad emocional y afectiva, y su misma estabilidad física, por el riesgo de contraer una enfermedad infectocontagiosa.  Por otra parte, al fijarse –a veces compulsivamente- en el físico de las personas, en este caso de los hombres, la persona homosexual se sentirá atraída hacia todos aquellos hombres que cubran los parámetros de sus gustos y preferencias.  La promiscuidad sexual en las personas homosexuales, finalmente, suele ser una de las causas más comúnes de la disolución de las parejas; contrario de lo que sucede en muchas parejas heterosexuales, que son capaces de seguir estables aún y por encima de la infidelidad puntual de uno de los dos.

La luz que brinda la amistad genuina

¿Puede llegar la persona homosexual a vivir la experiencia de la amistad?  Todas y cada una de las personas estamos llamados a vivir la experiencia de la amistad.  Si la amistad es un don de Dios, que en encarna en una experiencia profundamente humana, necesariamente todas las personas podemos tener la gracia de recibir el don de la amistad.  Las personas homosexuales no quedan excluidas de la gracia de la amistad, puesto que lo que define el fundamento de la persona es la dignidad que nace de su ser personal, y no su orientación sexual.  Así, pues, la persona homosexual no sólo puede vivir la experiencia de  la amistad, sino que está llamada a vivirla de una manera especial.  Sin embargo, es preciso hacer algunas salvedades en este campo, con la finalidad de tener más claro el horizonte. 

En primer lugar, la persona homosexual tiene que estar abierta a recibir el don de la amistad, tal y como ha quedado descrita anteriormente.  Esta apertura significa la disposición de renunciar a todo interés en una relación de amistad, sobre todo a los intereses que pueden nacer de los deseos sexuales.  Cuando en una relación de amistad se pasa al plano de las relaciones sexuales la amistad queda herida de muerte, y es muy probable que la experiencia de amistad quede truncada, mejor, abortada para siempre.  El sentido común siempre dicta que “la primera vez es la más difícil”, lo cual significa, aplicada en este campo, que una vez que se tenga la primera experiencia sexual entre amigos, es factible que ésa sea la primera de una interminable cadena de relaciones de naturaleza sexual genital.

De lo anterior se desprende que es muy favorable que la persona homosexual viva una experiencia de amistad con una heterosexual.  Esto deja garantizado, en un alto porcentaje, que no habrá lugar a una relación de tipo sexual entre los amigos.  Por otra parte, cuando una persona homosexual vive una experiencia de amistad profunda con una persona heterosexual, el primero tiene la posibilidad de descubrir, a través del segundo, aspectos y dimensiones de la vida que la misma homosexualidad le ha impedido ver o vivir.  No obstante, como sea que la amistad, según lo ya dicho, es una experiencia entre personas, que no se busca, sino que se recibe como un don, cabe afirmar que también entre homosexuales puede haber una experiencia de amistad. 

Tampoco queda excluida, en este sentido, la amistad de una persona homosexual varón con una mujer.  Más aún, es sumamente aconsejable la experiencia de amistad entre un varón homosexual y una mujer.  La existencia de la realidad de la homosexualidad es un hecho innegable.  No podemos evadir su existencia en el mundo.  Sin embargo, tampoco podemos evadir cómo en el designio creador de Dios, desde el principio, quedó establecido que la humanidad se realizara a través de la condición masculina, con todas las dimensiones que le son propias, y la dimensión femenina, también con sus propias especificidades.  Por más que la tendencia sexual del varón homosexual esté dirigida hacia las personas de su mismo sexo, nunca y en ningún caso podrá evadir que es varon.  Sea o no homosexual, el varón no podrá escapar al encuentro con la mujer.  El encuentro con la mujer le permitirá descubrir lo más propio y específico de su masculinidad.  Me llama mucho la atención, en le relato de la creación de la mujer, en el libro del Génesis, cómo Adán, estando delante de Eva, exclama: “Esta si es hueso de mis huesos y carne de mi carne.”  Una autora, Simone de Beauvoir, afirma: “el varón se vuelve varón bajo la mirada de la mujer”.  El gran poeta Antonio Machado, también afirmó en una de sus coplas: “Dicen que un hombre no es hombre, mientras que no oye su nombre de labios de una mujer”.

A modo de conclusión

Yo creo que me he extendido demasiado, mi querido amigo; pero espero que esta carta sea para ti el punto de partida para que tú puedas descubrir, clarificar y ordenar algunas dimensiones de tu vida que en este momento exigen ser descubiertas, clarificadas y también ordenadas.  La tarea no es fácil.  Sin embargo, tú, considera que la vida la has recibido como un Don de Dios; que Dios te ha creado para vivir en felicidad y la felicidad es el resultado de la experiencia del amor, vivido en toda su pureza y radicalidad.  Yo te invito a que te abras a la experiencia de la amistad como el marco en el que tú puedas vivir la experiencia del amor.  Si tú te abres a la experiencia de la amistad, verás cómo esa misma experiencia te abrirá, a su vez, horizontes nuevos, perpectivas diferentes, que jamás pensaste descubrir.  Tú, simplemente estate atento y no desaproveches la amistad que el Señor te quiere regalar como un don de su amor.

 

Más textos de moral