LEYENDO A RUDOLF CARNAP

Fr. Nelson Medina F., O.P.
Mayo de 1994

1. Introducción

2. El Empirismo Lógico

2.1   Una visión científica del mundo

2.2  Carnap o la encarnación del ideal del Círculo

2.3  «La fundamentación lógica de la física»

3. Características Generales de la Obra

4. Desarrollo de los Temas

4.1   Mundos posibles y mundo real

4.2  Tipos de enunciados

4.3  Explicaciones

4.4  Causalidad

4.5  ¿Anti-metafísica?

4.6  Todo un credo

5. Epílogo

1. Introducción

Una de las más apasionantes aventuras del pensamiento contemporáneo tiene nombre propio: empirismo lógico. A lo largo de decenios, casi todos los grandes talentos del siglo XX, en ciencia, filosofía, lingüística o psicología, tuvieron alguna relación ¾casi siempre polémica y fecunda, a la vez¾ con el ideario y los programas de este empirismo; su paradigma, sin embargo, quizá tenga su representación más completa en aquel grupo de pensadores conocido como el «Círculo de Viena». En el presente trabajo deseamos aproximarnos críticamente a la estructura del planteamiento filosófico de uno de los protagonistas de esta epopeya de nuestro tiempo: Rudolf Carnap.

2. El Empirismo Lógico

2.1      Una visión científica del mundo

Ya el manifiesto programático «Wissenschaftliche Weltauffassung. Der Wiener Kreis», 1929 [«La concepción científica del mundo. El Círculo de Viena»] mostraba a las claras la ingente pretensión de este equipo de reflexión, reunido por iniciativa de Moritz Schlick (1882 - 1936). Se trataba, ni más ni menos, que de ofrecer a la humanidad una visión científica del mundo, con todo lo que esto implica en cuanto al conocimiento, el lenguaje, la «realidad», la historia, el hombre, la sociedad... Una propuesta que hasta entonces parecía reservada sólo a la religión o a las propuestas filosófico-metafísicas.

Pero este es el punto: el Círculo de Viena intentará abordar la cuestión del mundo situándose desde el principio más allá de la metafísica, o mejor: como una superación de la metafísica por medio de la lógica (entendida según los Principia de Russell) y la experiencia «pura» (entendida al nivel de los datos elementales que perciben los sentidos).

Hoy no creemos que las cosas sean así de sencillas, pero es un hecho que la «visión científica» es uno de los ingredientes, y no el menos importante, de nuestra manera de mirar el mundo. Así que al rehacer, por lo menos parcialmente, la andadura del Círculo, estamos apropiándonos críticamente de un elemento sin el cual resulta ininteligible nuestra cultura.

2.2      Carnap o la encarnación del ideal del Círculo

El Círculo de Viena surgió como un momento de madurez en el itinerario de la racionalidad científica de Occidente. Como tal, más que un «sistema» de pensamiento dicho de una vez por todas, fue un «método», un inmenso desideratum de la razón humana que necesita preguntarse por el «todo» y no sólo por las «partes». Por ello el Círculo necesitaba no sólo de pensado­res, sino, si se me permite la expresión, de «creyentes», es decir, de personas que creyeran que la visión lógico-científica era viable y que, consiguientemente, establecieran las tareas y los fundamentos epistemológicos correspondientes.

Desde mi punto de vista, creo que este fue el lugar propio de Rudolf Carnap (1891 - 1970), y creo que en el fondo esto explica por qué es considerado como el representante más propio del empirismo lógico y, desde luego, del Círculo de Viena.

Nacido en 1891 en Ronsdorf (Alemania), Carnap pronto se sintió vivamente atraído por la consistencia y eficacia de la ciencia moderna. Este impacto se volvió fascinación cuando tuvo oportunidad de conocer la sólida estructura de la «nueva lógica» en boca de uno de sus más conspicuos exponentes: Frege. Desde este momento, enrriquecido luego con un hondo análisis de los Principia Mathematica de Russell, publicados entre 1910 y 1913, la lógica será, para Carnap, el instrumento propio del entendimiento humano.

Con lo cual surgió ante sus ojos una inmensa tarea: desprender el pensa­miento de los antiguos atavismos metafísico-religiosos; depurar el lenguaje de modo que la verdad pudiese aparecer con la claridad de la lógica y con la contundencia de la experiencia (empireia): empirismo lógico.

Debe advertirse inmediatamente que Carnap fue el primer crítico de su propio pensamiento, y que esta singular honestidad intelectual hizo de su reflexión un auténtico itinerario, un camino jalonado especialmente por el diálogo con sus contemporáneos ¾más que con la tradición filosófica, que él consideró globalmente superada¾. Creo que esto explica una aparente paradoja de sus obras: cada una se presenta como un entramado firme de proposiciones sólidamente trabadas, y de aquí uno podría equivocarse juzgando que nuestro autor era demasiado «dogmático»; pero, por otra parte, de una a otra obra hay un avance sensible, precisamente el que nos sirve de contrapeso a la primera impresión; según esta otra visión, uno puede ver en el conjunto de su obra una tendencia cada vez más «liberal». Pienso que Carnap era ambas cosas, y que lo era simplemente porque amaba la verdad, en cuanto decible del modo más claro y unívoco posible.[1]

2.3      «La fundamentación lógica de la física»

En el presente trabajo nos detendremos en una obra de madurez, dentro del itinerario de R. Carnap. Se trata de La fundamentación lógica de la física[2]. De acuerdo: es siempre riesgoso juzgar el pensamiento de una persona a partir de uno sólo de sus libros. Pero es plausible afirmar que este riesgo disminuye si el contenido del libro en cuestión apunta por sí mismo a los «fundamentos» ya sea de una ciencia o de un sistema filosófico, porque entonces cabe suponer que el autor ha querido decir cuanto le ha parecido necesario y suficiente para declarar su propio punto de vista.

