Esta es tu casa!

Homilía de Fr. Nelson Medina, O.P.

1. La Iglesia se ve retratada en el adviento, que tiene penitencia y esperanza. 2. Preparar el camino no es comprar la salvación sino disponernos a ella. 3. En Cristo, Dios hace camino con nosotros.

Homilía v022004a, predicada en 20111206, con 10 min. y 44 seg.

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Transcripción:

El Adviento, mis queridos hermanos, se parece al ornamento que llevo puesto. Hay un fondo oscuro, un fondo de penitencia, el color morado, pero también hay unos ribetes dorados muy bellos. No es el simple dolor, no es la simple tristeza, no es el simple esfuerzo. Hay dolor y hay que sentirlo, no se debe esquivar. El dolor es importante, porque sin el dolor seríamos criaturas insensibles, incapaces de descubrir el peligro.

Por cierto, hay una condición médica que hace que algunas personas, muy pocas, nazcan con inhabilidad para sentir el dolor. La vida de esas personas, y especialmente la vida de sus papás, es una tragedia, una persona que no siente el dolor cae en el peligro, se quema, se rompe, se corta. El dolor es importante, pero es desagradable. Es tiempo de penitencia, es tiempo de camino, es tiempo de arrepentimiento, pero a la vez es tiempo de consuelo, como dice la primera lectura de hoy, es tiempo de esperanza, incluso tiempo de alegría. Y por eso creo que el Adviento refleja muy bien la naturaleza misma de la Iglesia.

Como en otra ocasión he tenido oportunidad de comentarlo, creo que el tiempo litúrgico que retrata mejor el ser de la Iglesia es el Adviento, porque la Iglesia misma, sin importar el mes o el año, está siempre en esa actitud de espera, en esa actitud de peregrinación, pero también en actitud de proclamar la gloria de Dios y de regocijarse en la esperanza. Así que el primer punto para compartir hoy es esta naturaleza maravillosamente ambigua del Adviento. En nuestros estudios de filosofía o de teología, la ambigüedad es algo fastidioso, pero en la liturgia la ambigüedad a veces es señal de riqueza, como sucede con todo lo que es simbólico. Y así el Adviento junta a la vez lo agrio y lo dulce. Y según enseñan en los restaurantes, ese sabor puede ser muy agradable, el sabor agridulce.

En segundo lugar, observemos el contraste que nos presenta la primera lectura, y que nos presenta la predicación del Adviento. Ese heraldo, ese mensajero que anuncia gozoso la llegada de Dios, él dice que hay que preparar un camino en el desierto, pero ese camino es para que se manifieste la gloria de Dios. Es una purificación, es una preparación en sí misma penosa, pero el fruto final nos lo da nuestro esfuerzo, porque nosotros lo único que hacemos es disponernos, es alistar el camino y lo que vale de ese camino, es el caminante y el gran caminante es Dios.

Situemos un poquito el contexto, con este capítulo cuarenta de Isaías se inaugura lo que los exégetas llaman el segundo Isaías o el libro de la consolación, y lo que está contando este libro es el retorno del destierro, especialmente en esa victoria sacar a su pueblo de las garras de los caldeos y de la ciudad pecadora por excelencia que es Babilonia, en esa victoria se va a manifestar la gloria de Dios. O sea que el camino del que nos habla Isaías, es el camino, la senda que hay que preparar para ese pueblo que retorna gloriosamente a Jerusalén.

