50 Verbos Esenciales
Para bien vivir, hay que saber...
31. Agradecer
32. Ahorrar
33. Dar
34. Admirarse
35. Expresarse
36. Respetar
37. Acoger
38. Agradar
39. Celebrar
40. Cooperar
Tomó luego los siete panes y los peces
y, dando gracias, los partió e iba dándolos a los discípulos,
y los discípulos a la gente.
Mateo 15,36
De acuerdo con Santo Tomás de Aquino, la palabra “gracia” puede referirse a una de tres cosas:
1. La benevolencia que alguien, normalmente un superior o soberano, tiene por alguien: “el emisario halló gracia ante el rey…”;
2. Aquello que alguien otorga a alguien, precisamente como signo de la actitud mencionada: “…y le concedió la gracia de la libertad para su padre…”;
3. La expresión de felicidad y bienquerencia que esto otorgado produce en quien lo ha recibido: “…entonces el emisario le dio infinitas gracias”.
Según esto, el agradecer se inscribe en la lógica de la gracia, y por tanto en la del pedir y recibir. Por consiguiente, aprender a agradecer supone que se ha aprendido, o por lo menos se está aprendiendo, a recibir.
Una expresión de gratitud tiene mucha fuerza de humanidad en quien da las gracias y en aquel a quien se dan las gracias.
En efecto, como veremos en su momento, dar es un acto propio de la dignidad de persona, porque sólo aquel que se posee puede darse o dar algo realmente suyo. Por ello, al dar la persona en cierto modo se disminuye, en el sentido de que no puede dar sin perder de alguna manera. Sin embargo, esto que da, sea una palabra, una idea, un afecto o una cosa, es siempre algo menor que sí mismo. Por eso, cuando la persona recibe las gracias, recibe algo mejor que lo que dio, porque las gracias siempre tienen la dignidad de la persona que agradece.
Así pues, cada “gracias” que decimos enriquece a quien lo escucha, porque le hace recuperar, mejorado, aquello que dio.
Para saber agradecer, entonces, hay que partir del deseo de que el otro pueda crecer en su ser de persona humana. Lejos de toda exageración, adulación o simulación, el verdadero agradecimiento es un amable estímulo en la línea de la generosidad, de la eficiencia y de la prudencia. El agradecimiento ha de ser oportuno, sincero, afectuoso, pero sobre todo, gratuito. ¡No mezcles agradecimientos con nuevas peticiones, pues muy fácilmente van a sentir que estás simplemente haciendo un negocio! Al contrario, da las gracias como si no fueras a volver a ver a la persona. En este sentido, te resultará útil el verbo despedirse.
Es ésta la razón por la que no hay gratutud más hermosa que la que tenemos a Dios. Porque su gracia nos hace agradecidos, y nuestras gracias nos hacen gratos.
1. ¿Cuáles son las personas con quienes te sientes muy agradecido?
2. ¿Qué es lo que más has agradecido?
3. ¿Hay algo que debas agradecerte? ¿por qué?
4. ¿Que deberían agradecer los demás de ti?
5. ¿Qué genero de cosas son las que te agradecen tus seres queridos?
6. ¿Cuáles son esas cosas que agradeces de tus amigos?
7. ¿Eres agradecido con Dios? ¿Por qué y cómo?
8. ¿Recibes gratitud en tu trabajo?
9. ¿De qué manera demuestras tu gratitud?
10.¿A quién quisieras agradecerle algo pero aún no lo has hecho?
11.¿Qué es aquello que más agradeces a tus padres?
1 Amo
al Señor,
porque escucha mis
súplicas,
2 él
inclina su oído hacia mí:
lo invocaré toda
mi vida.
3 La
muerte me tenía en sus lazos,
la angustia del
sepulcro me invadió,
solo encuentro
dolor y tristeza.
4 Invoco
tu nombre, Señor:
te ruego, Señor,
que me salves.
5 El
Señor es bueno y es justo,
nuestro Dios es
compasivo;
6 el
Señor protege a los sencillos:
estando ya sin
fuerzas, me salvó.
7 Recobra
tu calma, corazón,
que el Señor fue
bondadoso contigo.
8 Él
me libró de la muerte,
me enjugó las
lágrimas,
me libró de caer.
9 Caminaré
en presencia del Señor
en el mundo de los
vivos.
10 He conservado la fe, pero digo:
Estoy muy
afligido.
11 Y digo en mi tribulación:
Todos los hombres
son falsos.
12 ¿Cómo podré agradecer al Señor
todo los
beneficios que me ha hecho?
13 Alzaré la copa de la salvación.
invocando su
nombre.
14 Cumpliré mis promesas al Señor
en presencia de su
pueblo.
15 Vale mucho a los ojos del Señor
la vida de sus
fieles.
16 Señor, yo no soy más que un
siervo tuyo
y mi madre esclava tuya:
pero me libraste
de los lazos de la muerte.
17 Te ofreceré un sacrificio de
gratitud
invocando tu
nombre, Señor.
18 Cumpliré mis promesas al Señor
en presencia de su
pueblo.
19 Llegaré hasta el templo del
Señor
en medio de ti,
Jerusalén.
Aleluya.
· Podemos decir que la realidad primera de la historia bíblica es el don de Dios gratuito, sobreabundante, irrevocable. La acción de gracias es la respuesta a esta gracia progresiva y continua que tiene su flor acabada en Cristo. Es conciencia de los dones de Dios, entusiasmo del alma maravillada por esta generosidad, reconocimiento gozoso ante la grandeza divina. La acción de gracias es esencial a la Biblia, porque es propio de la revelación judeocristiana encontrar a Dios donde no tenía que estar: en el regalo de una obra inesperada y bella. Es notable, por ejemplo, que entre la masa de himnos religiosos de los pueblos vecinos a Israel sea rarísimo el agradecimiento, al paso que en la Biblia es casi que el corazón de la plegaria.
· Descubrir la acción de gracias en la Biblia es al mismo tiempo encontrar el gozo (Sal 33,1-3.21), la alabanza y la exaltación (Esd 3,11; Sal 69,31), la glorificación de Dios (Sal 50,23; 86,21). Es la proclamación pública de determinadas obras del Señor: a la bendición de Dios, que da a su criatura la vida y la salvación (Dt 30,19; Sal 28,9), responde la bendición por la que el hombre, movido por este poder y esta generosidad, da gracias al Creador (Dan 3,90; cf. Sal 68,20.27; Neh 9,5; 1Cro 29,10; etc.).
· En la Biblia, la confesión de la gratitud por la salvación obtenida se desarrolla normalmente en tres partes: descripción del problema (Sal 116,3), oración angustiada (Sal 116,4), y evocación de la magnífica intervención de Dios (Sal 116,6; cf. Sal 30; 40; 124). Este género literario reaparece idéntico en toda la Escritura y obedece a una misma tradición de vocabulario, permanente a través de los salmos, de los cánticos y de los himnos proféticos.
· Si la acción de gracias goza de esa unidad, es porque en el fondo responde a una única acción de Dios. Más o menos confusamente, cada beneficio particular se siente siempre como un momento de una grande historia en curso de realización. La acción de gracias impulsa la historia bíblica y la prolonga en la esperanza escatológica (cf. Éx 15,18; Dt 32,43; Sal 66,8; 96).
· En el corazón de esta corriente de bendición y gratitud está Jesucristo. El gesto supremo de su amor es una acción de gracias (eucaristía). En la Cena y en la Cruz revela Jesús qué ha movido su vida y con qué ánimo arrostra la muerte; todo su amor es la acción de gracias de su corazón de Hijo. Por ello su Pasión es su perfecta glorificación (Jn 17,1).
· Dios no estaba obligado a crearnos. Lo ha hecho por amor. —Santa Teresa de Jesús.
· Piensa en los males de que estás exento. —Joseph Joubert.
· La precipitación exagerada en pagar un servicio es casi como una ingratitud. —La Rochefoucauld.
· No hay en el mundo exceso más bello que el de la gratitud. —La Bruyère.
· La noche abre en secreto las flores, y deja al día que se lleve el agradecimiento. —Rabindranath Tagore.
· Si haces el bien para que te lo agradezcan, mercader eres, no bienhechor. —Carlos Sánchez Navarro.
· Haz el bien a tus amigos y a tus enemigos; conservarás a los primeros y quizá atraigas a los segundos. —Cleóbulo.
· Los aduladores se hacen esclavos para esclavizar. —Jean Baptiste Descuret.
Así pues, vosotros no andéis buscando qué comer ni qué beber,
y no estéis inquietos.
Que por todas esas cosas se afanan los gentiles del mundo;
y ya sabe vuestro Padre que tenéis la necesidad de eso.
Lucas 12,29-30
«...cuando hubo gastado todo,
sobrevino un hambre extrema en aquel país,
y comenzó a pasar necesidad.»
Lucas 15,14
Este verbo puede parecer en conflicto con varias enseñanzas y varios textos típicamente cristianos.
En efecto, ¿no nos ha dicho el Señor: “Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?” (Mateo 6, 26)?
Y la Primera Carta de Juan nos advierte: “Si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” Ahora bien, ¿es posible ahorrar sin que tal cosa llegue alguna vez a suceder?
Sin embargo, hállanse también en la Sagrada Escritura expresiones que invitan al trabajo diligente y metódico, como aquello tan gráfico que leemos en los Proverbios:
Vete donde la hormiga, perezoso,
mira sus andanzas y te harás sabio.
Ella no tiene jefe,
ni capataz, ni amo;
asegura en el verano su sustento,
recoge su comida al tiempo de la mies.
¿Hasta cuándo, perezoso, estarás acostado?
¿cuándo te levantarás de tu sueño?
Un poco dormir, otro poco dormitar,
otro poco tumbarse con los brazos cruzados;
y llegará como vagabundo tu miseria
y como un mendigo tu pobreza. (Prov
6,6-11)
En sentido semejante nos habla Cristo, cuando quiere que midamos nuestras fuerzas a la manera de aquel rey que mira si con su ejército puede y debe enfrentar al enemigo (Lc 14,31).
Hay incluso un pasaje bien conocido que puede interpretarse como elogio del ahorro en cuanto tal. Se trata de la prudencia de José, cuando, siendo esclavo en Egipto, evitó una tragedia para Faraón previendo cuánto debía ahorrarse para el tiempo del hambre (Gén 41,25-42).
Por ello podemos preguntarnos qué es exactamente lo malo que puede darse en este verbo religiosamente polémico. Las dificultades pueden reducirse a tres:
1. El ahorro puede ser un escondrijo para la desconfianza en Dios;
2. El ahorro puede ser la casa misma del egoísmo;
3. En un sistema capitalista, el ahorro puede hacernos inconscientes de las injusticias que “otros” hacen con nuestro dinero “inocente”. Así caemos en complicidad con la opresión que hace imposible la vida para muchos.
¿Cómo librarnos de estos engaños?
