50 Verbos Esenciales
Para bien vivir, hay que saber...
1. Aprender
2. Conocerse
3. Retirarse
4. Callar
5. Mirar
6. Escuchar
7. Detallar
8. Meditar
9. Creer
10. Orar
Y dijo Jesús: «Yo os aseguro:
si no cambiáis y os hacéis como los niños,
no entraréis en el Reino de los Cielos.»
Mateo 18,3
Es éste un verbo que asociamos con la primera parte de nuestra vida; parece propio de la infancia y de la juventud.
Aprender supone la idea de «recibir o asimilar conocimientos», pero para nosotros denota también la apertura fundamental ante la realidad; la búsqueda siempre inacabada de la verdad; la capacidad de sacar la enseñanza de un hecho o de una persona; el deber y el derecho de encontrar nuevos y mejores modos de pensar, hablar y obrar; la necesidad y conveniencia de integrar lo ya conocido con lo que se va conociendo.
Dejar de aprender es suspender la vida, es clausurar el mundo, es declararse ausente, es como morir de mala muerte.
Al contrario, quien sabe aprender, ¡cuánto tiene ya para bien vivir!
1. ¿Cómo eliges lo que quieres aprender?
2. ¿A quién buscas una vez hecha esa elección?
3. ¿Quién juzgas que es «digno de aprenderle»?
4. ¿De quién aprendes más fácilmente?
5. ¿A dónde vas, si quieres aprender sobre algo?
6. ¿Por qué crees que hay cosas que se aprenden más facilmente o
mejor que otras?
7. ¿Qué crees que has aprendido en tu vida?
8. ¿Qué haces para no olvidar algo que has aprendido y que consideras
importante?
9. ¿Para qué crees que se
debe aprender?
10.¿Consideras que hay cosas que todos deberíamos aprender por igual?
11.Hoy, ¿qué quisieras aprender?
12.¿Te parece que existan cosas «ya aprendidas» en ti, es decir, como
innatas?
1 Dichoso
el que se aparta de las malas compañías,
que no sigue el
camino de los pecadores,
ni se junta a
reírse de Dios con los impíos,
2 sino
que su dicha está en seguir la voluntad de Dios
y día y noche se
dedica a conocerla.
3 Será
como árbol que tiene riego en abundancia,
que a su debido
tiempo da cosecha
y nunca se
marchita.
En todo lo que emprenda le irá
bien.
4 ¡Qué
distinta es la suerte de los malos!
Son como paja que
se lleva el viento.
5 Por
eso los malos en el juicio no podrán tenerse en pie,
los pecadores no
podrán juntarse con los justos.
6 Porque
el Señor guía a los justos por el buen camino,
pero el camino de
los malos los llevará a la perdición.
· En el pensamiento hebreo, conocer es tener experiencia de algo. Así se aprende qué es el sufrimiento (Is 53,3) y el pecado (Sab 3,13), la guerra (Jue 3,1) y la paz (Is 59,8), el bien y el mal (Gén 2,9.17).
· La sabiduría divina llama a los hombres y quiere hacerlos discípulos (Pr 1,20ss; 8,4ss.32s), porque Dios mismo quiere que aprendamos de él (Jer 31,31-34), hasta que seamos “discípulos de Yahvé” (Is 54,13). El discípulo de Jesús está llamado a vivir su mismo destino: aprender a vivir es compartir una vida (Mc 8,34; 10,38s) y recibir de Cristo el Reino (Mt 19,28s; Lc 22,28ss; Jn 14,3).
· En realidad, Cristo es el Maestro. Enseña en las sinagogas (Mt 4,23; Jn 6,59); en el templo (Mt 21,23; Jn 7,14); con ocasión de las fiestas (Jn 8,20) y también diariamente (Mt 26,55). Se le llama rabbi, es decir, “maestro”, y él lo acepta (Jn 13,33), aunque no se trata de ir tras los títulos (Mt 23,7).
· Cristo tiene autoridad singular (Mt 13,54), y de hecho no apela a las tradiciones humanas (Mt 7,29). Su doctrina es nueva (Mc 1,27; 11,18), porque lo que él enseña en realidad no proviene de él, sino del Padre que lo ha enviado (Jn 7,16s). Jesucristo nada nos enseña sino lo que ha aprendido del Padre (Jn 8,28). Esta enseñanza llega a suplenitud en el Espíritu Santo, que nos conduce “hasta la verdad completa” (Jn 16,13).
· No hay hombre que no lleve en sí el germen de un santo, y también el de un malvado. —Fr. Enrique Lacordaire, O.P.
· A las plantas las endereza el cultivo; a los hombres, la educación. —Rousseau.
· Es absurdo pretender la independencia de los fenómenos de la vida física, intelectual y moral, que se encuentran armónicamente vinculados por la naturaleza. La educación moderna, consagrada casi exclusivamente a la cultura intelectual intensiva, comete una violación de esta ley y provoca así un desequilibrio de graves consecuencias. —C. Sánchez Aizcorbe.
· Nadie hay tan perfecto que no necesite alguna vez de un consejo. —Gracián.
· Es una desgraciada imitación de Tántalo esa conjunción de ilustración que permite conocer y de la falta de carácter que impide realizarlo. —Agustín Álvarez.
· Una civilización que solamente penetra en el cerebro, y no en el fondo del corazón y del alma, es una civilización sin alegrías porque no puede satisfacer al hombre. —Keppler.
· Yo no puedo hacer nada con el hombre que se complace en el consejo, pero no lo medita; que reconoce la reprensión, pero no se reforma. —Confucio.
· Procura corregir en ti mismo lo que te disgusta de los demás. —Anónimo.
· Acuérdate que no tienes más que un alma, ni has de morir más de una vez, ni tienes más que una vida breve, ni hay más de una gloria y ésta eterna; recuerda todo ello y darás de mano muchas cosas. —Santa Teresa de Jesús.
· Sólo el sabio retrocede para tomar el verdadero camino. —Joubert.
· La costumbre te será contraria, pero la vencerás con otra costumbre mejor. —Kempis.
· En la escuela de la vida no hay vacaciones. —R. O. Danta.
Jesús no tenía necesidad
de que se le diera testimonio acerca de los hombres,
pues él conocía lo que hay en el hombre.
Juan 2,25
He aquí un verbo típico de la adolescencia.
Conocerse es, en primera instancia, identificar los rasgos de la propia manera de ser, con sus fortalezas y debilidades, posibilidades y límites, virtudes y defectos, aciertos y errores.
Pero conocerse también es apropiarse la historia, personal y colectiva; distinguir entre los sufrimientos simplemente padecidos, los buscados, los deseados y los no comprendidos; diferenciar las alegrías buenas de las merecidas, las intensas de las buenas y las perdurables de las intensas; no llamar conveniente a todo lo útil, ni provechoso a todo lo conveniente, ni correcto a todo lo provechoso, ni deseable a todo lo correcto.
Conocerse es acogerse; ser amigo pero no cómplice de sí mismo, y maestro pero no tirano de sí mismo.
Es percibir el llamado profundo de la vida, de la historia, del ser, y de DIOS.
1. ¿Qué significa para ti conocerse?
2. ¿Crees que te conoces?
3. ¿Cómo has llegado a conocerte, a través de qué o de quién?
4. Si dices que te conoces —o que no te conoces—, ¿por qué lo dices?
5. ¿Quién te conoce mejor?
6. ¿A quién conoces más y mejor?
7. ¿Desde cuándo crees que comienza uno a conocerse real y
conscientemente?
8. ¿Para qué te sirve o te ha servido conocerte?
9. Al conocerte, ¿qué quieres o quisieras de ti mismo?
10.¿A quién quisieras conocer y por qué? (máximo 3)
1 Señor,
tú me conoces hasta el fondo,
2 tú
sabes todo lo que hago,
tú penetras desde
lejos mis ideas;
3 tú
me ves, sea que camine o que descanse,
estás al tanto de
todo lo que emprendo.
4 Antes
que lleguen mis palabras a mis labios,
ya tú, Señor, las
conoces todas.
5 Por
todos lados me rodeas,
tu mano está
siempre sobre mí.
6 Tu
saber es demasiado admirable para mí,
es tan alto, que
no puedo comprenderlo.
7 ¿Dónde
podré escapar de tu presencia,
dónde podré huir
de tu mirada?
8 Si
subo al cielo, allí estás tú,
si bajo al reino
de la muerte, allí te encuentro.
9 Si
vuelo hasta el lugar del sol naciente,
o me alejo hasta
el extremo de occidente,
10 también allá me alcanzará tu
mano,
y podrás llegar a
mí.
11 Si digo: «Voy a esconderme en
las tinieblas,
voy a ocultarme
entre la noche»,
12 las tinieblas no son
impenetrables para ti,
y la noche es tan
clara como el día.
13 Tú creaste todo mi ser,
me formaste en el
seno de mi madre.
14 Te doy gracias, porque me has
formado prodigiosamente:
admirables son tus
obras.
Mi corazón lo
reconoce sin dudar.
15 Ninguna parte de mi ser se te
escondía
cuando en secreto
era formado
y entretejido en
lo profundo de la tierra.
16 Ya antes de nacer tú me veías.
Y aun antes de vivirlos,
tú tenías escrito
cada uno de mis días.
17 ¡Qué insondables para mí son
tus designios,
oh Dios, qué
incalculables todos ellos!
18 ¿Contarlos? Sería más fácil
contar granos de arena;
si llegara hasta
el fin, aún me quedarías tú.
23 Oh Dios, examina a fondo mi
corazón,
ponme a prueba y
conoce mis sentimientos.
24 Mira si mis pasos van hacia la
perdición,
guíame por el
camino eterno.
