El estadounidense Robert Langer ideó método para que las medicinas lleguen más rápido a su destino

Robert Langer, ingeniero bioquímico del Massachusetts Institute of Technology MIT, tiene un problema que podría compararse con el de un cartero que debe entregar una carta tremendamente importante, sólo para descubrir que tiene dirección incorrecta, sobre equivocado y no le es posible comprarse una estampilla. Langer ha estado batallando contra este problema desde hace más de dos décadas. Sus cartas son medicinas que pueden salvar vidas y el objetivo es entregarlas al lugar correcto, con la dosis exacta y en el momento justo.

Póngase en el lugar de una pastilla para, digamos, el dolor de cabeza: su misión es sobrevivir una odisea a través del estómago, cuyos poderosos ácidos amenazan con disolverla y cruzar las paredes intestinales para entregar sus valiosos químicos al torrente sanguíneo. Una vez dentro de la sangre, sus moléculas se verán amenazadas por enzimas que tienen la misión de cortarlas en pedazos, y por el hígado, que actúa como el guardia de una discoteca, filtrando lo que ingresa al organismo. Ante esta carrera de obstáculos, es mucha gracia que pueda usted llegar a su destino.

Langer ha ideado varias formas de hacer llegar medicinas a su destino final, a través de portales que van desde los pulmones y la piel, hasta genes y microchips. Durante el proceso ha escrito más de 750 artículos, ha acumulado 500 patentes y recibido unas cien distinciones. Según él, es importante que las drogas sean liberadas en momentos y proporciones exactas porque pueden suceder varias cosas. En el cáncer, por ejemplo, una sería que el sistema inmune absorba el contenido del remedio antes de llegar al tumor, con lo cual es como si no se hubiese tomado. Y dos, aún peor, que las moléculas de la medicina, que flotan libremente por todo el cuerpo y en cantidades, ataquen células sanas en otros tejidos que no tienen nada que ver con el del tumor. Esto ocasiona náuseas, caída del cabello y en general un sistema inmune debilitado. Entonces lo que el paciente necesita es una “liberación inteligente” de la droga.

Fuera de la boca, la piel, la nariz y hasta los pulmones pueden servir como puertas de entrada a los medicamentos. “La piel, por ejemplo, es mucho más accesible que los intestinos”, explica. “Aunque puede ser una barrera relativamente impermeable, existen unas cuantas drogas que poseen las características físicas y químicas precisas para cruzarla a velocidades razonables. Pasar una pequeña corriente eléctrica a través de la piel puede hacerla más permeable a muchas otras drogas. Nuestro laboratorio está trabajando con ultrasonido. Esta técnica nos permitió aumentar 5 mil veces la capacidad de la insulina para pasar a través de la piel en animales de laboratorio. Por eso estamos ensayando este método para administrar insulina y medicamentos para el dolor”.

Los pulmones son otra gran oportunidad. No sólo para tratar problemas respiratorios, sino en cualquier parte del cuerpo. Lo difícil hasta ahora ha sido diseñar inhaladores capaces de hacer llegar la droga en cantidad suficiente hasta las partes más profundas del pulmón. “De hecho la mayoría de los inhaladores convencionales para el asma entregan menos del diez por ciento de su contenido. Los nuevos inhaladores a base de polvo seco evitan que las partículas se peguen entre sí, formando bolitas que no pueden penetrar los alvéolos”.

Langer inventó un sistema de entrega de drogas en un microchip insertado en el cuerpo. “Fue hace unos años. Estaba viendo un programa de televisión acerca de cómo se hacen los chips para los computadores y me di cuenta de que la misma tecnología era aplicable para crear un sistema de administrar droga de forma inteligente. Con John Santini, en ese entonces mi estudiante, creamos unos chips con unos canales que se podían rellenar con drogas y cubrir con una delgada capa de oro. Una corriente eléctrica disolvía la cubierta de oro y dejaba pasar la droga al cuerpo”.

En este momento la compañía de Santini, MicroCHIPS, está desarrollando sistemas para ensayar el método en pruebas clínicas humanas. Pero uno de los campos más promisorios para la entrega de medicamentos es la terapia genética, que consiste en meterle al cuerpo un gen curativo. Por ejemplo, insertar el gen que ayuda a reparar el tejido cardíaco dañado por falta de oxígeno durante un infarto. El reto aquí es hallar la manera de proteger el gen de las enzimas destructoras de la célula, que vienen a destruirlo porque perciben que es un cuerpo extraño. Tras años de meter las narices entre microscopios, Langer se inventó una técnica que consiste básicamente en disfrazar la química del gen para que el ejército de ataque no entienda que el gen nuevo es un cuerpo extraño. “Para esto, hemos inventado materiales que son como especies de virus sintéticos, pero que no tienen el problema de infectar la célula que sí tendría un virus de verdad. Esa investigación nos tiene muy emocionados”. No en vano Langer ha sido descrito como “una de las 25 personas que más influenciarán nuestro futuro”.

Por Ángela Posada-Swafford

 

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