1. Siguiendo lo dicho por los Proverbios, debe quedarnos claro que algún género de previsión es necesario, especialmente si otras personas (p.ej., hijos) dependen de nosotros.
2. Esto supuesto, hay que purificar nuestra intención al ahorrar, examinando a menudo nuestra conciencia con respecto a la avaricia, la soberbia y la desmedida confianza en los bienes temporales. La meditación sobre los verbos despedirse y morir es irreemplazable en este sentido
3. Téngase como principio que el mejor ahorro es una vida honrada, sobria, ordenada y responsable. En general ha de tenerse por moralmente riesgoso o francamente malo el pretender ahorrar a base de astucia financiera o de especulación monetaria.
4. Quien quiera cultivar el sano hábito del ahorro, empiece exactamente al mismo tiempo a cultivar la solidaridad y la generosidad, no sea que su ahorro a duras penas alcance para su tumba y para los abogados del juicio de sucesión. En este sentido son invaluables la donación de becas a personas necesitadas y la práctica del diezmo. Bien se nos enseña en el libro Eclesiástico: “Esconde tu limosna en el corazón del pobre, y ella rogará por ti ante Dios” (Sir 29,10ss).
1. ¿Puedes ahorrar? ¿a qué se debe?
2. ¿Para qué ahorrarías?
3. ¿Como cuánto quisieras ahorrar?
4. ¿Compartes tus ahorros?
5. ¿Economía y ahorro significan lo mismo para ti? Explica
6. ¿Te cuesta ahorrar? ¿por qué?
7. ¿Alguien ha ahorrado para ti?
8. ¿Piensas que hay que ser tacaño para poder ahorrar?
9. ¿Cómo es que ahorras, cuándo lo haces y quién lo sabe?
10.¿Ahorras tus esfuerzos?
1 Mirando hacia los montes me pregunto
de dónde podrá
venirme ayuda.
2 La
ayuda me viene del Señor
que hizo el cielo
y la tierra.
3 Él
te sostendrá para que no resbales;
él es quien te
protege y nunca duerme.
4 No,
nunca duerme el que protege a Israel,
el sueño no lo
vence.
5 El
Señor te protege,
él estará a tu
lado para defenderte.
6 De
día el sol no te hará daño,
ni la luna de
noche.
7 El
Señor te cuidará de todo mal,
él protegerá tu
vida.
8 Te
protegerá en todo lo que emprendas
ahora y por
siempre.
· El bien de la riqueza. — Hasta en los textos más tardíos se complace el Antiguo Testamento en ponderar la riqueza de los piadosos personajes de la historia de Israel, la de Job después de su prueba, la de los santos reyes David, Josafat, Ezequías (cf. 2Cro 32,27ss). En efecto, como en la Grecia de Homero, la riqueza parece en Israel un título de nobleza, y Dios enriquece a los que ama: Abraham (Gén 13,2), Isaac (Gén 26,12s), Jacob (Gén 30,43).
· Es que, para el Antiguo Testamento, la riqueza, aun la más material, es ya un bien; en particular proporciona una preciosa independencia, preserva de tener que mendigar (Prov 18,23), de ser esclavo de los acreedores (Prov 22,7), procura amistades útiles (Sir 13,21ss). Su adquisición supone normalmente meritorias cualidades humanas: diligencia (Prov 10,4; 20,13), sagacidad (Prov 24,4), realismo (Prov 12,11), audacia (Prov 11,16) y templanza (Prov 21,17).
· La riqueza no es el mayor de los bienes. — La riqueza, sin embargo, nunca es presentada en la Biblia como el mayor o mejor de los bienes. Superior a ella es, por ejemplo, la paz del alma (Prov 15,16), el buen nombre (Prov 22,1), la salud (Sir 30,14ss), la justicia (Prov 16,8). Además, hay cosas que no se compran: la exención de la muerte (Sal 49,8), el amor (Cant 8,7).
· En otro sentido, las mismas riquezas traen sus propias preocupaciones: se consume uno alimentando parásitos (Qo 5,10) y haciendo heredar a extraños (Qo 6,2). En cualquier caso, mejor que la riqueza es la sabiduría, que es su fuente (1Re 3,11ss; Job 28,15-19; Sab 8—11).
· La riqueza puede ser ídolo que obstaculiza la unión con Dios. — La riqueza endurece fácilmente y exacerba el apetito insaciable del avaro: «¡Ay de los que añaden casa a casa y juntan campo con campo hasta ocupar todo el puesto quedándose como punicos habitantes del país!» (Is 5,8); «Sus casas están llenas de rapiñas; así se han hecho importantes y ricos, grandes y gruesos» (Jer 5,27s).
· Aún más impíos son los ricos que llegan a creer que pueden prescindir de Dios: se fían de ellos y hacen de ellos una fortaleza (Prov 10,15), olvidándose de Dios, única fortaleza (Sal 52,9). «Quien se fía de la riqueza perecerá en ella» (Prov 11,28; cf. Jer 9,22). Los dones divinos, en lugar de reforzar la alianza, pueden dar ocasión de renegar de ella: «Como estaban hartos, su corazón se hinchó, por lo cual me olvidaron» (Os 13,6; cf. Dt 8,12ss).
· Así entendemos la dureza del lenguaje del Evangelio cuando comprueba que la puerta de la salvación queda cerrada para ellos, los que se consideran ricos (cf. Lc 6,24; 14,33; Mt 19,21ss). Sin embargo, no se trata aquí de maldecir los bienes materiales, pues renunciar a ellos no implica no ser propietario, porque el Evangelio no que quiere que se deshaga uno de su fortuna como si fuera un peso molesto, sino que lo distribuya entre los pobres (cf. Mt 19,21; Lc 12,33; 19,8), de modo que la bondad de Dios, con toda su sabiduría y gratuidad se prolongue a través de nuestras manos (2Cor 9,11; Hch 20,35).
· Sé moderado contigo mismo, y serás generoso con los demás. —Anónimo.
· Los avaros viven pobres para morir ricos. —Anónimo.
· No nos derramemos demasiado en las cosas que hacemos. Dios tiene derecho, en cada una de nuestras acciones, a que no le olvidemos totalmente. —Raúl Plus, S.I.
· El avaro es el que no gasta en lo que debe, ni lo que debe, ni cuando debe. —Aristóteles.
· El avaro es como el cerdo, que no es útil sino después de muerto. —San Bernardo.
· El avaro tiene todas las preocupaciones del rico y todos los tormentos del pobre. —Guinon.
· La felicidad que no se modera, se destruye a sí misma. —Séneca.
· El dinero no sacia la avaricia. La irrita. —Séneca.
· Al pobre faltan muchas cosas; al avaro, todas. —Séneca.
· El avaro y el pródigo son dos ládrones: el primero roba a los demás; el segundo se roba a sí mismo. —Anónimo.
A quien te pida dale,
y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda.
Mateo 5,42
Pedir y recibir son humanos; dar es divino.
Dar es aquel extraño verbo que tiene el aspecto del verbo perder y el corazón del verbo ganar.
Dar es lo único que obliga a Dios, que no sabe negar sus bienes a quien sabe darlos.
Este solo verbo, dar, es más fuerte que todas las leyes del mundo.
Porque el que no dio nada, todo lo perdió.
Aprender a dar es casi lo único sensato que puede hacerse antes de morir y dejarlo todo.
Lo que compramos tiene su valor; lo que damos es invaluable.
Dar es el verbo de las multiplicaciones; es la fuente de la alegría; es el único piso firme para la paz interior; la única canción que nadie podrá silenciarte.
Aprender a dar es la obra del amor que escucha; es lo único que siempre es bello.
Saber dar es lo mejor que un padre puede dar a sus hijos.
Porque nadie hay tan rico que no necesite alguna vez que le sea dado algo; ni hay nadie tan pobre que nada pueda dar.
Pedir y recibir son humanos; dar… es de Dios.
Pues “tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16)
1. ¿Qué te agrada dar?
2. ¿Porqué y a quienes das dinero?
3. ¿Te disgusta dar de lo que comes?
4. ¿Qué te cuesta dar? (tiempo, amor, tu ropa, etc.)
5. ¿Qué le das a tus amigos?
6. ¿Qué crees que te ha dado la vida?
7. ¿Lo que tienes lo consideras meritoriamente ganado o se te ha
dado?
8. ¿A quién le das atención fácilmente y a quién no?
9. ¿Has dado algo de lo que te hayas arrepentido?
10.¿De qué manera das apoyo, descanso, alegría a tus amigos?
11.¿Qué das de ti en tu ambiente de trabajo?
12.¿Qué le das a Dios?
1 Dichoso
quien honra al Señor,
y se deleita en
sus preceptos.
2 Sus
hijos alcanzarán poder en la tierra,
la descendencia de
los justos será bendita.
3 En
su casa habrá riqueza y abundancia,
su generosidad no
se agotará jamás.
4 Alumbrará
a los justos, cual luz en las tinieblas,
el que es bueno,
clemente y compasivo.
5 Será
feliz el que tiene compasión y presta,
y lleva
honradamente sus negocios.
6 El
justo jamás estará en peligro de caer,
su recuerdo será
eterno.
7 No
tendrá que temer malas noticias,
su corazón confía
firmemente en el Señor,
8 estará
seguro, sin temor,
hasta ver
derrotados a sus enemigos.
9 Reparte
con generosidad a los necesitados,
su generosidad no
se agotará jamás,
tendrá poder y
gozará de honor.
10 El malvado, al verlo, se
sentirá indignado,
y se derretirá de
envidia.
Su expectativa
quedará frustrada.
· En el origen de todo don enseña la Biblia a reconocer una iniciativa divina. «Toda dádiva perfecta… desciende del Padre de las luces» (St 1,17; cf. Tob 4,19). Dios es quien tiene la iniciativa de la creación y quien da a todos alimento y vida (Sal 104); también es él quien otorga la salud (Dt 9,6; 1Jn 4,10) y por ello la primera actitud que se impone al hombre es abrirse al don de Dios (Mc 10,15p). Recibiéndolo se hace capaz de dar con auténtica generosidad (1Jn 3,16).
· El Antiguo Testamento es, más que el tiempo del don, el tiempo de la promesa. Los dones mismos que Dios da son ante todo prefiguraciones y preparaciones de su don definitivo, que vendría con los tiempos mesiánicos. Es el Señor quien da la tierra a Abrahán (Gén 15,18; cf. Dt 8,7; 11,10), quien, por medio de Moisés, da la Ley al pueblo (Dt 5,22), don excelente (Sal 147,19s), pues es una participación de su sabiduría (Sir 24,23; cf. Dt 4,5-8). Pero la ley es impotente, si es malo el corazón que la recibe (cf. Neh 9,13.26). A Israel le hace falta un corazón nuevo; tal es el don futuro, hacia el que los profetas orientan sus aspiraciones (Jer 24,7; Ez 26,26ss).