· Las resonancias que suscita la palabra “corazón” no son idénticas en hebreo y en nuestra lengua. Cierto que el sentido fisiológico es el mismo (2Sa 18,14; Os 13,18), pero los otros usos difieren sensiblemente. En nuestra manera de hablar, el “corazón” sólo evoca la vida afectiva. El hebreo concibe el corazón como “lo interior” del hombre en un sentido mucho más amplio. Además de los sentimientos (2Sa 15,13; Sal 21,3; Is 65,14), el corazón “contiene” también los recuerdos y los pensamientos, los proyectos y las decisiones. Por eso se dice que Dios ha dado a los hombres corazón para pensar (Sir 17,6); “dame tu corazón” puede significar “préstame atención” (Pr 23,26). Corazón endurecido puede restringirse a lo intelectual (Mc 8,17) o referirse a una resistencia más completa y total a la obra de Dios en uno mismo (Hch 7,51).
· El corazón es el lugar donde el hombre habla consigo mismo, donde modela su propio ser (Gén 17,17; Dt 7,17); de él proviene la “ley” que cada quien se da a sí mismo (Rom 2,15). A ese corazón apunta el amor de Dios, porque Dios, y sólo Dios escruta el corazón humano, que a menudo aparece débil y enfermo (Jer 17,9). Por eso Dios tiene que “circuncidar” el corazón (Dt 30,6), y aún más, escribir él mismo su ley en ese corazón (Jer 31,33), o mejor, crear un “nuevo corazón” en el que sea posible la alianza (Jer 32,39).
· A menudo, Dios lleva al hombre a conocerse mostrándole su pecado. Así, por ejemplo, los sacerdotes deben ofrecer sacrificios no sólo por el pueblo, sino por sí mismos (Lev 16,6.11). Pero serán sobre todo los profetas los principales encargados de denunciar las culpas, tanto de los jefes (p.ej., 1Sa 3,11; 13,13s; 2Sa 12,1-15; Jer 22,13), como del pueblo en general (p.ej., Dt 27,15-26; Ez 18,5-9; 33,25s; Sal 15; Pr 6,16-19). El salmo 51es un ejemplo bien claro de cuánto llega a conocerse el ser humano cuando reconoce su culpa ante Dios. Esa sensación profunda de “ser conocido” aparece también en el Sal 139.
· En el pasaje de Jesús y la samaritana (Jn 4,5-30) se nos muestra cómo Jesús es maestro en el arte de llevarnos al verdadero conocimiento de nosotros mismos. Cada uno puede decirle lo mismo que Natanael: “¿de dónde me conoces?” (Jn 1,48).
· Conócete a ti mismo. —Sócrates.
· Jamás nos acabamos de conocer, si no procuramos conocer a Dios: mirando su grandeza, acudamos a nuestra bajeza; y mirando su limpieza, veremos nuestra suciedad; considerando su humildad, veremos cuán lejos estamos de ser humildes. —Santa Teresa de Jesús.
· El conocimiento de sí, sin Dios, no pudiera conducir más que a la deseperación. —Raúl Plus, S.J.
· Después de haber discurrido por todas las cosas, ¿qué ganaste, si se te olvidó tu propia vida? —Kempis.
· Aunque sólo vieras tinieblas en ti, ya esa sería una gran luz. —Raúl Plus, S.J.
· En las grandes cosas los hombres se muestran como les conviene mostrarse. En las pequeñas, como son. —Chamfort.
· El hombre es un microcosmos. —Pitágoras.
· Hay en el niño algo de hombre desde la cuna, como hay en el hombre algo de niño hasta la tumba. —Valtour.
· Si pienso en mí cuando estudio al ser humano, no es por egoísmo: es porque soy el hombre que tengo más a mano. —Trueba.
· El hombre no es más que una caña de las más débiles de la naturaleza; pero es una caña que piensa… —Pascal.
· Sírvate de aviso y de perpetua humildad la caída de los soberbios. —Kempis.
· Para llegar al conocimiento de la verdad hay muchos caminos: el primero es la humildad, el segundo es la humildad, el tercero es la humildad. —San Agustín.
· Sé humilde, porque la vida confesará tus errores. —Anónimo.
El, entonces, les dice: «Venid también vosotros aparte,
a un lugar solitario, para descansar un poco.»
Pues los que iban y venían eran muchos,
y no les quedaba tiempo ni para comer.
Marcos 6,31
Este es un verbo de sabor religioso, que sin embargo puede abarcar la vida entera.
Retirarse es tomar distancia; hacer una pausa; cambiar de ambiente, de ritmo y de compañía; leer la vida y prepararse a escribir en ella.
Retirarse es «tirar de sí», sustraerse temporal o definitivamente del curso de los acontecimientos. Es una acción deliberada, un acto de lucidez, de amor y de respeto hacia sí mismo, por el cual se quiere cuidar, renovar y enriquecer la propia vida. Es comenzar a admitir que el mundo puede subsistir sin nosotros y nosotros sin él, que la vida es más de lo que ha sido y que lo definitivo está por decirse.
Quien nunca se retira se ha condenado a ser ausente, a ser vivido por otros y a ser espectador de su única oportunidad en la existencia.
Retiro: ¡cuánta salud traes al alma!
1. ¿Qué te imaginas al pensar en este verbo?
2. ¿A dónde vas, cuando deseas retirarte, estar a solas?
3. ¿Piensas que sirve de algo retirarse? ¿Por qué?
4. ¿Qué haces cuando estás a solas?
5. ¿Cada cuánto necesitas o deseas estar a solas?
6. ¿Qué causas se dan, cuando deseas estar a solas?
7. ¿Te da miedo estar a solas?
8. ¿La soledad es para ti sinónimo de retiro, o de otra cosa?
9. ¿En qué crees que se parecen y en qué se diferencian la soledad
del retiro?
10.¿Qué esperarías de un retiro?
1 Señor,
oye mi clamor y hazme justicia,
atiende a mi
súplica, que en mi boca no hay engaño.
2 Tu
sentencia me será favorable,
tus ojos ven dónde
está la rectitud.
3 De
noche tú examinas y sondeas mi corazón;
si me investigas,
no encontrarás nada ignominioso.
4 Mi
boca no se ocupa de lo que hacen los demás;
mi atención se
dirige a las palabras de tu boca.
5 Mis
pies no transitan los caminos del ladrón,
seguí sin vacilar
el sendero que tú me señalaste.
6 Porque
sé que me respondes, yo te llamo, oh Dios,
ponme atención y
escucha mis palabras.
7 Muestra
los prodigios de tu amor,
tú que salvas al
que a ti se acoge
de los que
alardean frente a ti.
8 Protégeme
como a la niña de los ojos,
escóndeme a la
sombra de tus alas,
9 de
los malos que de mí abusan,
de los enemigos
que me acechan.
10 Tienen corazones insensibles
y hablan con
altanería.
11 Están alrededor para acecharme,
atentos a ver cómo
me derriban.
12 Se parecen al león ávido de
presa,
echado en la
espesura.
13 Levántate, Señor, hazles frente
y derríbalos,
líbrame del
malvado con tu espada.
15 Yo vengo a tu presencia en
busca de justicia,
y al despertar
contemplaré tu rostro.
· La soledad no es el designio original de Dios para el hombre (Gén 2,18). Quien está solo, como el huérfano, la viudad y el extranjero, a menudo queda en manos de los malvados (Is 1,17.23). Sin embargo, Cristo asumió nuestra soledad en el desierto donde venció al Malo, al Adversario (Mt 4,1-11; 14,23) y donde se unió y nos unió estrechamente al Padre Dios, como victoria sobre toda soledad (Mc 1,35.45; Lc 9,18; 1Re 19,10).
· En la Biblia, el desierto tiene dos aspectos. En un sentido, es la tierra que no ha bendecido Dios (Gén 2,5; Is 6,11), sitiuación invivible que suele ser mirada como un castigo (Jer 2,6; 4,20-26; Ez 6,14; Lam 5,18; Mt 23,38) porque en ese desierto habitan los demonios (Lev 16,10; Lc 8,29; 11,24) y bestias maléficas (Is 13,21; 14,23; 30,6; Sof 2,13s). Pero Dios quiso que su pueblo pasase por esa tierra espantosa (Dt 1,19) porque en ese despojo Dios y sólo Dios es el guía de su pueblo (Éx 13,21), a pesar incluso de las infidelidades del pueblo (Éx 14,11; 16,2s; Núm 14,2ss; Dt 8,2ss.15-18), y en esa austeridad el culto se hace sobrio y sincero (Am 5,25). Así Dios hace del desierto un lugar de encuentro fiel y amoroso (Os 2,16) en el que desposará a su pueblo (Os 2,21s). Por eso hubo israelitas que quisieron vivir siempre en desierto (los rekabitas, Jer 35, y también los monjes de Qumrán).
· Cristo santificó el desierto (Mt 4,1-11), porque venció la prueba en fidelidad a su Padre Dios. Él mismo se refugió de la ambigüedad de la muchedumbre en la soledad y el retiro (Mt 14,13; Mc 1,45; 6,31; Lc 4,42) y sobre todo en la oración (Mc 1,35). Tras Cristo, la Iglesia avanza como por un desierto hacia el reposo que su Señor le ha prometido (Heb 4,1).
· Los hombres del mundo creen que si no se agitan no trabajan. —Bossuet.
· ¡Cómo nos desconcierta la desproporción de la vida de Cristo: treinta años de retiro, tres de apostolado!—C. E. Mesa.
· Es imposible conocer y amar a Dios sin empezar a parecerse a Él. —L. Evely.
· Viajero de Dios, debo mirarlo todo desde el punto de vista de Dios. —C. E. Mesa.
· Un cristiano se hace contemplativo, no para escaparse del mundo, ni para experimentar unas cuantas emociones espirituales. El contemplativo cristiano contempla a un Dios encarnado, a un Dios crucificado y salvador. Le resulta, pues, imposible ser contemplativo sin ser misionero. —L. Evely.
