50 Verbos Esenciales
Para bien vivir, hay que saber...
21. Sonreír
22. Descansar
23. Discernir
24. Cuestionar
25. Resumir
26. Evaluar
27. Ganar
28. Perder
29. Pedir
30. Recibir
Dijo Isabel: «Apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo,
saltó de gozo el niño en mi seno.»
Lucas 1,44
¿De qué sirve la alegría? ¿De qué sirve la ternura? ¿Cuánto vale una sonrisa? Tal vez nada nos muestra tanto quién es alguien como descubrir qué cosas le hacen reír o sonreír. Casi podríamos decir: “Dime qué te alegra, y te diré quién eres”. Y también podemos afirmar que, si algo cambió Cristo en nuestra vida, fue la causa y el modo de nuestra alegría. Hasta el punto de que cada paso en nuestra conversión va acompañado de un cambio en nuestro estilo de alegrarnos.
En efecto, el pecado hizo escasa la alegría, que ahora tiene un precio. Ya no es gratis, y por eso sólo puede ser gracia. Así pues, tratamos la alegría de la misma forma como tratamos la gracia. Y puesto que todo el mensaje del Evangelio —toda la Buena Nueva— puede sintetizarse en las palabras: “hay vida, hay gracia, hay perdón”, se ve que nuestro modo de alegrarnos retrata nuestra situación ante la gracia divina y ante el Evangelio.
Impresiona caer en la cuenta de que el ser humano necesita de la alegría, de la felicidad y de la sonrisa tanto o más que del alimento. Porque si una persona está dispuesta a gastar su dinero —que tanto esfuerzo le ha costado— en buscar un poco de alegría, no cabe duda de que esa alegría vale para él más que su dinero. E incluso más que la vida, pues se da el caso de que una persona sabe que se está destruyendo por un determinado vicio y sin embargo no se siente capaz de dejarlo.
En otro sentido, es hermoso ver cómo la obra de la gracia va simplificando, proyectando y ahondando la alegría. El niño sonríe y el santo sonríe. Pero hay esta diferencia: el niño sonríe de su satisfacción, sonríe porque es amado; el santo, porque ama. El mundano sonríe y el santo sonríe. Pero hay esta diferencia: el mundano sonríe porque tiene bienes; el santo, porque tiene bondad. Y por eso las sonrisas del niño o del mundano son efímeras y costosas, mientras que las alegrías y las sonrisas del santo son imágenes de la eternidad a la que tiende y de la gratuidad en la que vive.
1. ¿Es distinto para ti sonreír de reír? Trata de describir causas,
efectos y consecuencias.
2.
¿Qué
clase de sentimientos y actitudes expresas y te expresan con una risa y con una
sonrisa?
3.
Y
a ti, ¿qué te hace sonreír?
4.
¿Dios
te hace sonreír? ¿Cuándo y por qué?
5.
¿Con
cuanta frecuencia le sonríes al Dios de la Vida?
6.
¿Sonríes
a tus Papás y con ellos?
7.
¿Qué
te hace reír y sonreír de ti mismo?
1-2 Responde a mi clamor,
oh Dios defensor
de mi inocencia.
Ya tú me habías librado de los
que me acosaban;
ten compasión de
mí, oye mi súplica.
3 Señores de este mundo, ¿hasta
cuándo ultrajarán mi dignidad,
amarán la
insensatez y buscarán mentiras?
4 Vean qué portentos de bondad
hizo el Señor conmigo.
El Señor escucha
cuando yo lo invoco.
5 Hagan planes secretos, ¡pero
cuidado con pecar!
Reflexionen en sus
lechos, ¡pero en silencio!
6 Ofrezcan sacrificios como está
prescrito;
pongan su
confianza en el Señor.
7 Muchos hay que dicen: «¿Quién
nos hará ver la dicha?
El Señor ya no nos
alegra con la luz de su rostro.»
8 Pero tú pusiste en mi corazón
más alegría
que cuando hay
trigo y vino en abundancia.
9 Tranquilo me acuesto, y en
seguida me duermo,
pues solo tú,
Señor, me haces vivir confiado.
· A diferencia de los dioses griegos, saludados ordinariamente con el título de «bienaventurados» porque encarnan el sueño de felicidad del hombre, la Bibli no se detiene en la felicidad de Dios (cf. 1Tim 1,11; 6,15). Dios es, en cambio, un Dios de gloria, en lo cual también resulta distinto de los dioses griegos: mientras que éstos gozan de su felicidad sin preocuparse en realidad de los humanos, Yahveh se inclina con solicitud hacia todos los hombres: la bienaventuranza del hombre deriva de la gracia divina y es una participación de su gloria.
· Las «bienaventuranzas», situadas en el frontispicio del sermón inaugural de Jesús, ofrecen según Mt 5,3-12 el programa de la felicidad cristiana: ellas son un «sí» pronunciado por Dios en Jesús: sólo en Jesucristo la bienaventuranza anunciada es también realizada. Así se llama «feliz» a María por haber creído el anuncio del ángel (Lc 1,45) y haber dado a luz al Salvador (Lc 1,48; 11,27). Así también Simón puede sentirse feliz, porque el Padre le ha revelado en Jesús al Hijo de Dios vivo (Mt 16,17). Dichosos son también los ojos que han visto a Jesús (Mt 13,16); y dichosos sobre todo los discípulos que, esperando el retorno del Señor, serán fieles, vigilantes (Mt 24,46), dedicados completamente al servicio unos de otros (Jn 13,17).
· Yo dije: la vida desencanta. El eco me respondió: “¡canta!”. —Bernardin de Saint-Pierre.
· Al demonio le gustan las almas tristes: son su juguete. —P. Doyle.
· De todo lo que se emprende para Dios, sólo resultará bien lo que se haga con alegría. —R. P. Foch.
· ¿Quién sabe cuántas almas serán capaces de abrirse bajo el influjo de un destello de bondad? —P. Faber.
· El buen humor es el ambiente natural del heroísmo. —Keppler.
· El silencio es, a veces, un acto de energía; la sonrisa, también… —Victor Hugo.
· Sonríe… para no dar a tus enemigos el placer de verte triste, y para dar a tus amigos el placer de verte feliz. —Anónimo.
· Todos los buenos sentimientos del mundo pesan menos que una sola acción amorosa. —James Russell Lowell.
· Si a los oídos de los príncipes llegaran las verdades sin lisonjas, otros siglos correrían. —Miguel de Cervantes.
· Los aduladores son como los ladrones: su primer cuidado es apagar la luz. —Richelieu.
· El día más perdido de todos es aquel en que no nos hemos reído. —Chamfort.
· Bendigamos la risa porque ella libra al mundo de la noche. —Rubén Darío.
· El que no encuentra alegría en su casa, ¿dónde la irá a buscar? —Tamayo y Baus.
· Si no hubiera aduladores no habría tiranos. —Aristarco.
«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados,
y yo os daré descanso.»
Mateo 11,28
Agobiado por su labor —y su labor era sufrir— Job reflexiona crudamente: «¿No es una milicia lo que hace el hombre en la tierra? ¿No son jornadas de mercenario sus jornadas?» (Job 7,1).
La verdad es que este verbo, a pesar de su amable nombre, a veces implica duro esfuerzo, agria polémica y más de un sinsabor. Así sucede, en efecto, a nivel personal, comunitario y social.
A nivel personal, parece evidente que todos disfrutamos del descanso. Muchos incluso parecen trabajar para descansar, y hay personas que parecen vivir en vacaciones. Estas personas dibujan un estilo de vida que llega a convertirse en punto de referencia y centro de atención de la sociedad, como si, en el fondo, todos deseáramos alcanzar ese tipo de vida regalada y cómoda, bien por arriba de los trajines y esfuerzos que a nosotros nos agobian. Pero cuando nos detenemos un momento a mirar esa vida sin esfuerzo y sin dolor, ¿cómo negar su banalidad, su indolencia, su egoísmo, su intrascendencia, su inutilidad, sus excesos? Todo indica que, cuando no hay esfuerzo, la vida se «descuaderna» y termina hundiéndose bajo su carga de sensualidad, materialismo y vanidad.
No cabe duda de que son en realidad pocas las personas que pueden «darse el lujo» de llevar una vida indolente y acomodada. Pero es cierto que a esa vida suelen tender nuestros descansos. En este sentido, el cristiano seguramente sentirá una tensión interior, porque —lo mismo que todos los mortales— también él necesita descansar, pero —al contrario de la mayoría de los mortales— no quiere que su descanso conlleve pecado o sombra de pecado. Claramente esto significa que hay en la vida cristiana un algo que no descansa mientras estemos en esta tierra, hay en ella un esfuerzo que no ceja, que no puede cejar, y que sólo tendrá sosiego cuando hayamos partido de aquí: tal es el «servicio militar» que acompaña nuestra vida, después del pecado.
En otro sentido, sin embargo, está claro que el descanso es una oportunidad única para dejar de ver por un momento las obras de nuestras manos y ver las obras de las manos de Dios. Cuanto más parece ahogarnos la «selva de cemento», más necesaria resulta esta cercanía con la naturaleza, que con profunda sencillez puede ser tan elocuente en su silencio.
A nivel comunitario, el descanso suele ser, paradójicamente, ocasión de discusión. Aunque parezca elemental, hay que recordar que nadie descansa por otro. Lo cual entre otras cosas significa que, si alguien pretende alcanzar la «perfección» del descanso (en esta tierra), el precio es interesarse sólo por sí mismo y por lo que está sintiendo y cómo se está sintiendo. Esto, a la larga, crea una situación inevitablemente tensa, a menos que haya alguien —por ejemplo, los esclavos, o la mamá, o un empleado bien pago— que no descanse y que tenga por trabajo cuidar «mi» descanso. Pero aún en este caso es inevitable que surja el desencanto, el fastidio por el otro, la sensación de que, si el otro no va a aumentar mi placer, me estorba. ¿Hay acaso algún centro vacacional del que salga fortalecida la solidaridad y disminuido el individualismo? Muchos regalos y largas vacaciones: ¿hay una fórmula mejor para criar un niño en el más puro egoísmo? Ahora bien, todo esto no sucede siempre así, pero sí sucede siempre que aspiramos al «perfecto descanso».
Por otra parte, no cabe duda de que el descanso comunitario permite relacionarnos con los demás con la gratuidad de lo que son, y no bajo el criterio, a menudo utilitario, de lo que hacen. Descansar con otros nos ayuda a mirarlos, a descubrirlos, a escucharlos, a cambiar nuestros conceptos o preconceptos sobre ellos. Esto es especialmente cierto cuando se han empezado a compartir unos valores que invitan a salir de sí mismo y a darse a los demás.