· Lo mismo se puede decir de los demás dones del Antiguo Testamento: unos parecen quedar interrumpidos (dinastía davídica, presencia de la gloria en el templo) y sucesivas decepciones fuerzan a dirigir las esperanzas más adelante; otros dones no son ya sino recuerdos que atizan los deseos, pan del cielo (Sab 16,20s), agua de la roca (Sal 105,42). Israel ha recibido mucho pero espera —porque necesita— mucho más.
· «Si conocieras el don de Dios…» (Jn 4,10). El Nuevo Testamento, poniendo plenamente de relieve la fantástica generosidad de Dios (Rom 5,7s) trastorna las perspectivas humanas. Es el tiempo de la gracia, del dar y darse de Dios.
· El Padre nos revela su amor al darnos a su Hijo (Jn 3,16), y en el Hijo se da el Padre mismo, pues Jesús está totalmente lleno de la riqueza y don del Padre (Jn 1,14): palabras y obras, potestad de juzgar y de dar vida, nombre, gloria, amor: todo lo que pertenece al Padre es dado a Jesús (Jn 17). En su fidelidad al amor que le une al Padre (Jn 15,10), realiza Jesús el don completo de sí mismo: «da su vida» (Mt 20,28p). «Verdadero pan del cielo dado por el Padre», da «su carne por la vida del mundo» (Jn 6,32.51; cf. Lc 22,19).
· Por su sacrificio, Cristo obtiene que se nos comunique el Espíritu prometido (Hch 2,33), «don de Dios» por excelencia (Hch 8,20; 11,17). Ya en esta tierra tenemos las arras de nuestra herencia y somos enriquecidos con todo don espiritual (1Cor 1,5ss), con carismas diversos (1Cor 12), con los dones de Cristo resucitado (Ef 4,7-12), y nunca celebraremos lo bastante el don de su gracia sobreabundante (Rom 5,15-21) prenda del don final: la vida eterna (Rom 6,23).
· Queda siempre un poco de perfume en las manos de quien ofrece rosas. —Proverbio Chino.
·
Volví a creer en los amigos
y aún creo en la bondad,
después que vi a dos mendigos
partiendo un pan por la mitad. —C. Coelho.
· El día de tu santo te hicieron regalos muy valiosos. Yo solamente te pude traer un montón de semillas de naranjo, de pino, de cedro, de araucaria, de caobo y de amarillo. Yo no tenía dinero para comprarte algo lujoso. Yo solamente quise regalarte un bosque. —Jairo A. Niño.
· La generosidad no necesita salario: se paga por sí misma. —H. de Livry.
· El sol no espera a que se le suplique para derramar su luz y su calor; imítalo, y haz todo el bien que puedas sin esperar a que se te implore. —Epicteto.
· Si haces el bien porque te lo agradezcan, mercader eres, no bienhechor. —Carlos Sánchez Navarro.
· No es lo que se le da a Dios lo que cuesta, sino lo que se le niega. —P. Baeteman.
Y se maravillaban sobremanera y decían:
«Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»
Marcos 7,37
La acción que describe este verbo es en gran manera íntima; en él todo sucede “dentro”. De los santos hemos oído que supieron hablar, o que supieron amar o dar; pero ¿cuándo hemos oído: “… y tenía una gran capacidad de admiración”?
Sin embargo, este verbo, discreto y oculto como es, sabe librar de grandes males y disponer para grandes bienes. Lo que sucede es que, en él, como en todo lo verdaderamente humilde, hablan solamente los frutos
La admiración libra de grandes males:
1. De la envidia. En efecto, ¿qué es la envidia, sino una forma degenerada de admiración, una especie de admiración que no pudo ser? El envidioso se parece al admirador en que reconoce que aquello que envidia de alguna manera es superior a él; pero lo reconoce a su pesar y como a la fuerza, y por ello no recibe ningún bien de su sentimiento. ¿Podrá sanarse, si no aprende a reconocer que lo bueno es bueno, aunque no sea mío?
2. De esa forma particular de envidia: los celos. ¡Cuánta amargura en cuántas vidas por culpa de esa enfermedad que son los celos! Ellos transforman todo lo admirable en sospechoso. Habrá que cambiar la sospecha por el reconocimiento, que abre al diálogo.
3. De la depresión y la melancolía. La depresión, en efecto, tiene entre sus alimentos preferidos la tiniebla, y el esfuerzo sostenido por mirar sólo lo malo, lo oscuro o lo triste de las cosas. Sin olvidar otras ayudas, incluso médicas, es indudable el bien que puede hacer el propósito de admirar lo bueno, y ojalá de expresarlo.
4. De la mezquindad. Mezquino es el corazón que no supo ser grande; de esto no sufrirá ningún corazón que admira.
5. Del utilitarismo. De la admiración es admirable su capacidad de respetar a cada quien y a cada cual, sin volver medio o herramienta a nadie. Es indudable lo sanador que ello resulta para las relaciones interpersonales, especialmente en un ambiente de trabajo.
La admiración trae inmensos bienes:
1. Nos introduce en la lógica de la gracia, porque nos deja de descansar de la tensión de serlo todo.
2. Prepara el corazón para la alabanza, con todo lo que ello trae de libertad, de alegría y de generosidad.
3. Nos hace agradecidos y gratos. Porque todos alguna vez necesitamos esa voz de ánimo, de gratitud o abiertamente de admiración.
4. Nos devuelve el sentido de la verdad, de la belleza y de la bondad, pues nada desgasta tanto la mente que el esfuerzo de negar que el bien es bueno.
5. Pero, sobre todo, nos dispone para emprender lo noble y lo grande, porque va acostumbrando nuestros ojos al resplandor de la gloria.
1. ¿Consideras que sabes admirar?
2. ¿Qué admiras?
3. ¿A quién admiras y por qué?
4. Di qué admiras de ti mismo
5. ¿Qué es lo que admiras de tus padres?
6. Según tu parecer; ¿qué o a quién consideras digno de la admiración
de todos?
7. ¿Admiras a tus superiores? ¿en qué?
8. ¿Consideras que Dios es admirable? ¿Por qué?
9. ¿Cómo concibes en ti la admiración? Es decir: ¿qué sucede en ti,
qué actitudes genera, etc.?
10.Y de tus amigos, ¿qué admiras?
11.¿Existe algo en tus enemigos que pueda ser admirado? Da un ejemplo
concreto.
12.¿Qué crees que los demás admiran de ti?
89 Tu palabra, Señor, es eterna,
está para siempre
en el cielo.
90 Tu fidelidad se extiende a
todas las generaciones,
como asentaste
sólidamente la tierra.
91 Todas las cosas siguen firmes
según tus decretos,
porque todas están
a tu servicio.
92 Si hacer tu voluntad no fuera
mi delicia
ya habría perecido
en mi aflicción.
93 Jamás olvidaré tus normas,
pues con ellas me
das vida.
94 Yo te pertenezco, sálvame,
yo he tratado de
seguir tus normas.
95 Los malos acechan para
destruirme,
pero yo medito en
tus leyes.
96 He visto que aun lo más
perfecto tiene fin,
pero tus mandatos
son inagotables.
97 ¡Cuánto amo tu voluntad:
todo el día lo
paso meditándola!
98 Tus mandatos me hacen más sabio
que mis adversarios:
siempre me
acompañan.
99 He adquirido más ciencia que
todos mis maestros,
porque medito en
tus leyes.
100 Aventajo en prudencia a los
ancianos,
porque me atengo a
tus normas.
101 Alejo mis pasos de toda senda
mala,
por guardar tu
palabra.
102 De tus preceptos no me aparto,
porque tú eres mi
maestro.
103 Qué dulce al paladar es tu
consigna,
más que la miel
para la boca.
104 Tus normas me hacen sabio,
por eso detesto
toda falsedad.
· En la biblia hebraica la palabra que significa «gloria» implica la idea de peso. El peso de un ser en la existencia define su importancia, el respeto que inspira, la admiración que suscita, su gloria. Las bases de esta gloria —que son también lo que hace de admirar o no a alguien pueden ser las riquezas. Abrahán, por ejemplo, es admirable porque posee «ganado, plata y oro» (Gén 13,2). Es gloria también una elevada posición social. Así dice José a sus hermanos: «Contad a mi padre toda la gloria que tengo en Egipto» (Gén 45,31), y por lo mismo, Job arruinado exclama: «¡Me ha despojado de toda mi gloria!» (Job 19,9; 29,1-25). Glorioso y admirable es el que tiene poder (Is 8,7; 16,14; 17,3s; 21,16; Jer 48,18) o belleza, como la del vestido de Aarón (Éx 28,2.40), como la hermosura del templo (Ag 2,3.7.9) o de Jerusalén (Is 62,2).
· Todas estas son, sin embargo, glorias humanas que es frágil y engañosa: «No temas cuando se enriquece un hombre, cuando se acrecienta la gloria de su casa. Al morir no puede llevarse nada, su gloria no desciende con él» (Sal 49,17s). La obediencia a Dios está por encima de toda gloria humana (Núm 22,17s). En Dios se halla el único fundamento sólido de la gloria (Sal 62,6.8). El sabio que ha meditado sobre la gloria efímera de los impíos no quiere ya «tener» más gloria que la de Dios (Sal 73,24s). Esta actitud, llevada a su plenitud, será la de Cristo. Cuando Satán le ofrece a Jesús «todos los reinos del mundo con su gloria», Jesús responde: «Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo rendirás culto» (Mt 4,8ss).
· La elevación esencial del Nuevo Testamento está en el nexo de la gloria con la persona de Jesús. La gloria de Dios está totalmente presente en él. Siendo Hijo de Dios, es «el resplandor de su gloria, la efigie de su subsistencia» (Heb 1,3). La gloria de Dios está «sobre» el rostro de Jesucristo (2Cor 4,6); de él irradia a los hombres (2Cor 3,18). Él es «el Señor de la gloria» (1Cor 2,8). Su gloria la contemplaba ya Isaías y «de él hablaba» (Jn 12,41).
· La manifestación plenaria de la gloria divina de Jesús tendrá lugar en su Retorno. «El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles» (Mc 8,38; cf. Mt 24,30; 25,31) y manifestará su gloria por la consumación de su obra, a la vez juicio y salvación. El Nuevo Testamento está orientado hacia esta «aparición de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús» (Tit 2,13s), hacia la «gloria eterna en Cristo» (1Pe 5,1): «la ligera tribulación de un momento nos prepara, muy por encima de toda medida, un peso eterno de gloria» (2Cor 4,17).
· La verdadera grandeza es la que no necesita la humillación de los demás. —Alejandro Dumas (padre).
· Ordinariamente, la admiración supone que vemos una cosa por vez primera. La Cruz, empero, no comienza a admirarnos sino cuando la contemplamos cien veces. —Raúl Plus, S.I.
· La mejor señal de haber nacido con grandes cualidades es carecer de envidia. —La Rochefoucauld.
·
Quien te hace fiestas
que no te suele hacer,
o te quiere engañar
o te ha menester. —Anónimo.
