50 Verbos Esenciales
Para bien vivir, hay que saber...
11. Amar
12. Esperar
13. Obedecer
14. Cuidar
15. Extrañar
16. Imaginar
17. Buscar
18. Proyectar
19. Emprender
20. Disfrutar
Jesús le dijo: «El segundo mandamiento es semejante al primero:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo.»
Mateo 22,39
Puede decirse que, en el fondo, el pecado sólo dañó una cosa: el amor; y también puede decirse que la gracia de Dios, que Cristo ganó para nosotros en la Cruz, sólo restauró una cosa —y a través de ella, todas—: el amor.
Falta de amor: este es el nombre de la desgracia; plenitud de amor: este es el nombre de la Vida. Porque Dios es Amor.
En efecto, creados por amor y redimidos por amor, los seres humanos tenemos como primera referencia, como primer lenguaje, como única felicidad y como fundamental esperanza el amor. Nunca, pues, puede sobreestimarse su importancia en nuestra vida. Equivocarse en esto es equivocarse en todo.
Primera referencia, porque nuestro ser mismo no fue negociado sino simplemente otorgado, y dar, darse es como la naturaleza misma del amor. Lo primero, entonces, que nos pasó se llama «amor»; y a partir de ese primer y fundamental hecho miramos y valoramos los demas hechos.
Primer lenguaje, porque desde el momento en que el amor ha hecho posible la vida —mi vida y tu vida— desde ese mismo momento nos ha abierto a «lo demás» y a «los demás». Desde que somos instalados en el «ser» la única llave que nos abre se llama «amor». Los lenguajes que luego aprendemos: el de los gestos, las caricias, el llanto, las palabras, son siempre idiomas segundos cuya fuerza expresiva depende del idioma primero del amor. Cuando este falta o ha dejado serias deficiencias, ningún gesto, ninguna caricia, ningún llanto, ninguna palabra logra reemplazarlo.
Unica felicidad, porque sólo en el amor se detiene nuestro connatural anhelo de ser felices. Mal se llama felicidad lo que tiene fin, lo que desilusiona, lo que se compra, o lo que no sacia. Pasa la vida, se agota la vida, se derrumba la vida, y sólo sigue llamándose «vida» lo que ha construido el amor.
Esperanza fundamental, porque el apetito de amar y ser amado es lo que esperamos en lo que esperamos. ¿Será aquí? ¿Será él? ¿Será ella? Todo depende de qué se responda a una pregunta: ¿me amará? Feliz quien puede responder «Sí, porque su Nombre es Amor.»
1. ¿Qué es lo que amas de una persona?
2. Y en cuanto a las personas que dices amar, ¿qué amas en ellas?
3. ¿Consideras que amar tiene implicaciones? (menciona).
4. ¿Cuáles te parecen que sean las causas que hacen que no amemos o
que amemos menos a las personas?
5. Amar ¿te nace? ¿o lo optas, decides, procuras?
6. ¿Qué razón descubres para que el amor crezca en ti?
7. Nombra a tres personas que amas y además lo saben; y tres que no
lo sepan ¿Cuáles son las razones de ello?
8. Nombra a tres personas que has dejado de amar o ames poco. Da tus
razones.
9. Menciona a tres personas que creas que te aman y por qué lo crees.
10.Menciona a tres personas que piensas que no te aman y por qué.
11.¿Cuál crees que es el lenguaje del amor? ¿Cómo descubres el amor?
12.Describe a tu parecer el Amor Verdadero.
13.¿Piensas que el amor hace libre o subyuga, domina?
14.¿Consideras que el amor es inmutable, o que cambia en la medida
que el ser crece en edad, madurez y conocimiento?
1-2 Bendeciré al Señor a toda hora,
en mi boca estará
siempre su alabanza.
3 En
el Señor está mi gloria;
que lo escuchen
los humildes y se alegren.
4 Proclamemos
la grandeza del Señor,
exaltemos su
nombre todos juntos.
5 Busqué
al Señor, y me escuchó,
me libró de todo
peligro.
6 Los
que miran al Señor, estarán radiantes,
la vergüenza no se
asomará en su rostro.
7 Miren
aquí un hombre afligido:
clamó, y lo
escuchó el Señor,
lo salvó de todas
sus angustias.
8 El
ángel del Señor hace guardia
en torno a sus
fieles para protegerlos.
9 Gusten
y verán qué bueno es el Señor,
dichoso el que
busca su refugio en él.
10 Santos del Señor, acátenlo,
que nada faltará a
los que le hacen caso.
11 Mientras los leones, faltos de
presa, pasan hambre,
ningún bien
faltará a los que buscan al Señor.
12 Vengan, hijos, a escucharme,
les enseñaré a
respetar al Señor.
13 ¿Deseas una vida larga,
quieres disfrutar
de días de felicidad?
14 Guarda tu lengua del mal,
tus labios de
palabras mentirosas.
15 Apártate del mal y haz el bien,
corre en busca de
la paz.
17 El Señor se fija en los que
obran el mal
para borrar de la
tierra su recuerdo.
16 Pero no aparta sus ojos de los
justos,
tiene el oído
atento a sus clamores.
18 Cuando claman a él, los oye
y los libra de
todas sus angustias.
19 El Señor está cerca de los
atribulados
y salva a los que
sufren opresión.
20 Muchas son las penas que el
justo ha de sufrir,
pero de todas
ellas el Señor lo libra.
21 El Señor cuida de su cuerpo,
no deja que un
solo hueso se le quiebre.
22 Al malo su propia maldad lo
matará,
los que odian al
justo pagarán su culpa.
23 El Señor libra de la muerte a
sus servidores,
los que a él se
acogen no sufrirán castigo.
· Podemos decir que la primera manifestación del amor de Dios es la del amor de quien se hace amigo. Abrahán, un pagano entre tantos, es llamado por Dios (Jos 24,2s) para ser su amigo (Is 41,8), a quien hace partícipe de sus secretos (Gén 18,17). De Moisés dice bellamente la Escritura que Dios hablaba con él como un hombre con su amigo (Éx 33,11). Y desde lo íntimo de esa amistad, Moisés descubre la inmensa ternura de Dios (Éx 34,6s). Los Profetas, confidentes de Dios (Am 3,7) se sienten a veces desgarrados (Jer 20,7ss) y a veces gozosos (Jer 20,11ss) de ese amor de predilección. Por eso el lenguaje profético hablará de Dios como de un esposo amantísimo que tiene que sufrir (Os 11,8) pero que también puede y quiere dar a su esposa un corazón nuevo capaz de amar (Os 2,21s; Jer31,3.20.22; Ez 16,60-63; 32,26s). Otras imágenes como la del pastor (Ez 34) y la de la viña (Is 5; Ez 17,6-10) expresan el mismo celo y el mismo drama.
· El Deuteronomio recuerda incesantemente que el amor de Dios a Israel es gratuito (Dt 7,7s) y que Israel tiene como primer mandamiento amar, amar a Dios con todo su corazón (Dt 6,5). Amor que ha de expresarse con actos de adoración y obediencia (Dt 11,13; 19,9) que suponen elegir radicalmente a Dios como mi Dios (Dt 4,15-31; 30,15-20).
· Israel, especialmente después del exilio, descubre cada vez más la vida con Dios como un diálogo de amor. Así, sin duda, relee la historia de los dos enamorados del Cantar de los Cantares, que se buscan y encuentran, movidos por un amor “fuerte como la muerte” (Ct 8,6). El judío piadoso sabe que Dios ama no sólo a todo el pueblo (Dt 4,7) o a sus jefes (2Sam 12,48s) sino a cada judío, sobre todo al justo (Sal 37,25-29; 146,8), al pobre y al pequeño (Sal 113,5-9). Poco a poco se abre camino la certeza de que Dios también ama a los paganos (Jon 4,10s) e incluso a toda creatura (Sab 11,23-26).
·
El Nuevo Testamento es nuevo ante todo por una definitiva
manifestación del amor de Dios en el hecho irrepetible e inconmensurable de la
cruz de Cristo: “tanto amó Dios al mundo que le dio su hijo único” (Jn 3,16).
Dios se ha acordado de su misericordia (Lc 1,54s; Heb 1,1); se ha dado a
conocer (Jn 1,18); ha mostrado cuánto nos ama (Rom 8,39; 1Jn 3,1; 4,9) a través
de la vida y muerte del Hijo a quien tanto ama (Jn 3,35; 10,17; 15,9; Col
1,13). Porque Jesús dih=lqen eu)ergetw½n: pasó haciendo el bien (Hch 10,38; Mt 11,28), en un desinterés
total (Lc 9,58); escogió gratuitamente a los que quiso (Mc 3,13) para hacerlos
sus amigos (Jn 15,15s).
· La cruz es la epifanía del más grande amor. Totalmente libre (cf. Mt 26,53; Jn 10,18), a través de la tentación y del aparente silencio de Dios (Mc 14,32-41; 15,34; cf. Heb 4,15), en la radical soledad humana (Mc 14,50; 15,29-32), perdonando sin embargo y acogiendo todavía (Lc 23,28.34.43; Jn 19,26) llega Jesús al más grande amor (Jn 15,13). Entonces da todo, sin reserva, a Dios (Lc 23,46) y a todos los hombres (Mc 10,45; 14,24; 2Cor 5,14s; 1Tim 2,5s), de modo que, así como él nos ha amado, nos amemos unos a otros (Jn 13,34-35; cf. Lev 19,18).
· Dios es amor. Pero el amor es vulnerable. Dios, de alguna manera, será siempre más débil que nosotros. —L. Evely.
· Sepamos amar a nuestros enemigos más de lo que ellos nos detestan. —Santa Teresa del Niño Jesús.
· No es el odio quien vence al amor, sino un amor a otro. —Santo Tomás de Aquino, O.P.
· La ciencia de Dios sondea la vida y no la colma; el amor de Dios la ilumina, la eleva y la llena. —Fray Enrique Lacordaire, O.P.
· Pensar es hermoso; orar es mejor; amar es todo. —Elisabeth Leseur.
· El día en que no estemos ardiendo de amor, muchos otros morirán de frío. —F. Mauriac.
· El amor no consiste en mirarse los dos el uno al otro, sino en mirar juntos en la misma dirección. —A. S. Exupéry.
· Para el que ama, mil objeciones no llegan a formar una duda; para el que no ama, mil pruebas no llegan a constituir una certeza. —Anónimo.
· Es casi imposible ocultar mucho tiempo el amor cuando existe, ni fingirlo cuando no existe. —La Rochefoucauld.
· Señor, de ti no espero menos que amor. —Fray Nelson Medina, O.P.
· Bien deseo que si a cualquier hora del día me preguntan: “¿Qué estás haciendo?”, pueda yo responder: “Estoy amando a Dios”. —Santa Teresa del niño Jesús.
«En su nombre pondrán las naciones su esperanza.»
Mateo 12,21
Nuestro tiempo ha sido herido en la esperanza. Lo dicen los rostros prematuramente entristecidos de tantos jóvenes, la mediocridad de tantos adultos, el vacío egoísmo de tantos niños.
