Las relaciones entre fe, ética y ciencia
Por Juan Carlos Catalano
"Las complejas
relaciones entre Fe, ética y ciencia son susceptibles de ser abordadas desde
múltiples perspectivas".
Ponencia presentada ante
el CRUP, Consejo de Rectores de las Universidades Privadas, el 26 de junio de
2001, y publicada en el Boletín Digital nº 1 de la Universidad FASTA.
"No
hay duda de que las corrientes de pensamiento relacionadas con la
postmodernidad merecen una adecuada atención. En efecto, según algunas de ellas
el tiempo de las certezas ha pasado irremediablemente; el hombre debería ya
aprender a vivir en una perspectiva de carencia total de sentido, caracterizada
por lo provisional y fugaz. Muchos autores, en su crítica demoledora de toda
certeza e ignorando las distinciones necesarias, contestan incluso la certeza
de la fe. Este nihilismo encuentra una cierta confirmación en la terrible
experiencia del mal que ha marcado nuestra época. Ante esta experiencia
dramática, el optimismo racionalista que veía en la historia el avance
victorioso de la razón, fuente de felicidad y de libertad, no ha podido
mantenerse en pie, hasta el punto de que una de las mayores amenazas en este
fin de siglo es la tentación de la desesperación." [1]
1.Acotando el tema
Las complejas relaciones
entre Fe, ética y ciencia son susceptibles de ser abordadas desde múltiples
perspectivas. Podríamos intentar un recorrido histórico, buscando en la
filología de las palabras implicadas sus diversos significados y relaciones en
el entramado temporal de nuestra cultura. Este derrotero histórico tiene la
eficacia de describir comprensivamente como llegamos a la situación
contemporánea, pero es imposible en una breve ponencia que tiene por objeto
suscitar las preguntas sobre el estado actual de la cuestión más que brindar
las respuestas.
Otra posibilidad sería
analizar los conceptos y su significado objetivo hoy, examinando las diversas
perspectivas epistemológicas que se encuentran vigentes en el debate. Los
interrogantes deberían ser abordados desde la filosofía de la ciencia para
analizar los diversos paradigmas científicos en discusión y el estatus de su
legitimación entendida como “... el proceso por el cual un “legislador” que se
ocupa del discurso científico está autorizado a prescribir las condiciones
convenidas (en general, condiciones de consistencia interna y de verificación
experimental) para que un enunciado forme parte de ese discurso, y pueda ser
tenido en cuenta por la comunidad científica [2] El problema aquí es la
legitimación del legislador que como todas las instituciones está en debate.
Esto nos lleva al planteo sobre el derecho a decidir lo verdadero que en
nuestra cultura de Occidente no es independiente de decidir sobre lo que es
justo. Aquí nos encontramos en el centro del problema de los limites éticos de
la ciencia y la legitimidad ética y política de todo conocimiento científico.
La doble justificación de legitimidad del conocimiento por parte de la ciencia
y de la ética se ve potenciado por el valor que tiene actualmente la inversión
del saber de la tecnociencia[3] y su inocultable poder de transformación y
concentración económica. Hoy más que nunca la cuestión del saber científico se
traduce inmediatamente en clave de poder. Hoy reclaman sin éxito su posesión y
dominio los estados nacionales respecto a las potencias económicas
supranacionales.
También es posible
plantearnos las complejas relaciones de Fe, ética y ciencia desde la
iluminación de la Revelación y la manifestación del poder ordenador de la
inteligencia divina que se manifiesta en el “Ordo naturae” Deberíamos exponer
una lectura de raigambre teológica para poder explicitar los términos
implicados en este modo de conocer analógico que supone la integración armónica
del “dato revelado” con los datos conocidos por el hombre. “Una catedral gótica
es el fruto de la fe y también de la geometría dirá Gilson. El “dato” revelado
se ha encontrado con los “ datos” de la naturaleza para producir esa especial
forma de cultura que llamamos católica y que se constituye con el patrimonio de
la fe, de la doctrina, de la liturgia y la materia de la cual viven y se sirven
los cristianos”[4] Es así como la ciencia en su desposorio con la Fe y un modo
habitual de cultivar los actos humanos de una comunidad producen una respuesta
cultural que vive en nosotros independientemente de nuestra condición de
creyentes o no. Sin embargo no quisiera detenerme en las sutiles relaciones que
guardan, para quienes aceptamos la autoridad del dato revelado, las
vinculaciones entre Sabiduría Divina, su manifestación en el hombre por medio
de la Fe y el reclamo coherente de una Fe que busca el intelecto y una
inteligencia que se plenifica en la Fe. [5]. Al respecto dice el Romano
Pontífice: “No hay, pues, motivo de competitividad alguna entre la razón y la
fe: una está dentro de la otra, y cada una tiene su propio espacio de
realización. El libro de los Proverbios nos sigue orientando en esta dirección
al exclamar: “Es gloria de Dios ocultar una cosa, y gloria de los reyes
escrutarla” (25, 2). Dios y el hombre, cada uno en su respectivo mundo, se
encuentran así en una relación única. En Dios está el origen de cada cosa, en
Él se encuentra la plenitud del misterio, y ésta es su gloria; al hombre le
corresponde la misión de investigar con su razón la verdad, y en esto consiste
su grandeza.”[6]Misterio de Dios y por lo tanto objeto de la Fe personal La
grandeza del hombre reside en su poder inteligir (intus legere) , leer dentro
las huellas y vestigios de Dios en la naturaleza y captar el mensaje de la
Revelación salvífica a la que está convocado por ser una criatura “capax Dei”.