A nivel social, en cambio, el balance difícilmente puede ser positivo. La «ley del trabajo» —no podemos negarlo— parece muy desigualmente repartida en el conjunto de la sociedad, y en este sentido, las declaraciones puramente legales no convencen. Esta es la otra cara del «descanso perpetuo» de quienes todo lo tienen:¿no será que éstos pueden siempre descansar precisamente porque hay otros que siempre trabajan? ¿No tiene cada “Epulón” su “Lázaro”, a quien nunca llega a ver? ¿Puede Dios, el Dios Justo, ser indiferente a lo que sucede entre ellos?
En este punto es interesante notar que Israel es, en este aspecto, un pueblo enteramente singular, por su modo de descansar: sábado quiere decir precisamente “descanso”, no sólo en el sentido de “cesar de trabajar”, sino, ante todo, en el de saberse llamado a una vida abundante que alcanza para todos. Por eso en el sábado debe descansar no sólo el ser humano, sino también los esclavos y los bueyes (Dt 5,14). Incluso se prevé, cada cincuenta años, un descanso para la tierra, que conlleva un descanso para los negocios: se trata del año jubilar (Lev 25,10). Hermosa perspectiva, hondamente humana, que nos recuerda que no puede haber descanso verdadero, mientras no sea descanso de todos, ante Dios y en su presencia.
1. ¿A qué te dedicas cuando quieres descansar?
2. ¿Quedas cansado, aburrido o satisfecho de la manera como
descansas?
3. ¿Tus descansos son programados periódicamente? Si así fuera, ¿Como
lo haces si se trata de un descanso al día, o a la semana, al mes o al año?
4. Cada cuanto descansas con la familia? O, ¿Tu descanso es un
cansancio para ellos?
5. ¿Tu crees que existe algo o alguien de quien y con lo que no te
cansarías? ¿Por qué lo dices?
6. ¿Te parece que existe diferencia en la manera de descansar de un
hombre al de una mujer? Describe tu opinión.
7. ¿Descansas de ti mismo? ¿Por qué y Cómo?
8. Explica esta frase: «Dale Señor el descanso eterno»
9. ¿En qué casos descansas de los
demás? ¿En qué casos descansas con los
demás?
10.¿Descansas cuando ríes y/o cuando lloras? Habla al respecto.
1 Señor,
mi corazón no es arrogante
ni mis ojos
altaneros;
no
pretendo grandes cosas,
ni maravillas
superiores a mis fuerzas.
2 Más
bien, me apaciguo
y acallo el
corazón.
Como un niño en brazos de su
madre,
así de tranquilo
está mi corazón.
3 Confíe
Israel en el Señor,
ahora y por
siempre.
· El nombre del sábado designa un descanso efectuado con cierta intención religiosa. Su práctica aparece ya en los estratos más antiguos de la ley (Éx 20,8; 23,12; 34,21). Es probablemente anterior a Moisés, aunque su origen sigue en parte oscuro. En todo caso, se trata de un día de reposo, regocijo y reunión cultual (Os 2,13; 2Re 4,23; Is 1,13).
· Los motivos del sábado. El Código de la Alianza subraya el lado humanitario del descanso sabático, que permitía a los esclavos “tomar aliento” (Éx 23,12; Dt 5,12). Pero la legislación sacerdotal le da otro sentido. Por su trabajo imita el hombre la actividad del Dios Creador. Con la cesación en el trabajo el séptimo día imita el reposo sagrado de Dios (Éx 31,13; Gén 2,2s). Dios dio así el sábado a Israel como signo, a fin de que sepa que Dios le santifica (Ez 20,12).
· El reposo del sábado era concebido por la ley en forma muy estricta; prohibición de encender fuego (Éx 35,3), de recoger leña (Núm 15,32) de preparar los alimentos (Éx 16,23). Observar el sábado era, además, según la predicación de los profetas, condición para que llegasen a realizarse las promesas definitivas del Señor (Jer 17,19-27; Is 58,13s).
· Jesús no abroga sin más la práctica del sábado: en tal día frecuenta la sinagoga y aprovecha la ocasión para anunciar el Evangelio (cf.Lc 4,16). Pero ataca el rigorismo de los doctores fariseos: “El sábado está hecho para el hombre, no el hombre para el sábado” (Mc 2,27) y el deber de caridad es anterior a la observancia material del reposo (Mt 12,5; Lc 13,10-16; 14,1-5). Además Jesús se llama “Señor del sábado” (Mc 2,28).
· Es la inocencia la salud del alma; y la salud del cuerpo es la alegría. —Ramón de Campoamor.
· Un ciudadano ocioso es un bribón. —Juan Jacobo Rousseau.
· El que va demasiado aprisa llega tan tarde como el que va muy despacio. —William Shakespeare.
· El descanso es al trabajo como los párpados a los ojos. —Rabindranath Tagore.
· El duque de Wellington decía, con razón, que la batalla de Waterloo se había ganado en los campos de recreo de Eton. —Anónimo.
· Es menestar llevar a Dios un corazón desnudo y puro, si quieres descansar. —Kempis.
· Saber detenerse, ¿hay algo que requiera mayor atención? —P.C. Jagot.
· Aquellos que nunca encuentran tiempo para hacer ejercicio físico, encuentran después mucho tiempo para enfermarse. —Hugo Sánchez.
· El ejercicio, lo mismo que la música y la lectura, elimina los restos de salvajismo que todos llevamos dentro. —Octavio Colmenares.
«¡Conque sabéis discernir el aspecto del cielo
y no podéis discernir las señales de los tiempos!»
Mateo 16,3
El desorden del entendimiento es fuente de desorden en la voluntad. Y la oscuridad en el entender anticipa la tiniebla en el obrar. El desorden es oscuro, porque impide ver, aunque haya luz. Y la oscuridad desordena, porque poco a poco nos lleva a olvidar el lugar de cada cosa.
Frente a ello, discernir es distinguir: el primer paso para ordenar. Discernir también es pronunciar un “sí” que conlleva un “no”; por lo mismo, es trazar una frontera, es comenzar a ver.
Como acto, el discernimiento supone, en general, unos diez pasos: acogida, escucha, examen, análisis, distinción, juicio, sentencia, revisión, verificación y autoevaluación. El proceso completo supone una especie de “espiral” ascendente.
Acogida es el acto por el que nos hacemos conscientes de nuestros propios límites, y nos disponemos del mejor modo posible a recibir un “algo” distinto a nosotros mismos. Implica la conciencia de los propios prejuicios, generales, particulares y singulares, y el deseo sincero de deponerlos.
Escucha es la recepción misma de los “datos” o de las versiones de un hecho o acontecimiento. Implica atención, esfuerzo de comprensión, preguntar inteligente, recurso a la experiencia, deseo de objetividad y claridad. Si se trata, pues, de un discernimiento cristiano, la revelación bíblica y la historia y el magisterio de la Iglesia tienen aquí su lugar.
Examen es el planteamiento de lo recibido en términos abstractos, más allá de las simpatías, antipatías y demás afectos, y también más allá de lo puramente anecdótico o circunstancial, tanto de la persona que habla como de quien la escucha. Lo esencial en esta fase es al amor a la verdad. En un discernimiento cristiano, aquí se invoca la gracia de la luz del Espíritu Santo.
Análisis es la discriminación de los elementos y actores; las causas y consecuencias; lo querido sin decirlo y lo dicho sin quererlo. Fruto de esta fase ha de ser la certeza moral de que los datos del problema forman un todo coherente y de que las posibles mentiras o medias verdades en las versiones han sido debidamente subsanadas.
Distinción es la jerarquización de aquello que ha sido fruto del análisis. Conviene intentar por lo menos tres jerarquías distintas: en el orden temporal, en el orden causal y en el orden moral.
Juicio es el acto mismo de discernir. Supone tomar aquella postura que al mismo tiempo nos parece razonable, sensata, oportuna y prudente, y que deja en el corazón una sensación de verdad, de paz y de libertad frente a las personas y frente a los datos.
Sentencia es simplemente el enunciado claro, sucinto y responsable de lo que ha sido alcanzado en el juicio.
Revisión es aquella primera fase de retroalimentación en la que devolvemos el proceso de modo crítico y sereno, como desconfiando de nosotros mismos, a la luz de nuestra propia fragilidad e ignorancia.
Verificación es el contraste entre nuestra sentencia y el hecho o persona que tenemos delante. Supone probablemente una nueva acogida, escucha y análisis, en un deseo de que los implicados sean tanm favorecidos e iluminados como sea posible. Implica, pues, amor a la verdad y gran misericordia. Sin complicidad pero sin innecesaria dureza.
Autoevaluación es el tercer paso en la retroalimentación. Supone una crítica a nuestro modo de criticar y un discernimiento de nuestra manera de discernir: como un examen de conciencia por el que deseamos también mirarnos como Dios nos mira y darle toda la gloria.
Porque discernir es constituirse en alabanza de la gloria de Jesucristo, es cerrar las puertas a la ignorancia, la duda, la perfidia, el escepticismo, el error y la malicia, para abrirlas para el Espíritu.
1. ¿Piensas que discernir es algo muy personal y privado?
2. ¿El discernimiento para qué lo has empleado?
3. Cómo y con quién disciernes el gasto de tus ingresos?
4. ¿Piensas que las equivocaciones se generan por un discernimiento
mal hecho? Explica.
5. ¿Qué tanto disciernes las decisiones que tomas?
6. ¿Cómo te «aseguras» de que un discernimiento está bien o mal
hecho? Es decir, ¿Cuáles son tus criterios para ejecutar este verbo? (Ante la
existencia de un problema, de una duda, de un temor, de un amor; cómo y con
quién te confrontas, etc., etc.)
7. Entonces, ¿A qué y quién acudes para discernir o compartir tus
discernimientos?
8. ¿Crees que has perdido o no has tenido la suficiente capacidad
para discernir? ¿A qué lo atribuyes?
9. ¿Cómo crees que Dios ayuda a la conciencia para que discierna?
1-2 El malvado solo escucha la voz
de la impiedad,
el temor de Dios
no existe para él.
3 Tiene
un concepto tan vano de sí mismo
que no puede ver
ni odiar su culpa.
4 Sus
palabras son traición y engaño,
ya no puede
entender ni hacer el bien.
5 En
su lecho trama la traición,
se obstina en no
seguir el buen camino,
no se aparta del
mal.
6 Tu
amor, Señor, llega hasta el cielo,
tu fidelidad hasta
las nubes.
7 Tu
justicia es como las más altas montañas,
tus juicios, como
el océano profundo.
Tú socorres a hombres y
animales.
8 ¡Qué
precioso es tu amor, oh Dios!
Los hombres se
acogen a la sombra de tus alas.