La tesis que intentaré mostrar es que el empirismo lógico descansa en una serie de supuestos que en su coherencia intrínseca conforman una especie de «credo»[3]. Por cierto, esta perspectiva nos ayuda a ver que no es cierto que la ciencia como tal dificulte creer, en el sentido religioso de la palabra, sino que, para quien ya tiene su fe puesta en la ciencia, es difícil luego creer en un Dios personal. En cualquier caso, aquí no nos detendremos en el paralelo o controversia con la fe religiosa, sino en la explicitación del credo que acaso subyace a un esquema tan racional y a un programa tan ambicioso como fueron los del empirismo lógico.

En efecto, es un hecho reconocido que las elaboraciones axiomáticas puramente formales, como es el caso de la «matemática pura», gozan de total veracidad, pero que no pueden presumir de estar describiendo en sus fórmulas el mundo «real». En un sistema axiomático de este género sólo se requiere una convención para admitir unos axiomas, unas reglas de inferencia, etc. y ver luego qué sale de ahí. El matemático no se implica en sus axiomas, por más «fundantes» que sean.

Pero la física sí dice, o desea decir algo, sobre el mundo. Por ello, sus fundamentos y ultimos axiomas no pueden ser elegidos arbitrariamente; tiene que haber un momento de contrastación (ya se le llame «verificación», «falsación» o de otro modo), en el cual las afirmaciones del científico se ajusten a la realidad[4]. De modo que el problema de los fundamentos es de suprema importancia en la física. Ciertamente en ese problema la ciencia se abre a la filosofía.

Con ello no pretendo sugerir que las leyes o las teorías científicas sean equiparables a la pura creencia, sino que es posible que alguien, a partir de preguntas que no son científicas pero sí humanas, llegue a «creer» que la ciencia responderá todas sus preguntas. En ese momento ya no hay sensu stricto ciencia, sino fe. El uso mismo del futuro ¾«responderỾ corresponde a una condición antropológica que nos predispone a la esperanza; no es un dato meramente científico.

Pero pasemos a revisar el contenido general de la obra de Carnap; luego intentaremos sintetizar en algunas «tesis» centrales los fundamentos de su postura filosófica, y por último expondremos el carácter de «artículos de fe» que puedan tener algunos de estos fundamentos.

3. Características Generales de la Obra

Fundamentación lógica de la física es, a mi juicio, la obra de un gran expositor. Son notables la precisión de sus conceptos, la fineza de las distinciones, la propiedad en el uso de cada palabra, la secuencia lógica de la argumentación, la oportunidad de los ejemplos aducidos, y otras caracte­rísticas. El autor distingue muy bien sus propias posiciones de las de otros pensadores; enuncia en términos concisos y claros el estado de una cuestión, cuando ésta no se halla resuelta aún; cita la bibliografía esencial; cada vez que es necesario, muestra cómo y en que dirección ha variado su pensamien­to a su modo de enfocar un problema, y además es sumamente respetuoso en la exposición de las ideas que no comparte.

El libro, como tal, no surgió como un tratado ex professo; es fruto de numerosos encuentros y seminarios que Carnap dictó en distintos ambientes. Aunque el estilo sea principalmente expositivo, entre líneas se descubren trazos de discusiones y diálogos con estudiantes y profesores, todo lo cual ha enriquecido mucho la presentación de los problemas y sus respuestas.

En esta obra, Carnap no presenta en ninguna parte su «credo». Pero hay afirmaciones en las que sin duda no está duspuesto a transigir. Filosófica­mente, se sitúa en la post-metafísica, y por ello no admite como explicación ningun «agente metafísico». En el prefacio lo dice sin ambages: «en el curso se da énfasis al análisis lógico de los conceptos, enunciados y teorías de la ciencia, no a la especulación metafísica» (p. 7[5]) En este sentido, Carnap es «empirista». No ataca la metafísica; al parecer, simplemente la considera carente de significación o de utilidad en lo que atañe a la fundamentación de la ciencia.

Una última característica general, que a mi modo de ver es un determinante profundo de su estilo expositivo y de otras de las notas que he mencionado, es ésta: Carnap sabe que existe la verdad. O por lo menos sabe que hay cosas que no son verdad. Para él hay cuando menos dos tipos de enuncia­dos  que decididamente no son verdaderos: las inconsistencias lógicas y las proposiciones científicas que fallan en una predicción.

Pero quedémonos con lo dicho: él sabe que hay cosas que no son verdad, y de todo cuanto existe, le interesan sobre todo y acaso exclusivamente, aquellas cosas de las que puede saberse si son o no verdaderas. Así por cierto se descarta lo que él llama «la concepción mágica del lenguaje», y con ella la posibilidad de un lenguaje no formal.

