Esta es tu casa!

Homilía de Fr. Nelson Medina, O.P.

El destierro fue castigo, y el retorno del destierro fue nuevo castigo, al encontrar sólo ruinas que roban la alegría y el ánimo.

Homilía v022007a, predicada en 20141209, con 5 min. y 29 seg.

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Transcripción:

El libro más extenso de la Sagrada Escritura es el del profeta Isaías, los estudiosos de la Biblia que llamamos exégetas han descubierto como tres grandes secciones dentro de este libro de Isaías. Una primera sección son los capítulos del primero al número treinta y nueve, otra segunda sección va desde el capítulo cuarenta hasta el capítulo cincuenta y cinco y la última sección desde el capítulo cincuenta y seis hasta el final.

Esa parte intermedia, esa parte del centro, es decir, de los capítulos cuarenta a cincuenta y cinco inclusive, a veces recibe un nombre, un nombre muy bello, el Libro de la Consolación, Libro de la consolación. ¿Por qué? Porque las palabras, los oráculos, los mensajes que se encuentran en esos capítulos de Isaías, tienen un tono que corresponde a lo que necesita el pueblo, después de terminar su tiempo de destierro.

Hay que recordar que tal vez la etapa más dura, la etapa más terrible, del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, fue el destierro. A comienzos del siglo sexto antes de Cristo, sabemos que el pueblo hebreo fue llevado al destierro a la ciudad de Babilonia. Pues básicamente la ciudad de Jerusalén fue la ciudad que fue afectada por el destierro. Los ejércitos caldeos, dirigidos por un general llamado Nabucodonosor, primero desvalijaron, profanaron y desvalijaron el templo en Jerusalén, y unos meses después se llevaron al rey y se llevaron a lo mejor de los habitantes de Jerusalén, fue por supuesto, la tragedia que nadie podía imaginar, fue el dolor más grande.

Podemos decir que en todo el Antiguo Testamento es el punto más bajo en el que se encuentra este pueblo elegido. Ese destierro en Babilonia duró cerca de setenta años, de modo que dentro del mismo sexto siglo, dentro del mismo siglo sexto antes de Cristo, pues se presentó felizmente el momento de regresar. Y es ahí, en ese regreso en torno a la noticia de ese regreso, o también después de realizado ese regreso, es ahí donde se ubican estos oráculos. Y lo más hermoso de esos oráculos es que aunque el pueblo se estaba moviendo, claramente tenía que ir desde Babilonia hasta Jerusalén, que es un recorrido de centenares y centenares de kilómetros.

Aunque el pueblo tuvo que hacer ese recorrido, los oráculos insisten no en el camino que hizo el pueblo, sino en el camino que hace Dios. Fíjate el texto de la primera lectura de hoy, que está tomada del comienzo de esta segunda parte del profeta Isaías, es decir, capítulo cuarenta, fíjate cómo se abre ese Libro de la Consolación, consolad a mi pueblo, gritad al corazón de Jerusalén. Es decir, ya el oráculo habla de un retorno realizado, habla de una victoria ya conseguida.

Pero hay algo que hay que tener en cuenta y es que, ese retorno no era simplemente como el que está viendo una película y pone pausa y después quita la pausa y todo sigue, sigue la película común y corriente, no, no, no fue eso. Volver del destierro no era volver a la normalidad, volver del destierro era volver a las ruinas, era entender que esa tierra abandonada, esa tierra requemada, ese templo convertido en ignominia, es como un segundo castigo.

Y por eso fíjate estas palabras tan poéticas y tan ciertas, el pueblo ha recibido doble castigo, porque dejar a Jerusalén fue castigo, pero volver a esa Jerusalén despedazada fue como un segundo castigo. Este pueblo ya recibió doble castigo y ahora necesita consuelo.

¡Qué hermosura saber que este es nuestro Dios! ¡Qué hermosura saber que así nos recibe Dios! ¡Qué hermosura saber que Dios nos piensa de esa manera, que Dios nos trata de esa manera!. Qué hermoso volver al Señor y darnos cuenta de que él entiende mejor que nosotros mismos nuestro dolor. El tiempo de conversión ha llegado. Esto se llama Adviento.

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