Nuestra crisis no es inmediatamente de fe. Ya no estamos bajo el yugo del positivismo del siglo diecinueve, ni del ateísmo marxista de este siglo. Al contrario: hoy, más que nunca, la gente parece dispuesta, casi urgida, de creer en algo. Tampoco es directamente una crisis de amor, porque nunca dejamos de amar, aunque amemos mal.
Pero, ¿y la esperanza? ¿Quién salvará a la esperanza? ¿Podemos ofrecer a este mundo, cansado, desengañado y hastiado de todo, una genuina y vigorosa esperanza? La pregunta es importante, porque es probable que, de aquí a unos pocos años, sólo sobrevivirán los que hayan encontrado razones para esperar.
Aprender a esperar no es aprender a no protestar. Esperanza no es lo mismo que resignación; no es virtud de cobardes ni es compatible con la indiferencia o la tibieza. Tampoco es pura utopía, ni es otro nombre para la ilusión. Simplemente no es virtud de soñadores empeñados en mudarse a sus quimeras.
Esperar es tener los ojos abiertos a la entraña del mundo —de este mundo, tan amado de Dios— para devolver a todos el derecho de caminar hacia un mundo nuevo. La esperanza es la inteligencia del presente. Es la saludable tensión que nos lanza hacia más allá de nosotros mismos. Es la capacidad de no detenerse en el pegajoso «hoy»; de no perderse envuelto en las cobijas de la cotidianidad y la rutina. Es no excusarse ya más diciendo: «siempre fue así». Es la terquedad de afirmar más el futuro y el valor de no dejarse sepultar por el pasado.
Esperar es no declararse terminado. «Es que yo soy así»: esta es la frase que mata la esperanza. Para no decirla, para nunca más repetirla, ha resucitado Jesucristo. Y nosotros, «salvados en esperanza» (Rom 8,24), tenemos en la Pascua del Señor nuestra razón para confiar. En esta confianza nos educan los Santos, adelantados del mundo definitivo, primicias de la cosecha eterna. Dichosos ellos, testigos de la esperanza: son las únicas personas libres.
1. ¿Qué esperas de la vida?
2. ¿Y qué «cosas» esperas de tus amigos?
3. ¿Esperas algo de ti? (Comenta).
4. ¿Qué y cuánto das de lo que esperas recibir?
5. ¿Qué y cuánto recibes de lo que esperas?
6. ¿Qué crees que los demás esperan de ti? (padres, hijos, pareja,
compañeros, amigos, etc).
7. ¿Tú piensas que no esperar nada nos hace mejores? (es decir,
desinteresados) o peores? (es decir, pusilánimes)
8. ¿Te cuesta esperar? ¿por qué?
9. ¿Consideras que haya algo que Dios espere de ti? (Explica).
10.¿Y qué esperas tú de Dios?
11.¿Qué le aconsejarías a un desesperado y desesperanzado?
1 Tú
que vives al amparo del Altísimo,
a la sombra protectora
del Dios Omnipotente,
2 dile
al Señor: Tú me proteges y me defiendes,
Dios mío, yo pongo
mi confianza en ti.
3 Él
te librará de los peligros ocultos,
de la palabra
funesta.
4 Te
protegerá bajo sus alas,
podrás refugiarte
a su lado;
su lealtad será tu
escudo y protección.
5 No
temerás el peligro por la noche,
ni el ataque
enemigo de día,
6 ni
la enfermedad que acecha en las tinieblas,
ni la peste que
devasta en pleno día.
7 Aunque
caigan mil a tu lado,
diez mil a tu
derecha,
a ti no te
alcanzará.
8 Te
bastará abrir los ojos y mirar
para ver el
castigo de los malos.
9 Porque
cuando buscaste refugio en el Señor
hiciste del
Altísimo tu protector.
10 No sufrirás calamidades,
a tu casa no se
acercarán los males,
11 porque Dios encargará a sus
ángeles
que te cuiden
dondequiera que tú vayas.
12 Te llevarán en las palmas de
las manos
para que no
tropieces con las piedras.
13 Caminarás sobre fieras y
serpientes,
pisotearás leones
y dragones.
14 El Señor dice: «En mí se apoya: yo lo libraré;
porque invoca mi
nombre lo protegeré.
15 Yo lo escucharé cuando me
llame,
en la aflicción
seré su compañero,
lo protegeré y le
daré honor,
16 le concederé una larga vida,
y le haré ver mi
salvación.»
· Las promesas de Dios fueron revelando a su pueblo un porvenir esplendoroso, superior a cuanto ven nuestros ojos: “una patria mejor, es decir celestial” (Heb 11,16), “la vida eterna, en la que el hombre será semejante a Dios” (1Jn 2,25; 3,2). La fe en las promesas divinas garantiza la realidad de este futuro (cf. Heb 11,1) y permiten por lo menos entrever sus maravillas. Consiguientemente es posible al creyente desear este futuro o, más exactamente, esperarlo.
· En efecto, la participación en este futuro indubitable es problemática, pues depende de un amor fiel y paciente, que es una exigencia difícil para una libertad pecadora. El creyente no puede fiarse de sí mismo para alcanzar ese futuro. Sólo puede esperarlo, con confianza, del Dios en el que cree y que es el único que puede hacer su libertad capaz de amar. Fe, confianza, esperanza y amor son, pues, diferentes aspectos de una actitud espiritual compleja, pero unitaria.
· La misteriosa promesa hecha por Dios a la humanidad pecadora, ya en los orígenes, (Gén 3,15; 9,1-17) atestigua que Dios no la dejó jamás sin esperanza. Pero esta esperanza sólo empieza a tomar un rostro definido en la amistad de Dios y Abrahán. Las promesas de Dios (Gén 12,1) son la fuente de la esperanza de Abrahán y su descendencia. Al principio, una esperanza quizá demasiado “terrena”, cabalmente, una tierra “que mana leche y miel” (Éx 3,8.17) y una incontenible prosperidad (Gén 49; Éx 23,27-33; Lev 26,3-13; Dt 28).
· Sin embargo, no se trata de puro bienestar, sino de bendiciones (Gén 39,5; 49,25), regalos de Dios (Gén 13,15; 24,7; 28,13) y expresiones de su fidelidad a la amistad y a la alianza (Éx 23,25; Dt 28,2). Y por eso, cuando la fidelidad a la alianza lo exija, esos bienes deben sacrificarse, en la certeza y la esperanza de que el verdadero Bien es el Señor (Jos 6,17-21; 1Sam 15).
· El pueblo de Israel no tuvo siempre claridad sobre el hecho de que su verdadera esperanza estaba en el pacto con Yahvé. Por eso intentó asegurarse su porvenir con cultos supersticiosos o idolátricos, o con simples alianzas políticas (Jer 8,15; 13,16). Los profetas recordarán al pueblo que sin fidelidad no hay salvación (Os 12,7; Is 26,8ss; 59,9ss). Sólo tiene derecho a esperar el que se atreve a confiar, así se trate de un pequeño resto (Am 9,8s; Is 10,19ss). Para éste habrá un porvenir lleno de esperanza (Jer 29,11; 31,17), que puede y debe ser predicado. Así lo hicieron los profetas (Jer 30—33; Ez 34—48; Is 40—45).
· En Jesucristo se hace presente nuestra esperanza, pues sólo él anuncia la llegada del Reino de Dios (Mt 4,17). Mas este Reino pasa por el oprobio de la cruz, atnto en Jesús como en nosotros (Mt 16,24ss), y por eso la esperanza cristiana se ve como impelida a mirar más allá del umbral de la muerte (Mt 18,8s), pues cada uno recibirá retribución según su conducta (Mt 16,27; 25,31-46).
· Mientras llega ese día, la Iglesia, fortalecida con las promesas (Mt 16,18) y cierta de la presencia de su Señor (Mt 28,20), debe llevar a plenitud las esperanzas proféticas, abriendo a las naciones los tesoros del Evangelio de salvación (Mt 8,11s; 28,19).
· De noche, sobre todo, es hermoso creer en la luz. —Platón.
· Nos hacemos promesas según nuestras esperanzas, y alcanzamos de acuerdo con nuestros temores. —La Rochefoucauld.
· Aguardad vuestro turno con paciente y con fe, que hay más estrellas que hombres, y hay alas para todos. —León Felipe.
· Que cada novedad nos encuentre enteramente disponibles. —André Gide.
· No hay que confiar en quien confía demasiado en sí mismo. —Carlos Román Celis.
· La esperanza es una mano misteriosa que nos acerca a lo soñado. —Octavio Colmenares.
· Todos vivimos en el cieno, pero algunos levantamos los ojos a las estrellas. —Oscar Wilde.
· Se puede vivir sin dinero, sin crédito y sin estimación: pero no se puede vivir sin esperanza. —José Selgas.
· La esperanza es quizá la única diosa sobrevivente del Olimpo. —Octavio Colmenares.
· El que vive sólo de esperanzas, se expone a morir de hambre. —B. Franklin.
· La esperanza es el sueño de un hombre despierto. —Diógenes.
· La esperanza es la única abeja que hace miel sin la ayuda de las flores. —Robert Ingersoll.
Jesús bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos.
Lucas 2,51
En nuestros días, quizá ningún verbo suene tan extraño como éste. Obedecer significa, para muchas personas, renunciar a pensar, renunciar a desear, renunciar a ser uno mismo.
Tal vez sucede así, porque en el fondo suponemos que de uno sólo vale lo que uno mismo decida, lo que uno mismo haga. Nos negamos a obedecer porque nos cuesta demasiado confiar, y porque estimamos que nada bueno puede esperarse ni aprenderse de los demás.
Pero la realidad es otra. No fue tu decisión ni tus méritos ni tus esfuerzos lo que te trajo a la vida. No comenzamos decidiendo, sino recibiendo. ¿Por qué será tan fácil olvidarnos de esto? ¡Y es algo tan sencillo! Tú no eres el principio de ti. Tu origen y tu razón de ser no te los das tú mismo, por consiguiente, hay que recibirlos, hay que acogerlos. Esta acogida, lúcida y voluntaria, es la esencia misma de la obediencia.
Para bien obedecer, pues, hay que tener los ojos abiertos, y hay que amar mucho la luz para la que hemos sido creados. Obedecer no es ser irracional, sino entender que la suprema razón de mi vida —aquello que es mi bien y mi mal— no es algo que yo me dé a mí mismo, sino que he de buscarlo, aceptarlo y hacerlo realidad. Obrar de otro modo es comer del árbol de la ciencia del bien y del mal (cf. Gén 2,9.17; 3,5-6).
Obedecer es dejarse formar, más aún, cooperar en la propia formación. La desobediencia pertinaz, en cambio, nos convierte en abortos espirituales; bocetos incorregibles; caricaturas de lo que acaso hubiéramos podidos ser.
Ahora bien, puesto que se trata de formar todo cuanto somos, quien obedece sin inteligencia obra mal, porque no obedece con todo su ser. Dios no quiere autómatas, sino personas. Ni obra bien el que obedece sin amor, porque dejará sin formar el amor.