4. Desarrollo de los Temas

«En este libro no se hace ningún intento por ofrecer un tratamiento sistemático de todos los problemas importantes de la fundamentación filosófica de la física... he preferido limitarme a un número pequeño de problemas fundamentales indicados por los títulos de las seis partes del libro y examinarlos de manera más completa» (Prefacio, pp. 7-8)

Estas seis partes son:

          1) Leyes, explicaciones y probabilidad

          2) Medición y lenguaje cuantitativo

          3) La estructura de espacio

          4) Causalidad y determinismo

          5) Leyes teóricas y conceptos teóricos

          6) Más allá del determinismo

No intentaré resumir aquí el contenido de una obra ya de por sí densa. Pero, en orden a precisar un poco los conceptos, es conveniente hacer un inventario (incompleto, es verdad) del uso que Carnap le da a ciertos terminos claves. Eso haremos en seguida.

4.1      Mundos posibles y mundo real

Escribe Carnap: «¿Qué queremos significar por mundo posible? Simplemente un mundo que puede ser descrito sin contradicción»  (p. 17) Y más adelante: «las leyes de la lógica y de la matemática pura [...] no nos dicen nada que permita diferenciar el mundo real de cualquier otro mundo posible» (p. 18). Esta parte del capítulo I de su libro puede esquematizarse así:

Fig. 1 Mundos «posibles» y mundo «real»

Uno pue­de pre­guntarse por qué el mundo real es un mun­do posi­ble. Aun­que se circuns­cri­ba a-metafisi­ca­mente el alcan­se de la pregunta «¿por qué?» la cuestión queda abierta y, por lo menos desde el planteamiento de Carnap en este libro, sin respuesta. Quiero decir: la existencia de este mundo real es una afirmación de fe; una afirmación no justificada.

Pero hay más: si el mundo real es un mundo posible, el mundo real es lógicamente consistente. Esto implica por lo menos otros dos actos de fe. Primero, ¿en nombre de qué sabemos que el mundo es lógicamente consisten­te? Si se dijese simplemente «consistente» no sería grande la dificultad, ni habría que hablar de fe, porque la consistencia puede entenderse como coherencia o no contradicción entre las leyes empíricas que la ciencia conoce en un momento dado. De modo que aseverar la consistencia lógica de nuestro mundo real supera de hecho los datos empíricos y pertenece propiamente a la fe. Y digo «fe» porque atañe al mundo real y no tan sólo a una construc­ción racional de un pensador. Cuando el pensador habla de la realidad está haciendo ciencia (si hay un fundamento empírico o racional que sostenga su discurso) o está proclamando su fe. Creo que este es el caso en la afirmación que he citado de Carnap

Y aún se en­cuen­tra otro acto de fe, implí­cito en la Fig. 1. La lógica es accesi­ble a nues­tra razón. Esto lo presu­pone nues­tro autor cuando deja bien senta­da la vera­cidad e inmutabilidad de los enunciados lógicos y matemáticos (p. 17). Pues bien, decir que el mundo real es un mundo posible equivale entonces a decir que nosotros podemos explicar el mundo, y que tal explicación consistirá esencialmente en leyes. Podemos explicar la realidad por que somos capaces de razonar y el mundo es razonable. Y bien, ¿de dónde proviene que haya esa adecuación entre nuestro entendimiento y la realidad? ¿Por qué es así y no de otro modo? De nuevo hay que acudir a la fe. En efecto, desde el punto de vista del empirismo que Carnap sostiene en este campo, es razonable suponer que el mundo real es lógicamente consistente, pero para que esta suposición se tome como fundamento de una teoría que pretende no ser sólo racional, sino que desea hablar del mundo «real» se necesita un suplemento de fe en la ciencia.

Ahora bien, está claro que la suposición contraria ¾«El mundo real es un mundo im-posible, un mundo inconsistente y esencialmente contradictorio»¾, tiene en su contra todos los resultados positivos que la aplicación del intelecto a la realidad ha dado hasta el presente. Y además, sería también una afirmación de fe, esta vez, de fe irracional o antirracional. De modo que el punto no es contradecir la proposición «El mundo real es un mundo posible», sino mostrar que la pregunta «¿Es lógicamente consistente el mundo real?» requiere, por lo menos en los límites de este empirismo, una respuesta de fe.

En todo esto hay que tener debida cuenta del alcance que la expresión «Mundo real» o «Naturaleza» (Carnap los utiliza como sinónimos) pueda tener. Nuestro autor parece excluir decididamente de la naturaleza y el mundo real a los que él llama «Agentes metafísicos». Dice, por ejemplo: «Cuando decimos que, para la explicación de un hecho determinado, es indispensable el uso de una ley científica, lo que queremos excluir especialmente es la tesis de que deben encontrarse agentes metafísicos antes de poder explicar adecuadamente un hecho» (p. 19).

