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Pregunta publicada en 20070320:
Misa en latín

¿Cuál es el motivo por el cual S.S. Benedicto XVI invita a los sacerdotes y a toda la Iglesia a prepararse para celebrar de nuevo la santa misa en latín? Puede ser una pregunta demasiado ingenua o elemental, pero ¿no es mejor que cada quien entienda el rito del a celebración gracias a que lo escucha en su lengua materna? -Saulo M..

Durante cuatro siglos la Iglesia estuvo celebrando la Misa según el rito aprobado por Pío V, a veces llamado el Rito Tridentino, por referencia al Concilio de Trento. Este rito sólo conoció una lengua, el latín. Algunas personas mayores pueden recordar bien la solemnidad de esta celebración que, en lo sustancial, tenía por supuesto, los mismos elementos que nosotros conocemos, pero que también tenía otras diferencias, además del idioma. El sacerdote que presidía celebraba de cara al altar, no exactamente por "dar la espalda" al pueblo sino para celebrar "con el pueblo" al único Dios de todos. En el momento de leer el Evangelio o al predicar, el sacerdote se dirigía al pueblo, pero en las oraciones no miraba al pueblo, pues no está hablándole "al pueblo" sino que miraba hacia el altar, usualmente, un altar ricamente adornado con imágenes religiosas.

Si uno lo piensa bien, ese esquema no tiene nada de absurdo. El uso de una sola lengua en todo el orbe católico también es algo digno de admiración y encomio: aquella sensación de "estas mismas lecturas fueron hoy proclamadas, como yo las oigo, en Sidney, Madrid, New York, Buenos Aires, Bogotá, Johannesburg..." Por otra parte, también es verdad que la combinación de falta de contacto visual entre quien presidía y el pueblo, y la falta de un lenguaje inmediatamente comprensible podía producir una sensación de distancia insalvable que en parte podía subsanarse con el uso de misales bilingües, y en parte la gente subsanaba por ejemplo rezando el rosario mientras el padre decía "su" misa.

En templos de tamaño grande no era extraño ver muchos altares, por supuesto adosados a las paredes laterales, y en algunos casos se podía ver que distintos sacerdotes decían la Misa simultáneamente aunque en una misma celebración, sino cada uno en su altar, seguido por un grupo de fieles. En Lourdes, por ejemplo, debía ser impresionante pero a la vez ambiguo el signo: decenas de sacerdotes, cada uno con su pequeño grupo de peregrinos. Por supuesto, en este arreglo de cosas no cabía que hubiera predicación real, porque los doce o quince sacerdotes no podían hablar a sus respectivas asambleas dentro de la misma iglesia; por consiguiente, la misa tenía que quedar como algo muy sagrado, muy solemne, pero a la vez muy "del sacerdote," y con un cierto abismo entre sacramento y predicación. La predicación quedaba reservada para fechas especiales: aquellas en que se usara el "altar mayor" y se dirigiera la palabra desde el gran púlpito.

Una de las desventajas de una predicación tan espaciada es que tendía a referirse o a devociones específicas o a consignas morales más urgentes. Si soy sacerdote y sólo puedo hablar a la gente unas pocas veces mis dos opciones son: las devociones y la reforma de las costumbres. No hay nada de malo en eso pero hay que admitir que en ese esquema salía perdiendo la Biblia. Por dar un contraste: mientras que la predicación protestante típicamente desarrollaba sus temas en torno al conocimiento de la Escritura y cómo aparece ahí el plan de Dios, los sacerdotes católicos solían concentrarse en cómo evitar el pecado o adherirse a tal o cual forma de piedad. Muchos protestantes cayeron en exageraciones por su modo privado de interpretar la Biblia pero también muchos católicos crecieron con una vergonzosa ignorancia de la Biblia. Uno no sabe si es peor conocer mal o desconocer.

No es que la misa en latin tuviera que producir eso, sino que unas cosas llevan a las otras, y la solemnidad del rito, la lengua extraña, la desconexión visual con el celebrante, y le hecho de que no había concelebración fueron llevando a ese estado de cosas en que había mucho respeto por lo sagrado pero también ignorancia de la Sagrada Escritura y un cierto conformismo basado en la certeza de que ser católico significa estar "del lado correcto."

Mientras que esta certeza servía de paz a los piadosos, el mundo de la cultura, de la filosofía, de la ciencia, del arte y del trabajo iban perdiendo conexión con la fe católica. Los obreros, los filósofos, los científicos, los artistas, las mujeres (feminismo), son algunos de los grupos humanos que inexorablemente se iban alejando de la práctica de una fe que les parecía a veces grandiosa, a veces ridícula, a veces carente de todo sentido. Los diversos materialismos del siglo XIX, antecedidos por la agresividad librepensadora de la Ilustración, y seguidos por los existencialismos del pasado siglo XX, hicieron fuerte mella en el tejido de la sociedad cristiana europea. No exagero si digo que la indiferencia religiosa y el secularismo acelerado de Europa tienen allí sus raíces.