9 Paladean
los manjares exquisitos de tu casa:
les das a beber
tus delicias a torrentes.
10 Porque en ti está la fuente de
la vida,
y en tu luz
podremos ver la luz.
11 Muestra tu amor a tus amigos,
tu justicia a los
de corazón sincero.
12 Que no me aplasten con su pie
los orgullosos,
que la mano de los
malos no me alcance.
13 Los que hacen el mal cayeron
derribados,
ya no pueden
levantarse.
· La Biblia no conoce la palabra propia para designar la conciencia sino a partir del contacto con el medio griego. En efecto, sunei/dhsij no aparece sino en Sir 10,20 y en Sab 17,10. Ausente de los Evangelios es empleada sobre todo por Pablo. Pero la realidad a que se refiere la palabra existe en toda la Biblia.
· En la Sagrada Escritura el lugar primero del discernimiento propio de la conciencia es el corazón: «David sintió latir su corazón cuando hubo hecho el censo del pueblo y dijó a Yahvé: He pecado gravemente al hacer esto» (2Sam 24,10); igualmente cuando cortó la orla del manto del ungido del Señor (1Sam 24,6) o cuando se le dijo que podría pesarle el haber derramado sangre (1Sam 25,31).
· Otras veces el juicio sobre lo bueno o malo de los actos, acciones o actitudes se da en los riñones. Sólo Dios escudriña las entrañas; sólo él conoce lo que hay en el interior de cada cual (Jer 11,20; 17,10; Sal 7,10). Por eso, sólo Dios puede verdaderamente discernir los espíritus.
· De aquí la necesidad de tener un corazón puro, para poder ver a Dios (Mt 5,8). San Pablo le aconseja a Timoteo que promueva: «un corazón puro, una conciencia recta y una fe sincera» (1Tim 1,5). En donde es posible ver la transición de la noción más veterotestamentaria de “corazón” a la neotestamentaria de “conciencia”.
· La meta de esta conciencia es llegar a ser “irreprochable” (2Cor 1,12; cf. Hch 23,1; 24,16), teniendo siempre claro que “el que juzga es el Señor” (1Cor 4,4). Esta conciencia, pues, no es tanto “autónoma” cuanto teónoma, en la medida en que Dios —por la comunicación del Espíritu Santo— es su ley. Por eso la conciencia discierne más y más en la medida en que se colma de fe (sin “desocuparse” de su capacidad de razonar): 1 Tim 1,5.19; 3,9; 4,1s; 2 Tim 1,3; cf. Heb 13,18; 1Pe 3,16).
· Esta obra del Espíritu en el creyente florece a veces en un carisma singular, el del discernimiento de espíritus, del que habla Pablo en 1Cor 2,11s; 12,10.31; cf. 14,12.
· Nadie se distraza de algo peor que de sí mismo. — S. Elizondo.
· Quéjase todo el mundo de su memoria; pero nadie de su capacidad de juzgar. —La Rochefoucauld.
· No te imagines que los demás tienen tanto interés en escucharte como el que tú tienes de hablar. —Antístines.
· Desconocer lo que sucedió antes de ti es como quedarte siempre niño. —Cicerón.
· La verdadera manera de ser engañados es creerse más listos que los demás. —La Rochefoucauld.
· Dios mira si tus manos están limpias, no necesariamente si están llenas. —Publio Siro.
· Todo hombre considera su condición humana con cierto aire de melancolía. —Ralph Waldo Emerson.
· Personas hay en quienes los defectos sientan bien, y otras que son desagradables con sus buenas cualidades. —La Rochefoucauld.
· Es fácil el descenso al infierno. —Virgilio.
Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo,
y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos:
«¿Quién dicen los hombres que soy yo?»
Marcos 8,27
Es posible que a este mundo no le hagan tanto daño las maldades de los malos cuanto las omisiones de los buenos. Este mundo quizá no tiene tantos culpables como cómplices.
En efecto, el repetido produce costumbre, y la costumbre nos enseña a considerar como “normal” lo que al principio rechazábamos. Un paso más, y resultaremos defendiendo lo que antes nos escandalizaba. Todo sucede de modo tan suave y continuo, que no llegamos a verlo, precisamente porque nuestra vista se ha ido moviendo con lo visto.
Ahora bien, el mal engendra costumbre porque ofrece ventajas. No nos engañemos: el mal se agarra fuerte en nuestra vida a través de los bienes parciales que nos reporta, y de las comodidades que nos trae, los privilegios con que nos adormece. Y así soñolientos —como los Apóstoles en Getsemaní—, resultamos incapaces de vencer la tentación o de sobreponernos al embate del Maligno.
Por ello es cierto que, si la mitad del tiempo que gastamos en tratar de ser buenos la invirtiéramos en estar de veras despiertos ante el mal, seguramente venceríamos el doble de veces. —Pero, ¡atención!: despiertos, no asustados; atentos, no obsesionados; lúcidos, no amargados; prudentes, no cobardes.
Muchas de nuestras batallas contra el mal las hemos perdido antes de empezar, porque su astucia nos encontró dormidos. Convenzámonos de que, después de que Cristo venció al pecado y ató “al fuerte” (cf. Mt 12,28-29), lo único fuerte que le queda al mal es el espacio que le deja nuestra debilidad, sea en forma de falta de fe, de pusilanimidad, de ignorancia o de negligencia.
Cuestionar, pues, es estar despierto, infinitamente despierto al bien que tan caro le ha costado a Dios; por eso, es mirar de nuevo lo sobreentendido; es preguntarse por lo obvio, lo natural, lo cotidiano.
Pero no todo cuestionamiento es provechoso. Brindemos algunas sugerencias:
1. Procura tener claro especialmente a qué bien deseas acercarte, y no sólo de qué mal deseas apartarte.
2. No cuestiones para que aparezcan tus preguntas, ni para que se vean las mentiras de los demás; cuestiona para ayudar a tu hermano a alcanzar su verdad.
3. No te olvides de la oración del salmista: “Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?” (Sal 130/129,3 ). Recuerda entonces que ninguna vida resiste juicio. Cuando preguntes, pues, mira si hay en ti por lo menos tanta misericordia y tanta caridad cuanto hay de agudeza o de crítica.
4. Ama más la pregunta que recibes, aunque sea una verdad sencilla, que la pregunta que haces, aunque sea una cuestión brillante o profunda.
5. Cultiva un espíritu de peregrino, a la manera de Abrahán, porque, a menudo, cuestionar supone quedarse sin patria.
1. ¿Cuestionas tu realidad? ¿Cómo?
2. Cuando cuestionas, ¿generalmente es un signo de inconformidad,
desacuerdo o ignorancia? Describe.
3. ¿Quién cuestiona tus actitudes y tu vida?
4. ¿Te dejas cuestionar con facilidad? ¿Por qué?
5. ¿Y de quién te dejarías o le permitirías que te cuestionara todo y
a fondo?
6. ¿Qué le cuestionarías a la Iglesia hoy?
7. ¿Qué le cuestionas a un amigo, y compañero (a)?
8. ¿Hay algo que quisiera cuestionar de la educación y formación que
has recibido de tus papás y maestros? Enumera.
9. ¿Te has cuestionado el por qué de tu vida? ¿En qué situaciones?
10.Ultimamente, ¿qué anda cuestionando tu vida?
9 ¿Cómo podrá un joven llevar una vida
inocente?
Cumpliendo tus
palabras.
10 Yo te busco de todo corazón,
no permitas que me
aparte de tus mandatos.
11 En la mente conservo tus
consignas,
para no nunca ir a
ofenderte
12 Bendito eres, Señor,
enséñame tus
decretos.
13 Voy a repasar con mis labios
los preceptos que
tú has dado.
14 Me alegra más seguir tus leyes
que abundar en la
riqueza
15 Medito tus normas,
y considero tus
reglas de conducta.
16 Tus decretos son mi delicia,
no olvidaré tus
palabras.
17 Sé bueno con tu siervo, y viviré
guardando tus palabras.
18 Ábreme los ojos para que pueda
contemplar
las maravillas de
tu voluntad.
19 Vivo desterrado en este mundo,
no me ocultes tu
voluntad
20 Mi corazón se agota
anhelando siempre
tus preceptos.
21 Tú reprendes a los orgullosos:
malditos los que
desobedecen tus mandatos.
24 Tus leyes son mi delicia,
en ellas buscaré
consejo.
· Hubo en todo el Oriente antiguo hombres que, ejerciendo la adivinación (cf. Núm 22,5s; Dan 2,2; 4,3s), eran considerados aptos para recibir mensajes de la divinidad. Y profetas hubo en Israel que cumplieron análoga función (1Re 22,1-29). Pero esto no es lo más propio del ministerio profético en el pueblo de Dios. En realidad, detrás de la voz del profeta está la voz del Dios clemente y misericordioso, sabio y fiel que convoca sin cesar a su pueblo, lo educa, lo corrige, en fin, lo interpelaq y cuestiona.
· La voz cuestionante del profeta suele resultar demasiado incómoda, y por ello el profeta tendrá como sino la persecusión: se exterminó a los profetas bajo el reinado de Ajab (1Re 18,4.13; 19,10.14), probablemente bajo Manasés (2Re 21,16), ciertamente bajo Yoyaquim (Jer 26,20-23). Jeremías no ve nada de excepcional en estas matanzas (Jer 2,30); en tiempos de Nehemías su mención ha venido a ser un tópico (Neh 9,26), y Jesús podrá decir: “Jerusalén, que matas a los profetas…” (Mt 23,37).
· La idea de que la muerte de los profetas es su última y decisiva profecía se va, pues, abriendo campo. La misión del Siervo de Yahvé, culminación de la serie, comienza en la discreción (Is 42,2), y se consuma en el silencio del cordero llevado al matadero (Is 53,7). Este fin se veía venir: desde Moisés era tarea profética no sólo cuestionar sino interceder por el pueblo (cf. Is 37,4; Jer 7,17; 10,23s; Ez 22,30); el Siervo, figura de Cristo Paciente, salva a los pecadores de la muerte muriendo en intercesión por ellos (Is 53,5.11s).
· Los héroes, hijo mío, jamás tienen pretextos. —Elías M. Zacarías.
· Más fácil es parecer dignos de empleos que no se tienen, que de aquellos que se desempeñan. —La Rochefoucauld.
· Ya que tantos en el mundo aprendieron a vivir sin creerle a Dios, quiso Jesús hacer su camino por la tierra sin creerle al mundo. —Fray Nelson Medina F., O.P.
· No te preguntes únicamente qué tan feliz eres tú, sino qué tan felices son los que viven contigo. —Marden.
· Premia el mundo más a menudo las apariencias de mérito que el mismo mérito. —La Rochefoucauld.