· La soledad es la patria de los fuertes. —P. Ravignan.
· Parece una paradoja; pero para definir las personalidades más definidas y auténticas, el mejor camino ha sido siempre abrirse y entregarse a una total invasión de Dios. —C. E. Mesa.
· Lo que un alma pide a otra alma es un poco de esa paz que sólo Dios da. —Anónimo.
· En el silencio y el recogimiento se pronuncian las palabras de amor que unen más intensamente a Cristo. —Palau.
· Sé una conciencia. —Edgar Quinet.
· Cuando el hombre está solo muestra todo lo que ocultaba. —Palau.
Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba:
«¿De qué discutíais por el camino?»
Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí
quién era el mayor.
Marcos 9,33-34
Reza un antiguo proverbio: «el hombre tarda dos años aprendiendo a hablar, y el resto de la vida aprendiendo a callar».
Callar es más que dejar de hablar; es hacer silencio, esto es: hacer que el silencio sea posible; o también: alcanzar el silencio, que tan presto parece huir de nosotros.
Callar no es seguir conversando, argumentando o insistiendo dentro de nosotros, sin que nadie lo note; tampoco es un acto de la ignorancia, la cobardía o la indiferencia; no es una estrategia, ni un refugio, ni una imposición.
Callar es saludar la propia frontera, es permitirse aprender, es absolver los ecos del pasado, es dar la palabra, es llenar de contenido lo ya dicho y lo que está por decir, es venerar lo inefabley aguardar, con la creación entera, que Dios dé su parecer.
1. ¿Cómo tomas, qué te dice el verbo callar?
2. ¿Es dificil callarse? ¿Por qué?
3. ¿Te parece necesario hacerlo? ¿Por qué?
4. ¿Te cuesta o te es cómodo callar? (Explica).
5. ¿Cuándo te parece que es prudente callar?
6. ¿Te parece lo mismo callar que hacer silencio?
7. ¿Crees que este verbo está condicionado a algún tipo de interés?
Analízalo y comenta.
8. ¿Hay «algo y alguien» en tu historia que quisieras que se callara?
9. ¿Existe en tu vida «algo» para callar? ¿Por qué?
10.¿Ante quién te callas?
1 El
Señor, Dios de los dioses,
habla y convoca la
tierra,
de oriente hasta
occidente.
2 En
Sión resplandece Dios con belleza consumada;
3 llega
nuestro Dios, no callará.
Lo precede fuego abrasador,
lo rodea terrible
tempestad.
4 Llama
al cielo y a la tierra
para entablar
juicio a su pueblo:
5 «Reúnanme
a mis fieles,
que sellaron mi
alianza con un sacrificio.»
6 Y
los cielos proclaman su justicia,
porque Dios va a
juzgar.
7 «Escucha,
pueblo mío, que te voy a hablar;
Israel, voy a
acusarte;
yo soy Dios, tu
Dios.
8 No
son tus sacrificios lo que te echo en cara;
tus holocaustos
están siempre ante mí.
9 No
te pido novillos de tu casa,
ni cabritos de tus
rebaños.
10 Pues míos son los animales de
los montes
y el ganado que
pasta en las dehesas.
11 Yo conozco las aves silvestres,
todo lo que se
mueve en el campo es mío.
12 Si tuviera hambre, no te lo
diría,
pues mío es el
orbe y lo que hay en él.
13 ¿Crees que yo como carne de
novillos
o bebo sangre de
cabritos?
14 Ofrece a Dios un sacrificio de
alabanza,
cumple tus
promesas al Altísimo.
15 Invócame cuando estés en el peligro,
yo te libraré, y
me honrarás.»
16 Al malo, en cambio, dice Dios:
«¿Por qué andas recitando mis
preceptos,
y repites las
palabras de mi alianza,
17 si detestas mi enseñanza,
y desprecias mis
palabras?
18 Si ves un ladrón, corres con
él,
y vives en
compañía de los adúlteros.
19 Tu boca está lista para la
maldad,
tu lengua trama
engaños.
20 Te sientas a hablar contra tu
hermano,
a cubrirlo de
ignominia.
21 Esto hiciste, ¿y quieres que me
calle?
¿crees que soy
como tú?
22 ¡Piénsenlo bien, los que
olvidan a Dios!
No sea que los
arrebate, y no haya quien lo impida.
23 Quien ofrece un sacrificio de
alabanza,
ese me da honra.
A quien cumple su deber,
le haré ver la
salvación de Dios.»
· “Hay tiempo de callar y tiempo de hablar” enseña el Eclesiastés (Qo 3,7), y buena parte de la literatura sapiencial intenta inculcar esa prudencia en el uso de la palabra (Pr 17,28; Sir 11,7-9; 20,1.5-8.18; 28,13-26; St 3,1-12), a veces aplicado al caso concreto de los juramentos (Sir 23,9; 23,20s; Mt 5,34s; St 5,12) de los secretos (Pr 11,13; 20,19; 25,9; Sir 27,16-21) y de la mucha palabrería (Pr 10,19; 11,12s; 17,28; Qo 10,14; Mt 6,7; 1Co 4,20; 1Tim 1,6-7).
· Hay distintos modos de callar, porque hay distintos silencios: el de indecisión (Gén 24,21), el de aprobación (Núm 30,5-16) el de confusión (Neh 5,8) o miedo (Est 4,14). Hay silencios de arrepentimiento y vergüenza (Job 40,4; 42,6; Rom 3,19; Mt 22,12) y silencios de confianza en la providencia (Lam 3,26; Éx 14,14).
· En realidad, la palabra es atributo propio del Dios verdadero, pues los dioses falsos “tienen boca y no hablan” (Sal 115,5; Bar 6,7). Y por eso Dios provee con su palabra, alternando el silencio con la revelación de sí mismo (cf. Rom 16,25). Su silencio en este sentido es como una maduración de aquello que nos ha ido revelando (cf. Misal Romano, Prefacio de la Plegaria Eucarística IV).
· Sin embargo, la falta de la palabra divina toma a veces aspecto de castigo, como consecuencia de la indiferencia con que esa palabra ha sido recibida y desobedecida (Ez 3,26; Hab 1,13; Sal 83,2; 109,1). Un sentido semejante tiene el silencio de Jesús en su pasión (Mt 26,63; 27,12.14; Jn 19,10s). Tal silencio invita a la conversión (Is 64,11; cf. Jn 19,12) que está sustentada por la paciencia de Dios incluso en nuestras infidelidades (Is 57,11).
· El hombre de hoy vive nuevamente en Babel, ciudad de estrépitos y de palabrería confusa. —C. E. Mesa.
· El Verbo eterno provino del silencio del Padre. —San Ignacio de Antioquía.
· ¡Me anonada el silencio de los espacios infinitos! —B. Pascal.
· Tiene particular fuerza el silencio de la noche, como para adormecer los cuerpos; así también para despertar las almas y llevarlas a que conversen con Dios. —Fray Luis de León.
· Calla, o di algo mejor que el silencio. —Anónimo.
· Quien de veras posee la palabra de Cristo, sabe también escuchar su silencio. —San Ignacio de Antioquía.
· ¿Un ideal? Vive en secreto para Dios. —Kempis.
· Cierra la puerta, calla tu palabra: ya el alma tiene su música. —Anónimo medieval.
· A estos grandes espacios de silencio que atraviesan mi vida les debo todo cuanto puede haber de bueno en mí. —Psichari.
Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría.
Mateo 2,10
La fisiología nos permite describir el mirar como un camino, un recorrido de impulsos lumínicos y neuronales que llega finalmente a la corteza cerebral. Tal descripción físico-neurológica puede hacernos creer que ya sabemos lo que es mirar. En realidad, ella es, a lo sumo, una mirada al mirar.
Mirar, en sentido pleno, es descubrir, o mejor, estar atento al continuo des-cubrimiento del mundo ante nosotros. Es una sostenida sensibilidad que, en lo obvio y a través de lo obvio, adivina la figura del universo.
Más que ansia de novedades, es un nuevo modo de verse, que cambia nuestros modos de buscar lo que vemos;
más que deleite de lo bello, es la donación de sentido con que un alma bella y atenta reconoce la belleza del Creador.
En verdad, ¡cuánta claridad está reservada a los ojos que saben mirar!
1. ¿Normalmente qué atrae tu mirada?
2. ¿Cambiarías algo de ti para mirarlo «mejor»?
3. ¿Qué es lo que más miran físicamente de ti?
4. Cuando te miran, ¿qué impresión o imagen crees que das?
5. ¿Quisieras o esperarías que te mirasen como a una persona de qué
características? ¿Lo eres? ¿Qué te dicen los demás?
6. ¿Qué no quisieras que miraran?
7. ¿Cómo miras a Dios?
8. Describe tu modo de mirar el mundo. (No qué ves en el mundo).
9. ¿Normalmente qué miras en alguien para hacerlo tu amigo?
10.¿Te gusta o te disgusta ser mirado?
1-2 El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento
muestra ser obra de sus manos.
3 Día
tras día se trasmite este mensaje,
noche tras noche
se da a conocer,
4 sin
que haya voces ni palabras,
sin que resuene su
voz.
5 Por
toda la tierra se escucha esta noticia,
llega hasta el
último rincón del mundo.
Allá puso Dios la morada del
sol,
6 que,
como un esposo feliz, sale por la mañana,
como un atleta que
alegre emprende su carrera.
7 En
un extremo del cielo está el punto de partida,
y en el otro, el
final del recorrido;
no hay nada que
escape a su calor.
8 La
enseñanza del Señor es perfecta,
y es alivio para
el alma.
El mandato del Señor es digno
de confianza,
hace sabio al
ignorante.