La perfección de la obediencia, es la totalidad de la obediencia: todo el tiempo, a todas las personas, en todas las cosas, con todo el ser. De modo tal, sin embargo, que en todo sea servido el bien y con todo se busque la gloria de Dios.
1. Para ti, ¿en qué consiste este verbo?
2. ¿A quién has obedecido?
3. ¿Qué ventajas y frutos le ves a la obediencia?
4. ¿Eres capaz de obedecerte a ti mismo?
5. ¿Por qué crees que es necesario que los niños y jóvenes obedezcan?
6. ¿Si eres adulto ( > 25 ) a quién (clase y género de persona)
«profesarías» obediencia?
7. ¿Para qué y por qué profesarías obediencia?
8. ¿Tú piensas que la esposa debe obedecer al esposo? (en qué, por
qué, etc).
9. ¿Qué dificulta o hace pesada la obediencia para ti?
10.¿Por qué criterios o normas te regirías para mandar y exigir
obediencia?
11.¿Consideras que la obediencia es una virtud o un «mal necesario»?
1 Dichosos
los que siguen el camino perfecto
y cumplen la
voluntad del Señor.
2 Dichosos
los que guardan sus leyes
y lo buscan de
todo corazón;
3 no
cometen ningún crimen
sino que siguen la
conducta que él ordena.
4 Tú
dictas tus normas
para que las
guardemos fielmente.
5 Ojalá
me mantenga con firmeza
en el cumplimiento
fiel de tus decretos.
6 Entonces
no sentiré vergüenza
al mirar todos tus
mandatos.
7 Te
alabaré con corazón sincero,
cuando aprenda tus
justos preceptos.
8 Quiero
guardar tus decretos:
no vayas jamás a
abandonarme.
49 Recuerda la palabra que diste a
tu siervo,
que alienta mi
esperanza.
50 Esto me consuela en mi
aflicción,
porque tu promesa
me da vida.
51 Gente orgullosa me insulta a
toda hora,
pero yo no me
aparto de tu voluntad.
52 Recuerdo tus antiguos
preceptos,
Señor, y me
consuelo.
53 Siento viva indignación por los
malvados
que no hacen caso
de tu voluntad.
54 Tus decretos son motivo de mis
cantos
mientras dura mi
destierro.
55 De noche pienso en ti, Señor,
para cumplir tu
voluntad.
56 Este es mi deber:
atenerme a tus
normas.
57 Tú, Señor, eres todo lo que
tengo:
prometo guardar
tus palabras.
58 De todo corazón quiero
agradarte,
concédeme tu
gracia, según lo prometiste.
59 He examinado mi conducta,
para ajustar mis
pasos a tus leyes.
60 Con premura, sin tardanza,
quiero guardar tus
mandamientos.
61 Los malvados me envuelven con
sus lazos,
pero no me olvido
de hacer tu voluntad.
62 A media noche me levanto para
darte gracias,
por tus justos
preceptos.
63 Seré amigo de todos los que te
respetan
y se atienen a tus
normas.
64 Tu amor, Señor, llena la
tierra,
enséñame tus
decretos.
65 Fuiste bueno con tu siervo,
Señor, según tus
palabras.
66 Enséñame a gustar y a
comprender,
porque yo confío
en tus mandatos.
67 Antes de sufrir, yo había
perdido el rumbo,
pero ahora me
atengo a tus consignas.
68 Tú eres bueno y generoso,
enséñame tus
decretos.
69 Los insolentes han intentado
calumniarme,
pero yo me atengo
a tus normas de todo corazón;
70 ellos tienen la mente obtusa,
pero mi delicia es
conocer tu voluntad.
71 Me hizo bien el sufrimiento,
me ayudó a
aprender tus normas.
72 Prefiero conocer tu voluntad
a tener montones
de oro y plata.
· En la Sagrada Escritura, la obediencia, lejos de ser una sujeción que se soporta o una sumisión pasiva, es una libre adhesión al designio de Dios todavía encerrado en el misterio, pero propuesto por la palabra de la fe, que permite por tanto al hombre hacer de su vida un servicio de Dios y entrar en su gozo.
· Dios domina como soberano en la creación: pone un garfio a Behemot (Job 40,24) y divide a Rahab (Sal 89,11); Cristo calma la tempestad y expulsa los demonios (Mt 8,27; Mc 1,27). “Los astros brillan… complacidos; él los llama y dicen: ‘henos aquí’ y brillan con gozo para el que los creó” (Bar 3,34s; cf. Sal 104,4; Sir 42,23; 43,13-26). Por todo ello la creación, de momento “encerrada en la desobediencia” (por el pecado del hombre, cf. Rom 11,32) evoca inconsciente y dolorosamente lo que habría debido ser su obediencia y por eso “aguarda la manifestación de los hijos de Dios” (Rom 8,19-22).
· En los orígenes, Adán desobedece a Dios, arrastrando en su rebelión a sus descendientes (Rom 5,19) y sujetando la creación a la vanidad (Rom 8,20). Abraham, en cambio, es tipo del creyente que, por ello mismo, es obediente a la palabra: “Deja tu país” (Gén 12,1), “camina en mi presencia y sé perfecto” (Gén 17,1), “toma a tu hijo… ofrécelo en holocausto” (Gén 22,2). La alianza que corrige la desobediencia de Adán sigue el mismo proceso: “Todo lo que ha dicho Yahvé lo haremos y obedeceremos”, responde Israel adhiriéndose al pacto que Dios le propone (Éx 24,7), lo cual ciertamente no excluye sino que potencia y da su lugar propio a las obediencias humanas: a los padres (Dt 21,18-21), a los reyes, los profetas y los sacerdotes (Dt 17,14—18,22).
· Sin embargo, Israel no es obediente. Es una “Casa Rebelde” (Ez 2,5), son “hijos rebelados” (Is 1,2), desobedientes como los mismos paganos (Rom 3,10; 11,32). Es que el hombre, esclavo del pecado (Rom 7,14) no puede obedecer a Dios. Para llegar a ello es preciso que la ley sea inscrita “en el fondo del corazón” (Jer 31,33).
· Esto es lo que hizo Dios en Cristo: “Así como por la desobediencia de uno solo la multitud fue constituida pecadora, por la obediencia de uno solo será constituida justa” (Rom 5,19). La obediencia de Cristo, desde su entrada en este mundo (Heb 10,5) hasta su muerte en la cruz (Flp 2,8) es una total adhesión —un solo y perfecto amor— al Padre, pues vino “no para hacer [su] voluntad, sino la del que [lo] ha enviado” (Jn 6,38; Mt 26,39). En él se rompen las cadenas de la desobediencia y en él puede cumplirse la voluntad salvadora de Dios en nosotros (Hch 6,7; Rom 1,5; 10,3).
· Se habla mucho de los derechos de las personas, pero muy poco o casi nada de sus deberes. —Octavio Colmenares.
· Repitiendo siempre “mañana” se pierde toda la vida. —Proverbio Medieval.
· La vida no es una fórmula; es una realización. —Paula Hoesl.
· A menudo, entendemos por deber aquello que esperamos que hagan los demás. —Oscar Wilde.
· He aquí lo que tú eres, nos dirá Dios. He allí lo que yo quería
que fueses. Compara. —P. Plus.
· La más cobarde de todas las tentaciones es el desaliento. —San Francisco de Sales.
· La mayoría de la gente desea servir a Dios… en calidad de consejeros. —Anónimo.
· Simples gotitas de agua, nos preguntamos para qué necesita de nosotros el océano; el océano podría responder que no se compone sino de gotitas de agua. —Fray Enrique Lacordaire, O.P.
· Obra de manera cada vez más precisa. —Vinet.
· Cuando el sacrificio asciende, la gracia desciende. Siempre. —P. Baeteman.
· Es preciso amar a Jesús con el sudor de nuestra frente y la fatiga de nuestros brazos. —San Vicente de Paul.
· La más linda palabra que puede decirse a Dios es: “sí”. —Guy de Fontgalland.
Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo,
y yo voy a ti.
Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado,
para que sean uno como nosotros.
Juan 17,11
Cuidar es reconocer que la vida es precaria y que hay que obrar en consecuencia. Es un acto de sensatez y de amor por el que admitimos con serenidad que somos frágiles, y que todo lo bueno que hay en nosotros también es frágil: ¿no lo es acaso la paz? ¿No lo son la sabiduría, la pureza, la justicia, la humildad? ¡Casi nos parece que ese es el sello del bien: ser débil!
Y en efecto, si somos pobres en el bien no es porque nos hayan faltado bienes, sino porque los hemos perdido. Aprender a cuidar es entonces un acto de gratitud a Dios y a quienes nos hacen el bien. Es también una actitud de misericordia; es como la raíz del amor. Y de hecho, ¡cuánto amamos a quienes nos han cuidado!
Cuidar supone conocer y valorar lo que somos y tenemos, y entender que el torrente del bien no puede detenerse en nosotros. No es, pues, un justificación para el egoísmo, porque cuidar no es simplemente conservar. Más bien: cuidar es lograr que cada uno y cada cosa alcance su meta; que sea lo que puede ser, lo que está llamado a ser. Es obstinarse en dar la oportunidad al que tal vez la necesita y no la ha tenido.
¿Qué hemos de cuidar? Todo. El mundo, casa del hombre. Y al hombre, a cada hombre. Hay que cuidar el cuerpo y su salud; el alma y su virtud; la familia y su unidad; la sociedad y su justicia. Hemos de cuidar de cada uno, sabiendo que no lo volveremos a tener en esta tierra; y apreciar en su medida el tiempo que tenemos, los recursos que se nos han dado, las ocasiones que ya no vuelven, la hermosura del instante, la gracia del día presente.
Dios nos conceda participar de su providencia amorosa, sublime cuidado de su amor de Padre.
1. De 1 a 10, ¿cuán cuidadoso eres?
2. ¿Qué es lo que cuidas con más empeño?
3. ¿Cómo y cuánto cuidas de tu imagen?
4. ¿De quiénes has recibido cuidados? ¿y de qué índole?
5. ¿A quién(es) te has encargado de cuidar?
6. ¿Qué cuidarías (o, a quién) con tu propia vida?
7. ¿Tú cuidas de las plantas en tu casa?
8. ¿Cuidas de ser agradable o agradecido? ¿de qué manera?
9. ¿Cómo cuidas de las personas que amas?
10.¿Qué cuidaste poco y de lo que te hayas arrepentido?
1-2 Dichoso el que se fija en el pobre e
indigente;
cuando esté en
peligro, lo salvará el Señor.
3 Dios
lo protege y le da vida, lo hace feliz en la tierra;
no lo deja en
manos de sus enemigos.
4 Le
da fuerzas cuando cae en el dolor,
convierte en bien
su enfermedad.
5 Por
eso exclamo: Señor, ten compasión de mí;
sáname, porque he
pecado contra ti.
6 Mis
enemigos me desean la calamidad, dicen:
«¿Cuándo morirá,
para que perezca su recuerdo?»
7 Vienen
a verme y expresan propósitos perversos,
se llenan de
malicia y la dicen al salir.
8 Cuchichean
contra mí los que me odian,
traman hacerme
algún perjuicio.
9 Dicen:
«Tiene un mal sin remedio;
se acostó para no
volver a levantarse.»