Es un pueblo que ha sido purificado en el dolor, pero que ha sabido mantenerse fiel, es un pueblo que ha sido destrozado, pero que a la vez permanece entero, es un pueblo que ha sido aplastado, pero que ahora levanta su frente y gozoso avanza por el desierto. Ese desierto es, el desierto que va desde Babilonia hasta Jerusalén. Y es en ese desierto, en el desierto de Babilonia, Jerusalén, donde Isaías ve todo este despliegue de la gloria divina. Siendo así las cosas, fíjate el contraste tan interesante, casi siempre cuando uno piensa en la predicación de Juan Bautista, que se describe también con esa, con esas palabras del desierto y el camino en el desierto, uno piensa en el esfuerzo penoso de rectificar la propia vida y de adquirir las virtudes que uno no tiene y de arrancar la maleza que se le ha ido pegando con los años. Pero Isaías nos da otra perspectiva, la purificación es ante todo, el darle permiso a Dios para que haga estallar su gloria, para que manifieste su hermosura, para que ya no quede escondida más su bondad.

Este es un segundo punto para hoy, que miremos nuestro esfuerzo, que miremos nuestra ascesis, mucha o poca, porque a veces nos falta tanto, pienso yo. Pero esa ascesis, ese esfuerzo, esa buena voluntad miremosla no como quien está comprando méritos delante de Dios, sino como quien está preparando el salón para que aparezca ese gran personaje, ese novio que en su gallardía se alista para unirse en santo matrimonio con su esposa la iglesia. Nuestros esfuerzos no son puntos que tratamos de ganar con Dios, no es la compra de una salvación, es apenas disposición para que Dios manifieste lo suyo.

Y el tercer y último punto que puede quedarnos hoy, lo tomamos del Evangelio, nos dice Jesús, que él mismo se pone en camino. Antes dijimos que Isaías veía a un caminante, es decir, así como cuando Israel salió de Egipto, Dios los acompañó con la forma de esa nube, una nube gloriosa que por las noches brillaba. Así también el pueblo que sale de Babilonia, la ciudad pecadora, es un pueblo que no va solo, sino que va acompañado de la gloria divina. Y esa gloria que peregrina desde Babilonia hasta Jerusalén, es la que se manifiesta con tanta hermosura ante los ojos del profeta.

Por eso dije que Dios es el gran caminante, pero eso se cumple a la letra, cuando Cristo sale en su camino, cuando Cristo sale a buscar la oveja que se ha perdido y Cristo tiene que hacer el doble camino, el camino para llegar hasta donde se ha extraviado la oveja y luego el camino para volver con esa oveja extraviada, y traerla de nuevo al redil. Ese doble camino de Cristo es lo que exactamente encontramos en los evangelios, Cristo que sale, Cristo que pierde, Cristo que se humilla, Cristo que se anonada hasta llegar a ese límite extremo de la cruz. Y en esa cruz la tragedia nuestra, y ahí nos encuentra Cristo, nos encuentra crucificados, desgarrados en medio de nuestras contradicciones, nos encuentra atravesados y amarrados por nuestros pecados, por nuestras incoherencias, por nuestra incapacidad ya de hacer algo verdaderamente útil por nosotros.

Ahí ha llegado el buen pastor y desde ahí, desde la cruz, él emprende ese camino. Y entonces vemos que así como el Dios que contempló Isaías iba de Babilonia a Jerusalén, así Cristo ha llegado hasta la cruz de nuestras miserias, de nuestras soledades, de nuestras contradicciones internas, individuales o comunitarias, y desde ahí emprende el camino, y desde ahí, desde esa Babilonia de la cruz avanza hasta la Jerusalén de la resurrección. ¿Qué podemos aplicar de esto a nuestra vida?, Pues que cada uno descubra su Babilonia, que cada uno descubra yo el primero, que descubramos en garras de quién o de qué estamos y que descubramos cómo Jesús viene a hacerse compañero nuestro. Viene a ser el gran caminante y como Jesús quiere que nosotros manifestemos su gloria hasta llevar una vida de verdaderos hijos, una vida de hijos de la luz, una vida de resucitados.

Sigamos esta celebración con humildad, pero con profunda esperanza, con tristeza, la tristeza que nos dan nuestros pecados, la mediocridad en la que vivimos, pero al mismo tiempo con la alegría de saber que Dios tenemos y que ese Dios viene a acompañarnos a hacer la ruta hasta la luz y la gracia. Amén.

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