9 Los
mandamientos del Señor son justos,
son alegría del
corazón.
La ley del Señor es
intachable,
es luz para los
ojos.
10 La palabra del Señor es pura
y firme para
siempre.
Los preceptos del Señor son
verdaderos
y todos ellos
justos.
11 Son más dignos de estima que el
oro,
que el oro más
fino y abundante;
son más dulces que el almíbar,
que la miel de los
panales.
12 Yo quiero, Señor, que ellos me
instruyan,
porque quien los
guarda obtiene gran premio.
13 Nadie conoce todos sus
defectos;
purifícame de mis
faltas ocultas.
14 Soy tu servidor, líbrame de los
malvados;
que no alcancen
dominio sobre mí.
Así podré estar sin culpa
y libre de pecado
grave.
15 Escucha bondadoso mis palabras,
y lleguen hasta ti
mis pensamientos;
Señor, tú eres mi
refugio y mi libertador.
· En el lenguaje concreto de la Sagrada Escritura, los ojos indican la actitud del corazón. Son ellos los que valoran bien o mal los acontecimientos y las personas. Así se habla de “hallar gracia” ante los ojos de Dios o de los hombres (Gén 33,10; 47,29; 50,4; Éx 33,13.16; Núm 11,15; Rut 2,10; 1Sam 20,29; Est 7,3; Dan 3,39). Hay hombres y hechos pequeños o grandes, nobles o indignos, preciosos o viles, ante los ojos (1Sam 15,17; 26,21; 2Sam 6,22; 1Re 21,2; 2Re 1,13; Job 11,4).
· Conservar la conciencia limpia es mantener ante los ojos el temor de Dios y su ley (Éx 20,20; Núm 15,39; Dt 6,8; 11,18; 2Re 10,30; cf. Sal 51,6). Quien así guarda los mandatos de Dios es también protegido por él como un hombre protege sus propios ojos (Sal 17,8).
· Hay ojos que se levantan, por altanería (2Re 19,22; Pr 3,7; Is 37,23), renovada atención (Gén 13,14s; Dt 3,27; Is 40,26; 49,18; 51,6; 60,4; Jer 3,2; 13,20; Zac 5,5s) o súplica (Tob 3,11s; Sal 121,1; 123,1), y ojos que se abajan especialmente por vergüenza (Is 2,11; 5,15).
· “Como en el agua un rostro refleja otro rostro, así el corazón de un hombre refleja el de otro hombre” (Pr 27,19), porque en cada rostro, enseña la Divina Escritura, es posible leer el dolor (Jer 30,6; Is 13,8), la fatiga (Dan 1,10), la aflicción (Neh 2,2) o el gozo (Pr 15,13). Porque “el corazón de un hombre modela su rostro, tanto para el bien como para el mal” (Sir 13,25). Por eso Cristo nos invita a tener luz en la mirada (Mt 6,22s; cf 23,16)
· Sin embargo, el rostro puede ser engañoso. Sólo Dios mira al corazón (1Sam 16,7; St 2,9) y juzga las acciones humanas según los corazones (Jer 11,20; Sir 35,22; Mt 22,16). Porque, mientras que los ídolos “tienen ojos y no ven” (Sal 135,16), el Señor ve todo lo que está bajo el cielo (Job 28,24). Él sabe todas las vidas (Sal 33,13s) y sondea las entrañas (Sal 7,10).
· Dios, en cambio, es “un Dios escondido” (Is 45,15), “al que nadie ha visto ni puede ver” (1Tim 6,16; 1,17; 1Jn 4,12). Un Dios, empero, que de muchos modos se ha mostrado a su pueblo (Núm 14,14) hasta manifestársele finalmente en la persona de su Hijo único (Jn 1,18; 12,45) de modo que un día, en el cielo, pueda contemplar su rostro (Ap 22,4).
· La belleza de la vida está en los ojos de quien la contempla. —Anónimo.
· El peor ciego no es el que no quiere ver, sino el que no quiere creer en lo que le cuentan los que alcanzan a ver más lejos. —Krisnamurti.
· Los perversos y egoístas un día envidiarán a los sencillos y generosos. —Rosa Rubra.
· Pequeño es aquel que odia a los grandes; grande es aquel que ama a los pequeños. —Santa Teresa del Niño Jesús.
· ¿Sabías que las estrellas son gotas de luz? —J. Leite.
· Si das la espalda a la luz, no verás sino tu propia sombra. —Zálkind Platigórsky.
· Incluso para ver bien hay que saber sugerirse lo que hay que ver. —L. Evely.
· Bello es lo que produce en el hombre un llamado a la perfección. —Fernando González.
· Las olas, unánimes en playas, hermanas, se parecen… pero todas tienen letra distinta cuando cuentan sus breves amores en la arena. —Pedro Salinas.
· Que allí donde yo sólo vea áridas tierras y rocas inertes, contigo descubra caminos; y donde vea sólo unos granos de trigo, contigo descubra fértiles campos. —Arley S. Vidal.
«Quien tenga oídos para oír, que oiga.»
Marcos 7,16
He aquí un verbo tanto más solicitado cuanto más escaso. Casi no hay quien no desee ser escuchado. ¿Será una señal de que casi no hay quien sepa escuchar?
Escuchar supone callarse, donar tiempo, aguardar, acoger, querer entender, preguntar, sugerir... y de nuevo callarse. Por ello escuchar es equiparable a un arte de exquisita belleza o a un ejercicio de considerable pericia y esfuerzo.
Escuchar es necesario para vivir, no tan sólo para postergar la muerte; pero además es un modo de vida, y una oportunidad, especialmente para el que escucha.
Porque dejar de escuchar es empezar a repetirse y a ser siempre menor que el pasado.
Al contrario, escuchar con sabiduría es avanzar en la verdad del escuchado. ¡Bienaventurado entonces quien escucha la Palabra de Dios y la cumple!
1. ¿Qué te agrada escuchar?
2. ¿Sabes escuchar? ¿Por qué lo crees?
3. ¿A quién escuchas?
4. ¿Quién te escucha?
5. ¿Quién quisieras que te escuchara?
6. ¿A quién te gustaría escuchar?
7. ¿Qué deseas que escuchen de ti?
8. ¿Hay algo que cambie en ti cuando escuchas? (Comenta).
9. ¿Qué cambia cuando eres escuchado? (Explica).
10.¿Qué crees que ha escuchado Dios de ti?
11.¿Has escuchado a Dios? (Describe).
1-2 Señor, tú favoreciste a tu tierra,
restableciste la
suerte de Jacob,
3 perdonaste
la culpa de tu pueblo,
olvidaste todos
sus pecados,
4 contuviste
tu cólera,
frenaste el furor
de tu ira.
5 Restablécenos,
Dios salvador nuestro,
cese tu
indignación con nosotros.
6 ¿Vas
a estar siempre airado con nosotros,
a prolongar tu
enojo por todas las generaciones?
7 ¿No
vas a devolvernos la vida,
y a dar a tu
pueblo motivo de alegría?
8 Muéstranos,
Señor, tu amor
y danos tu
salvación.
9 Voy
a escuchar lo que dice Dios:
el Señor anuncia
la paz
10 a su pueblo y a sus amigos,
y a los que se
convierten de corazón.
11 El amor y la fidelidad se
encuentran,
la justicia y la
paz se besan;
12 la fidelidad brota de la
tierra,
la justicia mira
desde el cielo.
13 El Señor nos dará sus
beneficios,
y nuestra tierra
producirá sus cosechas.
14 La justicia de Dios abrirá el
camino,
para que la paz
siga sus huellas.
· “Lo que habíamos oído lo hemos visto” dice el salmista (Sal 48,69). Y en efecto, la historia de Israel puede resumirse en ese oír y ver. Todo el Antiguo Testamento es como un inmenso escuchar que prepara el tiempo de gracia en el que se ha manifestado la justicia de Dios, “atestiguada por la ley y los profetas” (cf. Rom 3,21; 1Tim 3,16). Incluso Pablo habla de la Manifestación (e)pifa/neia, epifanía) del Señor como sinónimo de la redención, salvación y glorificación de Cristo (2Tim 1,10; Tt 1,3; 2,11).
· Eso explica por qué el verbo escuchar, especialmente en su forma exhortativa o imperativa —“¡escucha!, ¡escuchad!”—, es tan frecuente en toda la Biblia (más de 190 veces). Ante todo, se nos manda escuchar a Dios (Núm 12,6; 1Sam 3,9; Jer 7,23; Jn 6,45) en sus preceptos (Dt 4,1; 5,1; 6,3.4; Sal 78,1; Bar 3,9), profecías (Dt 9,1; 1Sam 15,1; 2Re 7,1), denuncias (Sal 50,7; 81,9; Is 1,2.10; 32,9-10; Ez 16,35ss) o consuelos (Is 51,21-23); a sus ángeles (Éx 23,21); a los propios padres y maestros (Dt 21,18; Prov 1,8; 4,1; 8,33; 13,1; Sir 23,7); a quien aconseja (Prov 12,15; 15,31); a quien proclama la alabanza (Jue 5,3); a Jesús (Jn 5,24; cf. Mt 13,18), por quien Dios nos ha hablado en estos tiempos, “que son los últimos” (Heb 1,1; cf. Jn 1,14); a los apóstoles y evangelistas (Hch 2,22; 7,2; 13,16; St 2,5), de modo que Jesucristo dice: “quien a vosotros escucha, a mí me escucha” (Lc 10,16), pues “el que es de Dios escucha las palabras de Dios” (Jn 8,47; cf. Jn 18,37; 1Jn 4,6).