Sin embargo, dada la
brevedad del tiempo de esta ponencia y en mérito de tan calificado auditorio de
Investigadores, Profesores y Directivos universitarios y a mis colegas del
panel, me centraré en los principales interrogantes que esta relación objetiva
tiene en el sujeto que cree, que tiene un compromiso ético ante sí mismo, ante
la sociedad y su tiempo histórico y que hace o enseña ciencia. Trataré de
insinuar estos interrogantes en el contexto contemporáneo, tratando de escapar
al clima de escepticismo y desesperanza que Juan Pablo II nos señalaba al
comienzo de esta exposición pero siendo fiel a la lectura de los escenarios en
los cuales se debate la investigación científica.
2. Los reclamos al
científico por parte del mundo contemporáneo
El hombre que hace ciencia
se encuentra hoy en una encrucijada compleja en un intervalo histórico en el
que es difícil dilucidar el sentido de su accionar metódico y cotidiano.
Pareciera ser que con el desmoronamiento de los saberes liberales puestos
sistemáticamente en duda por la ciencia moderna, desprestigiados por el
positivismo y los neopositivismos, y pulverizados por las lógicas de la
desconstrucción de los “discursos” y “relatos” que le daban sentido al quehacer
científico, han dejado a la intemperie al hombre que hace ciencia hoy. Allí
quedó aislado hablando una jerga ininteligible y rechazada por un
anticientificismo creciente. Debido a que no puede hacer de su esfuerzo algo
comunicable para el común de los humanos; el hombre de ciencia solo se vincula
con rituales complejos y paradigmas cambiantes e inestables con la comunidad
científica reducida que le reconoce a través de Internet o exclusivas revistas
que intentan rescatarlo del anonimato silencioso.
El científico ha cambiado la
objetividad de la verdad y la verificación de los marcos teóricos que lo hacían
libre, por el éxito experimental de utilidad o transferencia tecnológica. Hay
un megacanje ético, donde un bien honesto en sí como es el hábito dianoético de
la ciencia, se resuelve en un bien útil o aplicable que le da razón de fin.
Esta razón de fin no es solo instrumental, en cuanto tiene su propia lógica
autosuficiente. Es un poder que vence n los resultados fácticos, pero no convence
porque su discurso no da razones sino resultados.“En otras palabras, el
carácter veritativo de los contenidos de la razón científica viene en buena
parte determinado por su operacionalidad técnica, al lado o, quizás en
detrimento, de su carácter clásico de correspondencia con el objeto (en sus
diferentes grados). Obsérvese bien, no se trata de que éste último desaparezca,
pues eso sería imposible tratándose de un conocimiento «científico y válido»,
sino de que en el establecimiento de su dimensión veritativa se atiende
primariamente a su aplicabilidad instrumental como tal. En este sentido, se
podría hablar de una transformación de la razón científica en una suerte de
razón técnica como fase final de la evolución de la razón en la Modernidad”[7].
Esto no ocurre sólo en las ciencias Físico-,Matemáticas, esta lógica de
resultados se expande en las ciencias humanas que buscan mimetizarse a esta
lógica para justificar su estatus epistemológico.