· Una de las principales ocupaciones de la envidia es servir de guía a la calumnia. —Bastus.
· Roma adquirió la grandeza sólo para comprender que la grandeza destruye a las naciones cuyos hombres no son grandes. —George Bernard Shaw.
· A menudo tenemos por admirable lo desconocido. —Tácito.
· Los malvados envidian y odian; es su manera de admirar. —Anónimo.
Uno de entre la gente le dijo:
«Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo.»
Marcos 9,17
Contemplemos un sencillo y hermoso paisaje; por ejemplo, una bella quebrada. El conjunto nos parece lleno de vida y armonía: el contraste de colores arroba nuestra mente y la sinfonía de melodías naturales trae paz al corazón. Sin embargo, el río no sabe que canta, ni la roca sabe que es dura, ni el helecho se preocupa de su propia historia. Aún más: el río no sabe de la roca, ni ésta se interesa por el helecho; clausurado en su propio sitio y en su propia necesidad, ninguno es bello para el otro. Jamás surge entre ellos una sola pregunta o un solo gesto de admiración; de ellos no nace comentario alguno, ni un gracejo, proyecto o propuesta. Cuando uno piensa en todo esto, casi puede decir que la belleza y amenidad del paisaje está más bien en nosotros. Después de todo puede ser cierta en algún sentido la antiquísima teoría que explicaba la luz como rayos que salían de nuestros ojos hacia las cosas.
Nos atrevemos a pensar que, de aquel paisaje y quien lo contempla, sólo en la mente humana hay luz que permita relacionar y relacionarse, y por consiguiente, sólo en ella despuntan las realidades de “paz”, “belleza”, “armonía”, y todas las demás.
Esto desde luego implica que del verbo expresarse pende la posibilidad misma de una vida simplemente humana. Cuando este verbo no se da, o está enfermo, podremos ser canciones como el río, o cimientos como la roca o fresco follaje como el helecho, pero no podremos ni percibirlo, ni transmitirlo, ni ofrecerlo, ni aprovecharlo —que es lo mismo que no tenerlo.
La madre humaniza a su hijo hablándole, y lo deshumaniza prescindiendo de él. El padre humaniza a su familia compartiéndole qué sueños le embargan, que proyectos le ocupan, qué preguntas o angustias le inquietan; la deshumaniza, en cambio, encerrándose en sí mismo —que es una manera de encarcelar a los suyos. Porque no enseñar al niño a expresarse es condenarlo a la más dura pobreza: una pobreza que ni siquiera podrá saber su propio nombre.
Puede decirse que Dios quiso que la humanidad no estuviera completa en ninguno de nosotros, para que siempre hubiera algo mío en ti y algo tuyo en mí. Sólo cuando compartimos, cuando nos expresamos, se recupera esa especie de unidad original y divina en la que cada quien es más él mismo.
Saber expresarse, entonces, es ir encontrando a Dios, y es también irlo manifestando. Porque expresarse es el verbo humano-divino por excelencia. De hecho, bueno es recordar siempre que el hombre-Dios es también la Palabra de Dios.
En lo cual podemos descubrir el sencillo y eficacísimo secreto para abrirle caminos a nuestro expresarnos y al expresarse de nuestros hermanos. Para expresarse mejor con alguien, sea una persona o un grupo, bastan dos elementos:
1. Busca qué hay de ti en él y qué hay de él en ti. No construyas sobre el viento: sólo en lo común hay comunicación. Y recuerda que sólo el bien y lo bueno pueden ser comunes y hacer comunidad. Llo demás es sueño del que despertarás asustado y desengañado.
2. Busca qué hay de Dios en la relación de Uds. y cómo Uds. dan gloria a Dios. Dos amigos que no quieren saber de Dios son solamente dos enemigos que no se han presentado formalmente.
¡Denos Dios expresarnos, denos expresarle!
1. ¿Eres una persona expresiva? Describe.
2. ¿Cómo muestras tu expresividad?
3. ¿Lo que expresas es todo lo que quisieras expresar?
4. ¿Qué te cuesta expresar? (tus ideas, deseos, sentimientos, etc.)
5. ¿Por qué crees que te cuesta expresarlo?
6. ¿Conoces todas tus expresiones?
7. ¿Has podido visualizar o reconocer tus expresiones? (ya sean de
amor, envidia, paz, odio, etc.)
8. ¿Eres capaz de dominar —pacífica o reprimidamente —tus
expresiones?
9. ¿Qué es aquello que consideras que más y mejor sabes expresar; qué
lo peor?
10.¿Con quién (es) te cuesta expresarte?
11.¿Te causa tensiones el no poder expresarte? ¿Cómo se manifiestan?
12.¿Cuales serían tus propósitos para expresarte mejor?
1 ¡Que
alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa
del Señor»!
2 ¡Ya
por fin nos encontramos
a las puertas de
Jerusalén!
3 Jerusalén,
ciudad unida
y armoniosamente
edificada.
4 Es
aquí a donde vienen
las tribus del
pueblo del Señor,
a ofrecer alabanzas a su
nombre,
conforme él lo
ordenó a Israel.
5 Aquí
están los tribunales de justicia,
los tribunales del
palacio de David.
6 Oren
por la prosperidad de Jerusalén:
«Que los que te aman vivan
seguros,
7 haya
paz en tus murallas,
seguridad en tus
palacios.»
8 Por
mis hermanos y amigos,
repetiré: Que
tengas paz.
9 Por
la casa del Señor nuestro Dios,
repetiré: Te deseo
todo bienestar.
· Una de las grandes diferencias entre el Dios verdadero y los falsos dioses, es que éstos, en el lenguaje de la Biblia, son mudos: “Tienen boca y no hablan” (Sal 115,5; Bar 6,7). El Dios en que creemos es un Dios que se revela, es un Dios que se expresa, que habla. Habla a los hombres y los hace mensajeros de su voz, “profetas” en sentido amplio. Valiéndose de sueños o visiones (Núm 12,6; 1Re 22,13-17) o de una inspiración interior (2Re 3-15; Jer 1,4), o “cara a cara” (Núm 12,8), los llena, los invade con su palabra (Am 7,15; Jer 20,7ss) y les revela secretos (Dan 5,11s; Gén 41,39) no como un saber esotérico sino para comunicar vida y que realiza siempre su cometido (Is 55,10s; Jos 21,45; 23,14; Sal 147,5).
· La plena revelación de Dios, su plena expresión es Jesucristo, pues “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria” (Jn 1,14), y el mismo Dios que antes habló de muchos modos por boca de los profetas, ahora, en estos últimos tiempos nos ha hablado en Jesucristo (Heb 1,1), de modo que ver a Jesucristo es ver al Padre (Jn 6,46; 14,9)
· En cuanto a la palabra humana, el mundo bíblico no ve en ella únicamente un vano sonido, o un simple medio de comunicación entre los hombres: la palabra expresa la persona, participa de su dinamismo, está dotada en cierto modo de eficacia. Por las palabras se conoce la calidad y cualidad de la persona (Sir 27,4-7).
· La palabra puede utilizarse mal. Es el caso del charlatán (Pr 10,19; 29,20), del necio (Pr 10,8; 13,3), del indiscreto (Pr 20,19), del falso amigo (Job 2,26), del vulgar (Sir 23,12-21) y del perjuro (Éx 20,7; Núm 30,3). Pero sobre todo es el caso del malvado, cuya palabra es asechanza sanguinaria (Pr 12,6), y del chismoso o calumniador (Pr 26,22). Santiago, en su Carta, habla de ellos: St 3,2-12. Es preciso velar sobre el propio lenguaje (St 1,26; 3,2).
· Por eso hay tiempo de hablar y tiempo de callar (Qo 3,7). Hay que saber contener las palabras (Sir 1,24); usar en el lenguaje pesos y medidas y poner candado a la lengua (Sir 28,25; Sal 39,2; 141,3). En la mujer es apreciada especialmente esa palabra buena y sabia (Pr 31,26). El hombre bueno, del tesoro de su corazón saca cosas buenas (Lc 6,45) y, si habla bajo la acción del Espíritu Santo, puede edificar, exhortar y consolar a sus hermanos (1Co 14,3), pues entonces su palabra expresa la palabra de Dios.
· Antes de hablar, considera atentamente de qué modo, delante de quiénes y qué cosas has de decir, pensando bien todas las palabras y lo que de ellas pudiera seguirse. —Kempis.
· Puede que sea más difícil anular las palabras que los escritos, porque las vibraciones que ellas producen resuenan prolongadamente en los oídos de los interesados. —Yoritomo Tashi.
· Tarda en hacer una amistad y más aún en deshacerla. —Pitágoras.
· El que habla lo que no debe, también le toca oír lo que no le agrada. —Proverbio Árabe.
· Palabras sin esperanza de provecho no salgan jamás de vuestra boca. —San Francisco de Sales.
· Todo lo debemos consultar con el amigo; mas primero debemos consultar si lo es. —Séneca.
· Como el cántaro se conoce por el sonido, así la inteligencia del hombre por sus palabras. —Alfonso el Sabio.
· De la pureza y el silencio procede toda palabra poderosa. —Anónimo.
· Habla a tu amigo con recta conciencia y esfuérzate con tacto en guiarle rectamente. Si fracasas en esto, detente. No aguardes a que rechace tu consejo. —Confucio.
· Serás dueño de tu silencio y esclavo de tus palabras. —Anónimo.
· No sabe volver la palabra, una vez pronunciada. —Horacio.
· Presta el oído a todos, y a pocos la voz. —Shakespeare.
· No sabe hablar quien no sabe callar. —Pitágoras.
· Dad la palabra al dolor: el dolor que no habla gime en el corazón hasta que lo rompe. —Shakespeare.
· Muchas veces gustamos más de la dulzura de la amistad cuando nuestros amigos nos cuentan sus penas que cuando nos dan todos los detalles de su buena fortuna. —Coeuilhe.
· Amonesta a en secreto, alaba en público. —P. Sirio.
· Desata, pero no rompas, los lazos de una amistad sospechosa. —Catón.
· El arte de asociarse con los amigos consiste en que, por antiguas que sean nuestras amistades, siempre debemos tratarlas con el mismo respeto. —Confucio.
...finalmente les envió a su Hijo, diciendo:
«A mi Hijo lo respetarán.»
Mateo 21,37
Respeto:una palabra que quizá asociamos sólo con distancia, privilegio, mera urbanidad, incluso hipocresía… En realidad ninguna de estas palabras corresponde al verdadero respeto. Tienen su fuente más bien en la timidez, la cobardía, el temor o el trato interesado. Por lo mismo, seguramente se equivocan los que pretenden superar el respeto a través de una supuesta “confianza” que en realidad es abuso, chabacanería, vulgaridad, ordinariez o grocería.