Un agente metafísico es algo que no existe, según Carnap, y cuya caracterís­tica principal es que no agrega nada a las leyes científicas. Esto se deduce de otra afirmación que analizaremos después: «Todas las explicaciones son leyes». Por ahora quiero destacar, en cuanto al mundo real de que habla Carnap, que esta afirmación es equivalen­te a la siguiente: «La naturaleza es todo lo que existe, supuesto que "naturaleza" ya no contenga agentes metafísicos». Pienso que este es otro acto de fe, íntimamente ligado con la fe con la que él decía que el mundo es lógicamente consistente, es explicable; y si es explicable, lo que no sea explicable no es real, y en este caso sólo la naturaleza existe.

Podemos resumir estos actos de fe en una especie de «artículo»:

Artículo Primero: La naturaleza existe y todo lo que existe es naturaleza. La naturaleza es expli­cable.1

Este artículo primero está vinculado con la Fig. 1. Antes de seguir adelante, es provechoso pensar en lo que sucedería si se le diera el bote a esta Fig. 1. Quiero decir esto: lo propio de los mundos posibles es su racionali­dad, mientras que solemos decir que la «realidad» es lo propio del mundo que habitamos y que llamamos precisamente «real». Viendo a la Fig. 1, diría uno que lo real es para Carnap un caso particular de lo racional. Un resultado inesperado en quien tal vez no se hubiera definido como un idealista.

4.2      Tipos de enunciados

Como ya lo sugiere el título de la primera parte, «Leyes, explicaciones y probabilidad», las leyes tienen una importancia muy grande para Rudolf Carnap. Se las menciona en casi todos los capítulos. Pero no toda frase es una ley, y por ello es necesario considerar una categoría más amplia en la que hallen su lugar las leyes. Esta es la categoría «enunciado». Podemos clasificar los enunciados como lo muestra la Fig. 2, siguiendo a nuestro autor.

Fig. 2 Tipos de enunciados [¿formales?]

De acuerdo con este cuadro, puede uno preguntarse si todas las frases con sentido son «enunciados», o de otro modo, si todos los enunciados son formales, es decir, si a todo enunciado cabe darle un valor de verdad. Lo que en este caso está en juego es la posibilidad del uso figurado en el lenguaje. En efecto, los enunciados de la Fig. 2 son todos de tipo «represen­ta­tivo»; en ellos se presupone que las palabras y las cosas se corresponden.

Ya se trate del enun­ciado de un hecho, o de una regu­laridad en los he­chos, hay de base una co­rres­pon­dencia, con lo cual entiendo, una manera parti­cular de res­ponder a la si­guien­te pre­gun­ta: ¿Por qué nues­tro len­guaje dice algo sobre el mundo real? Antes de anali­zar lo que creo que es la res­puesta de Car­nap, conviene comprender qué clase de respuestas se puede dar a esta pregunta.

Consideremos por ejemplo una ley empírica como la dilatación térmica. En ella se comparan y relacionan hechos, esto es, lo sucedido en distintas barras sometidas al calor. Pero en el caso del lenguaje y el mundo real no tenemos propiamente comparación entre hechos, precisamente porque una ley empírica no es un hecho. Y si no se puede comparar el «hecho» del lenguaje con los «hechos» del mundo real, tampoco se puede aducir una ley como explicación o respuesta a la pregunta «¿Por qué nuestro lenguaje dice algo sobre el mundo real?». Repitámoslo más brevemen­te: las leyes sólo se refieren a hechos; pero las leyes mismas no son hechos; de modo que ninguna ley (por lo menos de esta clase) puede explicarnos por qué las leyes se refieren a los hechos.

Ahora bien, nuestro autor no se plantea explícitamente la cuestión que ahora nos ocupa. Pero pienso que implícitamente da una respuesta, en particular en el capítulo XII, «La concepción Mágica del lenguaje». De este capItulo cito el siguiente texto:

«Muchas personas tienen una concepción mágica del lenguaje, concepción según la cual existe una misteriosa concepción natural de algún género entre ciertas palabras [...] y sus significados. La verdad es que sólo por accidente histórico, en la evolución de nuestra cultura, la palabra "azul" ha llegado a significar determinado color» (p. 103).

Si, pues, no existe ninguna «conexión natural de algún género» entre las palabras que usamos (Carnap no se circunscribe en el cap. XII al lenguaje científico) y las cosas del mundo real, pero por otra parte las leyes empíricas se refieren al mundo real, sólo queda una respuesta posible: la convención. En coherencia con este texto citado no hay otra posibilidad: los enunciados, o son formales y convencionales, o no tienen sentido. No hay lenguaje figurado. Nótese que esto es consecuente con el Artículo Primero, allí donde dice: «Todo lo que existe es naturaleza; la naturaleza es explica­ble». Aquí se saca la consecuencia: luego todo enunciado sobre lo real ha de ser formal y su formalidad la da la razón por una convención. Quiero decir: es la razón quien relaciona algo «accidental» ¾la pala­bra que llega a noso­tros como signi­fican­te¾ con algo real ¾los hechos signi­fica­dos¾.

Hay, en conse­cuen­cia, otros dos actos de fe aquí. Carnap da la razón como respuesta a la pregunta «¿Por qué nuestro lenguaje dice algo sobre el mundo real?». Pero, ¿cómo sabemos si la misma razón entiende o explica la naturaleza cuando entiende los enunciados de las leyes?