Hoy en día es cada vez más
difícil hacer ciencia pura, desinteresada de sus aplicaciones, con el solo
cometido de buscar expresar una verdad presentida, buscada en sus vestigios y
expresada con lucidez teórica según un riguroso método de adquisición cierta
por las causas. Los grandes maestros de la especulación, los grandes
teoréticos, son una especie en extinción en los claustros académicos que no
pueden salir de su perplejidad. Las universidades se hallan prisioneras de un
nuevo orden que arrasa su pretendida autonomía en lo más profundo de su ser. Al
respecto valga este sutil análisis periodístico: “La actual "traición de
los intelectuales" presenta un aspecto específico. Se caracteriza por un
cambio de costumbres que erosiona las instituciones universitarias desde
adentro, bajo el doble efecto de las políticas social liberales impulsadas por
los poderes públicos desde comienzos de la década de 1980 y de una lógica de
"servidumbre voluntaria" que rige en el ámbito de los docentes‑investigadores...
Inmersos en un ambiente de sumisión a las “obligaciones económicas
internacionales”, muchos profesores han llegado a considerar, explícita o
implícitamente, que su trabajo consiste en dar, a “clientes” deseosos de una
formación rápida, una calificación profesional conforme al “perfil” exigido por
un mercado de trabajo cada vez más internacionalizado, dominado por las
expectativas y necesidades de las empresas de tal o cual sector, de manera que
el diploma no es más que un sello de conformidad puesto sobre el “producto”
diplomado. Como corolario, en muchos casos esos profesores que tienen una
visión casi empresarial de la Universidad, han terminado por asimilarse, a su
vez, a managers cuyo negocio es preparar “para la competencia” a “actores
económicos eficientes, dinámicos, móviles y flexibles", sin preocuparse
por saber qué tipo de humano han contribuido a formar, más allá del homo
oeconomicus. Tampoco piensan en cuestionar esa evidencia del economicismo
contemporáneo según la cual la "apertura internacional" debería estar
asociada prioritariamente a "la competencia económica.”[8]
Con la transformación
tecnocientífica de la ciencia, su lógica de verificación se legitima en la
operatividad, en la capacidad de producir algo que tiene valor económico y por
lo tanto es susceptible de transformar el descubrimiento en un invento
comercializable con indudable poder económico. Allí ya no hay libertad para
autodeterminar el objeto de la investigación científica porque solo hay
financiamiento para las transferencias tecnológicas que puedan poner en marcha
el aparato productivo y de consumo social.
Al respecto cabe señalar la
interesante apreciación de Lyotard que señala que los conocimientos son puestos
en redes de circulación igual que la moneda, de modo que la frontera no es ya
el saber-ignorancia sino los conocimientos de pago- conocimientos de inversión.
Es decir conocimientos de consumo, aptos para ser enseñados, comercializados y
conocimientos estratégicos, aptos para quienes en una economía de mercado
cumplen la función de analistas simbólicos, al decir de Robert Reich, y que
deciden el rumbo del desarrollo, por capitalización acumulada de conocimientos
de inversión. Estos conocimientos generan créditos que sustentan la
concentración del poder económico y hace más visible la brecha la segmentación
por el necesario endeudamiento de quienes solicitan créditos para su
desarrollo.[9]
Sumada a esta lógica
económica librada a la autorregulación de los mercados, la tecnociencia
contemporánea tiene implícita su propia contradicción. ..."El mito de los
«robots» que vencen a sus creadores -dice MillánPuelles- no es otra cosa que la
metáfora técnica de un problema moral. El verdadero “hombre-máquina”, que puede
sojuzgarnos, no hay que ponerlo fuera de nosotros, como el último engendro de
una técnica que se nos hubiera ido de las manos. Somos nosotros mismos los que
tenemos dentro la posibilidad de transformarnos en máquinas humanas. Basta con
que perdamos el sentido de nuestra efectiva libertad"[10]. Estas palabras
-que ponen de relieve las luces y las sombras de la exigencia tecnocientífica
de la propia constitución del hombre- invitan a repensar el hecho de que la
modernidad haya absorbido muchas veces el mundo humano en el mundo tecnológico.
En esta tensión de dispersión epistemológica de los paradigmas científicos y en
esa lógica de un saber que es poder y un poder que subordina lo político a lo
económico se debaten los reclamos y las traiciones del hombre que hace ciencia
respecto al sistema que lo sustenta y lo limita.