· Si Dios te tratara con la indiferencia con que tú lo tratas, ¿cómo te iría? —Anónimo.
· La ira es una locura breve. —Horacio.
· La justicia es la verdad en acción. —Joseph Joubert.
· Daña a los buenos la demasiada indulgencia con los malos. —Anónimo.
Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende,
que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón:
éste es el que fue sembrado a lo largo del camino.
Mateo 13,19
Resumir es recordar con inteligencia. Por ello, este importante verbo supone especialmente dos facultades: la memoria y el entendimiento.
Aprender a resumir implica aprender a recordar. Cuán importante sea este recordar nos lo muestra este sólo hecho, que Dios no tiene otro modo de hablarnos, ni otro papel para escribirnos, que no sea nuestra propia historia, con todo lo que en ella se contiene. Se ve de aquí cuán grave error sea no saber recordar: simplemente es tanto como perder contacto con la propia historia, y, entonces, también con Dios.
En efecto, la memoria es quien nos mantiene en lo que somos. Si el más terrible de los criminales despertara un día, olvidado de quién es, de cómo se roba o se mata, de dónde viven sus amigos bribones, ese mismo día dejaría de ser un malvado. Recíprocamente, si al más virtuoso de los hombres un día se le olvidara cuánto le ha amado Dios, y quién es Jesucristo y cómo se le sirve y honra, ese mismo día echaría por tierra el camino de sus virtudes y probablemente se dejaría seducir por lo primero que atrajera sus ojos. La conclusión se sigue y es importante: mi memoria es el escultor de mi vida; lo que yo vivo recordando, en eso me voy convirtiendo.
Una persona, pues, que mire su vida como «un fracaso» y que así la resuma, no puede ser otra cosa que el fracaso en persona. Una persona que se dedique a recordar sus pecados sólo puede repetirlos. Una persona que no se desprenda de las ofensas que ha recibido es ya un homicida en potencia: por lo menos un homicida de su propia paz.
Mas, por otra parte, aprender a resumir supone recordar con inteligencia.«Los árboles no dejan ver el bosque» también cuando se trata de recuerdos. Recordar sin discernir lo importante de lo accesorio y lo esencial de lo accidental es simplemente inútil. Ahora bien, lo “importante” y lo “esencial” evidentemente dependen de cuáles sean los intereses y los amores que nos muevan. De una conferencia sobre «Ecología y desertificación en Colombia» un estudiante saca como conclusión que una corbata a cuadros difícilmente combina con una camisa a rayas; otro queda asombrado sobre las posibilidades tecnológicas de las tele-conferencias y otro más no conserva más apuntes que unos dibujitos.
Así pues, el discernimiento que nos lleva a resumir es ante todo una obra del entendimiento, pero su calidad depende del amor que mueve a cada uno. Bien se dice que Dios Padre todo lo ve —todo lo resume— en una Idea, en una Palabra, que es su Hijo y su Amor. Meta nuestra es aprender a mirarlo todo a su luz, “sub specie æternitatis”, porque sólo en él se resume lo que Dios quiere para el mundo y para la historia.
1. A tu parecer, ¿qué debe tener un buen resumen?
2. Entonces, resume tu personalidad
3. Resume tu manera de amar.
4. En resumen, ¿tu profesión qué te ha aportado y qué le aporta al
hombre?
5. ¿Podrías resumir tu vida hasta hoy en tres (3) hechos?; si no, ¿en
cuántos?
6. ¿Quisieras contar cómo resumirías tu felicidad?
7. A su vez, resume cada elemento que compone tu felicidad, ¿si?
8. ¿Cual crees que sea el resumen de la Palabra de Dios dada a los
hombres?
9. ¿Para qué te sirve o en qué te ayudan los resúmenes?
1 Alaba, alma mía, al Señor,
que todo mi ser
alabe su santo nombre.
2 Alaba,
alma mía, al Señor,
y no olvides todos
sus favores.
3 Él
perdonó todas mis culpas,
y me curó de todas
mis enfermedades.
4 Él
me libró de la muerte,
me concedió
gozarme en su amor y su bondad.
5 Él
colma de beneficios mi vida,
y renueva mi
juventud como la de un águila.
6 El
Señor ayuda a los necesitados
y defiende los
derechos de los oprimidos.
7 Reveló
sus designios a Moisés,
sus hazañas al
pueblo de Israel.
8 El
Señor es compasivo y bondadoso,
está pronto a
perdonar: su amor es grande.
9 No
se la pasa haciéndonos reproches,
su enojo no dura
para siempre.
10 No nos trata como merecen
nuestras faltas,
ni nos paga
conforme a nuestras culpas.
11 Como es de inmenso el cielo que
está sobre la tierra,
así es de inmenso
el amor de Dios sobre sus fieles.
12 Como están de lejos oriente y
occidente,
así aleja el Señor
nuestros pecados.
13 Como siente un padre ternura
por sus hijos,
así siente el
Señor ternura por sus fieles.
14 Porque él sabe de qué fuimos
formados,
se acuerda de que
somos polvo.
15 La vida humana es cual la hierba,
florece como flor
silvestre,
16 pero pasa por encima el viento,
y deja de existir,
desaparece del
suelo donde estaba.
17 Mas la bondad del Señor es
eterna
para los que lo
reverencian,
su poder salvador llega hasta
los nietos,
18 para los que
guardan su alianza
y no se olvidan de
cumplir su leyes.
19 El Señor puso en el cielo su trono,
y reina sobre
todos.
20 Alaben al Señor, ángeles de
Dios,
seres poderosos
que ejecutan sus órdenes
y obedecen a su
voz de mando.
21 Alaben al Señor, poderes
celestiales,
que están a su
servicio y cumplen su voluntad.
22 Alaben al Señor, todas las
obras de Dios,
en cualquier lugar
de su dominio.
Alaba, alma mía, al Señor.
· La existencia de una tradición es un hecho común a todas las sociedades humanas. Lo que asegura su continuidad espiritual es el hecho de que, de una generación a otra, ideas y costumbres se transmiten en forma estable (traditio, en latín, equivale a “entrega”, “transmisión”).
· También en la Iglesia se da esta traditio, a partir de un vocabulario, inicialmente judío, en el que se condensan y resumen la fe y la predicación, a veces como fórmulas o símbolos, a veces como contenidos catequéticos o litúrgicos. Así San Pablo «dio instrucciones» de parte del Señor a los tesalonicenses (1Tes 4,2), y luego les conjura que «guarden firmemente las tradiciones (paradoseis) que han aprendido de él (2Tes 2,15). A los corintios les precisa: «Os he transmitido en primer lugar lo que yo mismo había recibido» (1Cor 15,3), y pasa a expresar un síntesis o resumen de la fe común.
· Estos resúmenes en que se reúne la fe y la historia no de un hombre sino de un pueblo tienen su expresión objetiva en la Sagrada Escritura. Lucas dice en el prólogo de su obra: «Muchos han tratado de componer un relato de los acontecimientos tal como los han transmitido los que fueron desde el principio testigos y servidores de la palabra…» (Lc 1,2). En este sentido podemos decir que la Biblia misma es como el gran sumario, el gran resumen de la historia del amor de Dios por la humanidad.
· Es hermoso seguir el itinerario vivo que ha llevado esas experiencias fundantes de la fe desde aquellos hombres y comunidades hasta nosotros. En primer lugar van los apóstoles que «recibieron» de Cristo en persona (cf. Gál 1,1.16). Luego los maestros que reciben mandato de los apóstoles y a los que éstos confían la autoridad en las comunidades cristianas (1Tim 1,3ss; 4,11; 2Tim 4,2; Tit 1,9; 2,1; 3,1.8). Esta tradición se vierte en formas apropiadas a su naturaleza y a las diferentes funciones que desempeña en las comunidades cristianas: desde los relatos sobre Jesús hasta las profesiones de fe (1Cor 15,1ss), desde los formularios litúrgicos (1Cor 11,23ss; Mt 28,19) hasta las oraciones comunes (Mt 6,9-13) y hasta los himnos cristianos (Flp 2,6-11; Ef 5,14; 1Tim 3,16; Ap 7,12). A ellos hemos de acudir para leer el resumen, la síntesis viva de nuestra esperanza y de la fe que nos salva.
· En cuanto vemos claro nuestro pasado, reconocemos que ha estado lleno de Dios. —P. Faber.
· No tire piedras a su pasado; utilícelas para construir su futuro. —E. Médici.
· Recuerden los ancianos que el mundo no se va a acabar cuando se acaben ellos, y recuerden los jóvenes que el mundo no empezó a dar vueltas cuando ellos le dieron el primer empujón. —Jegusel.
· Es más bella, tal vez, que la primera, la juventud segunda de la vida. —Ramón de Campoamor.
· Jactarse de los antepasados es alabar lo que no es de uno. —Séneca.
· Los hechos son el eterno lenguaje de Dios, y las opiniones el efímero lenguaje de los hombres. —Anónimo.
· Para ahorrar tiempo, no leas más que la historia de un pueblo. Todos los pueblos se parecen. —Pitágoras.
· El vestido de los hechos aprieta demasiado a la verdad. —Rabindranath Tagore.
· Siempre han descendido de las alturas de una juiciosa meditación los que han removido el mundo. —R. Plus, S.J.
· Remendar la vida no es rehacerla. —San Francisco de Sales.
Les decía también: «Atended a lo que escucháis.
Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces.»
Marcos 4,24
Evaluar es comparar el resultado obtenido con el resultado esperado, para establecer razonablemente el valor de un proceso o un método, de una hipótesis o teoría, de la acción de una persona o un equipo.
Propiamente el objetivo de la evaluación no es histórico, ni judicial, ni anecdótico, sino práctico: se evalúa para hacer las cosas mejor —cuando se trata de situaciones cíclicas o cuando menos repetibles—, o por lo menos para obtener el máximo provecho de las circunstancias—si se trata de hechos irrepetibles—.
La evaluación es un instrumento metódico irreemplazable que las personas utilizan en su vida privada o pública, individual o colectiva, normalmente como preparación para tomar decisiones.
Téngase siempre en cuenta que no hay un único modo de evaluar un hecho o resultado. Todo depende del punto de vista de la evaluación. Un mismo acontecimiento puede ser económicamente magnífico y socialmente degradante. A pesar de lo cual, siempre es cierto que, como norma general, los resultados buenos se refuerzan unos a otros, mientras que los malos arrastran unos a los otros.