10 Hasta mi amigo, de quien yo me
fiaba,
que compartía mi
pan, me paga con traición.
11 Tú, Señor, ten compasión de mí,
hazme levantar
para pagarles como lo merecen.
12 En esto reconoceré que tú me
aprecias:
si mis enemigos no
cantan victoria sobre mí;
13 si me guardas incólume
y me mantienes
siempre en tu presencia.
14 ¡Bendito sea el Señor, Dios de
Israel,
desde siempre y
para siempre! Amén, amén.
· En la Sagrada Escritura, el cuidado es, en primer lugar, la solicitud que se pone en la realización de un trabajo o de una misión. La Biblia admira y recomienda esta presencia inteligible y activa del hombre en todos sus quehaceres. Primero en los más humildes, en el marco de la casa, por ejemplo (Prov 31,10-31), del oficio artesanal (Sir 38,24-34) o de las responsabilidades públicas (Sir 50,1-4).
· Más alto todavía coloca la Biblia el cuidado de los quehaceres espirituales: la búsqueda de la sabiduría (Sab 6,17; Sir 39,1-11) o del progreso moral (1Tim 4,15; cf. Tit 3,8), la solicitud del apóstol (2Cor 11,28; cf. 4,8s) o la del Pedro (Lc 22,32). El ejemplo por excelencia es aquí Jesús mismo, entregado sin reserva al cumplimiento de su misión (Lc 12,50; 22,32). Por lo demás, el cuidado de los “asuntos del Señor” es de un orden tan elevado que, por llamamiento de Cristo, puede inducir a renunciar a los cuidados de este mundo para ocuparse directa y totalmente de lo “único necesario” (1Cor 7,32ss; cf. Lc 10,41s).
· Así pues, en todos los terrenos la Biblia condena la pereza y la negligencia. Pero también sabe que el hombre está expuesto a dejarse absorber por los cuidados de este mundo con detrimento de los cuidados espirituales (Lc 8,14; 16,13; 21,34). Jesús denunció este peligro: llama a sus discípulos a ocuparse únicamente del Reino de Dios; la libertad de espíritu les vendrá no de la despreocupación —los cuidados de este mundo son un deber— sino de la confianza en el amor paterno de Dios (Mt 6,25-34; cf. 16,5-12).
· Nada debe descuidarse en nuestra vida. Todo nos sirve o nos perjudica. —Bossuet.
· Mejor es emplear nuestro espíritu en soportar los infortunios que nos sobrevienen, que en preocuparnos por los que no han llegado. —La Rochefoucauld.
· Ningún tiempo es tan grande para mí como este minuto que me viene precedido por innumerables siglos y milenios. —Walt Whitman.
· Cuando el Espíritu Santo quiere expresar el amor perfecto, emplea casi siempre las palabras de unión y unidad. —San Francisco de Sales.
· Debemos amar lo que hay de mejor en los demás con lo que hay de mejor en nosotros mismos. —Olle-Laprune.
· El honor dejémoslo a quien lo quiera, pero el esfuerzo reclamémoslo siempre. —P. de Foucault.
· Para ser feliz, vivid en guerra con vuestras pasiones y en paz con las pasiones de los demás. —Sócrates.
· Unos temen perder a Dios; otros temen encontrarlo. —Pascal.
· Señor, dame lo que me pides y pídeme lo que quieras. —San Agustín.
El hombre que había sido ciego les respondió:
«Eso es lo extraño: que vosotros no sepáis de dónde es
y que me haya abierto a mí los ojos.»
Juan 9,30
Aunque tenga tantos acentos afectivos y sirva de tema a tantas canciones, hay una palabra que realmente no es propia de cristianos: la nostalgia.
Entendemos aquí por «nostalgia» la añoranza de un bien que se tuvo y que se perdió irremediablemente, o que se quiso tener y nunca se tuvo. Es una especie de sentimiento a medias, una especie de deseo que no tuvo derecho a ser o que, aunque se reconoce como imposible, en el fondo no se deja de desear.
Se ve, pues, que la nostalgia ata el amor. Si el nostálgico dejara de añorar su imposible, podría concentrarse y tender con vigor hacia lo posible. O si dejara de considerarlo imposible, lucharía por realmente conseguirlo. Pero, puesto a medio camino, ni suelta ni se suelta. En la práctica, tal añoranza se petrifica en una fijación del corazón a una fantasía, a una irrealidad que no permite amar, valorar, agradecer y mejorar la realidad.
De todo ello es fácil concluir que la nostalgia —tal como la hemos descrito— no puede ser cristiana. Tal vez por ello abunda tanto en culturas y pensamientos de origen mítico-pagano, como la degradación de las almas en Platón o el íntimo lamento de los incas. Para nosotros los cristianos, lo realmente humano se funde con la vocación celeste que hemos heredado en Cristo, cuya plenitud está siempre en el futuro.
Sin embargo, hay en la nostalgia algo que no podemos dejar perder, algo a lo que apuntamos con el verbo «extrañar».
Porque hay personas sin nostalgia simplemente porque son personas sin pasado, esto es, porque prescinden de lo que han sido y no llegan a echar de menos el bien que ya no tienen. Este género de personas suelen ser víctimas de la publicidad: dóciles esclavos de la moda y de aquello que se acostumbra. Puesto que su norma es hoy, terminan pareciéndose al nostálgico en una cosa: en que tampoco tienen futuro.
Saber extrañar, pues, es tomar oportuna distancia del inventario presente. Es una forma de rebeldía constructiva que, a partir de la certeza en el poder y bien de Dios, sabe afirmarse en el vigor del ser.
Extrañar es declarar que el futuro no puede ser inferior al pasado. Es un ejercicio positivo de la memoria al servicio de la justicia, por el cual no se quiere dejar impune ninguna sangre, ni vacía ninguna esperanza, ni estéril ningún sueño. Extrañar, en su núcleo mismo, es no transarse por nada que sea menor al Reino de Dios y su justicia, y recibir las aproximaciones sólo como eso, como aproximaciones. Es tener inteligencia del tiempo.
1. ¿Extrañas algo de tu niñez? (comenta).
2. ¿Qué te duele extrañar?
3. ¿De tu vida, qué extrañas con alegría y paz?
4. ¿Piensas que este verbo es indispensable para bien vivir? ¿por
qué?
5. Cuando extrañas, ¿qué quisieras hacer o qué esperas que suceda?
6. ¿Extrañas el futuro?
7. ¿Aceptas tu realidad con extrañeza? (espiritual, social, afectiva)
8. Porque lo extrañas, ¿qué agregarias a tu realidad?
9. Y ¿qué le quitarías?
10.¿Qué consideras que tienes o posees (de la índole que sea) que
pueda extrañar otros?
11.Por último, ¿qué actitudes te extrañan de ti y de tus seres
queridos?
1 El
Señor es mi luz, mi salvación,
a nadie tengo
miedo.
Quien protege mi vida es el Señor,
nadie me puede
hacer temblar.
2 Cuando
me atacan los malvados
como si quisieran
devorarme,
son ellos, los enemigos que me
asaltan,
quienes tropiezan
y caen.
3 Aunque
un ejército entero me rodee,
mi corazón no se
acobarda;
aunque declaren guerra contra
mí,
yo me sentiré
tranquilo.
4 Una
cosa pido yo al Señor
y es lo que deseo:
habitar en la casa del Señor
todos los días de
mi vida,
para gustar la dulzura del
Señor
frecuentando su
templo.
5 Porque
él me protege en su santuario
el día de la calamidad,
me esconde al amparo de su
casa,
donde el peligro
no me alcanza.
6 Ahora
puedo tener la frente erguida,
pese a los
enemigos que me cercan,
y ofrecer en su morada
sacrificios,
lleno de alegría,
mientras canto, al
son de la música, al Señor.
7 Escúchame,
Señor, te estoy llamando;
ten compasión de
mí, respóndeme.
8 Tú
nos invitas a buscarte:
Señor, te estoy
buscando,
9 no
te escondas de mí.
Soy tu siervo, no me rechaces
con ira,
pues solo tú
puedes ayudarme.
¡No me abandones ni me dejes,
oh Dios, mi
salvación!
10 Aunque mi padre y mi madre me
abandonen,
el Señor me
acogerá.
11 Enséñame, Señor, el camino que
quieres que yo siga,
guíame por el
sendero recto,
pues hay quien me
persigue.
12 No me entregues a la furia de
mis enemigos,
pues se levantan
contra mí testigos falsos,
que respiran
violencia.
13 Yo sé que el Señor, en esta
vida,
me hará gozar de
sus favores.
14 ¡Ten confianza en el Señor!
¡Sé valiente, no
te desanimes!
¡Ten confianza en
el Señor!
· En el budismo la perfección suprema es «matar el deseo». ¡Qué alejados de este sueño aparecen los hombres de la Biblia, aún los más próximos a Dios! La Biblia, por el contrario, está llena del tumulto y del conflicto de todas las formas de extrañar, desear, incluso exigir. Desde luego, está muy lejos de aprobarlas todas, y aun los anhelos más puros deben experimentar una purificación radical, pero así no se destruyen, sino que dan su pleno valor a la existencia humana.
· Más de una vez los profetas y el Deuteronomio apoyan sus amenazas y sus promesas en las aspiraciones más permanentes de los hombres, casi siempre cuando éstas no se hallan a la mano y se las echa hondamente de menos: plantar, edificar, unirse en matrimonio (Dt 28,30; 20,5ss; Am 5,11; 9,14; Is 65,21). Aun el anciano, al que Dios ha «hecho ver tantos males y aflicciones», no debe renunciar a esperar que venga todavía a «alimentar su vejez y a consolarlo» (Sal 71,20s).
· Es verdad que a veces extrañamos y pretendemos cosas injustas o perversas, a imagen del pésimo sentimiento de los israelitas, que en el desierto extrañaban las carnes de Egipto y que por ello cayeron víctimas de su concupiscencia (Núm 11,4.34); pero Jesús enseña que el corazón, de donde procede todo deseo impuro (Mt 15,18) puede ser purificado, precisamente en la medida en que el cristiano se deja guiar por el Espíritu Santo (Gál 5,16). Así es posible alcanzar la santa nostalgia de la Jerusalén de arriba (cf. Sal 137,5; 128, 5; 122,1) mientras clamamos “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,20).
· No sabría el entendimiento representar por mucho tiempo el papel del corazón. —La Rochefoucauld.
· La gracia no es algo; es alguien. —P. Plus.
· ¡Bienaventurados campesinos si saben de qué bienes gozan! —Virgilio.
· ¿Queréis ser amigos? Separad vuestras casas y acercad vuestros corazones. —Proverbio Tarquí.
· Al que de veras le duele haber pecado, casi es inocente. —Séneca.
· Al pobre le faltan muchas cosas; al avaro, todas. —Publio Siro.
· La mayor parte de la bondad es el anhelo de ser bueno. —Séneca.
· Cualquiera puede contar cuántas semillas hay en una manzana, pero sólo Dios puede contar cuántas manzanas hay en una semilla. —Revell.