A esta nueva pregunta habría que responder con «algo» suprarracional; y como tal cosa es inadmisible si se cree que sólo existe la naturaleza y que esta es explicable, no hay otro camino que la fe. A su vez, al sostener que las leyes no son hechos, y dado que se enuncian con palabras que se supone no tienen ninguna conexión natural con las cosas, hay también que suponer que la razón no se equivoca al hacer corresponder tales palabras con tales cosas. Así se llega al artículo segundo:

Artículo Segundo: Las leyes que enun­ciamos en la ciencia dicen algo sobre la naturaleza. La misma razón que com­prende la ley, comprende la naturaleza.

2

Nótese que lo que hace de este Artículo Segundo un «acto de fe» es mantener como válida la afirmación de que no existe ninguna conexión natural entre palabras y hechos. No creo que todos los científicos compartan esta afirmación, y por ello creo que no a todos les resulta obligatorio este Artículo Segundo. En particular, es probable que los mismos científicos ¾entre quienes estudian el lenguaje, su evolución y su interpretación¾ tengan serios motivos para contradecir con razones el postulado de Carnap de la inconexión palabra¾hechos. Si este fuera el caso, habría que decir que tal postuldo pertenece a una fe irracional.

Pero intentemos ir más lejos. Está claro que lo que nos estamos preguntan­do no es si las leyes responden o no a los fenómenos naturales ¾cosa que podría sostenerse pragmáticamente por los resultados que producen¾, sino cuál es el fundamento de tal correspondencia. Si, alejándonos de la posición de Carnap, seguramente por razones científicas, admitimos una conexión (aunque no sea«misteriosa» ni «mágica») entre palabras y hechos, ¿qué sucede? Sucede que tenemos que mirar de otro modo la relación entre la historia de los pueblos y sus lenguajes. Sucede que tenemos que reconocer que las experiencias históricas de los diversos pueblos van generando nuevos sentidos ¾al principio, sentidos «figurados»¾ en las palabras, y que, por tanto,para cuestionar o criticar el uso de essas palabras hay que acudir ya no sólo a la razón o a las convenciones, sino también y principalmente a la historia de cada pueblo, tal como puede ser testificada por los miembros de ese pueblo.

4.3      Explicaciones

Escribe Carnap: «no puede darse ninguna explicación [...] sin referencia, al menos, a una ley [...]. Es importante destacar este punto, porque los filósofos han sostenido a menudo que pueden explicar ciertos hechos de la historia, la naturaleza o la vida humana de alguna otra manera, especificando algún tipo de agente o fuerza al que se hace responsable del suceso que se quiere explicar» (pp. 13-14).

El tono general de este modo de hablar es absoluto, con lo cual quiero decir: se trata de afirmaciones que no están limitadas ni por el sujeto que pregunta, ni por el objeto de su pregunta, ni por el carácter de la  respuesta que desea. Pienso que detrás de cada uno de estos aspectos se halla un acto de fe.

Es interesante la generalización con la cual Carnap incluye en un solo rubro a la historia, a la naturaleza y a la vida humana. Creo que en realidad, para nuestro autor, el segundo de estos tres términos ¾la naturaleza¾ llega a absorber y subsumir a los otros dos. La razón es que una misma metodología ¾la observación de los hechos¾ es común para los tres.

Un poco antes del texto citado, en la misma p. 13, ha dicho: «la ciencia comienza con observa­ciones directas de hechos aislados. No hay otra cosa que sea observable. Una regularidad no es directamente observable, por cierto». La regularidad no es observable porque los hechos pasados ¾la historia¾ no es observable. Lo observable es el presente de la naturaleza. Porque en la vida humana, según Carnap, tampoco hay algo distinto que leyes que provienen de observaciones, las cuales son en todo similares a las del laboratorio de pruebas sobre la dilatación térmica.

Lo que quiero destacar es que para nuestro autor todo se reduce a la naturaleza, y a una naturaleza muy particular, puesto que, por una parte es explicable (Artículo Primero) y por otra parte puede ser observada sólo en el presente de los hechos aislados. Ya esta concepción estaba en ese Artículo Primero: «La naturaleza existe y todo lo que existe es naturaleza»; sólo que en ese momento no sabíamos qué implicaciones traería ese aserto en cuanto a la historia o a la vida humana.

Por cierto, es útil tener en cuenta todo esto para interpretar adecuadamnete lo que Carnap diga sobre las leyes psicológicas[6]. Pero de ningún modo es trivial ni evidente que el hombre ¾y su historia¾ estén en la naturaleza. Precisamente los idealistas llegaron a suponer un poco lo contrario: la naturaleza y la historia están en el hombre, en su pensamiento. Así se nos revela lo paradójico de la frase citada de la p.13: dice él que no hay otra cosa que sea observable, sino los hechos aislados; ya ha dicho que la ciencia comienza con la observación; y a renglón seguido añade: «una regularidad no es directamente observable». La conclusión sería: luego no puede hacerse ciencia a partir de las regularidades, puesto que éstas no son directamente observables.