De otra parte, el punto de vista adoptado dependerá de los intereses (amores) del evaluador, o de quien solicita la evaluación. Esto significa que, si este punto de vista no ha sido cuestionado oportunamente, las evaluaciones llevarán siempre el sesgo del interés parcial que las motivó. A su vez, este cuestionamiento requiere de un oportuno discernimiento de principio, que posibilite ver cuáles son los intereses e intencionalidades en juego
Así pues, es claro que el punto de partida para una buena evaluación es el deseo de un bien mayor. Este bien, en el cristiano tiene acentos particulares, pero el derecho y el deber de buscar un bien mayor es tan claro y patente en él como en cualquier otra persona.
Porque la mediocridad no se evalúa a sí misma, o lo hace sólo mediocremente. Por el contrario, la excelencia empieza en una adecuada evaluación. Desde las juntas de gerencia hasta el examen cotidiano de conciencia, la perfección es hermana de la evaluación.
He aquí algunas sugerencias para mejorar nuestro modo de evaluar:
1. Purifica la intención general. No empieces por evaluar. Primero es preciso discernir y cuestionar, de modo que estés suficientemente cierto de cuál es el amor que te mueve.
2. Purifica la intención particular. No pretendas someter a juicio toda tu vida en todas sus dimensiones. Con sencillez y honestidad establece límites a lo que deseas evaluar, y quédate en ellos. Dentro de esos parámetros, actualiza tu intención general, esto es, asegúrate de que también en este caso estás buscando el bien mayor que realmente has descubierto que te convence.
3. En el marco de los límites señalados, examina qué es pertinente y qué no. Recuerda que una buena evaluación comienza con un buen resumen en el que se destaquen oportunamente los aspectos relevantes y los factores influyentes.
4. Ten presente en todo momento para qué se evalúa: no se trata de descubrir culpables (ni siquiera a ti mismo como culpable), ni de lamentar inútilmente un pasado que no va a volver. No se trata de huir de la culpa, sino de comprender que la culpa es estéril si no se abre a la gracia del perdón y al vigor de un buen propósito de enmienda.
5. Asegúrate de tener claro en tu mente cuál era el objetivo.Una evaluación puede arrojar un balance desastroso simplemente porque a última hora se pretende que además de lo que se esperaba, se lograran objetivos adcionales que siempre estuvieron ahí pero que nunca se dijeron. En algunos casos incluso puede ser saludable establecer el principio de que “lo que no se dijo, no existe”.
6. Al expresar tus opiniones, por principio ponte en el lugar de las personas que puedan resultar implicadas… pero tampoco te quedes ahí.
7. Todos tenemos la tendencia a fijarnos más en lo negativo y especialmente en las evaluaciones grupales nos parece más interesante hacer ver que sí nos dimos cuenta de ello. Vale la pena que evalúes los resultados que te ha traído este modo de actuar.
1. ¿Cada cuánto evalúas tu vida?
2. ¿Qué evalúas de tu vida? (profesión, familia, vida social, etc.)
3. ¿Quién te ayuda a evaluarte?
4. ¿Evalúas la “calidad” de tus días? ¿en términos de qué?
5. ¿Cómo evalúas tu vida intelectual? ¿Y tu vida afectiva?
(Argumenta)
6. ¿Qué esperas en una evaluación de todo tu ser hecha frente, o
mejor, a los pies de la cruz de Cristo?
7. Para ti, ¿qué debe involucrar una buena evaluación?
8. ¿Cómo crees que haría Dios una evaluación?
9. Ahora evalúa qué aspectos de tu personalidad, tanto en virtudes
como en defectos debes modelar y pulir.
1-3 Oh Dios, por tu bondad ten compasión de
mí,
por tu gran
misericordia borra mis maldades.
4 Purifícame
del todo de mi culpa,
limpia mi pecado.
5 Yo
reconozco mi maldad,
ante ti está
siempre mi pecado.
6 Contra
ti solo pequé,
hice lo que es
malo ante tus ojos.
Tienes razón al decretar la
pena,
eres justo al
dictar sentencia contra mí.
7 Soy
culpable desde que nací,
pecador me
concibió mi madre.
8 A
ti te agrada un corazón sincero,
en secreto me
enseñas la sabiduría.
9 Rocíame
con hisopo, y quedaré limpio,
lávame, y quedaré
más blanco que la nieve.
10 Déjame oir el gozo y la
alegría,
para que se alegre
mi cuerpo quebrantado.
11 Aparta tu rostro de mi falta,
borra todas mis
maldades.
12 Oh Dios, crea en mí un corazón
puro,
dame para siempre
un espíritu nuevo.
13 No me apartes lejos de tu
rostro,
no me niegues tu
santo espíritu.
14 Devuélveme el gozo de tu
salvación
y afianza en mí un
espíritu generoso.
15 Voy a enseñar a los malvados
tus caminos,
para que se
vuelvan a ti los pecadores.
16 Líbrame, oh Dios, de la muerte
violenta,
Dios de mi salvación,
y mi lengua
proclamará tu lealtad.
17 Permite, Señor, que
abiertamente
proclame tu
alabanza.
18 A ti no te agradan sacrificios,
tú no aceptarás
mis holocaustos.
19 Mi sacrificio, oh Dios, es un
espíritu afligido,
no despreciarás,
oh Dios, un espíritu triste y humillado.
20 Por tu bondad, concede a Sión
prosperidad,
refuerza los muros
de Jerusalén.
21 Entonces aceptarás los
sacrificios prescritos,
los holocaustos y
las víctimas,
y ofrecerán sobre
tu altar novillos.
· Uno de los principales cometidos de los gobernantes —o jueces— en Israel es evaluar en cada litigio qué corresponde a cada quien y pronunciar la correspondiente sentencia. Tal actividad judicial es ejercida por Moisés y los ancianos que le asisten (Éx 18,13-26), por Samuel (1Sa 7,16s; 8,3), por los reyes (2Sa 15,1-6; 1Re 3,16-28), por magistrados locales y también por sacerdotes (Dt 16,18ss; 17,8-13).
· Juzgar con justicia, saber evaluar y valorar qué ha sucedido y qué debe hacerse, es uno de los rasgos propios del retrato del rey Ungido (el Mesías: Sal 72,1s; Is 11,3s; Jer 23,5) y en las evocaciones del pueblo del final de los tiempos (Is 1,17.26).
· De otra parte, es claro para la Escritura que sólo Dios conoce el corazón del hombre; sólo el Creador sondea los corazones y puede evaluar del todo una situación (Jer 11,20; 17,10). Su sentencia no está separada del devenir de la historia: los acontecimientos mismos terminan por dar su mérito al justo y su castigo al culpable (Gén 18,23ss); por esto se acude a Dios pidiendo que revele su parecer y enderece los entuertos (Gén 16,5; 31,49; 1Sa 24,26; Jer 11,20). Los salmos, por ejemplo, están llenos del clamor de los justos perseguidos (Sal 9,20; 26,1; 35,1.24; 43,1; etc.).
· Ahora bien, Dios revelará todo su parecer en ese que justamente llamamos juicio final o definitivo, al que se refirió Cristo más de una vez (Mt 25,14-30). Condena rigurosa aguarda a la hipocresía de los escribas (Mc 12,40p), a las ciudades que no se convirtieron (Mt 11,20-24) y a la generación incrédula que no reconoció el tiempo de la visita de Dios (Mt 12,39-42). Cada quien será evaluado con los criterios y medidas que aplicó a su prójimo (Mt 7,1-5). El Apocalipsis describe con colores muy vivos esta audiencia última en la que realmente aparecerá la verdad, toda la verdad y sólo la verdad (Ap 20,12s; cf. 11,18; 16,5; etc.).
· ¿Cómo será evaluada la vida de los hombres? El criterio será la ley de Moisés, para quienes la invoquen (Rom 2,12), la ley inscrita en la conciencia para los que no hayan conocido otra (Rom 2,14s), la ley de libertad para los que hayan acogido el Evangelio (St 1,12).
· Los prudentes hablan porque tienen algo que decir; los imprudentes hablan porque tienen que decir algo. —Anónimo.
· Si no estás en Dios, puedes cambiar, pero no mejorar. —Kempis.
· En el día de las supremas revelaciones, Dios no hará más que sancionar solemnemente los dictados de nuestra conciencia, que es acá en la tierra, y será en la eternidad, el tribunal de Dios mismo. —San Agustín.
· La conciencia es el mejor libro de moral que tenemos. —Pascal.
· El primer castigo del culpable se lo da su conciencia. —Juvenal.
· Lo mejor de lo peor es siempre malo. —Francisco J. Amill.
· Cuatro cosas hay que extinguir en sus principios: las deudas, el fuego, los enemigos y la enfermedad. —Proverbio Hindú.
· El marxismo había prometido erradicar la necesidad de Dios del corazón del hombre, pero los resultados mostraron que no es posible lograrlo sin destrozar el corazón. —Paul Poupard.
Pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan;
alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos.
Lucas 10,20
Un día uno deja de darse disculpas y admite que le gustaría ganar. Ninguna explicación de “por qué perdimos” es comparable al sólo hecho de que “¡ganamos!”.
Pero quizá es cierto que hay personas que se acostumbran a ganar y personas que se habitúan a perder. Hay gente a la que parece perseguir el éxito, y gente que parece llevar al cuello el fracaso. También en este caso se buscan las justificaciones, reales o aparentes: el destino, la suerte, una maldición, la “sal”, incluso la voluntad de Dios…
Yendo un poco más allá, uno puede preguntarse si no existe una cultura del éxito, una cultura “diseñada” para ganar. En los campeonatos internacionales suelen repetirse los nombres de las mismas naciones; en los eventos deportivos el público suele advinar desde el principio quiénes llegarán a la final… Detrás de ellos, un grupo enorme de rezagados tienen muchas explicaciones de por qué esta vez tampoco se pudo…
¿Hay entonces un modo de prepararse para ganar? ¿Existe la “exitología”? ¿Puede uno romper largas cadenas de fracasos y empezar una etapa nueva de triunfos? Si así es, ¿qué lugar tienen Dios y la fe en Dios y la gracia de Dios en todo ello? ¿Es cristiano competir, es decir: es compatible con valores como la humildad, la mansedumbre, la fraternidad y la caridad?
Seguramente es conducente proseguir nuestra exposición simplemente respondiendo por orden a estos interrogantes.
1. Sí existen modos y métodos que aseguran con bastante probabilidad el éxito. Sus normas básicas pueden ser leídas en casi cualquier libro de superación personal, y pueden sintetizarse fácilmente:
a. Define muy claramente tu meta.
b. Visualiza en tu mente el resultado; míralo una y otra vez.
c. Recuerda que tú eres lo que sean tus pensamientos; piensa como perdedor y serás un perdedor; piensa como ganador y serás un ganador.
d. Ten presente desde el principio que tu resultado demandará esfuerzo; haz entonces acopio de tus energías, llámalas y ponlas a tu servicio.
e. No te detengas, ni por dificultades ni por éxitos parciales.
f. Eres hijo de tu ambiente. Crea entonces,en torno a ti, un ambiente positivo y constructivo. Habla en positivo de todos, presentes o ausentes. Y nunca toleres pensamientos de derrota, rencor o envidia cerca de ti.
g. Sé vigoroso en la lucha pero humilde en la victoria; ello te garantizará no un éxito, sino una serie de éxitos.