De otra parte, y antes de preguntarnos qué sea el genuino respeto, cabe un interrogante: ¿hay un respeto cristiano? ¿No es ésta una virtud simplemente social a la que están obligados todos por el sólo hecho de ser ciudadanos o de ser hombres? Estas preguntas inquietan a los hombres cultos, cristianos o no.
En otro sentido, ¿no ha sido la Iglesia la gran cómplice del statu quo y de los servilismos sociales que conocemos? ¿No ha sido por excelencia la educadora del orden —o desorden— social en que vivimos? En últimas, ¿es posible ser libre, descomplicado, joven, alegre, y al mismo tiempo creer en los formalismos morales y culturales que la misma Iglesia no cesa de inculcar? Estas cuestiones a menudo subyacen al conocido planteamiento actual: “Dios, sí (o: Cristo, sí); Iglesia, no”. En este verbo está en juego la posibilidad de una existencia social-visible de una comunidad de creyentes.
Como contraste, es un hecho que la convivencia social se encuentra tan amenazada, tan desprotegida, que muchas personas buscan un referente general, una especie de nuevo decálogo que sirva de código de entendimiento y supervivencia entre los seres humanos. En este contexto se habla de una ética civil, sin alusión religiosa alguna, que debería servir de soporte racional a una sociedad que de hecho ya no es mayoritariamente cristiana. Para efectos de nuestro verbo, esto quiere decir: fundamentar el respeto en argumentos racionales autónomos. Otras veces se pretende que el equilibrio de fuerzas en la sociedad se apoye en una legislación con fuerza coercitiva, lo cual, para nosotros significa: fundamentar el respeto en el temor a las consecuencias de contravenir la ley.
La pregunta de fondo, pues, puede enunciarse así: ¿por qué frente a otra persona he de poner un límite a mis fuerzas, intereses o deseo de bienestar? El asunto no es de simple urbanidad o legalidad, en el sentido de acuerdo con las leyes vigentes en un país. Si se autoriza el aborto en un país, y todo se hace con pulcritud y decoro, ¿hay respeto ahí? Si en medio de los aplausos y las fotos para la prensa se firma un tratado de comercio internacional lleno de claúsulas injustas para el país pobre, ¿hay respeto ahí? ¿Puede el creyente, puede la Iglesia ser indiferente a estos irrespetos socialmente aprobados o incluso alabados?
Respetar es tener respectus, palabra latina que originalmente indica esa mirada hacia atrás, pero que pronto significó una mirada atenta, reflexiva, considerada. La inteligencia, la admiración y la compasión, raramente juntas, lo están en este verbo singular. El respeto es un asunto de bien mirar, de caer en la cuenta, de descubrir al otro, descubrirse en él y descubrirlo en mí. Su norma básica sigue siendo la misma desde hace miles de años: “No hagas al otro lo que no quieres que te hagan a ti”, que en los evangelios se dice de modo positivo: “Lo que quieres que hagan por ti, hazlo tú por otros” (Mt 7,12).
Es evidente que este respeto se fundamenta en una palabra, aquella que me permite reconocerme otro para el otro. Esta palabra ya está escrita en la conciencia moral de cada persona, y en este sentido el respeto es una virtud humana; pero sólo alcanza su hondura y su fuerza interior cuando la vemos escrita en aquel que se hizo otro —prójimo— de todos, Jesucristo.
Respetar, pues, no es alejarse, sino saber acercarse. Pedir respeto no es darse importancia sino saber expresarse: expresar la vida de modo que sea visible al otro. Respetar a Dios es acoger sus expresiones de justicia, de providencia y de amor.
1. ¿Tú eres respetuoso o tímido?
2. ¿Qué y a quién (es) respetas?
3. ¿Por qué respetas?
4. Describe alguien respetable para ti.
5. ¿Cómo manifiestas tu respeto?
6. ¿Qué crees que sea respetable en tus amigos?
7. ¿Exiges respeto hacia ti? ¿De qué manera?
8. ¿Cómo manifiestas respeto hacia tus padres?
9. ¿Consideras que respetar es una manera de honrar y/o temer?
10.¿Quién piensas que ha respetado tu vida?
11.¿Cómo te han faltado al respeto?
12.¿Cuál es esa forma en la que más faltas al respeto?
1 Serás
feliz si respetas al Señor
y sigues los
caminos que él te ha señalado.
2 Comerás
del trabajo de tus manos,
serás dichoso y
tendrás prosperidad.
3 Tu
esposa alegrará tu hogar
como vid cargada
de racimos;
tus hijos rodearán tu mesa
como retoños de
olivo.
4 Así
bendecirá el Señor
al hombre que sabe
respetarlo.
5 ¡Quiera
bendecirte el Señor desde Sión,
y que a Jerusalén
la veas prosperar
todos los días de
tu vida!;
6 que
veas a tus hijos y a tus nietos.
¡Paz para Israel!
· A veces se dice que el Antiguo Testamento es la ley del temor y el Nuevo Testamento la ley del amor. Esta es sólo una fórmula aproximativa que descuida muchos matices. En realidad, temor y amor están en ambos testamentos, aunque es cierto que la plenitud del amor ya no necesita del temor (1Jn 4,18), porque teme ya demasiado hacer algo que no sea bueno para el amado.
· El temor de Dios es una expresión que solemos entender mal. Ante lo grandioso o desacostumbrado espontáneamente nos causa temor, y sin dificultad respetamos a quien puede hacer ostentaciones de su fuerza o poderío. Algo así hallamos en la espectacular manifestación de Yahvé en el Sinaí (Éx 20,18s), o antes, en la experiencia de Jacob después de su sueño misterioso (Gén 28,17) o la de Moisés ante la zarza (Éx 3,6). En estos casos prima el miedo humano. Con ese lenguaje ciertamente describen los profetas el “Día de Yahvé” (Is 2,10.19; Sab 5,2).
· Más allá de ese miedo humano, está el temor reverencial propio del creyente ante las manifestaciones divinas. Así en Gedeón (Jue 6,22s), Isaías (Is 6,5) o en quienes presencian los portentos que realiza Jesús (Mc 6,51; Lc 5,9-11; 7,16; Hch 2,43). Este tipo de temor trae consigo una invitación a la confianza, un “¡no temáis!” (Jue 6,23; Dan 10,12; Lc 1,13.30), frase propia de Cristo a sus discípulos (Mc 6,50). Dios no es un potentado celoso de su poder, sino un padre que sabe dar dones inmensos que, más que miedo quieren invitarnos al respeto de su Nombre, a la admiración y la adoración (cf. Is 41,10.13s; 43,1.5; 44,2).
· Hay sin embargo un temor saludable, el temor al castigo por el pecado. Si no hubiera ese castigo, tampoco habría justicia. Este género de respeto no implica miedo para los justos sino sólo para los pecadores (St 5,1; Ap 6,15s; Lc 23,30). Pues Dios quiere que todos los hombres se salven (1Tim 2,4).
· La Biblia enseña a respetar el derecho y la justicia y no opone el amor a Dios y el honor debido a las personas. “Dad a cada cual lo que se debe: a quien impuestos, impuestos; a quien tributo, tributo; a quien respeto, respeto; a quien honor, honor” (Rom 13,7; cf. Ef 6,5; 1Tim 6,2; 1Pe 2,18), e incluo vincula este cuidado del tejido social con el respeto al Nombre de Dios (1Tim 6,1) y con la obra misma de la evangelización (1Pe 3,15-16). Sin embargo, en caso de conflicto, “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29; Gál 1,10).
· Obedecer a Dios: he ahí la libertad. —Séneca.
· Con la moral corregimos los errores de nuestros instintos, y con el amor corregimos los errores de nuestra moral. —J. Ortega y Gasset.
· Cuando encuentres un hombre bueno, mira su virtud; cuando encuentres uno malo, mira tu corazón. —Confucio.
· Para morir como quisiéramos, es preciso vivir como debiéramos. —Lubbock.
· La gloria de los hombres debe siempre medirse por los medios de que se han valido para obtenerla. —La Rochefoucauld.
· Nada tan bajo como ser altivo con el humilde. —Séneca.
· El que es bueno y amable es dos veces bueno. —Mantegazza.
· Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto. —Card. De Retz.
«Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca
a uno de estos pequeños, por ser discípulo,
os aseguro que no perderá su recompensa.»
Mateo 10,42
Acoger es abrirle espacio a mi prójimo. Mejor dicho: reconocer que él tiene derecho a ese espacio. Por consiguiente, lo contrario de acoger no es exactamente rechazar, sino negarse a reconocer el espacio del otro en mí, esto es, creer que todo mi espacio es mío.
Dentro de las tradicionales obras de misericordia se nos habla de “dar posada al peregrino”. Muchos cristianos sienten —con razón, además— que la inseguridad y los abusos han dejado desueto este género de misericordia. En realidad la misericordia es eterna, aunque sus formas cambie. Ahora bien, la esencia de la misericordia es la acogida, ese radical saber que el mismo que quiso mi existencia quiso la de mi hermano, y por eso, sólo por eso, hay en mí un lugar para él.
Acoger, pues, supone siempre perder algo de mí para ganar algo de mi prójimo.
Pero hay que ir más allá: él empieza a ser prójimo cuando lo admito cerca, cuando le abro mi proximidad, cuando lo acojo. La consecuencia se sigue: tienes tantos hermanos como acogidos y tantas soledades como indiferencias.
Acoger suele causarnos temor, por tres motivos. Primero, porque le duele a nuestro egoísmo; segundo, porque desconfiamos de lo desconocido; tercero, porque después de que alguien llega a la vida, la vida nunca vuelve a ser la misma, y en general no nos gusta cambiar.
Estos temores connaturales explican por qué hay personas que son por naturaleza más acogedoras que otras. La curiosidad puede vencer a la desconfianza y el afán de novedades o el aburrimiento consigo mismo pueden abrirnos a que la vida cambie, de cualquier modo que sea. Así se da una especie de simpatía natural, muy típica, que hace que nos sintamos fácilmente a gusto con cierta clase de personas. Sin embargo, esta simpatía no es todavía una verdadera acogida. Se puede ser muy amable, cordial y encantador por pura diplomacía, por simple conveniencia o por sola práctica.
Es importante afirmar que acoger, acoger de veras, en el corazón, siempre es difícil al corazón humano herido por el pecado. No hay acogidas profundas en el amor puramente natural, que solamente sabe dar para recibir e invitar a los que “siempre se han portado bien”, y un día devolverán la invitación. Jesús dice claramente que esta manera de acoger “ya recibe su recompensa en esta tierra” (cf. Lc 14,12) y por lo mismo es inútil para el Reino de los Cielos.
Uno empieza a acoger cuando le empieza a doler: tal es la inequívoca señal de que al fin se ha tocado algo de uno. No hay, entonces, una escuela para la acogida —un “saber acoger”— que nos ahorre este dolor, que no es otra cosa que una pequeña pero verdadera pascua en lo cotidiano de nuestra vida.