Suponed un árbol bueno, y su fruto será bueno;
suponed un árbol malo, y su fruto será malo;
porque por el fruto se conoce el árbol.
Mateo 12,33
Puesto que el universo no está terminado, hay que decir que el mundo de mañana será, en buena parte, el resultado de aquello que imaginemos de él hoy. Tampoco el hoy existía ayer, salvo en la imaginación de algunas personas. Donde se ve que tener verdaderamente imaginación es también tener inteligencia del futuro.
Imaginar es vencer en la mente la clausura de lo que las cosas son ahora. Es relativizar el ahora, es levantarse sobre lo inmediato; es, en cierto modo, rebelarse contra los puros datos para no sumarse a ellos. Porque una vez que la imaginación está presa, nada queda libre en el hombre. No en vano la propaganda (comercial, política, religiosa) procura sobre todo llenarnos de imágenes —ante todo con imágenes de lo que debe significar para nosotros la felicidad. En este sentido, tener imágenes y tener imaginación son casi que antónimos.
Si la imaginación es esa distancia del pensamiento ante la realidad inmediata; si es esa especie de salto por encima de lo obvio, es claro entonces que la imaginación, en sí misma, puede ser refugio o fortaleza: el escape de quien se declara vencido o el comienzo de quien se anuncia vencedor. Porque el exceso de imaginación es locura o genialidad. En esto no hay términos medios.
Desde un punto de vista ético, podemos decir que imaginar es atreverse con el mundo, y quizá más: es adentrarse en el taller del Creador. Bien entendida y bien vivida, es algo así como la suprema conversación del corazón del hombre con la mente de su Dios. Y de veras: ¿qué será imaginar, sino buscar con la seriedad del amor qué anda pensando Dios? ¿Hay un intento más noble, más hermoso, más humano?
1. ¿Cómo imaginas tu felicidad?
2. ¿Con qué características imaginas al mejor de los amigos?
3. Describe tu imagen del Cielo.
4. ¿Cómo imaginabas (o imaginas) a tus hijos?
5. Por algo se llama este verbo imaginar no?. Entonces imaginate al
Padre de Jesucristo nuestro Señor y describelo.
6. Imagínate un encuentro con el Papa. ¿qué le dirías?
7. ¿Cómo imaginas al hombre de paz y «su» mundo?
8. ¿Hay algo que no quisieras imaginar?
9. Vence tu imaginación y describe tu realidad de ahora.
10.¿Por qué razón imaginas que a ti se te podría canonizar?
1 El
Señor es Rey, goza la tierra,
se regocija el mar
y sus países.
2 Nube
misteriosa lo rodea,
Justicia y
Rectitud son las bases de su trono.
3 Delante
de él avanza el fuego,
para incendiar a
sus enemigos;
4 Sus
relámpagos iluminan el mundo,
al verlos la
tierra se estremece.
5 Los
montes se derriten como cera ante el Señor,
ante el Soberano
de toda la tierra.
6 El
cielo proclama su justicia,
y contemplan su
gloria todas las naciones;
7 los
que adoran ídolos se cubren de vergüenza,
los que ponen su
orgullo en falsos dioses.
Todos los dioses
se arrodillan ante él.
8 Sión
lo ha escuchado y se llena de alegría,
se regocijan las
ciudades de Judá
al saber de tus
sentencias, oh Señor.
9 Porque
tú, Señor, eres soberano de toda la tierra
y estás muy por
encima de todos los dioses.
10 Los que aman al Señor,
aborrezcan el mal,
pues él protege la
vida de sus fieles
y los libra del
poder de los malvados.
11 Ya va a brillar la luz para los
justos,
la alegría para
los de corazón sincero.
12 Que los justos encuentren su
dicha en el Señor
y alaben su santo
nombre.
· Nadie en este mundo ha visto ni puede ver a Dios Padre; éste se da a conocer en sus imágenes (cf. Jn 1,18). Esta afirmación parece contradecir el precepto fundamental del Decálogo que prohibe toda representación o imagen (Dt 27,15; Éx 20,4; Dt 4,9-28). Hay que entender, sin embargo, que esta supresión de toda imagen tenía un objetivo claro: luchar contra la magia idolátrica y preservar la trascendencia de Dios.
· Es claro, en efecto, que Dios, siendo invisible, desde el principio de la revelación ha manifestado (visiblemente) quién es y con cuánto amor y sabiduría se ocupa de cada uno de nosotros (Os 8,5s; Sab 13; Rom 1,19-23). De modo que la prohibición de las imágenes y la trascendencia misma de Dios no son su huida de nosotros, sino una manera de protegernos de nosotros mismos y de una visión pobre y reductiva de su misericordia, su poder y su gracia. Cuando luego se nos dice que el hombre mismo es “imagen de Dios” (Gén 1,26), al mismo tiempo queda clara la grandeza del Creador y la altísima dignidad de su creatura.
· Lo prohibido, pues, es que nosotros hagamos imágenes de Dios, no que él haga brillar su gloria incluso sensiblemente. En efecto, nuestras imágenes e imaginaciones pueden convertirse en instrumentalizaciones de su poder, de modo tal que ya no busquemos su gloria y su voluntad sino las nuestras. La venida de Cristo en carne mortal tiene por ello el infinito valor de la revelación plena. Jesucristo —humanidad unida al Verbo— sana y eleva nuestra imaginación, pues quien ve a Cristo ve al Padre (Jn 14,9); en él brilla toda la gloria del Padre (Jn 17,5.24) y sólo de él puede decirse que es “imagen de Dios invisible” (Col 1,15; cf. 3,10).
· Con algo muy pequeño y una idea muy grande hace Dios sus obras maestras. —Olle-Laprune.
· Si eres un hombre de acción, júzgate según lo que haces; si eres un hombre de ensueños, júzgate segun lo que no haces. —Palau.
· La imaginación es más importante que el conocimiento. —A. Einstein.
· El criterio es el portero de la imaginación; su función consiste en no dejar entrar ni salir las ideas sospechosas. —Sterne.
· Si avanzas en la dirección de tus sueños, alcanzarás el éxito, quizá de modo inesperado. —Henry David Thoreau.
· Sólo el hombre es capaz de soñar. —Octavio Colmenares.
· Un hombre no es solamente lo que está comprendido entre los pies y la cabeza. —Walt Whitman.
· Uno es tan joven como su fe y tan viejo como su duda. —Samuel Ullman.
· Aunque pusieran silencio a las lenguas, no lo pudieran poner a las plumas. —Miguel de Cervantes.
· Si un noviazgo ha sido sólo comedia, el matrimonio será sólo tragedia. —Lamartine.
· Podemos cambiar nuestro futuro si cambiamos nuestras actitudes. —W. James.
«Buscad primero su Reino y su justicia,
y todas esas cosas se os darán por añadidura.»
Mateo 6,33
Este tiempo nuestro, tan medido, tan finito; y el peso de un día sobre otro día; y el dolor de lo adverso y el anhelo de lo grande: todo parece recordarnos que estamos incompletos, que todavía no somos, que una parte de nosotros aún anda “por ahí”, y es menester irse a preguntar por ella y conseguirla.
Por eso salimos del cálido vientre, en ansia de la luz; y partimos de la comodidad de la casa paterna, en buena parte para aprender qué es lo que dejamos; del suelo arrancamos secretos y pan, pero el pan llega muerto a nuestra boca y las respuestas de la oscura tierra llevan por dentro nuevas preguntas. Todo sucede como si una sentencia nos obligara a transhumar, a dejar lo que somos en el camino de lo que fuimos, de lo que intentamos ser. Es como si no fuéramos más que nuestros intentos, no más que nuestras búsquedas.
Hoy, esta condición humana se deja sentir con especial fuerza, porque «jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y, sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria, y son muchedumbre los que no saben leer ni escribir. Nunca ha tenido el hombre un sentido tan agudo de su libertad, y entre tanto surgen nuevas formas de esclavitud social y psíquica. Mientras el mundo siente con tanta viveza su propia unidad y la mutua interdependencia en ineludible solidaridad, se ve, sin embargo, gravísimamente dividido por la presencia de fuerzas contrapuestas [...] Se aumenta la comunicación de las ideas; sin embargo, aun las palabras definidoras de los conceptos más fundamentales revisten sentidos muy diversos en las diversas ideologías. Por último, se busca con insistencia un orden temporal más perfecto, sin que avance paralelamente el mejoramiento de los espíritus.» (Constitución Dogmática Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, nn. 4.10).
Lo primero a buscar no serán, pues, ni la riqueza, ni el poder, ni la libertad, ni la unidad entre los hombres y ni siquiera un orden temporal más perfecto. Qué y por dónde empezar, bien nos lo enseña el Concilio:
«Como creatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y que renunciar. Más aún, como enfermo y pecador, no raramente hace lo que no quiere y deja de hacer lo que querría llevar a cabo. «Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo, a fin de que pueda responder a su máxima vocación, y que no ha sido dado bajo el cielo otro nombre por el que debamos salvarnos» (ibid., n. 10).
1. ¿Qué buscas, aquí y ahora?
2. En concreto, ¿qué buscarías en otro país?
3. ¿Con qué criterios te decides a buscar algo y a alguien?
4. ¿Cuándo buscas a tus papás y para qué?
5. ¿Qué buscas en tus amigos?
6. ¿Crees que eres una persona buscada? ¿Por qué y para qué?
7. ¿Hay algo que tu familia busque en ti y de ti?
8. ¿Crees que la felicidad se busca o se encuentra?
9. ¿Has buscado a Dios? ¿Cuándo y por qué?
10.¿Buscas el Amor? Describe.
1 Señor,
en todo tiempo
tú has sido
nuestro refugio.
2 Antes
de nacer los montes,
de ser formado el
mundo entero,
desde la eternidad
y para siempre tú eres Dios.
3 Con
solo una palabra que tú digas
los hombres
vuelven a ser polvo.
4 Mil
años son ante tus ojos
como el día de
ayer, que ya pasó,
como un par de
horas de la noche.
5 Somos
como plantas que siembras cada año,
como hierba que
retoña;
6 por
la mañana está verde y floreciente,
y por la tarde la
cortan, y se seca.
7 Pero
tu cólera nos exterminó,
tu indignación nos
llenó de espanto.
8 Pusiste
nuestra culpas ante ti,
sacaste a la luz
nuestros pecados más ocultos.
9 Y
nuestra vida se desvanece por tu ira,
nuestros años
pasan como un suspiro.
10 Setenta años es todo lo que
dura nuestra vida,
aunque el más
robusto llegue a los ochenta;
pero todo ese afán es trabajo
y miseria,
porque pasan
aprisa, y desaparecemos.
11 ¿Quién conoce la fuerza de tu
ira?
¿quién ha sentido
el peso de tu enojo?
12 Enséñanos a ver qué corta es
nuestra vida,
para que podamos
adquirir la sensatez.
13 Señor, ¿cuánto tardarás en
volver a socorrernos?
Ten compasión de
nosotros, siervos tuyos.
14 Haz que sintamos tu bondad
desde temprano,
y toda la vida
cantaremos de alegría.
15 Danos alegría tanto como nos
afligiste
todos esos años de
miseria.