3. El problema de
conciencia ante la ciencia:
La ciencia debe aliarse con
la conciencia –ha vuelto a recordar el Sumo Pontífice Juan Pablo II- en la
convicción de la “prioridad de la ética sobre la técnica, del primado de la
persona sobre las cosas, de la superioridad del espíritu sobre la materia”[11]
Es desde este presupuesto que intentamos abordar la parte final de nuestra
exposición. La actividad científica, como cualquier otra actividad humana está
sometida a un juicio de valor, a una valoración. El requerimiento ético se
halla donde se hace la apelación a la iniciativa del hombre. Juan Pablo II, ha
recordado que la actividad científica no puede colocarse en un terreno neutro.
Este Juicio necesita una orientación desde los valores; no puede ser dejado a
la valoración subjetiva. Höffner (1983) ha observado que “también la actividad
científica se desarrolla según un ethos”; y si hay un ethos de la ciencia, del
hombre que se ocupa con la ciencia, debe haber también una ética para la
ciencia. El problema, entonces, consiste en saber cuáles serán los valores de referencia.[12]
Es aquí donde el problema se
sitúa en el centro de lo humano, es el mismo sujeto el que cree y por lo tanto
tiene fe, como el que investiga y construye el hábito de la ciencia, como el
que conoce lo que conoce y por lo tanto puede hacer un juicio valorativo sobre
la ordenación al bien de su conocimiento. Más allá de toda discusión
epistemológica y gnoseológica sobre la calidad del conocimiento científico y su
verificabilidad según el rigor de la disciplina cultivada, hay en el hombre que
tiene el hábito de la ciencia un reclamo interior. Mas allá de todos los
condicionantes que hemos tratado de señalar y que son extrínsecos y objetivos,
hay en el hombre un eco interior que juzga inexorablemente sus actos. Y en lo
profundo de su corazón, de su conciencia, en lo más recóndito de su ser se abre
la dimensión del Misterio que inhabita en el hombre y que con diafanidad y
autoridad interpela cada acto que procede de su voluntad deliberada.
Si bien hay una exigencia de
objetividad, de rigor metodológico y de honestidad intelectual que la ciencia
contempla en su ideario ético, hay también un reclamo interior del sujeto, que
no es la pura subjetividad del sentir que se hacen bien las cosas. Es un
espacio interior en el cual se examina hasta la propia subjetividad, la
intencionalidad y legitimidad de cada uno de nuestros actos y se los juzga a la
luz del primer principio de la moralidad, la sindéresis, que nos imperan a
hacer el bien y evitar el mal. Es en ese espacio donde la subjetividad del acto
por el cual nos aplicamos a la ciencia, es interpelado por la objetividad de
los ojos del Espíritu que habita en lo profundo del ser de todo hombre y de
todos los hombres. Esta objetivación de la subjetividad es la que le permite al
hombre de ciencia ese diálogo interior, la subjetividad se transfigura por esta
interpelación ética y religiosa de la conciencia en interioridad trascendente.
A partir de allí conozco lo que conozco con esa luz objetiva interior que nos
deja en paz con la propia conciencia, porque juzga los “datos” de su saber
científico a la luz del “dato” Revelado en el hombre que cree o a la sola luz
de la razón natural en el no creyente que no rehúsa un orden armónico del
universo y religa su juicio a una idea de perfección infinita.
Hay una comprobación
existencial en el científico habituado a esta interioridad trascendente que se
manifiesta en su serenidad y paz espiritual. Esta es fruto de las respuestas
coherentes, aunque siempre provisorias a los reclamos de su conciencia y al
compromiso vital de una Fe que sustenta sus convicciones. Llamaremos a este
estadio objetividad interior, que no es sino la manifestación de la certeza que
da la unidad de la Fe, la mente y el corazón. Esta se expresa en un acto de
integridad y densidad vital, es un compromiso irrenunciable por cohesionar y
armonizar las verdades de la ciencia en la Verdad de la Sabiduría Divina
participada por la Gracia.
Casi como una imagen
especular, el actual estadio del desarrollo científico exige plantear en el
escenario del diálogo posible entre ética y ciencia un respeto por la
objetividad y la autonomía de la ciencia. No debemos, so pretexto de dar un
marco ético, ponerle límites a la ciencia en su legítima búsqueda de la verdad.