· También a Dios le pedimos que escuche nuestra voz (1Re 8,28; 2Cro 6,21; Neh 3,36; Sal 4,2; 4,4), especialmente en los momentos de tribulación (Jdt 9,4; Est 4,17; Sal 5,2; 54,2; 55,2; 64,2; Bar 2,14), de conversión y arrepentimiento (Dan 9,19), pues “si le pedimos algo según su voluntad nos escucha” (1Jn 5,14).
· Salomón pidió al Señor sólo una cosa: “Dame un corazón que sepa escuchar” (1Re 3,9). Pues, en efecto, hay que comprobar lo que se oye decir: Sir 19,13-17.
· El amor es audiencia en el silencio. —A. S. Exupéry.
· Para saber hablar es preciso saber escuchar. —Plutarco.
· Entre más estrecha la mente, más grande la boca. —Ted Cook.
· Es sencillo: sea el Crucifijo tu amigo, tu confidente. —P. D’Alzon.
· Hay maestros que imparten su ignorancia. —M. A. Almazán.
· A quien habla el Verbo Eterno, le libera de muchas opiniones. —Kempis.
· Mi táctica es mirarte, aprender cómo eres, quererte como eres. Mi táctica es hablarte y escucharte, construir con palabras un puente indestructible. —Mario Benedetti.
· ¡Déjame, señor que ahora me siente a escuchar tus palabras en el corazón de mi silencio! ¡No apartes tu cara de los oscuros secretos de mi alma, enciéndelos hasta consumirlos en tu fuego! —R. Tagore.
· Cualquier persona puede dar un consejo; sólo el sabio sabrá aprovecharlo. —Coltron.
«Pues os aseguro que muchos profetas y justos
desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron,
y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.»
Mateo 13,17
Este verbo, que casi parece un neologismo, denota sin embargo una acción de lo más frecuente y de lo más necesario. Nombra, en efecto, aquella capacidad de seleccionar una parte de un todo. Toda la cuestión está, entonces, en qué criterio se sigue para tal selección.
De un paisaje, miramos algo; en una persona, nos fijamos en algo; de una canción nos fascina algo; de una casa siempre escogemos algo: un lugar que es el «nuestro».
Eso «nuestro» determina a lo demás precisamente como eso, como «lo demás». Implícitamente se entiende que luego miraremos el «resto»; por ahora, nuestros ojos y nuestro corazón se han prendado de un detalle.Otra persona, en cambio, se ha sentido atraída por otro detalle. Ella tiene su propio «orden», que es tan suyo como su huella digital.
De hecho, el orden del detallar es el orden del atender. En este sentido, el orden de los «detalles» en que nos fijamos refleja el orden de nuestras preocupaciones y de nuestros afectos. Consiguientemente, saber detallar es poner en orden el alma, y hacerla agudamente receptiva y diáfana al mundo, al prójimo y a Dios.
La realidad es insondable: el mundo natural parece simplemente inagotable; sus secretos, inexhauribles; el número de personas es inmenso; pero, además, a la inmensa mayoría de estas personas las tenemos cerca sólo una vez o muy pocas veces; y sin embargo «cada persona es un mundo».
Pues bien, entre tantos y tantos mundos —y todavía no hemos hablado de los libros, ni de las artes, ni de la historia— transcurre a prisa nuestra vida, tan limitada en sus horas, en su memoria y en sus fuerzas. No tenemos mucho dinero ni mucho tiempo para gastar en esta plaza. Cada error al escoger será, a su manera, irremediable.
Aprender a detallar es, pues, saber a quién mirar y qué admirar; qué leer y por cuánto tiempo; cuánto aprender y de qué manera; de quién recibir y a qué precio; qué vida llevar y por qué.
1. ¿Qué detalles crees que caracterizan tu personalidad?
2. ¿En qué te fijas de las personas para hacerlas tus amigos?
3. ¿Qué detalles impresionan tu sensibilidad?
4. ¿Qué tan bueno eres para describir? ¿Puedes decir tres adjetivos
de tres amigos(as) tuyos?
5. ¿Normalmente sabes qué es lo que te gusta de lo que te gusta y qué
es lo que te disgusta de lo que te disgusta?
6. ¿Qué género de detalles caracterizan tu historia?
7. Enumera detalles característicos de tu familia.
8. ¿Cómo relacionas los llamdos “signos de los tiempos” con este
verbo?
9. Comenta la historia de un detalle que hayas recibido y brindado, y
que haya sido significativo en tu vida.
1 Den
gracias al Señor, porque él es bueno,
porque su amor es
eterno.
2 Proclamen
esto los que el Señor rescató
de la mano de sus
opresores,
3 los
que reunió de diversos países,
oriente y
occidente, norte y sur.
4 Algunos
iban errantes por un desierto desolado,
sin encontrar
ciudades habitadas;
5 pasaban
hambre y sed,
estaban ya para
desfallecer.
6 Pero
en su aflicción clamaron al Señor,
y los salvó de sus
angustias.
7 Los
condujo por camino recto,
para que llegaran
a ciudad donde vivir.
8 Den
gracias al Señor por su bondad,
por los prodigios
que hace con los hombres.
9 Satisfizo
la necesidad de los sedientos,
y a los
hambrientos los colmó de bienes.
10 Otros estaban tendidos en la
oscuridad y las tinieblas,
cargados de
miseria y de cadenas,
11 por haberse rebelado a las
órdenes de Dios,
y haber
despreciado los planes del Altísimo.
12 Tuvieron que sufrir duros
trabajos;
caían, y no había
quien los socorriera.
13 Pero en su aflicción clamaron
al Señor,
y los salvó de sus
angustias.
14 Los sacó de la oscuridad y las
tinieblas,
e hizo pedazos sus
cadenas.
15 Den gracias al Señor por su
bondad,
por los prodigios
que hace con los hombres.
16 Porque destrozó las puertas de
bronce,
despedazó los
cerrojos de hierro.
17 Otros, insensatos, por culpa de
sus crímenes
y de sus maldades
tenían que sufrir.
18 Habían perdido por completo el
apetito
y estaban a las
puertas de la muerte.
19 Pero en su aflicción clamaron
al Señor,
y los salvó de sus
angustias.
20 Con una orden suya los curó
y los libró de
perecer.
21 Den gracias al Señor por su
bondad,
por los prodigios
que hace con los hombres.
22 Ofrézcanle sacrificios de
alabanza
y cuenten con
alegría sus acciones.
23 Hubo navegantes que se dieron a
la mar,
comerciando por
las aguas del océano.
24 Contemplaron las obras del
Señor,
sus maravillas en
el mar profundo.
25 Pero a una orden suya vino el
vendaval
que levantaba
inmensas olas.
26 Subían hasta el cielo, bajaban
al abismo,
el peligro les
hacía perder el ánimo;
27 rodaban vacilantes cual
borrachos,
de nada les valía
su pericia.
28 Pero en su aflicción clamaron
al Señor,
y los salvó de sus
angustias.
29 Calmó el furor del vendaval
y las olas se
callaron.
30 Los llenó la bonanza de
alegría,
y Dios los guió
hasta el ansiado puerto.
31 Den gracias al Señor por su
bondad,
por los prodigios
que hace con los hombres.
32 Proclamen su grandeza en la
asamblea,
alábenlo cuando se
reúnan en consejo.
33 Él convierte los ríos en
desierto,
y los manantiales
en tierra seca.
34 La tierra fértil la hace
salobre,
por la maldad de
los que en ella viven.
35 Pero también convierte en
lagunas el desierto,
la tierra seca en
manantiales.
36 Instala allí a los que pasaban
hambre
para que tengan
ciudad donde vivir.
37 Siembran sus campos, plantan
sus viñedos,
recogen sus
cosechas.
38 Con la bendición de Dios se
multiplican,
y no les falta el
ganado.
39 Cuando disminuyen abatidos
por el peso de la
calamidad y la desgracia,
40 el mismo que deja sin honor a
los señores
y los hace vagar
por un desierto sin camino,
41 levanta de la miseria al pobre
y multiplica su
familia como un rebaño.
42 Los justos se alegran al ver
esto,
y los malos se
quedan sin decir palabra.
43 Que el sabio se fije en estas
cosas
y comprenda las
bondades del Señor.
· Saber mirar lo pequeño es una gran virtud, porque Dios “resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes” (Prov 3,34; St 4,6; 1Pe 5,5); no se muestra a los sabios y entendidos, sino a los pequeños y sencillos (Mt 11,25).
· La humildad bíblica es primeramente aquella modestia que se opone a la vanidad. El modesto, que aprende a mirar y descubrir a Dios, no se fía de su solo juicio (Prov 3,7; Rom 12,3.16). Un nivel más profundo de humildad es el propio de aquella que se opone a la soberbia. Este humilde sabe que ha recibido de Dios cuanto tiene (1Cor 4,7); que es un siervo inútil (Lc 17,10).
· Los ojos siguen al corazón (cf. Qo 2,10; 11,9) y el corazón a los ojos (Ct 4,9). Por ejemplo, son altivos cuando el corazón es arrogante (Prov 21,4). Los ojos “se fijan” (detallan) aquello que desean realizar (Sir 38,28). Hay que dar el corazón, al Maestro y al Señor, para que nuestros ojos vean los caminos (Prov 23,26). Por eso también, para amar los preceptos del Señor hay que tenerlos delante de los ojos (Prov 4,20-21) En efecto, “donde está tu tesoro, allí está tu corazón” dice el Señor (Mt 6,21).
· A veces nuestro destino se parece a un árbol en invierno. ¿Quién va a pensar ante su triste aspecto que esas rígidas ramas reverdecerán en primavera? —Goethe.
· No hay suceso tan infortunado del que las gentes hábiles no procuren alguna ventaja, ni tan feliz que los imprudentes no puedan volver en perjuicio propio. —La Rochefoucauld.
· La belleza que atrae rara vez coincide con la belleza que enamora. —Ortega y Gasset.