2. Por lo mismo, también es posible romper una cadena de fracasos. Aunque es cierto que la mala voluntad de otros puede hacernos (algún) daño; nada nos perjudica tanto como la mala voluntad de nosotros. Los ejemplos y las evidencias históricas podrían multiplicarse.
3. Hay dos modos de entender la competencia. Al competir “según el mundo” se trata ante todo de que los demás pierdan. Por el contrario, el cristiano, como san Pablo, lucha, ante todo, contra sí mismo (1Cor 9,26-27), quiere vencerse y entregar el trofeo a Cristo. Pero si no vence —si no se vence— tampoco tiene qué darle a Cristo. Hay otra diferencia aún con el tipo de competencia “mundana”: el cristiano sabe que habrá realmente ganado cuando todos ganen. Él mismo se ha sentido ganado por Cristo (Flp 3,12) y para Cristo quiere que sean ganados todos los pueblos y todas las vidas. Por eso sabe que las estrategias en este “ganar” cristiano no excluyen sino que incluso necesitan de la humildad y de la mansedumbre, pero sobre todo de la caridad.
1. Para ti, ¿qué significa ganar?
2. ¿Qué has ganado en tu vida?
3. ¿Cómo lo has ganado?
4. ¿Quién te preparó para ganarlo?
5. A tu juicio describe las características de un ganador.
6. ¿Consideras que ganar trae problemas? de qué tipo.
7. ¿Por qué crees que ganan, los que ganan?
8. ¿Crees que todos pueden ganar?
9. ¿Qué quisieras ganar pronto?
10.¿Qué no has logrado ganar y por qué crees que ha sido así?
1 Cuando
Israel salió de Egipto,
la familia de Jacob de tierra extraña,
2 el
Señor escogió a Judá para su santuario,
a Israel para que
fuera su dominio.
3 Al
verlos el mar retrocedió,
el Jordán detuvo
su curso;
4 los
montes se sobresaltaron como cabras,
como corderos las
colinas.
5 ¿Qué
te pasa, mar, que retrocedes?
Jordán, ¿por qué
detienes tu curso?
6 ¿Montes,
por qué se sobresaltan como cabras;
por qué como
corderos, colinas?
7 Tiembla,
tierra, ante la llegada del Señor,
ante la llegada
del Dios de Jacob.
8 Él
convierte en lagunas las rocas,
en manantiales las
piedras más duras.
· La Biblia conoce dos tipos bien distintos de orgullo. Se trata de dos actitudes: una, siempre noble, a la que los traductores griegos llaman parrhsi/a (parresía), tiene afinidad con la libertad. Es lo que los hebreos describen como el hecho de mantenerse derecho, tener el rostro levantado, expresarse abiertamente. De otro lado está la kau/xhsij (káujesis), esto es, el hecho de gloriarse o jactarse de algo, o también la actitud de apoyarse en algo para darse apoyo, para existir uno frente a sí mismo, frente a los otros, frente al mismo Dios. Esta gloria puede ser noble, cuando se apoya en Dios (Rom 5,11) o vana, si se fía sólo del hombre (Dt 8,14-17).
· Así por ejemplo, cuando Israel fue sacado de la esclavitud y hecho libre después de romper las barras de su yugo, entonces pudo «caminar con la cabeza levantad» (Lev 26,13), con parresía. Esta nobleza, orgullo que deriva de de una consagración que sella la victoria [de Dios], obliga al pueblo a andar en la santidad misma de su Salvador (Lev 19,2). Esta es la parte positiva del afán de separarse de los otros pueblos (Dt 7,1-6), afán cuya parte menos buena es que puede llevar a la jactancia o menosprecio de los demás (Sir 50,25).
· Vano es enorgullecerse de lo que no es verdadero triunfo, ni auténtica ganancia, como decir el poder humano, la belleza o la riqueza de las que se jactan las naciones (Is 23; 47; Ez 26—32); o como decir el templo o el culto que llegó a convertirse en fatua esperanza de Israel (Jer 7,4-11). Genuino orgullo es alegrarse de conocer al Señor y de servirle (Jer 9,22s), y gozarse en su santo temor, que desde luego no es miedo (Sir 1,11; 9,16).
· Jesús no obra como un perdedor, sino com un ganador, con parresía. Sólo busca la gloria del Padre (Jn 8,49s); habló «abiertamente» al mundo (Jn 18,20s) y reivindica en todas partes lo que significa ser Hijo del Padre (cf. Lc 2,49; Mt 21,12ss; Jn 2,16). A imagen suya, los creyentes saben que no han recibido espíritu de esclavitud para recaer en el temor (Rom 8,15; Gál 3,23-28) y que pueden gozarse en las primicias de la gloria que Cristo ganó para nosotros (Rom 5,2).
· Dios les concede el alimento a las aves, pero no se lo echa en el nido. —Gar-Mar.
· Salud, éxito y dicha se obtienen por la reeducación de sí mismo. —Dr. V. Pauchet.
· A un egoísta le pusieron este epitafio: “murió a los treinta años; fue enterrado a los sesenta”. —Anónimo.
· Con dos alas se levanta el hombre de las cosas terrenas: sencillez y pureza. —Kempis.
· El hombre magnánimo no busca el peligro, ni huye de él; es sobrio de palabras pero dice con libertad su pensamiento; no habla de sí ni de los otros, porque no quiere ser alabado ni que los otros sean vituperados. —Aristóteles.
· El más elevado tipo de hombre es el que obra antes de hablar. —Confucio.
Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado,
sácatelo y arrójalo de ti;
más te conviene que se pierda uno de tus miembros,
que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna.
Mateo 5,29
De acuerdo con Sigmund Freud, hay en cada persona un “principio del placer”, como tendencia a disfrutar y a ganar. Pero esa tendencia se enfrenta con otro que él llama el “principio de realidad”. En efecto, parece que sólo entramos en razón y “aterrizamos” en la realidad cuando nuestros deseos —especialmente los de disfrutar y los de ganar— se ven frenados o contradichos.
Así descubrimos que “perder” es, de entrada, palpar un límite; por eso éste verbo, si se lo sabe vivir, es fuente de muchas y profundas enseñanzas. De hecho, la madurez bien puede medirse más que por la capacidad de desear, por el poder de asimilar. El saber perder, pues, se debe inscribir dentro de la virtud de la fortaleza.
Al respecto dice Santo Tomás de Aquino que la fortaleza tiene básicamente dos actos: acometer y resistir. El joven suele imaginarse que ser fuerte es acometer grandes esfuerzos, emprender grandes proyectos, luchar contra todo lo que se le oponga… El paso de los años va mostrando que la debilidad de estos “fuertes” es que no saben resistir: saben buscar el éxito, pero no hallan qué hacer con un fracaso en las manos. La conclusión se sigue: el deseo de éxito, si no se sabe perder alguna vez, se convierte en fanfarronería, vanidad o temeridad.
Ahora bien, asimilar es como digerir una experiencia, es como sacarla del horizonte inmediato de nuestras preocupaciones y emociones presentes, para darle su lugar dentro de nosotros mismos. De acuerdo con ello, diremos que ante el fracaso hay dos posibles modos de asimilación. El modo “tumba” y el modo “siembra”. En ambos casos, lo vivido sale de la superficie y es puesto bajo tierra. Pero con esta diferencia: en las tumbas todo se pudre, y es enterrado para que no apeste. Si abrimos la tumba, las cosas están como las dejamos… aunque más dañadas. Al contrario, en la siembra todo es puesto para que florezca a su tiempo. De las tumbas nade sale, sino espantos y fantasmas; de la siembre, en cambio, surge vida, alimento, belleza, esperanza. Y aunque la comparación suene un poco fuerte, podemos decir que saber perder es entonces hacer de lo que era “basura” estéril, “reciclaje” útil y fecundo.
Sin embargo, hay algo dramático en este verbo, y es que nadie aprende a perder ganando. Por ello hay personas que no han perdido nada, simplemente porque les ha resultado más cómodo no emprender nada ni intentar nada. Esta cobardía se paga muy caro, cuando al fin se ve que por no perder cosas en la vida se ha perdido la vida misma.
Seguramente en este sentido nos advierte Cristo que hay que saber perderlo todo para ganarlo todo: la gloria de la Pascua empieza en la Cruz.
1. ¿Qué has perdido que no hubieras querido perder? (oportunidades,
amigos, conocimientos, etc.)
2. ¿A qué lo atribuyes?
3. ¿Luchas por lo que perdiste o por que no has ganado? ¿de qué
forma?
4. ¿Cómo pierdes el tiempo?
5. ¿Eres buen perdedor? ¿por qué?
6. ¿Qué materias perdías en el colegio?
7. ¿Has perdido dinero? ¿de qué forma?
8. ¿Qué es lo que más te ha dolido perder?
9. ¿Has logrado perder tu “fama” (de tacaño, peleador, criticón,
perezoso, etc.). Según tu respuesta, comenta qué ha significado para ti.
10.¿Podría decirse que has perdido amor? ¿por qué?
1-2 Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste?
Te pido ayuda a
gritos, ¿por qué te quedas lejos?
3 Dios
mío, te llamo todo el día, y no respondes,
toda la noche, sin
hallar descanso.
4 Pero tú, Dios santo, reinas desde tu
trono;
para ti las alabanzas de Israel.
5 En
ti confiaron nuestros padres,
confiaron, y tú
los salvaste.
6 A
ti clamaron, y tú los libraste;
en ti confiaron, y
no quedaron defraudados.
7 Yo
soy un gusano, no un hombre;
todos me
desprecian, el pueblo me deshonra.
8 Todos
los que me ven me hacen la burla
con muecas y
gestos de desprecio.
9 Dicen: «Acudió al Señor, pues que él lo libre;
si lo aprecia
tanto, que lo salve.»
10 Mi vida comenzó en tus manos
desde mi niñez tú
eres mi apoyo.
11 Desde antes de nacer fui puesto
a tu cuidado,
desde entonces tú
eres mi Dios.
12 No te alejes de mí, que el
peligro está cerca,
y no tengo quien
me ayude.
13 Una banda de enemigos me rodea
como toros,
me embisten cual
novillos de Basán.
14 Me amenazan con sus fauces bien
abiertas,
cual leones que
rugiendo atacan a su presa.