16 Que nosotros, tus siervos,
veamos tus portentos
y nuestros hijos
tu gloria.
17 Que nos acompañe tu bondad,
Señor Dios nuestro,
y haga estables
nuestras obras.
· Es fácil mirar el verbo buscar quedándonos en lo que nosotros buscamos, deseamos o extrañamos. Al respecto, las referencias y reflexiones bíblicas ofrecidas en el verbo extrañar pueden ser útiles. Aquí queremos referirnos a aquello que, por decirlo así, Dios busca cuando llama a alguien. Pobre sería quedarnos en aquello que buscamos sin atender a lo que nuestro Creador y Salvador ha querido para nosotros. Es un hecho que las escenas de vocación son de las páginas más importantes de la Biblia. La vocación de Moisés ante la zarza ardiente (Éx 3), la de Isaías en el templo (Is 6), el diálogo entre Yahvé y el joven Jeremías (Jer 1) ponen en presencia a Dios en su majestad y en su misterio, y al hombre en toda su verdad, en su miedo y en su generosidad, en su poder de resistencia y de acogida.
· Todas las vocaciones en el Antiguo Testamento tienen por objeto misiones: si Dios busca y llama, es para dar su palabra , para enviar. A Abrahán (Gén 12,1), a Moisés (Éx 3,10.16), a Amós (Am 7,15), a Isaías (Is 6,9), a Jeremías (Jer 1,7), a Ezequiel (Ez 3,1.4) les repite la misma orden: “¡Ve!”. Sin embargo, no todos los instrumentos del designio divino son así llamados por Dios. Samuel, por ejemplo, es quien informa a Saúl (1Sam 10,1) y a David (1Sam 16,12) de su realeza. Fue Moisés quien informó a Aarón del sacerdocio (Éx 28,1).
· En este orden de ideas es interesante descubrir que la situación
de Jesús de Nazareth es significativamente distinta con respecto al Antiguo
Testamento. Aunque él es el perfecto siervo de Dios, y el que siempre escucha
la voz del Padre y le presta obediencia, el Nuevo Testamento no utiliza el
lenguaje de la vocación para referirse a Cristo. La vocación propiamente
hablando supone un cambio de existencia; el llamamiento de Dios sorprende a un
hombre en su tarea habitual, en medio de los suyos, y lo orienta hacia un punto
cuyo secreto se reserva Dios, hacia «el país que yo te indicaré» (Gén 22,1).
Ahora bien, nada indica en Jesucristo
la toma de conciencia de un llamamiento. Diríamos que el Padre no ha tenido que
“buscarlo”: de un extremo al otro de los Evangelios Jesús sabe de dónde viene y
adónde va (Jn 8,14); más bien es él quien busca a la oveja perdida (Mt 22,11) y
llama a los Doce (Mc 3,13) y a otros discípulos (Mc 10,21; Lc 9,59-62). Por eso
dice: «Si alguien quiere venir en pos de mí…» (Mt 16,24; cf. Jn 7,17).
· Dios bendice al hombre por haber buscado, no necesariamente por haber encontrado. —Víctor Hugo.
· ¿Por qué tendemos siempre hacia lo prohibido y nos tienta más lo que nos ha sido negado? —Ovidio.
· Dios es paciente porque es eterno. —San Agustín.
· Elige una tarea que te apasione, y el éxito te llegará insensiblemente. —Luis Miguel.
· Si uno deseara simplemente ser feliz, podría serlo; lo malo es que siempre queremos ser más felices que los otros, y esto es difícil porque siempre creemos que los otros son más felices de lo que en realidad son. —Montesquieu.
· Algunas personas pierden la salud buscando fortuna, y luego pierden la fortuna buscando salud. —Anónimo.
· Es frecuente que atribuyamos a la fortuna lo que es fruto del trabajo, y a la fatalidad lo que proviene de nuestros desaciertos. —Enrique Borja.
· El mundo se mueve tan rápidamente en estos tiempos, que frecuentemente el hombre que dice que no se puede hacer algo es interrumpido por alguno que ya lo hizo. —José Gutiérrez V.
«Porque ¿quién de vosotros, que quiere edificar una torre,
no se sienta primero a calcular los gastos,
y ver si tiene para acabarla?»
Lucas 14,28
La vida humana no puede vivirse simplemente «a lo que salga». A pesar de sus ventajas, la perplejidad no puede erigirse en estado de vida para una persona. Por ello, y de manera más o menos consciente, sea por tradición o por adquisición personal, todos vamos configurando modos de hacer las cosas. El conjunto de estos modos constituye la cotidianidad de la persona.
Por medio de esta cotidianidad, cada uno domina su perplejidad y deja libre la mente para ocuparse de otras cosas. Con ello nos resulta posible, en cierta medida, desentendernos del futuro inmediato para no vivir solamente resolviendo la vida. Por ejemplo, normalmente uno no tiene que resolver cada mañana cómo va a amarrarse los zapatos, en dónde va a encontrar con qué vestirse, etc.
En esto, desde luego, no hay un modelo único, porque hay que tomar en cuenta muchos factores: la cultura, el temperamento, el nivel profesional, la salud, y muchos otros. Por eso hay vidas más organizadas y menos organizadas. Usualmente, las primeras tienen un mayor porcentaje de cotidianidad; menos sorpresas pero mayor capacidad de proyección. En el otro extremo, en cambio, es frecuente comprobar que cuando una persona, por extrema pobreza o por otras razones, no logra resolver su cotidianidad, gasta todo su día simplemente en vivir el día. En este caso, hablando en términos económicos, gasta todo lo que se va ganando. Este tipo de vida se cierra sobre sí misma; es como un caminante que apenas alcanzara a verse los pies.
Al contrario, «proyectar» significa literalmente «lanzar, arrojar [hacia adelante]». De acuerdo con ello, un proyecto es como un cable que arrojamos hacia el futuro, como un ancla que fija nuestra atención y esfuerzo en aquello que no hemos hecho pero que es posible hacer.
En sentido estricto, pues, un proyecto es un esquema razonable que se presenta para resolver un problema concreto dentro de un plazo determinado.
Aparte de la cuestión de la evaluación, que a su momento comentaremos, dos enseñanzas nos traen estas reflexiones:
1a. El «suelo» propio para un buen proyecto, es una cotidianidad resuelta, esto es, un estilo de vida lo suficientemente meditado y apropiado, que no gaste su esfuerzo simplemente en su propia conservación.
2a. En principio no se hace un proyecto para producir una cotidianidad. Por lo mismo, es óptimo aquel proyecto que: (1) responde al máximo de preguntas del género ¿qué?, ¿cómo?, ¿con qué?, ¿para quiénes?, etc. (2) permanece abierto, esto es, tiene conciencia no sólo de qué resuelve, sino, sobre todo, de qué deja sin resolver.
1. ¿Para ti qué es un proyecto?
2. ¿Qué proyectos inmediatos tienes en mente?
3. A tu juicio, ¿qué partes o pasos involucra un proyecto?
4. ¿Tú crees que hoy eres lo que proyectaste ser? ¿O no lo
proyectaste?
5. ¿Piensas que Dios proyectó un plan para tu vida? Si así fuera,
¿qué piensas de ella y de «tal plan»?
6. ¿Qué proyectas con tu (futura, si es el caso) profesión?
7. ¿Eres hábil para hacer proyectos o para soñar?
8. Describe una proyección de ti a 10 años.
9. ¿Cuentas con proyectos familiares?
10.¿Cuál es el proyecto de tu vida, ese que ni siquiera te atreves a
proyectar?
1 Si
no es el Señor quien construye la casa,
en vano trabajan
los que la construyen.
Si
no es el Señor quien vela por la ciudad,
en vano se
desvelan los centinelas.
2 Es
inútil levantarse muy temprano,
o quedarse
despierto hasta tarde,
afanándose por
conseguir el sustento;
el
Señor se lo da en el sueño a sus amigos.
3 Los
hijos son la riqueza que da el Señor,
son la recompensa
que él concede.
4 Como
las flechas de un guerrero
son los hijos de
la juventud.
5 Dichoso
el que tiene su aljaba
de
tales flechas llena.
No
podrán derrotarlo
cuando se enfrente
con sus enemigos.
· Por todas partes en la Biblia está el hombre dado al trabajo. No obstante, por ser este trabajo, de artesano o de pequeño cultivador, muy diferente del trabajo intensivo y organizado que evocan en nosotros las visiones modernas del trabajo, nos sentimos inclinados a creer que la Escritura ignora el trabajo o que lo conoce mal.
· Sin embargo, y pese al prejuicio corriente, el trabajo no viene del pecado: antes de la caída “tomó Yahvé al hombre y lo estableció en el huerto del Edén para que lo cultivara y lo guardará” (Gén 2,15). Si el Decálogo prescribe el descanso sabático, lo hace al final de seis días de trabajo (Éx 20,8ss). Esta semana de trabajo recuerda a su vez los seis días que, según Gén 1, empleó Dios para crear el universo y subraya así que Dios para crear el universo. Así subraya también que Dios, al formar al hombre “a su imagen” (Gén 1,26), quiso asociarlo a su designio, que después de haber puesto en orden el universo lo entregó en manos del hombre dando a éste el poder de ocupar la tierra y someterla (Gén 1,28).
· Todos los que trabajan, pues, “aun cuando no brillen por la cultura ni por el juicio”, todos, sin embargo, cada uno en su oficio, “sostienen la creación” (Sir 38,34). Por ello no tiene nada de extraño que la acción del Creador se describe fácilmente con gestos de obrero, modelando al hombre (Gén 2,7), fabricando el cielo “con [sus] dedos” y fijando las estrellas en su puesto (Sal 8,4); viceversa, el gran himno que celebra al Dios creador pinta al hombre por la mañana “saliendo para su faena, a hacer su trabajo hasta la tarde” (Sal 104,23; cf. Sir 7,15). Este trabajo del hombre es la expansión de la creación de Dios, es el cumplimiento de su voluntad.
· Por otra parte, dado que el trabajo es un dato fundamental de la existencia humana, se halla afectado directa y profundamente por el pecado: “Comerás el pan con el sudor de tu frente” (Gén 3,19). La maldición divina no tiene por objeto el trabajo, como tampoco tiene por objeto el parto de la mujer (!). Como el parto es la victoria dolorosa de la vida sobre la muerte, así la fatiga cotidiana y sin fin del hombre en el trabajo es el precio que debe pagar para usar bien el poder que Dios le dio sobre la tierra. El suelo debe ser “domado” (Gén 3,17s). No es para ser esclavo de su trabajo, como pretendió Faraón en Egipto (Éx 1,8-14; 2,11-15; 5,6-18) y como pretenden los campos de concentración. Entra aquí el valor liberador del descanso (Éx 20,9ss; Éx 23,12; Dt 5,14).
· La voluntad es nula frente a algo que no se define. —P. Elisse.
· Prepárate para lo que quieres ser. —Proverbio Alemán.
· El desorden desayuna con la abundancia, almuerza con la pobreza y cena con la miseria. —Anónimo.
· No sea simplemente bueno… sea bueno para algo. —Anónimo.