Aprender a acoger empieza cuando nos sabemos acogidos todos por Dios en Cristo (Rom 14,3); aprender a acoger termina cuando admitimos a la mesa de nuestros afectos incluso al traidor y al enemigo. Lo demás son palabras de fariseo.
1. ¿Dónde te has sentido acogido?
2. ¿Como esperas o quisieras que te acogieran?
3. ¿Cuál es tu manera de acoger tanto a conocidos como a
desconocidos?
4. ¿Crees que tu ciudad es una ciudad acogedora? Explica.
5. En caso de que tu respuesta a la pregunta anterior sea negativa.
¿Qué harías o propondrías para que lo fuera?
6. ¿Tu familia (padres, hermanos) son personas acogedoras en conjunto
y/o individualmente?
7. ¿Quién ha acogido tus ideas, tus propuestas o proyectos?
8. Describe a una persona que no sea acogedora.
9. ¿La palabra de Dios es acogedora para ti?
10.¿Y cómo es tu manera de acoger a la palabra de Dios?
11.Imagina o simplemente cuenta: ¿Cómo crees que Dios acoge?
12.¿Qué produce en ti el ser acogido?
13.¿Qué experimentas en un lugar acogedor? ¿Cómo es ese lugar?
1 Bendigan
al Señor,
todos los que
están a su servicio,
los que pasan las noches
en la casa del
Señor.
2 Levanten
las manos hacia el santuario
y bendigan al
Señor.
3 Desde
Sión te bendiga el Señor
que hizo el cielo
y la tierra.
· El huésped que pasa y pide acogida (Pr 27,8; Sir 29,21s) recuerda a Israel su primera condición de extranjero esclavizado (Lev 19,33s; Hch 7,6) y también que sigue siendo peregrino (Sal 39,13; Heb 11,13; 13,14). Este huésped tiene necesidad de ser acogido y tratado con amor en nombre de Dios que lo ama (Dt 10,18s). No se rehuirán los mayores trabajos para defenderlo (Gén 19,8; Jue 19,23s); no se vacilará en molestar a los amigos si no se dispone de medios para satisfacer las necesidades de un huésped inesperado (Lc 11,5s).
· Así lo vemos en Abrahán, que en esos extraños visitantes acogió a Dios (Gén 18,2-8). Hubo también quienes hospedaron ángeles, nos dice la Carta a los Hebreos (Heb 13,2). Job se gloría de haber sido hospitalario (Job 31,31s) y Cristo aprueba esta delicadeza (Lc 7,44ss) como un aspecto de la caridad fraterna que hace que el cristiano se sienta siempre en deuda para con todos (Rom 12,13; 13,8).
· El acoger tiene su misterio: en el extraño y en el pobre (Lc 9,48) acogido o rechazado se acoge o rechaza a Cristo (Mt 25,35-43), pues el mismo Señor no fue acogido en su nacimiento (Lc 2,7), y “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,9ss). En cambio, quienes reciben a los enviados de Cristo, a él mismo reciben, y, en él, al Padre que lo ha enviado (Jn 13,20). De hecho la generosa caridad de Dios ha sido resumida por Cristo en aquella invitación a la esperanza: “en la casa de mi Padre hay muchas habitaciones” (Jn 14,2)
· ¿Quién sabe cuántas almas serán capaces de abrirse bajo el influjo de un destello de bondad? —P. Faber.
· Conserva la alegría; sólo ella conquista. —P. Bessieres.
· Hay almas que se perderán por culpa de nuestra timidez. —M. gay.
· El cristiano es un hombre a quien Jesucristo ha confiado otros hombres. —Fray Enrique Lacordaire, O.P.
· Nunca he podido convencerme de que alguien se pueda salvar si nunca ha hecho nada por la salvación de sus hermanos. —San juan Crisóstomo.
· Cuando alguien obra mal cerca de un cristiano, tal vez hay que culpar al cristiano que no le dio suficiente ejemplo. —P. de Foucauld.
· Por más elocuente que sea vuestra palabra, nada lograréis si no está vuestra vida detrás. —Abate Esquerre.
· Quiero amar con un amor especial a aquellos a quienes su nacimiento, su religión o sus ideas alejan de mí. —Elisabeth Leseur.
· Soy hombre y nada de lo humano me resulta ajeno. —Terencio.
· Debemos ser ángeles de paz y no jueces de paz. —Santa Teresa del Niño Jesús.
Buena es la sal; mas si la sal se vuelve insípida,
¿con qué la sazonaréis?
Tened sal en vosotros y tened paz unos con otros.»
Marcos 9,50
Hemos oído, y seguramente hemos repetido la consabida queja, cuando alguien no nos agrada: “¡Me hace la vida imposible!”. Pues bien, agradar es, en el fondo, hacer la vida posible para mi hermano.
Agradar se confunde a menudo con complacer, satisfacer, contentar o mimar, verbos todos que tienen su relación con el que nos ocupa, pero que dejan un doble y falso matiz de debilidad y complicidad que no es del caso en realidad.
Saber agradar es pensar bien de la felicidad del otro. Entonces es un asunto no sólo de voluntad sino también de inteligencia y de buena memoria.
Efectivamente, ¿qué interlocutores nos parecen agradables? ¿No son aquellos que saben preguntarnos discreta pero afectuosamente sobre lo que hemos sido, sobre nuestros proyectos en curso o sobre las noticias de nuestra hogar o trabajo? Es importante decirlo: se puede aprender a ser agradable. Alguien podrá sentir que este aprendizaje nos hace hipócritas. No es cierto. Somos hipócritas cuando simulamos con adulación o melosería un amor que no tenemos, pero ¿es que acaso no hay razones buenas y fuertes para querer a nuestro prójimo? El que sabe del verbo acoger tiene una respuesta para esto.
He aquí unas sugerencias para ese saludable y sanador “aprender a agradar”:
1. No confundas autenticidad con subjetivismo, ni espontaneidad con imprudencia, ni firmeza con intolerancia, ni confianza con ordinariez, ni intimidad con vulgaridad, ni generosidad con despilfarro. Estas confusiones se pagan muy caro, y luego se necesita mucho tiempo para aclararlas.
2. Recuerda que la norma para agradar es la felicidad buena de tu prójimo; no tú, ni tus ideas, ni tus gustos; tampoco tu prójimo en todas sus pretensiones, gustos y proyectos. Hay personas que quieren ayudar tanto que estorban; quieren ser tan humildes que llegan a imponerse; tanto quieren complacer que fastidian o ayudan a envenenar.
3. Las personas no andan pensando en ti ni en mí; tú no eres su principal ni su única idea. Cada quien dedica sus mejores pensamientos a sus propios asuntos. Ese es su lenguaje. Si no aprendes un poco de ese lenguaje no podrás entenderte con él, mucho menos agradarle.
4. Ningún inútil resulta agradable por mucho tiempo. Piensa en las necesidades de la persona a quien quisieras agradar y qué lugar oportuno y razonable puedes tener en ese universo. Si ya eres útil, sé amable; si ya eres amable, sé breve. Los dos pecados cuando se quiere agradar son: demorarse poco y demorarse mucho.
5. Pocas cosas desagradan tanto como el sentirse utilizado. Para evitar cualquier sombra de sospecha en este sentido, guárdate de mezclar tus mensajes. Toda conversación, todo encuentro tiene un mensaje y deja un mensaje. Lo que no siempre resulta bien es la mezcla de mensajes. Por ejemplo: dar las gracias para luego pedir otro favor; disculparse para luego hacer una corrección; sonreír mucho para luego hacer un comentario agridulce (indirecta).
6. Cuatro heridas hay que resultan casi irreparables en las relaciones humanas: la humillación, la infidencia, la traición y la ingratitud. Guarda tu alma y tus palabras de la simple sombra de cualquiera de ellas. Y si las has cometido, procura reparar por tres y por cuatro el daño causado, encomendándote sin cesar a tu Dios, que es tardo a la ira y rico en clemencia.
7. Pero sobre todo recuerda que para depurar tu idea de lo que es realmente bueno para tu prójimo has de acudir a quien de veras le conoce y le ama: Dios, el Señor.
1. ¿Consideras que agradar es necesario para vivir? ¿Por qué?
2. ¿Cualidades para agradar tienes? Nómbralas
3. Comenta qué cualidades quisieras tener para agradar.
4. ¿Qué características comunes tienen —a tu juicio— las personas
agradables?
5. Cuando una persona te ha parecido agradable y de pronto deja de
serlo. ¿Qué crees que ha sucedido, y por qué?
6. ¿En compañía de quién (es) te sientes agradable?
7. ¿Y en compañía o presencia de quién (es) no?
8. ¿Cómo mides y juzgas lo agradable de algo y de alguien?
9. ¿Por qué quisieras agradarle a una persona determinada?
10.¿Cómo crees que puedes tú agradar a Dios?
11.¿Consideras que Jesucristo es agradable? ¿Por qué?
12.¿Qué te agrada y desagrada de tus amigos?
1 Alaben
al Señor,
que es bueno
alabar a nuestro Dios,
es grato cantar
sus alabanzas.
2 El
Señor reconstruye a Jerusalén,
reúne a los que
estaban desterrados.
3 Él
sana a los que tenían destrozado el corazón
y venda sus
heridas.
4 Él
es quien fija el número de las estrellas
y a cada una
conoce por su nombre.
5 Nuestro
Señor es sublime y poderoso,
su sabiduría no
tiene medida.
6 El
Señor levanta a los humildes
y humilla hasta el
polvo a los malvados.
7 Eleven
himnos de gracias al Señor,
canten al son del
arpa a nuestro Dios.
8 Él
tiende un manto de nubes en el cielo,
provee de lluvia a
la tierra
y hace que crezca
la hierba en las montañas.
9 Da
al ganado su alimento
y a las crías de
cuervo cuando se lo piden.
10 Para él nada vale la fuerza de la
caballería
ni la rapidez de
los ejércitos.
11 El Señor se complace en los que
lo honran,
en los que se fían
de su amor.
12 Glorifica al Señor, Jerusalén,
alaba, Sión, a tu
Dios.
13 Él refuerza los cerrojos de tus
puertas,
bendice a los que
viven en tus casas.
14 Establece la paz en tus
fronteras
y te da en
abundancia el mejor trigo.
15 Cuando envía a la tierra su
mensaje,
sus órdenes se
cumplen sin tardanza.
16 Manda caer la nieve como lana,
esparce la
escarcha cual ceniza.
17 Hace caer el granizo como migas
de pan;
¿quién puede
resistir el frío?
18 Cuando da la orden, el hielo se
derrite,
manda el viento, y
fluye el agua.
19 A Jacob dio a conocer sus palabras,
sus decretos y
preceptos a Israel.
20 No hizo lo mismo con todas las
naciones,
las demás no
conocen sus leyes.
Aleluya.