· Siempre miran los celosos con anteojos de aumento. —Miguel de Cervantes.
· La belleza es el primer presente que la naturaleza hace a las mujeres y el primero que les arrebata. —Joseph Mercy.
· A objeto de conocer bien las cosas, necesitamos conocer sus detalles, y como éstos son casi infinitos, también son superficiales e imperfectos nuestros conocimientos. —La Rochefoucauld.
· En sus relaciones la gente es como la luna: sólo nos presenta una cara. —Shopenhauer.
· El que habla demasiado de sinceridad y de franqueza, de seguro es un hombre malo. —Diderot.
María, por su parte, guardaba todas estas cosas,
y las meditaba en su corazón.
Lucas 2,19
Uno de los errores que suele cometer nuestra inteligencia —y que se paga caro en términos de decisiones— es pensar las cosas una sola vez. Por lo mismo, uno de los grandes aciertos, cuando nos resolvemos a mejorar de vida, es comenzar a pensar de nuevo nuestras certezas, a completar la lista de nuestras dudas y a volver sobre nuestras preguntas y respuestas.
En efecto, no vivimos más rodeados de cosas que de teorías, ni tenemos más cerca nuestras sensaciones que nuestros sentimientos. De hecho, las cosas son más lo que son para nosotros que lo que son en sí mismas. No estamos, pues, sumergidos en las cosas, sino en su sentido. La verdad es que habitamos las creencias que hemos ido acumulando; pero sólo logramos sacarlas a luz cuando nos resolvemos a pensarlas, a meditar en ellas.
Por esto, quien no echa una mirada atenta, frecuente y amorosa a su propio inventario de ideas y creencias, se está perdiendo la mitad del mundo, por lo menos. Y si hay un lugar donde comience la libertad, debe estar cerca de la meditación.
Porque para alcanzar la salud hay que sanear nuestro modo de relacionarnos, comenzando desde luego por la relación que cada uno tiene consigo mismo. Hay personas que se portan como enemigas de sí mismas, y quizá no lo saben. Son hábiles para despreciar sus mismos proyectos y para echar a perder sus propios sueños. ¿Cómo serán felices? ¿Cómo harán felices a los demás?
La verdadera meditación no es la repetición de extrañas frases: repetir «mantras» es precisamente empezar por lo que uno no es. Tampoco es revivir en la imaginación los detalles placenteros o dolorosos de la vida: esto nos dejaría tan inermes ante ellos como cuando sucedieron. Meditar es flexionarse sobre sí; volver con una mirada nueva al tiempo antiguo; iluminar con una palabra la imagen; buscar el sentido de ese enigma que es vivir; captar las providencias que han marcado nuestros días; atender a la voz de los años sin dejarse perder en la vorágine de las horas; es la maravilla de hacer útil el pasado, sensato el presente y fecundo el futuro; es aprender las cadencias de la canción de la vida y adivinar al Cantor de tan bella melodía.
1. Describe lo que significa para ti meditar.
2. ¿En qué meditas?
3. ¿Necesitas lugares y momentos para hacerlo? (Comenta)
4. ¿Qué buscas al meditar?
5. ¿Compartes tus meditaciones con alguien?
6. ¿Confrontas lo meditado con algo o alguien? ¿de qué te sirve?
7. ¿Cada cuanto y por qué circunstancias tienes que meditar?
8. ¿Sobre qué es lo que con mayor frecuencia meditas?
9. ¿Crees que existen varias clases y grados de meditación?
10.¿A qué te ha llevado la meditación?
1-2 Señor y Soberano nuestro,
¡qué glorioso es
tu nombre en todo el mundo!
¡En el cielo
pusiste tu esplendor!
3 De labios de los niños más
pequeños
sacaste el vigor
de tu alabanza,
para humillar así a tus
enemigos
y dejar callados a
tus adversarios.
4 Cuando miro el cielo, que hiciste
con tus manos,
la luna y las
estrellas que creaste,
5 pienso: ¿qué es el hombre, para
que te acuerdes de él?
¿qué es el ser
humano, para que de él te ocupes?
6 Lo pusiste solo un poco por
debajo de los ángeles,
lo coronaste de
gloria y esplendor.
7 Le diste el dominio sobre las
cosas que creaste,
todo lo pusiste a
su servicio,
8 los rebaños todos y los hatos
de ganado,
y hasta los
animales más feroces,
9 los pájaros del cielo y también
los peces
que se abren paso
por los mares.
10 Señor y Soberano nuestro,
¡qué glorioso es
tu nombre en todo el mundo!
· Para quienes la reciben, la Palabra de Dios es luz (Sal 119,105). Por eso, quienquiera que sea el que la transmita, hay que escucharla (Dt 6,3; Is 1,10; Jer 11,3.6) y “tenerla en el corazón” (Dt 6,6; 30,14) para poder ponerla en práctica (Sal 119,9.17.101) y para poder contar con ella y esperar en ella (Sal 119,42.74; 130,5).
· Dios obra al hablar y su palabra no es solamente un mensaje inteligible dirigido a los hombres. Es una realidad dinámica, un poder que opera infaliblemente los efectos pretendidos por Dios (Jos 21,45; 23,14; 1Re 8,56). Dios nos da su palabra como un mensajero vivo (Is 9,7; Sal 107,20) que corre (Sal 147,5) e incluso “se lanza” sobre los hombres (Zac 1,6). Dios vela por el cumplimiento de su Palabra (Jer 1,12) que invariablemente logrará su cometido (Núm 23,19; Is 55,10s).
· La gran oyente de esta palabra, y en realidad modelo de toda genuina meditación cristiana, es María. Ella es bienaventurada (Lc 1,45; cf. 1,45) por haber creído la palabra que acogió del ángel, y por acoger y meditar las palabras de Jesús (Lc 2,19.51; cf. 1,66)
· Las palabras que el Señor nos otorga en la Escritura no son simples discursos. Son predicaciones que exhortan a una animosa fidelidad (Dt 5,32) particularmente en las persecuciones (2Mac 7,5). Es una palabra capaz de hacernos sabios (cf. Sir 39,1-11), fieles (Dt 4,39-40), fuertes (Sal 119,23), cautos (Prov 14,15), responsables (Sir 3,22), prudentes (Sir 3,29), felices (Sir 14,20-21), nobles (Is 32,8), santos e íntegros (St 1,25).
· El aburrimiento es el origen de todos los desarreglos de la conducta. —Gregorio Marañón.
· Nunca está solo quien posee un buen libro para leer y buenas ideas para meditar. —Renato Kehl.
· En alguna parte, en el corazón de la experiencia, hay un orden, una coherencia que llegaríamos a sorprender si fuéramos inmensamente atentos, inmensamente amorosos, inmensamente pacientes. —Lawrence Durell.
· El valor de lo viviente es un secreto que se guarda a sí mismo. Por más que se busquen explicaciones, desde afuera no se halla la clave: sólo con la luz del alma se penetra su milagrosa esencia. —Michael Ende.
· Empieza a dirigir tus pensamientos poco a poco hacia lo que quieres ser. Prepárate para que los meses venideros hagan de ti una obra hermosa y solemne. —Hermann Hesse.
· Todo pensamiento viviente es un mundo en preparación; todo acto real es un pensamiento manifiesto. —Aurobindo.
· Haz que tu alegría sea fruto no de la superficialidad sino de la austeridad y de la hondura. —Hermann Hesse.
· Todo está concentrado por siglos de raíz dentro de este minuto. —Jorge Guillén.
Le dice Jesús: «¿No te he dicho que, si crees,
verás la gloria de Dios?»
Juan 11,40
Cambiando el orden usual del refrán, uno no sabe si hay que ver para creer o creer para ver. Son tantas las realidades que se abren a nuestros ojos cuando creemos, que casi puede decirse que el creyente y el no creyente caminan la misma tierra pero no viven el mismo mundo.
Por lo demás, es imposible vivir sin creer. Nadie puede comprobar todo lo que necesita para vivir; y si alguien pretendiera asegurarse de todo su equipaje, no podría andar.
La cuestión fundamental, entonces, es a quién creerle. Porque las personas —y nosotros mismos— tan pronto despertamos la confianza como la incertidumbre.
Y sin embargo, la obra del pecado —en los demás y en nosotros— ha hecho que sea distinta la matemática de la creencia y la del recelo: mientras que las confianzas se van promediando entre sí, las dudas se van multiplicando entre sí. Al paso de los años es muy posible que el balance resulte tan exiguo, que nos hallemos simplemente con que somos incapaces de creer.
Pero nadie se confunda: creer no es lo contrario de pensar. Dios quiere que creamos no que no pensemos. Nos invita con sus palabras y señales a que tengamos fe, no a que dejemos de tener razones.
Por lo mismo, el papel de la razón en las cuestiones de fe no es el de probar lo que creemos sino, en primer lugar, de mostrar por qué no es irracional lo que creemos. En el creyente, la razón no elimina la fe, ni demuestra la fe, ni disminuye el mérito de la fe, sino que la defiende, purificándola de fábulas e ingenuidades, ayudando a estructurarla y exponerla, y mostrando la incoherencia de lo que se dice en su contra.
Dice santo Tomás de Aquino que, en su núcleo mismo, creer es pensar con asentimiento. Y lo explica así: creer tiene de suyo la firme adhesión a algo, y en esto el que cree se parece al que tiene su certeza a la vista; por eso dice: «con asentimiento». Pero, de otro lado, el conocimiento de la fe no es el de la perfecta visión, y en esto el que cree se parece al que duda, sospecha u opina. Y por eso dice: «pensar». Diríamos que creer es un «saber en camino», es una luz indispensable pero no aún plena; es un claroscuro; lo mejor que tenemos mientras llega el cielo.