· Si Ud. Desea que algo funcione, procure que se le ocurra a alguien más. —Anónimo.
· La frase “debo hacer algo” resuelve más problemas que “hay que hacer algo”. —Anónimo.
· No se hacen sin pena obras que valgan la pena. —Marden.
· A ningún genio le faltó un poco de locura. —Séneca.
Jesús dijo: «Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado
mientras es de día;
llega la noche, cuando nadie puede trabajar.»
Juan 9,4
Emprender es el trecho que va del dicho al hecho. Es la diferencia entre una buena idea y una buena obra. Es exactamente la distancia entre un buen hombre y un hombre bueno.
Emprender es no darse más disculpas; es despedirse de la pereza, de la negligencia, de la desidia y de la mediocridad.
Alguien dijo que en el mundo había por lo menos dos tipos de personas: las que cambian las cosas y las que explican por qué las cosas no cambian. Desde luego, esta clasificación no es permanente, pues de continuo estamos pasando de uno a otro grupo. Sólo que quien sabe emprender siempre se sitúa conscientemente en el grupo apropiado.
Quizá por su misma importancia, este verbo cuenta con grandes y fuertes enemigos. Tres de ellos tienen nombre propio: el derrotismo, la dispersión y la inconstancia.
Derrotismo es darse por vencido antes de empezar. Para el derrotista típico todo obstáculo es inmenso y toda ayuda insuficiente. Su versión de las cosas es que a él le amanece más temprano y le anochece más tarde; nadie lo entiende, aunque él se las sabe todas; él ya ha pasado por todo y simplemente está tratando de ahorrarle sufrimientos a los demás. Su voz suena cansada y sus palabras traen hielo al alma.
¿Cómo vencer el derrotismo? Ante todo, téngase en cuenta que si no creemos que se puede vencer el derrotismo ya en eso somos derrotistas. La base, pues, en esta batalla contra el fracaso, es no comenzar entregando las armas. Sobre este cimiento son útiles estas sugerencias:
1. Los mejores derrotistas de hoy fueron los mejores ilusos de ayer; quita entonces las falsas ilusiones y quitarás las derrotas prematuras.
2. ¿Cómo anda tu alma? Un corazón amargo por el resentimiento, deprimido por falta de amor, dividido por la concupiscencia, trastornado por la ira o avergonzado por el remordimiento difícilmente puede palpitar vida. Sana ese corazón y él mismo te contará que la victoria es posible.
3. No te fíes de tus solas fuerzas. Levántate con soberbia y la vida te aplastará con humillación. Porque el huracán pega más fuerte a los árboles más arrogantes. Déjate de orgullos, que a esta tierra no viniste menos desnudo que los demás, ni te irás menos pobre. Piensa mejor que la misma mano que te saluda hoy podrá quizá ser tu apoyo mañana.
4. ¿Tienes cerca a un derrotista crónico? No pretendas probarle tus argumentos; muéstrale tu afecto... y tu victoria. No sólo lo primero, ni sólo lo segundo.
La dispersión es, en cierto modo, el defecto contrario. Es un apetito inmenso de emprender, que lleva a comenzar muchas cosas. El típico disperso ama las cosas solemnes: los discursos de inauguración, las primeras piedras, el primer número de una revista, la novedad de un gran espectáculo. Todo él es un inmenso «continuará...» que termina por exasperar a los demás y desanimarse a sí mismo.
La inconstancia suele acompañar a la dispersión. Tiene por lo menos tres tipos. Existe la inconstancia del que se cansa, la del que se da por vencido, la del que canta victoria antes de tiempo. En todos los casos suele haber explicaciones, disculpas y justificaciones. Pero la vida no se nos dio para explicar por qué no fuimos.
Y como no se puede vivir en la ciudad hecha por un disperso —porque sólo tiene primeras piedras—, ni en la de un inconstante —que sólo tiene ruinas de obras inconclusas— he aquí algunas sugerencias para vencer la dispersión y la inconstancia:
1. La dispersión suele nacer de la curiosidad. Ésta, a su vez, brota y se derrama por unos ojos que quieren verlo todo, por una boca que quiere hablar de todo y por unos pies que quieren ir a todas partes. Empieza, pues, vigilando tus ojos, tus palabras y tus pies. No te des permiso con facilidad. Acostumbra tu corazón a escuchar de vez en cuando la palabra «no».
2. Sobre todo al principio de tu tratamiento «antidispersión», abre tu corazón a alguien. Comparte tus pequeños logros; no des espacio al desánimo.
3. Fija tu mirada en el final. No consideres muy importante nada, ni ponderes nada que no sea la meta.
Saber emprender es ocuparse de la propia viña. Es hacer lo que nadie va a hacer por mí. Es tomar en serio la voz de Dios Creador.
1. Para emprender algo, ¿qué necesitas?
2. ¿Qué has emprendido contigo?
3. Y, ¿qué desarías emprender contigo?
4. ¿Existe algo que quisieras emprender con otros?
5. ¿Con qué «clase» de personas te relacionarías para emprender algo?
6. ¿Emprenderías una nueva vida?
7. Si tuvieras un año de vida, ¿qué emprenderías hoy?
8. ¿Cómo emprendes tus días?
9. ¿Qué cosas has emprendido sin haber logrado alcanzarlas? Da máximo
tres ejemplos y evalúa uno.
10.Cuenta algo emprendido y realizado el último año. Agrega lo que
quieras.
11.¿Qué crees que fue lo que emprendió Jesús de Nazareth?
1-2 Mi corazón está firme, oh Dios,
te voy a cantar al
son de instrumentos.
3 Despierten,
cítara y arpa,
voy a despertar la
aurora.
4 Haré
tu alabanza entre los pueblos, oh Señor,
voy a cantarte
entre las naciones.
5 Pues
tu amor es más alto que el cielo,
tu lealtad llega
hasta las nubes.
6 ¡Elévate,
oh Dios, sobre los cielos,
muestra tu gloria
sobre toda la tierra!
7 Salva
a tus predilectos,
que el poder de tu
brazo me responda.
8 Dios
desde su santuario ha dicho:
«Este es mi triunfo: Siquem es
mi heredad,
el valle de Sucot
es mi parcela.
9 Mío
es Galaad, mío Manasés,
Efraín es mi
yelmo, Judá mi cetro.
10 Moab, la palangana donde me
lavo los pies,
en Edom dejo mis
sandalias;
proclamo la
victoria sobre Filistea.»
11 ¿Quién me llevará a una ciudad
fortificada?
¿Quién me llevará
hasta Edom?
12 Tú, oh Dios, nos rechazaste,
y ya no vas con
nuestras tropas.
13 Defiéndenos de nuestros
agresores,
de nada vale la
ayuda de los hombres.
14 Con Dios realizaremos proezas,
él aplastará a
nuestros agresores.
· La imagen de la viña. Hay pocos cultivos que dependan tanto como la viña a la vez del trabajo atento e ingenioso del hombre y del ritmo de las estaciones. Palestina, tierra de viñedos, enseña a Israel a laborear los frutos de la tierra, a poner todo su empeño en una tarea prometedora, pero también a esperarlo todo de la generosidad divina. Por otra parte la viña, tan preciosa, tiene algo de misterioso. Su madera carece de valor (Ez 15,2-5) y sus sarmientos estériles sólo son buenos para el fuego (Jn 15,6); pero su fruto regocija “a dioses y a hombres” (Jue 9,13); la viña oculta por tanto un misterio más profundo: si lleva alegría al corazón del hombre (Sal 104,15), hay también una vida cuyo fruto es el gozo de Dios.
· La Sagrada Escritura asegura a Israel que, si es fiel a la alianza, aunque no se le dispensará del trabajo, éste será fecundo, pues “Dios bendecirá la obrá de sus manos” (Dt 14,29; 16,15; 28,12; Sal 128,2). El trabajo producirá su fruto propio: el que plante una viña gozará de su fruto, el que construye una casa la habitará (Am 9,14; Is 62,8; cf. Dt 28,30).
· Jesús es claro al enseñarnos que nos basta escuchar, si no se lleva la práctica: Mt 7,21-27. Hay que hacer la voluntad del Padre. Así también, María no dijo: “Me parece razonable…”, o: “Es interesante lo que dices…”; o: “¡Qué bueno que se cumpliera lo que me anuncias…!”, sino que dijo: “Hágase en mí” (“Fiat mihi…”, “ge/noito/ moi”). Del mismo modo nos exhorta Santiago: “Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, ése se parece al que contempla su imagen en un espejo: se contempla, pero, en yéndose, se olvida de cómo es. En cambio el que considera atentamente la Ley perfecta de la libertad y se mantiene firme, no como oyente olvidadizo sino como cumplidor de ella, ése, practicándola, será feliz.” (St 1,22-25).
· No es pensando en el mal como se lo cura. Es haciendo el bien. —Jean du Plessis.
· El “yo quisiera” nunca hizo nada. El “intentaré” hizo grandes cosas. El “quiero” ha hecho milagros. —Ravignan.
· Si quieres esto y lo otro, querrás mucho y lograrás poco. —Palau.
· No siempre es menester esperar para emprender, ni tener éxito para perseverar. —Guillermo de Orange.
· Dios nos libre de un tonto con demasiada iniciativa. —A. Obregón.
· Madruga por Dios todo el que rechaza las obras de las tinieblas. —Liturgia de las Horas.
· Es fácil evitar toda equivocación: no haciendo nada. Pero así tampoco se logran los éxitos. —B. Graham.
· Cobardía es el miedo aceptado; valor, el miedo dominado. —Anónimo.
· Los malos se muestran osados, cuando los buenos se muestran cobardes. —San Juan Bosco.
«Os he dicho esto,
para que mi gozo esté en vosotros,
y vuestro gozo sea colmado.»
Juan 15,11
Herido por el pecado, el hombre encuentra ambiguas las cosas que Dios, cuando creó, «vio que eran buenas» (Gén 1, 31).
Ambiguas le resultan, porque, de una parte, sólo en ellas puede asomarse a la bondad de su Creador; pero, de otra, ellas son también causa de sus idolatrías y desgracias. Igual pueden ser su camino o su laberinto; su lenguaje o su confusión; su libertad o su cadena.
Por sus solas fuerzas el hombre no logra resolver esta ambigüedad. A menudo escoge el mal que no quiere, y con frecuencia prefiere un mal dulce a un bien arduo.
Es por ello por lo que, cuando quiere levantarse sobre sí mismo y su mediocridad, el hombre tiene que aprender a decirse «no», esto es, tiene que negarse a sí mismo: abnegarse. Este esfuerzo, esta renuncia supone sufrimiento y, concretamente, implica no disfrutar bienes inmediatos, en búsqueda de bienes mayores, aunque sean posteriores. En el límite, su mirada se fija en lo que no ve, y su mente casi se ve obligada a despreciar lo que ve.
Sin embargo, si esta actitud se exagera, fácilmente caemos en el desprecio del goce, de la alegría, del disfrute. Para muchos, creyentes o no, parece claro que la fe cristiana implica renunciar los placeres, y concretamente, a aquellos que tienen que ver con el cuerpo.