Consideraciones como estas fueron las que llevaron al Papa Bueno, el Beato Papa Juan XXIII, a convocar el Concilio Vaticano II. El quería que fuera un Concilio "pastoral," dirigido, no a disputas doctrinales, sino a buscar medios idóneos y actualizados que pudieran acercar el mensaje de salvación de Cristo a esas masas que se veía que se estaban apartando de la fe. Esa idea de "actualización" es la que subyace en la palabra italiana "aggiornamento" que se volvió como un estribillo del Concilio, que habría de terminar en 1965, ya no bajo el reinado de Juan XXIII sino de Pablo VI.

De lo primero que abordó el Vaticano II fue la liturgia, como se ve por el hecho de que la primera Constitución emanada de los padres conciliares fue la "Sacrosanctum Concilium," cuyo tema es la liturgia, y señaladamente, la Santa Misa. Hay que decir que esta Constitución Conciliar no pidió que todo fuera traducido a las lenguas vernáculas: la insistencia era sobre todo que las lecturas fueran más accesibles a todos. La práctica común anteriormente era que sólo el evangelio se traducía, fuera leyéndolo de nuevo en la lengua de cada región, o por traducción en parte improvisada por el celebrante.

Lo cierto es que después del Concilio, Pablo VI aprobó lo que se ha llamado el "Novus Ordo," o sea el nuevo Orden de la Misa, que es el único que hemos conocido muchos de nosotros. Como en un alud las cosas se precipitaron. Muchos pensaron que ese Novus Ordo implicaba que la Misa de antes era una especie de "error" y que había que distanciarse de ella tanto y tan pronto como fuera posible. Muchos sacerdotes hicieron de la Misa la plataforma de lanzamiento de sus propias dotes como oradores, pensadores, cantantes, líderes sociales, o cualquier otra cosa, no pensando en ofrecer la fe de la Iglesia, esa Iglesia que viene desde los apóstoles, sino pensando en impresionar, o ganar liderazgo, o tal vez en proyectar sus propias rebeldías mal sanadas contra las leyes de la Iglesia. Hubo casos extremos de sacerdotes pretendiendo celebrar misas políticas, folclóricas, cósmicas, psicodélicas, y con pretexto de acercar la Misa a los jóvenes, o a los pobres, o a los incrédulos, la misa se empobreció, no se rejuveneció y sí que perdió credibilidad.

Estos abusos han disminuido en proporción pero su rastro sigue haciendo daño. Mucha gente ha perdido todo sentido de lo sagrado, y no hay nada de raro en que se esa "misa" desacralizada puede ser presidida por laicos o por mujeres, o que se pueden reemplazar textos bíblicos con textos "de otras inspiraciones," como decir, del budismo o de los escritos de Mahatma Gandhi.

La gente se cansa de experimentos y podemos decir que la tendencia general hoy creo que es esta: hay algunos que se han despedido de la fe, por las razones que sea, pero hay algunos otros que quedan, y que no quieren que les den cualquier cosa. Algo en el interior de estos católicos reclama el sentido profundo y sagrado de lo único que puede ser la Santa Misa: el acto más sublime sobre esta tierra. Por otra parte, si bien es cierto que Pablo VI promulgó el Novus Ordo, ninguna condenación se puso sobre aquellos que amaban el Rito Tridentino. Más bien fueron cuestiones disciplinarias y de jurisdicción las que llevaron al rompimiento con los más tradicionalistas, al estilo de Mons. Lefevbre. En un acto casi desesperado este Monseñor procedió a ordenar cuatro obispos sin el permiso de Roma, con lo cual su situación canónica quedó extremadamente comprometida, pues la ordenación de obispos sin ese permiso implica excomunión.

Con todo y lo doloroso que esto supone, es claro que no hay de fondo problemas doctrinales insalvables aquí, y por eso desde hace años el Papa Juan Pablo II y el Papa Benedicto XVI después han tratado de subsanar esa terrible herida en el cuerpo católico, la división entre los tradicionalistas y el resto del Pueblo de Dios. El entonces Cardenal presidente de la Congregación para el Clero, Mons. Darío Castrillón Hoyos, ha prestado valiosa colaboración en este sentido, y aun después de su retiro de la Congregación Vaticana, sigue apoyando estos esfuerzos.

En la misma línea va lo que muy probablemente hará el Papa: autorizar abiertamente que se use el Rito Tridentino, sin negar la validez del Novus Ordo. Hasta el presente, si un sacerdote quiere celebrar la Misa según Trento, necesita autorización del obispo, y es un hecho que muchos obispos no simpatizan con lo que consideran que podría ser un retorno forzado al pasado.

Así que la situación es compleja: no se puede invalidar ni el rito antiguo ni el nuevo, y tenerlos en paralelo podría ser difícil pues no faltan los que afirman, por ejemplo, que la misa "antigua" sí es la realmente "correcta" (en Dublín he oído la expresión: "the alright Mass, father...").

En lo biográfico, parece fuera de duda que nuestro Papa Benedicto ama el Rito Tridentino, y he oído de un par de fuentes que es el que él mismo utiliza en su celebración cotidiana (que suele ser sin asistencia del pueblo). Esto indicaría que él favorecerá que ese Rito esté presente y en buena salud, a disposición de todos. Más allá de esto, lo que nos resta es orar con profunda fe y amor a la Iglesia y a la persona del Papa, de modo que este Sacramento, que es por excelencia el sacramento de la unidad, realice en plenitud lo que significa.


Reproducción permitida, citando la fuente.
-Fr. Nelson Medina, OP

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