15 Mis fuerzas se deshacen como
agua derramada,
todos mis huesos
están descoyuntados.
Mi corazón dentro de mí
se derrite como
cera.
16 Mi garganta, como arcilla
quemada, está reseca,
la lengua se me
pega al paladar.
Estoy tendido en el polvo de
la muerte.
17 Una banda de malvados me
persigue,
como perros
furiosos me rodean.
Taladraron mis manos y mis
pies,
18 puedo contar todos
mis huesos;
ahora clavan su
mirada en mí.
19 Se repartieron mis vestidos,
echaron a suerte
mi ropa.
20 Pero tú, Señor, ¡no te quedes
tan lejos!
¡Tú me sostienes:
ven pronto a socorrerme!
21 ¡Líbrame de la espada!
¡Libra mi vida de
las garras de los perros!
22 ¡Sálvame de las fauces del
león,
de los cuernos de
los búfalos que me atacan!
23 Hablaré de ti a mis hermanos,
te alabaré en las
reuniones de tu pueblo.
24 ¡Alaben al Señor, los que lo
respetan!
¡Descendientes
todos de Israel, hónrenlo a él!
¡Respétalo, pueblo
entero de Israel!
25 Porque él no se desentiende
de la aflicción
del oprimido,
no le oculta su rostro;
cuando le pide
ayuda, él lo escucha.
26 Tú inspiras mi alabanza en la
gran asamblea,
te cumpliré mis
promesas delante de tus servidores.
27 Que los humildes se sacien.
Que alaben al
Señor los que lo buscan,
que su corazón
viva siempre en la alegría.
28 Comprenda esto, la tierra
entera, y vuélvase al Señor,
que ante él se
postren todas las naciones.
29 Porque del Señor es el reino;
él gobierna todas
las naciones.
30 Solo a él deben adorar todos
los pueblos,
postrarse ante él
quienes bajan a la tumba.
31 Mis descendientes le darán
culto
y hablarán del
Señor a las naciones venideras,
32 contarán a los que nacerán más
tarde
las victorias que
alcanzó,
y dirán: «esto
hizo el Señor».
· ¡Cuántas cosas entristecen el alma! El rostro oculto y desado de Dios (Sal 13,2), una esposa que decepciona por su malicia (Sir 25,23), un hijo mal educado (Sir 30,9s), un amigo traidor (Sir 37,2), la maledicencia de la gente (Prov 25,23). El dolor por lo perdido o por lo no encontrado hacen que el hombre sienta que come su pan con lágrimas (Sal 80,6) sin hallar quién consuele (Qo 4,1). Debajo de todas estas pérdidas y decepciones tristes, la Biblia descubre en el pecado la pérdida fundamental (Os 7,14; Mal 2,13).
· De hecho, la penitencia y su forma más típica, el ayuno, son expresiones de ese “saber perder” que empieza cuando se sabe reconocer qué es lo que se ha perdido. De ahí el ayuno riguroso (Jue 20,26), los vestidos ragados (Job 2,12); saco y ceniza (2Sam 12,16; 1Re 20,31s; Lam 2,10; Jl 1,13s; Neh 9,1; Dan 9,3), los gritos y lamentaciones (Is 22,12; Lam 2,18s; Ez 27,30ss; Est 4,3). En esta línea hay preciosos textos penitenciales que la liturgia cristiana ha hecho suyos: Sal 51; Neh 9,6-37; Esd 9,6-15; Dan 9,4-19; Bar 1,15—3,8; Is 63,7—64,11).
· San Pablo nos enseña que saber entristecerse «según Dios» lleva a conversión, esperanza, victorio y gozo; en cambio, la tristeza «según el mundo» lleva a la desesperación y a la muerte (2Cor 7,10). El joven que se va triste porque no quiere perder sus riquezas y las antepone a Cristo (Mt 19,22) anuncia ya a los ricos que condena Santiago (St 5,1). Ahí están los discípulos de Getsemaní, agobiados de sueño y pesadumbre, es decir, maduros para abandonar a su Maestro (Lc 22,45). A la inversa, Pedro solloza por haber renegado de su Señor (Mt 26,75) y su llanto lo lleva a conversión. María de Magdala llora por Cristo y su llanto es escuchado (Jn 20,11ss). A éstos puede aplicárseles la bienaventuranza de los que han llorado y son consolados (Lc 6,21).
· La adversidad es el microscopio que nos enseña a mirar la vida con mayor profundidad. —Dinamor.
· Las cometas suben siempre contra el viento, no a favor de él. —Hamilthon Mable.
· Dios hizo los abismos para que el hombre comprendiese las montañas. —Zálkind Piatigórsky.
· La verdadera resignación es poner a Dios entre el dolor y uno mismo. —Mme. Swetchine.
· Y cada cosa tiene sus lágrimas. —Virgilio.
· No pierdas el tiempo desalentándote. —P. Considine.
· Toda la oscuridad que hay en el mundo no puede ocultar la luz de una vela. —Anónimo.
· No te desanimes nunca: después de la muerte de Licurgo, se vio a los lacedemonios recoger, para hacerle un templo, las piedras con las que le habían golpeado toda la vida. —Pitágoras.
· La tormenta de anoche, ¡de qué paz dorada ha coronado la mañana! —Rabindranath Tagore.
· El que sabe sufrir, sufre menos. —Dubois.
· Cada desaire hace crecer. —Tihamer Toth.
· Siempre que te halles en un aprieto, da una mirada a la eternidad, y que nada te sujete demasiado. —San Francisco de Sales.
· Dios no mira en tantas menudencias como nosotros pensamos: se debe andar con temor de Dios, pero sin encogimiento. —Santa Teresa de Jesús.
· Saber perder forma parte del arte ser un gran campeón. —Eric Segal.
Pedid y se os dará; buscad y hallaréis;
llamad y se os abrirá.
Mateo 7,7
El llanto sonoro del recién nacido —puerta por la que todos llegamos a la vida— bien expresa nuestra condición inicial: ¿qué es ese llanto, qué ese gemido, sino nuestra primera petición? ¿Qué dicen esas lágrimas, sino una especie de súplica: “por favor, recíbanme en la vida”?
Y sin embargo, el bebé no sabe pedir. Su llanto es más una exigencia que una petición.Y la diferencia está en que quien exige no admite razones. Puesto que en la vida del bebé sólo caben sus necesidades y sus caprichos, y no hay sitio para nada más, por eso el bebé no pide propiamente.
Pedir es en primer lugar un acto de la inteligencia. Es el reconocimiento lúcido de las propias posibilidades y de las posibilidades de los demás. Pero, por encima de todo, pedir es haber comprendido que lo que cada uno ha recibido lo ha recibido no sólo para sí mismo. Por eso, el verdadero pedir no supone humillación. Quizá nuestra soberbia nos hace autosuficientes, y nuestra suficiencia, hipersensibles a todo lo que parezca que nos rebaja.
Pero, en realidad, humillante sería una de estas dos cosas: que lo que yo puedo hacer irresponsablemente se lo deje a otro, o que lo que él otro no debe hacer yo pretenda que lo haga. Pero no es humillación, ni debe ser entendido así, que yo desee superar mi limitación con la ayuda de otro; ni es humillación recibir lo que el otro en cierto modo me debe, pues nadie fue creado para sí mismo.
Es evidente que en la sociedad del individualismo —que es la antítesis de lo que significa sociedad— el verbo pedir queda en la práctica prohibido y tácitamente reemplazado por verbos que se le parecen sólo lejanamente; verbos como “negociar”, “pactar”, “acordar”, etc. Pero el ser humano, para sentirse humano, necesita poder pedir, y si esto le es impedido, se cierra sobre sí mismo en una cárcel de incomunicación y resentimiento. Al fin y al cabo, nuestra vida empezó como regalo, y ese primer regalo de algún modo nos autorizó a pedir, fundamentalmente a pedir que nos completen la vida, a pedir que el regalo no quede a medio camino.
Saber pedir, pues, tiene su ciencia. Pedir —es preciso repetirlo— no es un negocio. Y en esto nos equivocamos mucho. Queremos pedir pero sin parecer débiles, y entonces terminamos haciéndole sentir a la otra persona que, en el fondo, sí tenía que darnos lo pedido. Obrando así le quitamos a nuestra petición su dimensión más humana, precisamente la que podía abrirnos más puertas, a saber, la alegría de simplemente dar.
Por eso el arte de una petición, como tal, está sobre todo en la claridad con la que se haga. La clave está en ayudar a que el otro descubra su dar como una oportunidad de ser. Es hermoso tener claro que nuestras peticiones en realidad hacen más humanos a los demás, en la medida en que les dan margen para ser ellos mismos. Exactamente lo que recortamos de nosotros cuando decimos “necesito” se lo otorgamos a ellos al decirles: “por favor, dame…”.
1. A tu manera de ver, ¿pedir es molesto, humillante, necesario,
cómodo...? Explícate.
2. ¿Qué es lo que pides con mayor frecuencia?
3. ¿A quién acudes con “facilidad” para pedir ayuda?
4. ¿Has pedido perdón últimamente?
¿Te cuesta?
5. ¿Eres una persona que acostumbras pedir permiso?
6. ¿Qué le pides a la vida?
7. ¿Consideras que haya alguien que deba pedirte perdón?
8. ¿Qué pides con mayor frecuencia a los seres que amas?
9. ¿Pides reconocimiento, (o lo esperas) de tus trabajos y esfuerzos?
¿De qué manera?
10.¿A quién pedirías un consejo?
1-2 Yo te alabo, Señor, de todo corazón;
voy a publicar
todos tus prodigios.
3 Voy a alegrarme y a exultar por
ti,
a cantar en tu honor,
oh Dios Altísimo.
4 Mis enemigos han retrocedido,
se tambalearon y
ante tu vista.
5 Tú viniste a defender mi causa,
a sentarte en tu
trono como justo juez.
6 Refrenaste a las naciones,
hiciste perecer a los impíos,
borraste su
recuerdo para siempre.
7 Los enemigos perecieron,
arruinados sin remedio,
asolaste sus
ciudades y su nombre ya no existe.
8 El Señor, que reina
eternamente,
establece su trono
para el juicio.
9 Juzgará al mundo con justicia,
juzgará con
rectitud a las naciones.
10 Tú, Señor, has sido el baluarte
de los oprimidos,
el baluarte en
tiempo de aflicción.
11 Los que te conocen han puesto
su confianza en ti,
pues tú, Señor, no
abandonas a los que te buscan.
12 Canten al Señor, que en Sión
tiene su trono,
proclamen sus hazañas
entre las naciones.
13 Él castiga al criminal, tiene
presente al afligido,
no desoye el
clamor de los humildes.