En la fe hay tres elementos importantes, según san Agustín y santo Tomás. (i): creemos «que...» (p.ej., que Dios existe); (ii) creemos «en...» (p.ej., creemos en Jesucristo, esto es, nos confiamos a él); y (iii) le creemos «a...» (p.ej., le creemos a Jesús que nos dice: pedid y se os dará).
Por lo mismo, en la fe son tan importantes las verdades y los contenidos (para no cambiar de Dios) como la confianza y la obediencia (para no despreciar al Dios que conocemos). La fe sin obras está muerta, pero también: ¿para quién serán las obras de la fe puesta en mentiras?
Creer es un don de Dios. Los argumentos o los milagros o los testimonios pueden remover los obstáculos, pero sólo Dios puede levantarnos por sobre nosotros mismos. En verdad, esa es la montaña que puede mover la fe. Y una vez removida, ¿qué de extraño que un peñasco se arroje al mar?
1. ¿A quién le crees? (Máximo 3)
2. ¿Por qué te parece que son creíbles?
3. ¿A quién le creiste en un momento dado, y ya hoy no?
4. ¿Cómo relacionas creer y esperar?
5. Y a ti, ¿quién te cree?
6. ¿En que se te parecen y en qué se diferencian la fe y el creer?
7. ¿Cómo llegas a saber o comprobar que lo que crees es verdad?
8. ¿Por qué perderías la credibilidad en algo o en alguien?
9. ¿Crees en ti? ¿Cómo puedes demostrártelo?
10.¿Qué le has creído y qué le crees a El?
1 El
Señor es mi pastor, nada me hará falta;
2 en
verdes praderas me hace descansar.
Me conduce hacia fuentes
tranquilas
3 y
repara mis fuerzas.
Me guía por caminos seguros,
porque es fiel a
su nombre.
4 Aunque
pase por cañadas oscuras,
no temeré ningún
peligro,
porque tú estas conmigo;
tu bastón y tu
cayado me hacen sentir seguro.
5 Me
pones delante una mesa servida,
para envidia de
mis enemigos.
Me unges la cabeza con óleo
perfumado
y me sirves una
copa rebosante.
6 Tu
bondad y tu amor me seguirán
todos los días de
mi vida,
y viviré en la casa del Señor
mientras dure mi
existencia.
· Para la Biblia la fe es la fuente de toda la vida religiosa. Al designio que realiza Dios en el tiempo, debe el hombre responder con la fe. Siguiendo las huellas de Abrahán, “padre de todos los creyentes” (Rom 4,11), los personajes ejemplares del Antiguo Testamento vivieron y murieron en la fe (Heb 11), fe que Jesús “lleva a su plenitud” (Heb 12,2). Los discípulos de Jesucristo ciertamente son “los que han creído” (Hch 2,44) y “que creen” (1Tes 1,7).
· La variedad del vocabulario hebreo de la fe refleja la complejidad de la actitud personal del creyente. Dos raíces dominan sin embargo: aman (de dónde proviene “amén”), que evoca solidez y seguridad, y batah, que indica seguridad y confianza. Las traducciones griegas tienen una pluralidad mayor. De batah se dieron, en la versión griega de los LXX: elpis (e)lpi/j), elpizo (e)lpi/zw), pepoitha (pe/poiqa, de pe/iqw), que la Vulgata tradujo por spes (esperanza), sperare (esperar, confiar) y confido. Del hebreo aman vinieron las palabras griegas pistis (pi/stij), pisteuo (pisteu/w), aletheia (a)lh/qeia) que en el latín de la Vulgata corresponden a fides (fe), credere (creer, en el sentido de “estar convencido”, no en el de “opinar”) y veritas (verdad). En el Nuevo Testamento estas últimas palabras griegas, relativas más bien a la esfera del conocimiento, resultan dominantes.
·
El estudio del vocabulario revela ya
que la fe según la Biblia tiene dos polos:
la confianza que nos hace “fieles” y
que reclama al hombre entero, y por otra parte un proceso de la inteligencia a la que palabras y signos le sirven
para acercarse a realidades que no se ven (Heb 11,1).
·
Abrahán, cuyo padre “servía a otros
dioses” en Caldea (Jos 24,2; cf. Jdt 5,6ss), fue llamado por Yahvé, quien le
prometió una tierra y una descendencia (Gén 12,1). Contra toda verosimilitud
(Rom 4,19), Abrahán creyó a Dios (Gén 15,6) y le obedeció, poniendo toda su existencia
en función de esta increíble promesa.
Aún más, Abrahán fue probado en su fe, hasta el extremo de llevar a sacrificio
a su único hijo, que también por ello era su única posibilidad de que Dios le
cumpliera lo que le había dicho (Gén 22). Esto supone que Abrahán se apoya (amán) más en Dios que en lo que Dios da,
y este precisamente es el ejemplar de una fe plena: saber que Dios es fiel,
siempre fiel, y poderoso, siempre más poderoso (Rom 4,21). Lo prometido a
Abrahán sólo hallará cabal cumplimiento en la resurrección de Jesús, de donde
provendrá esa casi infinita descendencia y esa nueva tierra, heredad de los que
creen como creyó él (cf. Gál 3,16; Rom 4,18-25). Así Abrahán ha sido
constituido “padre de una mutitud de pueblos” (Rom 4,17s; Gén 17,5): todos los
que en la fe se unen a Jesús, “descendencia de Abrahán”.
·
Israel, el pueblo de Abrahán,
ciertamente no vivió esa plenitud de fe en todos los momentos de su historia.
Correspondió a los profetas denunciar las innumerables idolatrías de este
pueblo, siempre propenso a faltar a la fidelidad a Yahvé (Cf. Os 2,7-15; Jer
2,5-13; Is 30,15). El pueblo entero, y especialmente el rey (el “ungido”)
tendrán que aprender a creer que Dios cumplirá lo que prometió a David (2Sam 7;
Sal 89,21-38) y salvará a Israel y a la ciudad santa (cf. 2Re 18—20). Sólo por
la fe se descubre la paradójica sabiduría de Dios (Is 19,11-15; 29,13—30,6; cf.
1Cor 1,19s), aunque llegue el tiempo del destierro y todo parezca llegar a su
fin. También entonces Yahvé sabrá mostrarse señor del universo (Jer 32,27; Ez
37,14), creador del mundo (Is 40,28s; cf. Gén 1), señor de la historia (Is
41,1-7; 44,42s), roca de su pueblo (Is 44,8; 50,10). Los ídolos no son nada (Is
44,9-20): “no hay Dios fuera de Yahvé” (Is 44,6ss; 43,8-12; cf. Sal 115,7-11);
aún en la contradicción y el desconcierto él merece una confianza total (Is
40,31; 49,23).
· Jesús invita a creer; su primer anuncio es: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la buena nueva» (Mc 1,15). Y al enseñarnos cómo orar insiste: «Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis» (Mc 11,24). La fe abre ampliamente las puertas de su inmenso poder, como constatamos en el caso de aquellos ciegos que se acercan a él, a quienes solamente les pregunta: «¿creéis que puedo hacerlo?» (Mt 9,28). Y sucedido el milagro, quiere que atribuyamos a esa fe nuestra salvación o curación (Mt 9,29; 15,28). De hecho, a los judíos que le interrogan sobre qué obra es necesario hacer, les dice: «La obra que Dios quiere que hagáis es que creáis en quien él ha enviado» (Jn 6,29); y cuando falta esta fe, en cierto modo Jesucristo nada puede hacer; así sucedió en su propio pueblo, Nazaret (Mt 13,58).
· La fe en Jesucristo acutualiza para el creyente las obras propias de aquel Espíritu que resucitó al Señor de entre los muertos (Hch 3,16; 14,9; 16,31). Esta fe nace de la predicación (Rom 10,17); por ella son purificados nuestros corazones (Hch 15,9), fortalecidos (Hch 27,25) y dispuestos para toda obra buena (cf. Hch 6,5; 11,22-24; 16,5).
· La fe vuelve al alma eternamente joven. —Marie B. de Vieville.
· El cristianismo es la vida… la vida en profundidad. —P. Dautais.
· Creo posible que un hombre, mirando la tierra, se vuelva ateo. Me parece, en cambio, inconcebible que ese mismo individuo, mirando al cielo, diga que no existe un Creador. —A. Lincoln.
· Glorificar a Dios por lo que se ve, por sus bondades visibles, es lo justo y bueno… Pero glorificarlo por lo que no se ve, es aún mejor. —Marie B. de Vieville.
· Tan fácil es engañarse a sí mismo sin darse cuenta, como difícil engañar a los demás sin que lo noten. —La Rochefoucauld.
· Todo cuanto tiene de más radiante la luz, todo cuanto tiene de ,ás dominador la fuerza, todo cuanto tiene de más misericordioso la bondad, todo cuanto tiene de más embriagador el amor, todo cuanto tiene de más suave la serenidad, todo cuanto puede poner Dios de su infinita belleza en la naturaleza de un hombre, todo esto se halla en el Cristo del Evangelio. —P. Didon.
· Pensar que el mundo no tiene un Creador es lo mismo que afirmar que un diccionario es el resultado de una explosión de una tipografía. —B. Franklin.
· Dios nos concede tanta libertad de pensar, que nos permite hasta el derecho de negarlo. —Plácido Alfonso.
· Creo en el Dios que hizo a los hombres, no el dios que los hombres hicieron. —Karr.
Sucedió que por aquellos días se fue él al monte a orar,
y se pasó la noche en la oración de Dios.