El punto es que la «observación» de una regularidad implica una «minihisto­ria», en la cual por cierto se halla implicado el observador. Las regularidades que yo enuncio se basan en mis recuerdos, en mi historia. Ahora bien, puede decirse que yo puedo contar con que mis recuerdos son fieles, porque en mí hay algo que se llama «memoria» y que no suele fallar tan crasamente de una a otra observación. ¿Y cómo sé que mi memoria no suele fallar? Esa también es una regularidad «observada», que apela a mi misma memoria. Es como decir:«no me acuerdo de que se me haya olvidado nada». Como se ve, para afirmar, como lo hace Carnap, que la historia, la vida humana y la naturaleza se explican todas por leyes, hay que llegar a un punto en que cesan las razones y se pasa a efectuar serios actos de fe.

En resumen: ¿Puede probarse que el hombre y su historia están en la naturaleza? La respuesta sería «sí» en el caso de que pudieran exhibirse las leyes del hombre y la historia; pero para al menos suponer que tales leyes existen hay que suponer que la memoria histórica del hombre no se equivoca en el recuerdo de los hechos aislados. Esta última suposición es una ley que no es simplemente «natural», por cuanto para probarla, o aún descubrir­la, hay que darla antes por cierta. Quedan entonces dos caminos: o admitir que hay una ley ¾la que posibilita el uso racional de la memoria¾ que no es «natural», en el sentido de Carnap, y esto contradice el Artículo Primero e implica un acto de fe, o afirmar sin más justificación que el hombre y la historia están en la naturaleza, que tambnién es otro acto de fe. Dado que nuestro autor no renuncia al Artículo Primero, puesto que para él toda explicación es equivalente a una ley, y también lo contrario, llegamos así al Artículo Tercero:

Artículo Tercero: El hombre y su histo­ria están en la naturaleza. El hombre busca explicaciones. Toda explicación supone una ley y toda verdadera ley sirve para explicar ¾y predecir¾ hechos.

3

Es útil pre­guntarnos de nuevo, como lo hemos hecho en los números 3 y 4, qué sucede si no se admite este artículo de fe. En ese caso hay que reconocer un estatuto particular a nuestra manera de conocer al hombre y a la historia. Si concedemos que de hecho la simple constatación de regularidades empíricas ya implica tener algún grado de «fe» en la propia memoria y en la propia historia del observador, no tendremos luego dificultad en admitir que otros aspectos y hechos de la misma memoria y de la misma historia del observador quizá merezcan también algún género de fe. Pienso que este es el fundamento de la fe humana con la que aceptamos el testimonio de otras personas cuando nos hablan de su propia vida, y creo que este es el presupuesto para escuchar un testimonio de orden religioso.

4.4      Causalidad

Para Carnap, no sería necesario este aparte, por cuanto hallar causas es, según su opinión, sólo un caso particular de las leyes. El texto pertinente dice así:

La relación causal significa predictibilidad. Esto no quiere decir predictibili­dad real, porque nadie podría haber conocido todos los hechos y las leyes atinentes al caso. Significa predictibilidad en el sentido de que, si se hubiera conocido la situación previa total, podía haberse predicho el suceso (p. 165).

Creo que es uno de los pocos lugares ¾si no el único lugar¾, en la obra que analizamos, en el que su autor confiesa hablar en sentido figurado. En efecto, el uso de un «hubiera» reclama una explicación, que el mismo autor ofrece a renglón seguido: «Cuando uso el término "predictibili­dad" lo entiendo en un sentido un poco metafórico». De acuerdo con lo visto en Tipos de enunciados, el lenguaje con sentido ha de ser formal y por ello mismo ajeno al sentido metafórico ¾dice Carnap¾. Ya esto deja un poco en entredi­cho el estatuto que pueda tener la categoría «predictibilidad». Me detengo en este punto, por lo siguiente: sin la categoría predictibilidad no es posible reducir el estudio de las causas al análisis de las leyes; y si no todas las causas son leyes inci­pientes o disfrazadas, no todo conocimiento ni toda explicación son necesaria­mente «naturales» y científicas.

Pues bien, nuestro autor desearía que toda la antigua metafísica de las «causas» pudiera pasar por el tamiz de la predictibilidad de modo que en él quedaran retenidos todos los agentes metafísicos y de él sólo salieran leyes depuradas, esto es «descrip­ciones de regularidades observadas» (p. 177). Lo dice explícitamente: «Desde mi punto de vista, es más fructífero reemplazar todo el examen del significado de la causalidad por una investigación de los diversos tipos de leyes que aparecen en la ciencia» (p. 174). Como se ve, la cuestión de la predictibilidad es fundamental en este asunto.

Carnap no tendría que acudir al uso metafórico y al subjuntivo «hubiera» si fuera válida la siguiente ecuación:

Conocer la causa de algo = Haber sido capaz de predecirlo

1

Pero «haber sido capaz de predecirlo» supone conocer todas las leyes atinentes al caso, y como esto no se da en nuestro mundo real y en el estado actual de las leyes científicas, esta expresión se cambia por: «haber sido capaz de predecirlo, en la suposición de que se conocieran las leyes atinentes al caso». ¿Y cómo sabemos esto? Nuestro autor dice que conocer todas las leyes es conocer todas las causas, o en otros términos, que las leyes de la ciencia son todo lo que se puede conocer. ¿Por qué? Pienso que la ecuación con la que Carnap dice qué es conocer la causa de algo no es otra cosa que una redefinición de la palabra «causa»; precisamente, una redefinición formal-racional que simplemente prescinde de lo que esa palabra haya podido significar.