· Nada divide tanto a los hombres como la soberbia (Sir 10,7), tanto más ridícula cuanto más débil es la naturaleza del hombre que se ensoberbece (Sir 10,9). No puede sino ser destestado aquel que ambiciona honores (Lc 14,7; Mt 23,6), o que se deja llevar de la envidia (Gál 5,26). Suscitan también desagrado la insolencia (Pr 6,17; 21,24), la arrogancia y presunción del rico (Am 6,8; St 4,16; 1Jn 2,16) y el orgullo del hipócrita (Mt 23,5.25-28; Lc 18,9-14).
· La humildad en cambio atrae el favor de Dios (1Sam 2,7s; Pr 15,33; Sir 10,15; 35,17; Is 66,2; Lc 1,38-43; St 4,6) y hace posible la relación entre los hombres (Rom 12,16; Ef 4,1-3; Flp 2,3; Col 3,12; 1Pe 3,8; 5,5).
· Un modo particular de agradar y edificar son nuestras palabras, si son sensatas y oportunas (Sir 20,27; Pr 12,25; 15,1.23.26; 16,24; 25,11s; Qo 9,17; 10,12; Sir 18,17; 20,13).
· Aunque pretender agradar a todos es locura (Gál 1,10; cf. Ef 6,5s; Col 3,22), san Pablo nos exhorta a agradar al prójimo “para su bien, para su edificación” (Rom 15,2; 1Cor 10,32s), poniendo siempre por encima de todo la caridad que es la unidad consumada (Col 3,14).
· Dios ha querido que ningún bien se haga al hombre sin amarlo. —Fray Enrique Lacordaire, O.P.
· La bondad ha convertido más personas que el celo, la elocuencia o la instrucción, y estas tres cosas no han convertido a nadie sin que interviniese la bondad. —P. Faber.
· Debemos amar lo que hay de mejor en los demás con lo que hay de mejor en nosotros mismos. —Olle-Laprune.
· Muchas veces la caridad ha suplido al genio, en los santos; lo contrario nunca ha sucedido. —Palau.
· Vivir en sí mismo no es nada. ¿A quién podré ser útil, ser agradable hoy? He aquí cada mañana lo qie debes decirte. Y por la noche, cuando la luz del cielo ves irse, feliz si tu corazón en voz baja ha respondido: El día que termina, Señor, no lo he perdido; merced a mis cuidados vi en un rostro humano, la señal de la alegría, el olvido de una pena. —Andrieux.
· Las atenciones, las amabilidades son esas pequeñas causas que a menudo florecen en grandes efectos. —Dr. Pauchet.
· ¡Cuántos planes para la gloria de Dios han quedado en la nada por la falta de una sonrisa o de una mirada amistosa! —P. Faber.
· La benevolencia trae más amigos que la riqueza y más crédito que el poder. —Fenelon.
· La vida es breve y nunca sobra tiempo para alegrar el corazón de los que hacen con nosotros la oscura travesía. —Amiel.
«Convenía celebrar una fiesta y alegrarse,
porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida;
estaba perdido, y ha sido hallado.»
Lucas 15,32
Celebrar es aquel verbo lleno de belleza y de misterio que reúne el descansar, disfrutar, expresarse, acoger y agradar.
Celebrar es un verbo que supera esta tierra, porque de algún modo la bienaventuranza del cielo no es sino una inmensa celebración.
Celebrar es tan connatural al hombre, que no conocemos una sola cultura, ni antigua ni moderna, que no tenga sus rituales, sus fiestas y sus celebraciones. Ya se trate de conciertos de rock, festivales de la panela o semanas santas, todos los pueblos tienen algún género o muchos géneros de celebración. Tal parece que todos necesitamos ponernos solemnes alguna vez, y todos necesitamos llorar juntos alguna vez, y todos necesitamos alegrarnos juntos alguna vez y muchas veces.
Es inútil por ello pretender eliminar las celebraciones de la cultura humana. El camino correcto es depurarlas, iluminarlas y —¿por qué no decirlo?— santificarlas. En realidad el razonamiento es sencillo: puesto que siempre habrá celebraciones y fiestas, o aprendemos a alegrarnos y celebrar en cristiano, o siempre habrá una huella pagana y adversa al Evangelio entre nosotros.
Con este criterio ha obrado la Iglesia desde su tiempos antiguos. Bien sabemos, por ejemplo, que la Fiesta de la Natividad del Señor vino a reemplazar el Dies Solis Invicti de los romanos. Y en el fondo, las festividades litúrgicas han tenido siempre un antecedente en celebraciones ajenas a la historia de la salvación. Digamos por caso, la pascua tuvo sus primeros ancestros en la llegada de la primavera, con la que también iniciaba el nuevo año. Así se da un proceso que va de la pura alegría “natural” y “profana” hacia la alegría “en la salvación”, una alegría “sagrada”.
Pero, ¡atención!, el proceso es ciertamente reversible. Navidad y Pascua pueden devolverse —y lamentablemente así ha sucedido muchas veces— desde su sentido cristiano hacia el puro goce pagano. En nuestros días es fácil —y doloroso— comprobar que muchas celebraciones y descansos que tuvieron su origen y su sentido en la vida cristiana han retornado al craso paganismo. Pensemos simplemente en el domingo, que tuvo su origen en el sábado judío, que a su vez era un día para alegrarse rememorando en familia las gestas de Dios y su obra de creación.
¿Qué es entonces lo que logra que las celebraciones tengan su significación plena?
Aparte de lo dicho en los verbos ya mencionados, podemos distinguir tres elementos esenciales.
1. Las celebraciones sólo conservan su sentido a través de una anamnesis, esto es, un “memorial”. Es lo que la Iglesia logra a través de la lectura y la meditación de la Sagrada Escritura.
2. No bastan los recuerdos. Para llegar a la plenitud se necesita la actualización, ese momento en que descubrimos que nuestro gozo enlaza con los gozos de la anterior celebración y de nuestros antepasados. Es lo que en la Misa sucede con la homilía, la oración de los fieles y el prefacio.
3. Sólo hay celebración cristiana plena si está abierta a todos, especialmente a los más pobres. Cristo dijo: “éste es el cáliz de mi sangre… que será derramada por vosotros y por todos los hombres…” Mientras no se sientan invitados y convocados todos los hombres no está completa la celebración.
¿Quiere todo esto decir que los cristianos sólo pueden tener celebraciones religiosas?
De alguna manera, sí, pero la palabra no sería “religiosas”, sino “en Cristo”. No se trata de vivir en misa, sino de que la Misa, el Cristo que por nosotros se ofrece de modo singular y total en la Eucaristía, viva en nosotros, en todo cuanto hacemos. S es preciso sacar a Cristo de una fiesta o si es preciso taparle los ojos y sellarle los oídos para poder nosotros alegrarnos, quiere decir que no hemos empezado a ser cristianos.
1. ¿Cuál es tu manera de celebrar, es decir de qué forma?
2. ¿Y qué celebras?
3. ¿Dónde y con quiénes te gusta celebrar?
4. ¿Quién te celebra tus triunfos o victorias?
5. ¿Compartes y participas en las celebraciones de otros? ¿Cómo?
6. ¿Prefieres celebrar privada o abiertamente?
7. ¿Cuáles crees que son tus actitudes al celebrar?
8. ¿Piensas que las celebraciones tienen como especies de etapas o de
grados? Explica.
9. ¿Piensas que hay muchas ocasiones en la vida para celebrar; o más
bien pocas y lo que sucede es que se celebran toda la vida? (Ej:cumpleaños,
navidades, aniversarios; o grados, metas alcanzadas etc.) Comenta.
10.¿Qué te celebran en casa?
11.¿Te gustan las personas célebres? ¿y las celebras?
12.¿Y para qué celebrar?
1-2 Bullen en mi corazón los versos
que voy a dedicar
al rey;
prontas brotan en
mí las palabras.
3 Eres
el más hermoso de los hombres,
en tus labios se
derrama la gracia
Así te bendijo
Dios para siempre.
4 Guerrero,
cíñete al flanco la espada,
tu adorno
glorioso.
5 ¡Ánimo,
sal en defensa de la verdad,
de la mansedumbre
y la justicia!
¡Deja a tu diestra
realizar proezas!
6 Tus
flechas son agudas; los pueblos caen a tus pies;
tú traspasas el
corazón de tus enemigos.
7 Tu
trono, oh Dios, existe eternamente,
el cetro de tu
reinado es cetro de justicia.
8 Tú
amas el derecho y odias la maldad,
por eso te
consagró tu Dios
con unción de
alegría entre tus compañeros.
9 Tus
vestidos exhalan el olor de perfumes exquisitos,
en el palacio de
marfil te deleitan las arpas con su música.
10 Hay princesas entre tus amigas,
a tu derecha está
la reina vestida de oro.
11 Escucha, hija, atentamente,
y pon cuidado a
mis palabras;
olvídate de tu
gente y tu familia.
12 El rey se enamoró de tu
belleza,
él es tu señor,
póstrate ante él.
13 La gente de Tiro te ofrecerá
regalos,
los ricos del
pueblo buscarán tu favor.
14 La princesa, gloriosa con sus
joyas y su oro,
es conducida al
interior;
15 vestida de gala, la llevan al
rey
y le presentan las
doncellas que serán sus compañeras;
16 rebosantes de alegría entran al
palacio.
17 El lugar de tus padres lo
ocuparán tus hijos,
que pondrás como
reyes por toda la tierra.
18 Haré célebre tu nombre por
todas las edades,
los pueblos te
alabarán eternamente.
· En todas las religiones es la fiesta un elemento esencial del culto; lo propio de la fiesta, en la Biblia, es su conexión con la historia de la salvación. Así por ejemplo, el sábado celebra a Dios como Creador (Gén 2,3; Éx 20,11) en el que también se le recuerda y celebra como Libertador (Éx 31,13.16; Lev 24,7-9). Pero para los judíos la fiesta entre todas es la pascua (Dt 5,12-15; 16,1), celebración de la gran liberación.
· Otras solemnidades judías (cf. Dt 16,16) eran la fiesta de los tabernáculos, que recuerda las marchas por el desierto y el tiempo de los desponsales con Yahvé (Kev 23,42s; cf. Jer 2,2) y la fiesta de las semanas, en griego, pentecostés, como memoria del don de la ley en el Sinaí (Éx 34,22; Lev 23,15s.21; Núm 28,26; Dt 16,9s).
· Es importante notar que las fiestas judías no separan sino, al contrario, asocian muy estrechamente la alegría “humana” o “profana” y la alegría “sacra” o “religiosa”. Si ideal está expresado en el Deuteronomio: “En presencia de Yahvé, tu Dios, te regocijarás” (Dt 16,11). El pueblo ha de comer y alegrarse junto con su Señor, y nadie debe quedar excluido de este gozo (Dt 12,17s; 14,26s; 16,14; 26,11; 27,7).
