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Respuestas a tus Preguntas

Pregunta publicada en 20070213:
Santos vivos

Fray Nelson, quiero preguntarle que tan "sano" es decirle a una persona que aún vive que es "un santo", se lo pregunto porque he escuchado que a veces las personas se refieren a otras, en esos términos. Gracias y que Dios lo bendiga. EVP.

El Nuevo Testamento nos enseña que en el siglo I el término "santos" era prácticamente un sinónimo de "creyentes en Cristo." Ananías, por ejemplo, fue el hombre enviado por Dios para curar a Pablo de la ceguera que le quedó después de la experiencia en el camino de Damasco. Cuando Dios le dice que vaya a curar a Pablo, Ananías replica: "Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuánto mal ha hecho a tus santos en Jerusalén, y aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre" (Hechos 9,13-14).

Sin embargo, no puede negarse que las palabras tienen una historia, y hoy un "santo" no es simplemente un "creyente." Llamaos santos a aquellos hombres o mujeres que a través de una vida de elevada virtud nos han mostrado algunas riquezas de la gracia abundante de Dios, de manera que son un ejemplo para muchos, o a veces incluso para toda la Iglesia.

Según esto, no es buena idea hoy decir de una persona viva que es un santo, a no ser en un lenguaje muy informal y dejando en claro que nos referimos a las virtudes que son sobresalientes y públicas de esa persona, y que estimamos que hay en ella una presencia grande de Dios. Este modo de hablar no debe abusarse y en realidad es casi preferible evitarlo del todo, si nos es posible.

Las razones para evitarlo son varias. En primer lugar, la Biblia misma nos advierte: "Antes del fin no llames feliz a nadie, que sólo a su término es conocido el hombre" (Eclesiástico 11,28). Ser santo no es haber sido bueno, sino perseverar en esa bondad pues Cristo enseña: "el que persevere hasta el fin, ése será salvo" (Mateo 10,22), y de esa perseverancia nadie puede estar seguro, ni para sí mismo ni mucho menos para otra persona.

La fama de santidad tampoco es de fiar. A veces las personas se engríen y después de ser avanzadas en la virtud el orgullo les vuelve egoístas, vanidosas, caprichosas, o incluso rencorosas, como en otro plano le sucedió a aquel gran científico, Isaac Newton, que se volvió tristemente famoso por su capacidad de odiar con saña a todo aquel que no siguiera sus ideas o no lo engrandeciera como él quería. Hay personas que parecen muy buenas y santas pero de tanto elogiarlas terminan creyendo que son mejores por naturaleza o que por naturaleza el resto del mundo debe cortejarlos.

Finalmente, recordemos que hay muchas cosas que suelen desconocerse de las personas, porque pertenecen a su vida privada o porque las cometieron a espaldas nuestras o porque sucedieron antes de que los conociéramos. Elogiar demasiado a alguien puede producir la situación enojosa de que le hablemos a personas que lo conocen de antes o lo conocen mejor, y en tal caso, lejos de edificar aumentamos el recelo de otros y quedamos como en ridículo.

Conclusión: parquedad en las palabras, prudencia en los elogios y añadir siempre expresines como: "hasta donde yo conozco..." o también: "aunque sabemos que todo bien viene sólo de Dios."


Reproducción permitida, citando la fuente.
-Fr. Nelson Medina, OP

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