Pero como esta búsqueda está sustentada en una verdad que nos hace libre y no
en una libertad que nos hace verdaderos, es posible exigir una objetividad de
la objetividad científica. Un nuevo escenario de objetividad en el cual no solo
cuente el objeto de la ciencia en sí, sino que comprenda al sujeto de en el que
la ciencia es y se sostiene: el hombre. Es la propia dignidad del habitar
humano en el mundo es la que exige desde el bien común un nuevo modo de
objetivar y autorregular los alcances y límites del quehacer
científico-tecnológico “El diálogo entre el hombre y su mundo en el nivel de la
ciencia sólo alcanzará objetividad en la medida en que se intente por vía
epistemológica crítica integrar la “lógica entis” con la “lógica mentis”
Interpretar el “logos” de todo fenómeno e integrarlo en una visión más amplia
de la realidad con el concurso de otras ciencias permitirá salvar la
hipertrofia de lo empírico como de lo conceptual para rescatar más allá del
SER,, LA RAZÓN DE SER”[13]
Para finalizar esta breve
ponencia quisiera hacer mías las palabras del Papa con las que concluye su
llamamiento a reconciliar la Fe con la razón:
“Al expresar mi admiración y
mi aliento hacia estos valiosos pioneros de la investigación científica, a los
cuales la humanidad debe tanto de su desarrollo actual, siento el deber de
exhortarlos a continuar en sus esfuerzos permaneciendo siempre en el horizonte
sapiencial en el cual los logros científicos y tecnológicos están acompañados
por los valores filosóficos y éticos, que son una manifestación característica
e imprescindible de la persona humana. El científico es muy consciente de que
la búsqueda de la verdad, incluso cuando atañe a una realidad limitada del
mundo o del hombre, no termina nunca, remite siempre a algo que está por encima
del objeto inmediato de los estudios, a los interrogantes que abren el acceso
al Misterio”[14] .
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[1] JUAN PABLO II: CARTA ENCÍCLICA “FIDES ET RATIO” Nº 91
[2] LYOTARD, J. FRANÇOIS: «
LA CONDICIÓN POSTMODERNA »Ed. cátedra, Madrid, 1986, Pág. 23
[3]« La notion de vérité change radicalement en passant du savoir logo
théorique à la techno science…Elle (la techno science) est efficience
technophysique, assurance et puissance d l’action. La vérité « objective », reconnue
comme fondamentalement opérative…De ce point de vue la technique es la
manifestation ostensible de la vérité du savoir objectif, et cette
manifestation consiste elle-même dans l’inversion des moments pratiques et
théoriques de ce savoir » HOTTOIS, GILBERT “LE PARADIGME BIOETHIQUE » Une
éthique pour la techno science Ed. De
Boeck Université, Bruselas, 1990, pag 29,30
[4] FÓSBERY, ANÍBAL: “LA
CULTURA CATÓLICA” Ed. Tierra media, Buenos Aires, 1999, Pág. 357
[5] JUAN PABLO II, op.cit,
Nº 16-35 El capítulo II “Credo ut intellegam” y el capítulo III “Intellego ut
credam”
[6] op cit. Nº 17
[7] RAMÓN QUERALTÓ: “RAZÓN
CIENTÍFICA Y RAZÓN TÉCNICA AL FIN DE LA MODERNIDAD” El contenido de este
trabajo responde en sus aspectos fundamentales a una conferencia pronunciada
por el autor en la Universidad de Friburgo (Suiza) en noviembre de 1992 con
ocasión de haber sido nombrado “Rapporteur du Doctorat” en esta Universidad.
[8] ALAIN ACCARDO Y PHILIPPE
CORCUFF : “IMPERCEPTIBLE TRAICIÓN DE LOS INTELECTUALES” en “Le monde
diplomatique”, Abril del 2001.
[9] Cfr. LYOTARD, J.
FRANÇOIS: op. cit. Pág. 19
[10] ANTONIO MILLÁN-PUELLES,
”TÉCNICA Y HUMANISMO”, Sobre el hombre y. la Sociedad, Rialp.Madrid,1976,
Pág.209.
[11] Redemptor. Hominis ,
Nº16
[12] Cfr.FACCHINI, FIORENZO
“DISTANCIA HISTÓRICA ENTRE ÉTICA Y CIENCIA” Parte del “Corso di bioética”, Elio
Sgrecia a cura di, Milano, Franco Angeli, 1986 Pág. 33-47
[13] FÓSBERY, ANIBAL:
“RECLAMOS ÉTICOS DE LA CIENCIA Y LA TECNOLOGÍA” Conferencia dictada en la
Universidad de salta el 19/11/81, Policopiado Pág. 12
[14] FIDES et RATIO, op.cit Nº 106
Visite Arvo, humanismo cristiano.