· Jesús celebró las fiestas judías, mas con un sentido nuevo. Le vemos actuar de modo singular en la fiesta de los tabernáculos (Jn 7,37sss; 8,12; cf. Mt 21,1-10). Celebró su alianza “nueva y eterna” en el marco de la pascua judía (Mt 26,2.17ss.28; Jn 13,1; 19,36; 1Cor 5,7s) pero llevándola hasta su plenitud y realizando lo que ella significaba (Heb 10,19). Él es nuestro Cordero, el que de una vez y para siempre ha quitado el pecado el mundo (Jn 1,29.36) y nuestro motivo de alegría y fiesta (Ap 5,8-14; 7,10-14).
· Lo que da belleza a tu banquete, Señor, es que todos están convidados a él. —André Gide.
· Dejad a los niños atrapar una estrella con un espejo; no los llaméis en la hora magnífica y secreta. —Juan M. Roca.
· Es difícil hacer que un saco vacío se pare derecho. —B. Franklin.
· Si volviera a vivir, sería más flexible. Tendría más preocupaciones reales y menos imaginarias. Si hubiera de repetir mi existencia, viajaría más liviana la próxima vez. Contemplaría más salidas de sol y jugaría con más niños. —Nadine Stair.
· Alegría y amor: he aquí las alas de las grandes acciones. —Goethe.
· La felicidad no es perfecta hasta que no se comparte. —Jane Porter.
· Comenzarás a compartir tu alegría cuando sientas tuyo el éxito de tu hermano y de él el tuyo. —Anónimo.
· Asómbrate cuando logres alegrarte de la felicidad de otro. —C. Fox.
· Todo responde al llamado de la alegría; todos se reúnen allí donde se canta. —Ch. Larson.
Después de esto, designó el Señor a otros 72,
y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios
a donde él había de ir.
Lucas 10,1
Co-operar es obrar-con. Hemos visto ya que para obrar es necesario imaginar, buscar, proyectar y emprender, entre otros verbos. Pero cooperar añade un factor nuevo: hacer todo ello de tal modo que haya espacio para mi hermano, o mejor: de modo que haya espacio para ambos.
Lo contrario de la cooperación es la autosuficiencia, que empobrece a uno sin enrriquecer al otro. De hecho, la sola falta de cooperación produce ya varios males:
1. Ineficiencia en la gestión de los recursos. Es muy infrecuente que a alguien le sucedan los problemas por absoluta primera vez. En la mayor parte de los casos la experiencia de otros es la respuesta, y no es extraño que alguien tenga la solución al problema que a Ud. le ocupa.
2. Repetición innecesaria de tareas. No cooperar supone que cada persona tiene que reaprenderlo todo, con la consiguiente pérdida de tiempo.
3. Envidia y competencia desleal. La única lógica viva cuando desaparece la cooperación es: “que se vea mi obra”. Implícitamente esto conlleva “que no se vean las obras de los demás”. El ambiente de trabajo o de familia se echa a perder inmediatamente y la envidia, los celos y las rencillas quedan a la orden del día.
4. Epidemia de murmuraciones y calumnias. Consecuencia obvia de lo dicho anteriormente.
5. Desatención de los problemas esenciales. Es inevitable, cuando cada uno sólo quiere ocuparse de sus intereses, que poco se caiga en la cuenta de aquello que afecta a todos y que desde luego es racionalmente más importante que lo que tiene que ver sólo con algunos. Los divorcios pueden proveernos de multitud de ejemplos dolorosos en este sentido.
Es importante subrayar que estos males, que insensiblemente pueden alcanzar dimensiones de tragedia,
primero, no se detienen por sí mismos, sino que tienden a agravarse indefinidamente;
y segundo, no respetan ámbito humano alguno: ni la familia, ni la iglesia, ni el noviazgo, ni la empresa. No olvidemos que “donde hay hombres, hay humanidad”.
A la vista de estos males, surge espontánea la pregunta: ¿cómo educarnos en una cultura de la cooperación? He aquí algunas indicaciones, especialmente válidas quizá para quien dirige (véase el verbo dirigir), pero seguramente útiles para todos.
1. Recuerde y ponga en práctica lo dicho en los verbos expresarse, respetar y acoger; sin esa base firme, la cooperación resultará improbable —por no decir imposible.
2. Valore oportuna y sinceramente los esfuerzos y los logros de cada persona que le rodea. Evite, sin embargo, excederse en elogios, pues entonces podrá ser malinterpretado como adulador.
3. Sea Ud. ese lugar en donde el chisme muere y donde la murmuración y la calumnia no prosperan. Que la gente note que Ud. Simplemente no habla de nadie, si no es para decir algo hermoso o útil, o las dos cosas.
4. En cualquier reunión donde se estudie una cuestión, sea voluntariamente breve, preciso y desapasionado en el planteamiento de los diagnósticos. Nunca se recree describiendo el tamaño de los problemas ni menos empiece a asignar culpabilidades.
5. Sea Ud. esa persona que propone soluciones. Pero por favor no sea la persona que las impone.
6. Acoja las propuestas de los demás; ayúdeles a llevarlas a cabo; anímeles en sus desilusiones; felicíteles en sus triunfos.
7. No pierde nunca de vista esa maravilla que se llama el bien común. Así sienta a veces que está solo, piense en términos de “nosotros”. Pronto comprobará que un pensamiento así es contagioso.
8. Recuerde lo dicho en los verbos pedir y recibir, ganar y perder. No pretenda saberlo todo, ni resolverlo todo; no se presente como el gran redentor: Ud. también necesita ayuda. Agradézcala entonces cuando le llegue.
9. No pierda sus logros por tonterías. Sepa sonreír a tiempo. Ud. nunca debe parecer agobiado. Por eso, no se agobie; sepa descansar y disfrutar. Y no descuide las celebraciones que unen a su equipo. Refresque, pues, lo dicho en el verbo “celebrar”.
10.Pero, sobre todo, no se fíe de sus solas fuerzas, especialmente si nota que el ambiente no se presta para muchas colaboraciones. Ore por sus compañeros, jesfes y subalternos. Nunca deslinde su propio bien del futuro de su grupo, familia o empresa.
1. ¿Bajo qué criterios te decides a cooperar en algo y con alguien?
2. ¿Te es fácil cooperar en las ideas de otros?
3. ¿Quién (es) te han cooperado en tu vida, y en qué?
4. ¿De qué forma cooperas en tu familia?
5. ¿Piensas que cooperar es hacer que otro (s) se lleve los triunfos,
méritos y reconocimientos?
6. ¿Tú crees que los que cooperan son mediocres pero generosos o, más
bien es a quien y en donde se coopera quienes podrían adolecer de mediocridad?
7. ¿Cuál es tu concepto del cooperar?
8. ¿Cooperas con tus compañeros de trabajo?
9. ¿En qué forma le cooperas a tus amigos?
10.¿Cómo y en qué te cooperan tus amigos?
11.¿Cuál es esa forma en la que mejor te sientes o te gusta cooperar?
12.¿Cómo crees que ha cooperado Dios en tu vida? Si puedes, menciona
hechos concretos o si prefieres hazlo de manera general.
13.¿Dios necesitará de nuestra cooperación? ¿Cómo podemos cooperarle?
1 ¡Qué
bello, qué agradable
vivir unidos los
hermanos!
2 Como
el óleo perfumado derramado en la cabeza
que desciende por la
barba,
por la barba de Aarón,
y baja hasta tocar
sus vestiduras.
3 Como
el rocío del Hermón,
que baja hasta las
colinas de Sión.
Allí derrama el Señor sus
bendiciones,
la vida para
siempre.
· Pese al prejuicio corriente, en la Biblia el trabajo no viene del pecado. Antes de la caída “tomó Yahvé al hombre y lo estableció en el huerto del Edén para que lo cultivara y lo guardara” (Gén 2,15). Nótese de entrada que este mandato se extiende a toda creatura humana (Dt 5,13), porque en sus días de trabajo el hombre se asemeja a su Creador (Gén 1,26.28; Éx 20,8ss). Con su trabajo los hombres “sostienen a la creación” (Sir 38,34).
· Por lo mismo, la Biblia es servera contra la ociosidad y la pereza (Pr 13,4; 21,25) tan vecina al robo (Ef 4,28); el que no quiera trabajar, “que tampoco coma”, dice san Pablo (2Tes 3,10). La Escritura —que en todo es tan parca en elogios— no tiene dificultad para admirar la labor conjunta de los artesanos del Templo de Salomón (1Re 6; 7,1-12), y sabe que sin los labradores y obreros ninguna ciudad puede construirse (Sir 38,32). De ahí su noción equilibrada del trabajo, en el que conoce que se juntan la sed de lucro, la sabiduría del artífice y la dirección de la Providencia (Sab 14,2s).
· Cristo mismo es “el hijo —y por lo mismo, el colaborador— del artesano”, pues en Mt 13,55 se le llama “hijo del carpintero” y en Mc 6,3 a él mismo se le llama “el carpintero”. Pablo mismo era un trabajador y supo asociarse con otros, Priscila y Áquila, en el oficio manual de fabricar tiendas (Hch 18,3). De ésto no se avergüenza, sino más bien se gloría el Apóstol (Hch 20,34; 1Cor 4,12) y lo mismo nos recomienda (1Tes 4,10s; 2Tes 3,7-9).
· Nosotros cooperamos con Cristo (2Cor 6,1) especialmente cuando trabajamos por el alimento que no perece (Jn 6,27), cuando trabajamos por la paz (Mt 5,9), por nuestra propia salvación (1Tes 1,3) y en general en las obras de aquel que envió a su Hijo (Jn 9,4), pues la gracia misma de Dios coopera con nosotros (1Cor 15,10) hasta que lleguemos al descanso en el que Cristo nos ha precedido (Heb 4,10; Ap 22,12).
· ¿Quieres aprender a cooperar? Mira tus manos, mira tus pies. —J. Fuzeira.
· Una vela nada pierde cuando, con su llama, enciende otra que está apagada. —O. S. Marden.
· Si quieres hacer feliz a alguien a quien quieres mucho, dícelo hoy. ¡En vida, hermano, en vida! Serás mucho más feliz si aprendes a hacer feliz a quienes conozcas. —A. Rabatté.
· Primero que todo, me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla; la que piensa que el trabajo en equipo produce más que los esfuerzos individuales; la gente sincera y franca, capaz de oponerse con argumentos y de aceptar sus errores. Con gente así me comprometo a todo. —Julián Pérez U.
· No es impotente el hombre que siente amor por la humanidad. —Bertrand Russell.
· Si horneáis el pan con indiferencia, vuestro pan será amargo. —Jalil Gibrán.
· En la amistad se sabe descubrir y valorar la verdad del otro. Amigo es quien vislumbra la mejor parte de nosotros y recurre a ella. —Francesco Alberoni.
· El secreto de la felicidad no es hacer siempre lo que se quiere, sino querer siempre lo que se hace. —Tolstoi.
· Todos, bajo palabras contradictorias, expresamos los mismos impulsos. Nos dividen los métodos, no los fines. Y vamos a la guerra los unos contra los otros en dirección de las mismas tierras prometidas. —A. S. Exupéry.