14 El Señor tuvo compasión de mí,
miró mi sufrimiento
y me libró del
reino de la muerte,
15 para que pueda publicar sus
alabanzas
y gozarme de su
ayuda entre los que viven en Sión.
16 Los paganos se hundieron en su
propia fosa,
se enredaron en
las redes que tendieron.
17 Apareció el Señor para hacer
justicia,
y el malvado cayó
en su propia trampa.
18 ¡Que se hundan los malvados en
el reino de la muerte,
todos los paganos
que de Dios se olvidan!
19 El pobre no será olvidado para
siempre,
no seguirán
clamando en vano los humildes.
20 ¡Levántate, Señor! Que los
hombres no presuman de su fuerza;
haz comparecer a
los paganos para el juicio.
21 Haz, Señor, que ellos sientan
el terror,
que aprendan que
son hombres nada más.
· El pan, don de Dios, es para el hombre una fuente de fuerza (Sal 104,14s) y un medio de subsistencia tan esencial, que carecer de pan es carecer de todo (Am 4,6; cf. Gén 28,20); así en la oración que Cristo enseña a sus discípulos, el pan parece resumir todos los dones que nos son necesarios (Lc 11,3) y por lo tanto, el resumen de lo que es preciso pedir.
· Entre los hebreos era frecuente caracterizar una situación diciendo qué clase de sabor da al pan. El que sufre y parece abandonado de Dios come un pan «de lágrimas», de angustia o «de ceniza» (Sal 42,4; 80,6; 102,10; Is 30,20); el que está alegre lo come con alegría (Qo 9,7). El pecador come un pan de impiedad o de mentira (Prov 4,17), y el perezoso se alimenta con pan de ociosidad (Prov 31,27). Israel pidió pan y, dice la Sabiduría, que Dios le otorgó «pan de ángeles» (Sab 16,20)
· El profeta Amós, anunciando el hambre de la palabra de Dios (Am 8,11), compara el pan con la palabra (cf. Dt 8,3 a propósito del maná). Pedir sólo para esta tierra es privarse del pan de la palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4,4) y es renunciar al hambre más santa, la de aquel que quiere participar del banquete celestial (cf. Lc 14,15).
· En este sentido, parece que san Marcos, al dar al primer relato de la multiplicación de los panes un fuerte contexto de predicación y enseñanza, quiere insinuar que estos panes son símbolo de la Palabra de Jesús, al mismo tiempo que de su Cuerpo entregado (Mc 6,30.34). Según san Juan, Jesús revela el sentido último de esta abundancia afirmando que Él es el Pan verdadero, el único que de veras sacia nuestro ser y responde totalmente a nuestras peticiones (Jn 6,32s).
· Mientras estamos en esta tierra, no hay cosa que más importe que la humildad. —Santa Teresa de Jesús.
· El humilde, recibida la afrenta, está en paz, porque está en Dios y no en el mundo. —Kempis.
· Es conveniente pedir consejo; no siempre para seguirlo, pero siempre para que nos ilumine. —Madame Swetchine.
· Quien no acepta que le regalen consejos, luego compra arrepentimientos. —Lily.
· Tal vez Dios sacará más servicios de los demás que de nosotros. —San Francisco de Sales.
· Las estrellas no temen parecer gusanitos de luz. —Rabindranath Tagore.
· Sean las cosas temporales para el uso, las eternas para el deseo. —Kempis.
Enseguida, el que había recibido cinco talentos
se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco.
Mateo 25,16
Este tendría que ser el verbo más sencillo de todos. A primera vista, en efecto, para recibir la única condición es no tener, y esto no suele costar mucho trabajo. Y que es necesario recibir es evidente si pensamos en lo que le sucede a quien se niega a comer: así como el anoréxico no puede sobrevivir con sus recursos, así el que no puede o no sabe recibir termina autodestruyéndose.
En realidad la cuestión es más compleja. Queremos no sólo recibir, sino saber recibir, que es distinto, porque recibir es una especie de verbo-puente entre los verbos discernir y agradecer. Y por ello, el perfecto recibir requiere de un excelente discernir y de un genuino agradecer.
En efecto, aquello que se nos da raramente es del todo bueno o del todo malo. Lo cual implica que el primer paso para saber recibir es discernir; y ya en este paso, como hemos visto, son frecuentes las equivocaciones. En otro sentido, es verdad que quien recibe y no agradece no podrá quedar libre de egoísmo y de orgullo.
Y sin embargo, saber recibir va más allá de discernir el bien y el mal en aquello que acogemos; ésta es sola la puerta. El siguiente punto está en qué hacemos con el bien que recibimos, o cómo aprovechamos el mal que acaso nos llega. Porque cualquier bien resultará escaso para el pródigo y cualquier mal excesivo para el intolerante. Por eso saber recibir requiere la inteligencia de descubrir el lugar de cada cosa en nuestra vida, y para esto es necesaria una fe formada en la providencia de Dios.
He aquí algunas sugerencias en orden a esta formación:
1. Ejercítate en los verbos escuchar, meditar y resumir, hasta descubrir la “historia de salvación” que Dios ha ido escribiendo contigo.
2. Para aquello que recibes, aplica el verbo discernir, de modo que no vayas a llamar bien a un mal, ni mal a un bien.
3. Da un tratamiento particular a cada cosa que recibes, según se trate de pensamientos, palabras o cosas:
a. Si se trata de un pensamiento o de una inspiración, y ya has discernido que se trata de algo bueno y provechoso, agradece inmediatamente,y pasa a los verbos imaginar, proyectar y emprender.
b. Si se trata de una palabra que alguien te dice, no empieces por tu gusto, sino, ante todo, busca qué hay de cierto; aférrate a la verdad y comprende que sólo en ella serás libre.
c. Si se trata de una cosa (objeto, dinero, viaje, etc.), hay que distinguir entre el uso y el disfrute.
· Si es algo para tu uso, pregúntate si eres el destinatario final de lo que recibes, o si acaso eres sólo una estación de paso; esto es: busca el sitio para ese objeto o herramienta y encontrarás tu propio sitio.
· Si es algo para disfrutar, recuerda lo dicho en el verbo descansar.
Feliz quien encuentra camino para vivir este verbo; un día recibirá de él la vida eterna.
1. ¿Qué es lo que más te gusta recibir?
2. ¿De quién recibes apoyo?
3. ¿Recibes alegrías? ¿de qué forma?
4. ¿Te gusta recibir sorpresas? ¿qué te causan?
5. ¿De quién te gustaría recibir ayuda y por qué?
6. ¿Crees que has recibido a Dios? Describe.
7. ¿Te sientes comprometido cuando recibes amor, regalos, o ayuda?
8. ¿Por qué rechazarías algo recibido?
9. ¿Qué reciben los demás de ti?
10.¿Qué esperas recibir del futuro?
1-2 Yo
te alabo, Señor, de todo corazón;
voy a publicar
todos tus prodigios.
3 Voy a alegrarme y a exultar por
ti,
a cantar en tu
honor, oh Dios Altísimo.
4 Cuanto
tú apareciste, mis enemigos volvieron la espalda,
se tambalearon y
cayeron muertos.
5 Tú viniste a defender mi causa,
a sentarte en tu
trono como justo juez.
6 Refrenaste
a las naciones, hiciste perecer a los impíos,
borraste su
recuerdo para siempre.
7 Los enemigos perecieron,
arruinados sin remedio,
asolaste sus
ciudades y su nombre ya no existe.
8 El
Señor, que reina eternamente,
establece su trono
para el juicio.
9 Juzgará al mundo con justicia,
juzgará con
rectitud a las naciones.
10 Tú,
Señor, has sido el baluarte de los oprimidos,
el baluarte en
tiempo de aflicción.
11 Los que te conocen han puesto
su confianza en ti,
pues tú, Señor, no
abandonas a los que te buscan.
12 Canten
al Señor, que en Sión tiene su trono,
proclamen sus
hazañas entre las naciones.
13 Él castiga al criminal, tiene
presente al afligido,
no desoye el
clamor de los humildes.
14 El
Señor tuvo compasión de mí, miró mi sufrimiento
y me libró del
reino de la muerte,
15 para que pueda publicar sus
alabanzas
y gozarme de su
ayuda entre los que viven en Sión.
16 Los
paganos se hundieron en su propia fosa,
se enredaron en
las redes que tendieron.
17 Apareció el Señor para hacer
justicia,
y
el malvado cayó en su propia trampa.
· El semblante de Dios en la Biblia es el de un padre que cuida de sus creaturas y les procura lo que necesitan: «Tú les das la comida a su tiempo…» (Sal 145,15s; 104,27s) a los animales y a los hombres (Sal 36,7; 147,9).
· Aunque el hebreo no tiene una palabra propia para decir “providencia”, la atenta solicitud del Creador se ve afirmada en la Biblia (Job 10,12), no a la manera de un destino que arrastre al hombre, ni de un mago que asegure al creyente contra los accidentes o contrariedades, sino como una fuente de esperanza en que puede afianzarse y recibir a su tiempo.
· La Escritura, en efecto, nos anima a esperar, pues el designio de Dios, designio de amor (Sal 103,8ss), se realizará infaliblemente (Sal 33,11). Dios cuida del orden del mundo (Gén 8,22), asegura la fecundidad de la tierra (Hch 14,17), ofreciendo a todos, buenos y malos, el sol y la lluvia (Mt 5,45). Todo lo dispone para dejarse encontrar de quien le busca (cf. Hch 17,24-28).
· Esta convicción nos mueve a saber que “el que pide recibe” (Mt 7,8): Dios, que domina toda su creación y la hace fecunda (Sal 65,7-14), guarda a su pueblo en todo y siempre (Sal 121); sin él son vanos el esfuerzo y la vigilancia de los hombres (Sal 126,1). «Espera en el Señor, y él actuará» (Sal 37,5).
· No hay estrella a la que no puedas llamar tuya. —Amado Nervo.
· Que finalmente te alcancen todas las caricias del aire. —André Gide.
· Contemplar y llevar a los demás lo contemplado. (Lema de la Orden de Predicadores) —Santo Tomás de Aquino, O.P.
· La alabanza y la gloria no se han de buscar; sin embargo, la caridad pide y la humildad permite que procuremos adquirir buena reputación, pues ésta sirve no poco para servir al prójimo y hacer el bien. —San Francisco de Sales.
· El porvenir nos atormenta y el pasado nos retiene. Por eso se nos escapa el presente. —Flaubert.
· La mejor limosna es tender la mano, de modo que ya no necesite limosnas. —Mons. Miguel de Andrea.
· ¡Cuán seria es la vida! ¡Cuán corta…! Empleemos santamente este tiempo tan precioso que Dios nos da. Cada hora es un gran don de Dios. —Monseñor Gay.