Es claro, en efecto, que si ya se ha admitido que «no hay ninguna conexión natural» entre palabras y hechos, y luego se ha admitido en consecuencia que todo lenguaje significativo es racional y formal, ahora haya que admitir que se redefina la causalidad en términos de predictibilidad. Pero no hay argumentos racionales, según vimos en los Tipos de Enunciados, para hacer el acto de fe de que todo lenguaje significativo es formal. Ni menos resulta obligatorio hacer un nuevo acto de fe para utilizar en la redefinición de «causa» la palabra «predictibilidad» cuya definición incluso contradice nuestro anterior acto de fe sobre la formalidad del lenguaje, particularmente, del lenguaje científico. Y como no puede tenerse fe al mismo tiempo en enunciados contradictorios, no podemos añadir como Artículo Cuarto «La causalidad se reduce a la legalidad», porque tal reducción requiere como presupuesto el uso no-formal de la categoría «predictibilidad». En lugar de este, Carnap nos invita escribir:

Artículo Cuarto: Todos los hechos de la naturaleza han sido o podrán ser expli­cados por leyes.

4

Hay una diferencia notable en este Artículo Cuarto y los tres primeros. El elemento temporal no estaba presente en los anteriores Artículos. Pero este nuevo y decisivo acto de fe requiere del tiempo, dado que no puede decirse que nuestras leyes científicas ya expliquen la naturaleza. O sea que este Artículo Cuarto no es sólo un acto de fe, sino también un acto de esperanza: tal o cual problema no ha sido resuelto, pero confiamos en que se resolverá.

Sin embargo, puede uno preguntarse si no hay una definición formal de predictibilidad que no sea incompatible con el postulado de la racionalidad del lenguaje.

Tal definición evidentemente no cambiaría el enunciado del Artículo Cuarto, puesto que éste se requiere propiamente para eliminar la discusión sobre la causalidad[7], y no para fundamentar la capacidad de las leyes para predecir hechos. Pienso que tal definición puede elaborarse a partir del esquema de los mundos posibles de la Fig. 1, porque el uso verbal del tipo: «si hubie­ra... se podría...» es metafórico en nuestro mundo real, pero es susceptible de formalizarse en los mundos posibles. Tal formalización, quizá asumida inconscientemente por Carnap podría comenzar más o menos así: «En cierto mundo existen seres que conocen todas las leyes de este mundo que habitamos. Si uno de tales seres puede predecir que el suceso B se sigue a partir de A según las leyes del mundo real, diremos formalmente que, para ese cierto mundo, B es predictible de A» ¾aunque en el mundo real haya que cambiar formalmente por «metafórica­mente»¾.

Nótese que la anterior definición formal -una vez más- lo es sólo porque da primacía a la razón -y a la consistencia lógica de los posibles- antes que a la existencia -y al uso figurado del lenguaje humano en este mundo real-.

4.5      ¿Anti-metafísica?

En más de una oportunidad, a lo largo de su obra, R. Carnap insiste en su postura antimetafísica. Conviene tener a la vista algunos textos ilustrativos de esta actitud:

(A)-   «Ya no necesitamos decir "no pregunte por qué", pues en la actuali­dad, cuando alguien pregunta por qué, suponemos que lo hace en un sentido científico, no metafísico. Simplemente, nos pide que expliquemos algo ubicándolo dentro de un marco de leyes empíricas» (p. 19)

(B)-    «Si un hombre me hace algo que no me gusta, es natural que lo haga responsable de ello, me enoje y lo golpee. Si una nube me arroja agua, no puedo golpear a la nube, pero puedo dar rienda suelta a mi enojo si hago a la nube, o a algún demonio invisible detrás de la nube, responsable de la lluvia. Puedo lanzar maldiciones contra ese demonio y mostrarle mi puño. Con esto mi enojo se alivia. Me siento mejor. Es fácil entender que los miembros de sociedades precientíficas hallaran satisfacción psicológica en imaginar agentes detrás de los fenómenos de la naturaleza» (p. 19)

(C)-    «En la oración de Ramsey los términos teóricos han desaparecido. En su lugar hay variables. [...] El hecho impportante es que ahora podemos evitar las inquietantes cuestiones metafísicas que infestan la formula­ción original de teorías [...]. La cuestión inquietante que elude no es "¿existen los electro­nes?", sino "¿cuál es el significado exacto del término electrón?"» (p. 215).

Ahora bien, puesto que el texto (A) vuelve a permitirnos el uso del por qué, yo pregunto al texto (C): ¿por qué hay que evitar las inquietantes cuestiones metafísicas? Como se sabe, en efecto, la oración de Ramsey es un procedi­miento para formalizar en variables de tipo lógico y matemático las leyes empíricas y teóricas (ver Fig. 2). Esta capacidad formalizadora es la que interesa a nuestro autor.