Lucas 6,12
En su obra Cruzando el umbral de la esperanza (Barcelona, Norma, 1994, pp. 42ss.) nos dice S.S. Juan Pablo II:
«¿Qué es la oración? Comúnmente se considera una conversación. En una conversación hay siempre un “yo” y un “tú”. En este caso un Tú con la T mayúscula. La experiencia de la oración enseña que si inicialmenteel “yo” parece el elemento más importante, uno se da cuenta luego de que en realidad las cosas son de otro modo. Más importante es el Tú, porque la oración parte de la iniciativa de Dios. [...]
«Según san Pablo el hombre es sacerdote de toda la creación, habla en nombre de ella, pero en cuanto guiado por el Espíritu [...] En la oración, pues, el verdadero protagonista es Dios. El protagonista es Cristo, que constantemente libera la criatura de la esclavitud de la corrupción y la conduce hacia la libertad, para la gloria de los hijos de Dios. [...]
Por ello «el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad. Nosotros no sabemos qué pedir en la oración ni la forma de hacerlo: el Espíritu es quien gime en nosotros y aun sin palabras intercede.» (Rom 8,26). Agrega el Papa:
«Esta iniciativa nos reintegra en nuestra verdadera humanidad, nos reintegra en nuestra especial dignidad. Sí, nos introduce en la superior dignidad de los hijos de Dios, hijos de Dios que son lo que toda la creación espera.
«Se puede y se debe rezar de varios modos, como la Biblia enseña con abundantes ejemplos. El libro de los salmo es insustituible. [...] Hay que implorar para obtener el perdón, integrándose en el profundo grito de Cristo Redentor (Heb 5,7). Y a través de todo esto hay que proclamar la gloria. [...] La ciencia y la técnica sirven en cierto modo a este mismo fin. Sin embargo, en cuanto obras del hombre, pueden desviarse de este fin. Este riesgo está particularmente presente en nuestra civilización [...] Falta en ella el opus gloriae (la obra de alabanza), que es el destino fundamental de toda creatura, y sobre todo del hombre, el cual ha sido creado para llegar a ser, en Cristo, sacerdote, profeta y rey de toda terrena creatura.
«Sobre la oración se ha escrito muchísimo y aún más se ha experimentado en la historia del género humano, de modo especial en la historia de Israel y en la del cristianismo. El hombre alcanza la plenitud de la oración no cuando se expresa principalmente a sí mismo, sino cuando permite que en ella se haga más plenamente presente el propio Dios.»
1. ¿Qué entiendes por orar?
2. ¿Te gusta o disgusta orar? (Explica las razones)
3. ¿Consideras que para vivir es necesario orar? ¿por qué?
4. ¿De qué elementos requieres para poder orar?
5. ¿Oras con otras personas? (¿quiénes, por qué, y cuándo?)
6. ¿Oras mental o vocalmente? ¿de qué depende?
7. ¿En qué situaciones oras? ¿En qué momentos y lugares lo haces?
8. ¿Oras durante el día y/o cada cuánto?
9. ¿Consideras que para orar se debe tener cualidades? (Menciona).
10.¿Has aprendido de alguien a orar?
1 ¡A
ti, Señor, dirijo mis súplicas!
2 En
ti, Dios mío, pongo mi esperanza:
que no quede
defraudado,
que no canten
victoria sobre mí mis enemigos.
3 Nadie
que ponga su esperanza en ti se verá decepcionado;
los infieles, en
cambio,
tendrán que irse
con las manos vacías.
4 Señor,
muéstrame por dónde quieres que vaya,
enséñame el camino
que debo seguir.
5 Haz
que yo siga tu verdad, instrúyeme,
pues tú eres, oh
Dios, mi salvador;
te estoy esperando
todo el día.
6 Acuérdate,
Señor, de tu misericordia y de tu amor,
que son eternos.
7 No
recuerdes los pecados de mi juventud.
Por tu amor acuérdate de mí,
en atención a tu
bondad, Señor.
8 El
Señor es bondadoso y justo,
enseña a los
pecadores el camino recto,
9 lleva
a los humildes por el buen camino,
les muestra por
dónde deben ir.
10 El Señor obra siempre con amor
y lealtad
con los que cumplen
sus preceptos.
11 Por honor a tu nombre, Señor,
perdona mi pecado,
que es grande.
12 ¿Hay alguien que respete al
Señor?
Él lo guiará por
el buen camino.
13 Disfrutará siempre de
felicidad.
y sus
descendientes heredarán la tierra.
14 El Señor es amigo de quienes lo
respetan
y les hace ver los
bienes prometidos.
15 Yo tengo mis ojos puestos
siempre en el Señor,
pues él no dejará
que mis pies caigan en la trampa.
16 Vuélvete hacia mí y tenme
compasión,
que estoy solo y
afligido.
17 Ensancha mi corazón atribulado,
sácame de mis
angustias.
18 Fíjate en mi aflicción y mi
miseria
y perdona todos
mis pecados.
19 Mira cuántos son mis enemigos,
mira el odio
criminal que guardan contra mí.
20 Protege tú mi vida y líbrame;
a ti me acojo, no
quede defraudado.
21 Que me acompañen siempre la
integridad y la rectitud,
pues en ti pongo
mi esperanza.
22 Oh Dios, libra a Israel
de todas sus
tribulaciones.
· La constante más estable en las oraciones de la Biblia es su relación con el plan de salvación: se ora a partir de lo que ha sucedido, de lo que sucede o para que suceda algo, a fin de que suceda la salvación de los hombres y Dios sea glorificado. La oración bíblica, pues, no pretende en primer lugar lograr un “estado” mental o espiritual (que puede darse); tampoco busca afianzar la ideología o convicción cultural o moral de la nación (aunque lo realice en ocasiones); en ella, finalmente, no priman los sentimientos, ni las ideas, ni los fenómenos más o menos extraordinarios (que pueden o no estar). Más que oraciones, en la Biblia hay orantes, hombres y mujeres íntimamente tejidos en la vida, la vida de todos, pero también sumergidos profundamente en Dios, en su gracia y su misterio.
· El gran orante del Antiguo Testamento es Moisés. Él intercede por el pueblo apelando al amor y a la fidelidad divinas (Éx 33,13; Núm 11,12). Su oración busca la gloria de Dios: ¿qué dirán los otros pueblos si nos abandonas? (Éx 32,11-14). Moisés es un contemplativo, a quien Dios habla como un hombre con su amigo (Éx 33,11), un hombre transformado por su oración en Dios (Éx 34,29-35) que en esa oración percibe la voluntad del Señor, significada en las “leyes y preceptos” (Dt 4,8; 9,10).
· Junto a Moisés hay que mencionar a Abrahán, padre de creyentes y eximio intercesor (Gén 18,22-32); Salomón (cf. Oración para la dedicación del templo: 1Re 8,10-16); Elías (1Re 18,36s); Jeremías (cf. 2Mac 15,14), que implora la salvación del pueblo (Jer 10,23; 14,7ss.19-22; 37,3), cuyos dolores hace suyos (Jer 4,19; 8,18-23; 14,17s) aunque se lamenta de él (Jer 15,10; 12,1-5) o pide por si y por su propia suerte (Jer 20,7-18). Habría que recordar también a Esdras (Esd 9,6-15) y a Nehemías (Neh 1,4-11) y a muchos.más.
· Con todo, el gran testimonio de la oración de Israel son los salmos. Bien se ha dicho que toda la Biblia, en sus maravillas, mandatos, profetas y sabios, confluye en el libro de los salmos, que la tradición atribuye en buena proporción al rey David. Ellos son oración comunitaria (cf. Sal 44; 74; 77) que tiene sin embargo su fuente en una experiencia viva y personal (cf. Sal 23; 22; 51). Acompañan la vida del pueblo en sus pruebas (Sal 69,4; 6,7; 102,6), en su necesidad de confiar (Sal 25,2; 55,24) y de agradecer (Sal 140,14) y alabar (Sal 149; 150).
· Jesús es el orante por excelencia y quien nos enseña a orar (Lc 11,2ss; Mt 6,9-13). Él ora: en la montaña (Mt 14,23), solo (Lc 9,18), incluso cuando “todo el mundo [le] busca” (Mc 1,37). Mas su oración no es un simple recodo de silencio; es el alma de su misión. Por ello ora al momento de su bautismo (Lc 3,21), antes de elegir a los Doce (Lc 6,12), en la transfiguración (Lc 9,29) y precisamente cuando los discípulos le piden que les enseñe a orar y él les da el Padrenuestro (Lc 11,1).
· En el huerto, poco antes de padecer, Jesús ora (Mc 14,36) y de esa oración logra fuerzas (Lc 22,43), pues su súplica clamorosa y llena de gemidos fue escuchada (Heb 2,7). Por lo mismo nos dice que hay que orar sin cesar (Lc 18,1) especialmente al llegar los últimos tiempos (Lc 18,1-7). Hay que tener fe y confianza (Mt 18,19; 21,22; Lc 8,50); no vacilar (Mc 11,23; St 1,5-8); no amontonar palabras (Mt 6,7) y sobre todo descubrir en el Espíritu que Dios es nuestro «Abbá» (Gál 4,6; cf. Mc 14,36).
· Sois un templo: admitid las cosas, en el atrio; los hombres, en su recinto; mas guardad vuestro sagrario para Dios. —Monseñor Gay.
· El alma es tan libre y busca de tal forma elevarse, que no soporta ninguna forma de coacción, excepto la que le imponga la fuerza del amor. —Maestro Eckhart.
· Bienaventurados los oídos que perciben el susurro de las inspiraciones divinas y no hacen caso de las inspiraciones de este mundo. —Kempis.
· De ningún modo gusta el alma y es iluminada tanto de la verdad como por la oración humilde y continuada, fundándose en el conocimiento de sí y de Dios. —Santa Catalina de Siena.
·
En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!
Salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.
A oscuras y segura,
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.
En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
Aquésta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.
¡Oh noche que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!
En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedo dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.
El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.
Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
—San Juan de la Cruz.