Pero, ¿se corresponde esto con el mensaje de la Biblia, que ya desde la primera página nos habla de que las cosas son buenas en sí mismas, y que por consiguiente su mal sólo puede estar en el uso que se les dé? ¿Se corresponde con nuestra fe en que resucitaremos con cuerpo, con un cuerpo espiritual, semejante al cuerpo glorioso de Cristo? ¿Se corresponde con la invitación de san Pablo: «gozaos en el Señor; os lo repito: gozaos» (Flp 4,4)? Desde luego que no. Y esto quiere decir que nosotros los cristianos tenemos que aprender a disfrutar, a ser felices sin recaer en el pecado. Aún más: necesitamos aprender a evangelizar con nuestra alegría y a reeducar al mundo que cree que para disfrutar hay que pecar.
Como una guía inicial, podemos ofrecer algunos criterios:
Siempre podemos disfrutar:
-QUE DIOS SEA MAS CONOCIDO Y MAS AMADO;
-La dicha de conocerlo, de pronunciar su Santo Nombre, de creer en él, de
esperar en él, de amarlo a él;
-La paz de una buena conciencia;
-La gracia de poder arrepentirnos y de contar con la misericordia de nuestro
Salvador, reclamando con humilde fe la Sangre de Jesucristo Crucificado;
-Poder hacer algún bien a nuestros hermanos;
-Tener todavía tiempo para convertirnos y para ayudar a que otros se conviertan
más y más a él;
-Existir, ser, haber sido pensados y creados por el Dios Santo, Bueno, Sabio,
Fuerte y Misericordioso.
Casi siempre podemos y debemos disfrutar:
-La VIDA y la SALUD, si así es voluntad
de Dios;
-Contar con amigos, si lo son en el Señor;
-Poder conocer más sobre el mundo, la historia y la naturaleza;
-Tener un lugar donde vivir, y vestido con qué cubrirnos, y alimento para
reparar nuestras fuerzas;
-Un trabajo, si con él hacemos mejor el mundo a gloria de Dios;
-El descanso merecido, que sigue a la labor;
-La belleza de la naturaleza, del color y del sonido, de la noche y del
silencio;
-Tener una cierta estabilidad social y familiar de cara al futuro;
-Para quienes han conformado un hogar, el engendrar y educar la vida de los
hijos.
Sólo con moderación y discernimiento, según el propio estado de vida, hemos de disfrutar:
-Ser estimados, reconocidos, tomados en
cuenta;
-Las ventajas de la tecnología;
-Poder servir mediante el gobierno y la autoridad;
-La comodidad de un lugar;
-El aroma de un perfume;
-El sabor de los manjares;
-En el caso del matrimonio, y según el querer de Dios, la dulzura de quererse y
de expresarse mutuamente su amor de tantas formas.
En cambio, nunca debemos disfrutar:
-Del PECADO, aunque parezca deleitable;
-De la venganza, aunque nos parezca «justa»;
-Del mal ajeno;
-Del dinero o los bienes mal habidos;
-Del tiempo para siempre perdido.
¡Enséñenos la alegría de la Pascua cuál es nuestra verdadera alegría!
1. ¿Cómo entiendes en ti (tu ser y tu vida) este verbo?
2. ¿Consideras que el descanso y la alegría son como pasos previos,
paralelos o posteriores cuando disfrutas?
3. ¿Qué disfrutas de tus amigos y qué con ellos?
4. ¿Disfrutas en familia? Y con la tuya?
5. ¿Disfrutas de ti mismo?
6. Si te encuentras frente a gente desconocida disfrutas de algo? ¿De
qué?
7. ¿Disfrutaste tu infancia? ¿Cómo y qué crees que te faltó?
8. ¿Disfrutas de lo que ha sucedido?, es decir, ¿Disfrutas de tus
recuerdos?
9. ¿Qué elementos y factores deben a tu juicio, componer una reunión para
disfrutarla?
10.¿Disfrutas de lo que haces? (estudio,trabajo, hogar, etc.)
1 Alaba,
alma mía, al Señor.
¡Señor, Dios mío,
qué grande eres!
Estás rodeado de belleza y
esplendor,
2 la
luz te envuelve como un manto.
Extendiste el cielo como un
gran toldo,
3 construiste
tu mansión sobre las aguas del cielo.
las
nubes te sirven de carroza,
avanzas en alas
del viento.
4 Conviertes
en mensajeros tuyos a los vientos,
y en tu servidor,
al fuego llameante.
5 Asentaste
la tierra sobre sus cimientos:
no tambaleará
jamás.
6 La
cubriste con el manto del océano,
y las aguas
llegaban hasta las montañas.
7 Pero
a una orden tuya se retiraron,
huyeron al oir el
trueno de tu voz.
8 Subieron
a los montes, bajaron a los valles,
al lugar que les
tenías preparado.
9 Les
pusiste un límite que no deben traspasar,
para que no
vuelvan a cubrir la tierra.
10 Conviertes las fuentes en ríos,
que van corriendo
entre los montes.
11 En ellos beben los animales
salvajes
y el asno salvaje
apaga su sed.
12 Allí cerca viven las aves del
cielo,
de entre las ramas
entonan sus cantos.
13 Desde el cielo donde vives
riegas los montes,
y llevas el agua a
toda la tierra.
14 Haces que brote hierba para el
ganado,
y plantas para
cultivo del hombre;
para que saque el alimento de
los campos,
15 y el vino que le
alegra el corazón;
aceite que da brillo a su
rostro
y pan que le
procura fuerzas.
16 Se empapan de lluvia los cedros
del Líbano,
árboles que el
Señor mismo plantó.
17 Allí anidan las aves,
en su copa hacen
su hogar las cigüeñas.
18 Las altas montañas son para las
cabras,
y entre las rocas
se esconden los tejones.
19 Hiciste la luna para marcar los
tiempos,
y el sol sabe el
momento en que debe ocultarse.
20 Haces volver la oscuridad, y
llega la noche,
y salen las fieras
del bosque;
21 rugen los leones buscando su
presa,
reclamando a Dios
su alimento.
22 Cuando sale el sol, se retiran
a descansar en sus
guaridas.
23 Y sale el hombre a sus labores,
a trabajar hasta
el anochecer.
24 ¡Cuántas cosas has hecho,
Señor,
y todas las
hiciste con sabiduría!
25 La tierra está
llena de tus creaturas.
Ahí está el océano, inmenso y
dilatado,
donde sin número
se agitan
animales grandes y
pequeños.
26 Por él se mueven las naves,
y retoza Leviatán
que tú creaste.
27 Todos ellos esperan de ti
el alimento que a
su tiempo les das.
28 Cuando tú se lo das, ellos lo
recogen,
cuando abres la
mano, quedan satisfechos.
29 Si escondes tu rostro, se
espantan;
si les quitas el
aliento, perecen
y vuelven a ser
polvo.
30 Si envías tu soplo, empiezan a
existir
y haces que la
tierra se vea como nueva.
31 Dure por siempre la gloria del
Señor,
y él se alegre con
los seres que creó.
32 La tierra tiembla cuando él la
mira,
y sale humo de los
montes, cuando él los toca.
33 Quiero cantar al Señor toda mi
vida,
y mientras exista,
dedicar a Dios mis canciones.
34 Ojalá mi canto le agrade,
pues mi alegría es
el Señor.
35 Que desaparezcan los pecadores
de la tierra,
que dejen de
existir los malvados.
Alaba, alma mía, al Señor.
Aleluya.
· La palabra griega para/deisoj (parádeisos, de donde proviene nuestro “paraíso”) es un calco del persa pardes, que significa “huerto”. Ahora, dadas las condiciones climáticas y ecológicas de las culturas del Medio Oriente, que empezaron a utilizar el término, hallar un huerto era más que encontrar un simple jardín o huerto. De su admiración y solaz por la vida y la belleza en medio del desierto nació la idea de paraíso como “lugar deleitable”.
· En las religiones del Medio Oriente, los dioses son representados según el modo de vida de los poderosos de esta tierra, y por eso se los imagina viviendo con delicia en palacios rodeados de huertos, por los que corre el agua de la vida, donde brota también, entre otros árboles maravillosos, el “árbol de la vida”, cuyo fruto alimenta a los inmortales…
· Estas imágenes, purificadas de su politeísmo, se aclimataron en la Biblia: según las convenciones de su antroporfismo estilístico, no se tiene reparo en evocar a Dios “paseándose a la brisa del día” (Gén 3,8); el huerto y sus árboles son incluso citados en proverbio (Gén 13,10; Ez 31,8s.16ss). Toda esta imaginería resulta útil para describir el estado primitivo del hombre y su primigenia caída, y por consiguiente para describir la parte más dura de su existencia actual y su anhelo de una vida plena, fácil, feliz, apacible.
· Por esto la Sagrada Escritura abunda en descripciones paradisíacas de la felicidad que trae —y sobre todo que traerá— la salvación de Dios. En realidad toda la Biblia es como un cántico a este paraíso perdido por el pecado y recuperado, con creces, por la gracia. Así, si los pecados del pueblo han hecho de su morada en la tierra un lugar de desolación (Jer 4,23), en los últimos tiempos Dios lo transformará en el huerto de Edén (Ez 36,35; Is 51,3). En este nuevo paraíso, el cielo, —fruto de la redención y ya no del puro esfuerzo humano— las aguas brotarán del templo de Dios, y a sus márgenes crecerán árboles maravillosos para alimento y curación del pueblo elegido (Ez 47,12). Así el camino hacia el árbol de la vida volverá a abrirse para los hombres (Ap 2,7; 22,2: en contraste con Gén 3,24). Entonces habrá maravillosa fecundidad de la naturaleza (Os 2,23s; Am 9,13; Jer 31,23-26; Jl 4,18); paz universal, entre los hombres (Is 2,4) y con toda la naturaleza (Os 2,20; Is 11,6-9; 65,25); gozo sin mezcla de amargura (Jer 31,13; Is 35,10; 65,18); supresión del dolor y de la muerte (Is 35,5s; 65,19; Ap 20,14; 21,4); victoria sobre la antigua serpiente (Ap 20,2s.10) y entrada en la vida eterna (Dan 12,2; Sab 5,15; Ap 2,11; 3,5).
· El amor es como un río: a medida que es más grande va metiendo menos ruido. —Francisco Villaespesa.
· No hay completo gozo, si no hay con quien compartirlo. —Séneca.
· Nada es igualmente grato a los que lo desean y a los que ya lo tienen. —Plinio el Joven.
· Los momentos de felicidad que disfrutamos nos llegan de sorpresa; no los atrapamos nosotros, ellos nos atrapan. —Ludwig van Beethoven.
· El que no sabe gozar la ventura cuando llega, no se debe quejar si se le pasa. —Miguel de Cervantes.
· No hay genio que no tenga algo de melancolía. —Séneca.
· A veces conviene una pausa en la búsqueda de la felicidad, y aprovecharla para ser felices. —Anónimo.
· La única manera de multiplicar la felicidad es dividiéndola. —David Rockefeller.
· No te olvides de buscar la felicidad en el trayecto, y no sólo al final. —Alejo Carpentier.