A renglón seguido del texto (C) añade: «En la manera de Ramsey de hablar acerca del mundo, esta cuestión -la del significado- ya no se plantea. Ya no en necesario indagar el significado de "electrón", porque el término mismo no aparece en el lenguaje de Ramsey». Pregunto yo: ¿es esa la manera de resolver una pregunta: crear un lenguaje en el que tal pregunta no pueda plantearse? De hecho ese nuevo lenguaje hiperformal no es autosuficiente, pues que requiere de un metalenguaje -en este caso, el castellano de la traducción del libro de Carnap- para sernos comprensible.­ Pues en ese mismo castellano aún sobreviven preguntas para el lenguaje hiperformal: ¿qué es una variable? ¿Por qué hay que hablar en términos de variables y no en castellano? La única respuesta a esta última cuestión parece ser simplemente que se requiren eludir ciertas preguntas inquietantes, a las que nuestro autor llama «metafísicas».

¿Qué es, por lo demás, algo «metafísico», según Carnap? Tengo la impresión de que tal adjetivo califica aquello que se pretende dar como una explicación, sin que en realidad explique nada. Recordemops que para este pensador, explicaciones y leyes corren parejas. Dice, en efecto, en un texto ya citado: «no puede darse ninguna explicación [...] sin referencia, al menos, a una ley [...] Es importante destacar este punto, porque los filósofos han sostenido a menudo que pueden explicar ciertos hechos de la historia, la naturaleza o la vida humana de alguna otra manera, especificando algún tipo de agente o fuerza al que se hace responsable del suceso que se quiere explicar» (p. 14). Unas páginas más adelante, precisa: lo que queremos excluir especialmente es la tesis de que deben encontrarse agentes metafísicos antes de poder explicar adecuadamente un hecho» (p. 19). Inmediatamente agrega el texto (B), en el cual, los demonios son un ejemplo típico de agentes metafísicos.

No cabe duda de que tiene razón Carnap al oponerse a un visión simplística­mente mágica, pero pretender imponer como única explicación y única causalidad el modelo legal es ir demasiado lejos.

4.6      Todo un credo

Escribamos juntos los Artículos de fe en la ciencia que hemos hallado hasta el momento:

«La naturaleza existe y todo lo que existe es naturaleza. La naturaleza es expli­cable. Las leyes que enun­ciamos en la ciencia dicen algo sobre la naturaleza. La misma razón que com­prende la ley, comprende la naturaleza. El hombre y su histo­ria están en la naturaleza. El hombre busca explicacio­nes. Toda explicación supone una ley y toda verdadera ley sirve para explicar ¾y predecir¾ hechos. Todos los hechos de la naturaleza han sido o podrán ser expli­cados por leyes.»

Por cierto, ante este planteamiento, es inevitable reconocer el talante «metafísico» no sólo de tal o cual palabra (naturaleza, razón, ley), sino del conjunto, que, en cuanto acto de fe, trasciende a la razón.

En una redacción ligeramente más explícita, intentamos dejar de relieve qué es exactamente lo que se cree:

Credo de la Fe en la Ciencia

                   Creo que todo cuanto existe es naturaleza;

                             que la naturaleza puede ser explicada

                             y que toda explicación es una ley de la ciencia.

                  

                   Creo que la ciencia es una y verdadera,

                             y que todo cuanto puede saberse

                                      sobre el hombre o la historia

                             pertenece a cuanto se sabe de la naturaleza,

                             y es una de las leyes de la ciencia.

                  

                   Creo que el hombre puede conocer y enunciar

                             ‑a partir de observaciones empíricas y sistemáticas‑

                                      las leyes de la ciencia,

                             y que, cuando su razón las comprende,

                             está explicando la naturaleza.

                  

                   Creo que el lenguaje humano tiene sentido

                             sólo cuando puede afirmarse de él

                             ‑a partir de las leyes de la ciencia‑

                             que dice algo verdadero o que dice algo falso.

                  

                   Creo que en un lenguaje humano

                             cualquier pregunta,

                                      o ya ha sido respondida,

                                      o alguna vez hallará respuesta

                             en las leyes de la única y verdadera ciencia;

                             por eso ella es nuestra única posibilidad

                                      de un mundo mejor.

                                                                                                            Así es.

5. Epílogo

Evidentemente, no es necesario profesar este credo para ser científico, porque de hecho no es la ciencia por sí misma la que origina la «fe en la ciencia», ni tampoco lo contrario, porque no todos los que profesan, quizá inconscientemente, este «credo» son científicos. Entran aquí otros factores que convendría analizar en otro contexto, a saber, la labor de «predica­ción» que hace de la racionalidad una fe, y los eventuales intereses ¾claramente extracientíficos¾ que pueden gobernar este proceso, de mano de la razón instrumental. Saberlo puede ayudarnos a evitarlo. Así la ciencia será, como quiso Rudolf Carnap, un camino de humanización y mejor vivir para todos.

 

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    [1]. Sobre la verdad y sus posibilidades semánticas escribió y habló Carnap en el Congreso Internacional de Filosofía Científica, celebrado en septiembre de 1935 en París. Su ponencia se intituló «Wahrheit und Bewährung».

    [2]. Barcelona, Orbis, 1985. Original en inglés: Philosophical Foundation of Physics, 1966.

    [3]. Recuérdense los «dogmas» ya criticados por Quine, discípulo y crítico de Carnap.

    [4]. Por ahora entendemos «realidad» simplemente como el allende de la teoría.

    [5]. Las páginas se dan aquí según la numeración de la edición citada en la nota 2.

    [6]. Cf. pp. 165 y 187

    [7]. Cf. supra el texto citado de la p. 174.