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Homilía de Fr. Nelson Medina, O.P.
Aprender a decepcionarse sanamente de los seres humanos.
Homilía v022001a, predicada en 19971209, con 11 min. y 21 seg. 
Transcripción:
Isaías es el gran predicador del Adviento, Isaías es el gran maestro de la esperanza, Isaías es el profeta que prepara nuestro corazón para que la Palabra de Dios reine en ella. En el Adviento hay que arrimarse a buenos árboles para que nos cobijen buenas sombras. Y los árboles del Adviento son Isaías, Juan el Bautista y la Santísima Virgen María, en ese orden puede uno irse acogiendo a ellos, aunque no hay que dejar a uno para acercarse al otro. Meditar las palabras de Isaías, acoger el llamado del Bautista, contemplar a la Santa Virgen María y con ella orar, este es el Adviento Santo. Este es el Adviento que traerá a nuestro corazón la luz de la Palabra divina. El texto de hoy, tomado del capítulo cuarenta del profeta Isaías, tiene tres gritos, y cada grito tiene su sentido. Un grito es una palabra que hay que decir en voz alta, no son alaridos desarticulados, son gritos, son voces que hay que darle a la palabra. Gritar aquí no significa simplemente producir un ruido, sino darle voz a la palabra. ¿Y cuáles son esos tres gritos?, El primero es un grito de consuelo, hay que decirle en voz alta a Jerusalén, que se ha cumplido su servicio, que está pagado su crimen, un grito de consuelo. Luego viene una voz que grita en el desierto preparadle un camino al Señor, ahí reconocemos, desde luego, el modo de vida y la predicación de Juan Bautista. Y luego viene otro grito, ¿Qué debo gritar?, Toda carne es hierba, y su belleza como flor campestre. La flor que se marchita, y la palabra que es inmarcesible no se marchita. Entonces son tres gritos; un grito de que el perdón es posible, un grito de que hay que preparar el camino al Señor y un grito de que la flor se marchita, y la Palabra de Dios no se marchita. Estos tres gritos o estas tres voces recias que hay que proclamar. Estas tres palabras fuertes, en cierto modo están dichas como en orden inverso. Aquí pasa algo semejante a cuando uno va a lo que sucede cuando uno va en un viaje y le dicen mire, nosotros vamos a llegar a Roma, pero antes hacemos escala en Madrid y antes hacemos escala en Caracas, por ejemplo. Es decir, primero se dice la meta y luego se van contando cuáles son las paradas del camino. Algo parecido sucede con estas tres voces altas, estos tres gritos. El final es que el perdón es posible, esa es la meta. Y el profeta, como atravesando los siglos, ya ve ese perdón realizado como el que ya se siente en Roma, ya siente que va a pasearse por esas avenidas. El perdón es posible, esa es la meta, pero antes hay una paradita, prepararle el camino al Señor. Y antes hay otra paradita, si, como decíamos en el ejemplo, antes de Roma a Madrid, antes de Madrid, Caracas. Pues así también aquí, antes de preparar ese camino viene, la flor del campo se marchita y la palabra del Señor no se marchita. Entonces, cuando la agencia de turismo nos va a contar el recorrido, pues va a decir en primer lugar Roma, qué es lo que a uno probablemente le interesa como meta final. Pero a la hora de hacer el viaje toca ir a Caracas y luego sí, Madrid y luego sí, Roma. Algo parecido acontece aquí. Estos tres gritos se viven, estas tres palabras, estos tres mensajes se viven como en tres momentos distintos y se viven precisamente en el orden contrario al que fueron dichos, y así resulta. A que resulta una enseñanza preciosa para nosotros, porque quiere decir si esta interpretación es correcta, que lo primero que hay que vivir es que toda carne se marchita y el que no caiga en la cuenta de eso no entra en Adviento. El que tenga su esperanza puesta en la carne que se marchita, en la belleza que pasa, en la fragilidad del ser humano. Cuántas cosas significa carne para estos israelitas, el que tenga su confianza puesta ahí, no sale, no sale de Colombia. Eso no sale de Colombia para llegar a Caracas y luego a Madrid y luego a Roma. Hay que pasar por Caracas en ese hipotético viaje. Aquí hay que pasar por la decepción, es necesario tener una sana decepción, una cierta y sana decepción del ser humano. Mientras no tengamos esa cierta y sana decepción del ser humano, le estaremos exigiendo a los demás y probablemente a nosotros mismos que seamos imposibles. Y mientras tengamos esa exigencia de un imposible en el ser humano, no, nos dejaremos consolar por Dios. El que esté esperando, el que tenga su esperanza puesta solo en el ser humano, ese no podrá recibir al Dios que se aproxima. Luego hay que dar un paso más, en el desierto preparadle un camino al Señor, claro sí voy a dejar las flores, sí voy a dejar todo eso porque sé que se marchita, tengo que entrar en el desierto, tengo que entrar en el silencio, tengo que entrar en la soledad, tengo que dejar atrás muchas cosas. Allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios, cómo predicaban de hermoso los padres de la iglesia sobre este texto de Isaías. Por ejemplo, había uno que decía que sobre este versículo, que los valles se levanten, que las colinas se abracen. Entonces decía hay que levantar los valles del desánimo y hay que bajar las colinas del orgullo para que la calzada sea plana, para que se pueda transitar por ella. Entonces, fíjate el itinerario del Adviento, hay que saber decepcionarse sanamente, no misantrópica mente, no por odio a la humanidad, no, ni por crueldad, ni por fastidio, no, sino por conciencia de los límites del ser humano, hay que saber decepcionarse del ser humano, decepcionarse en el sentido de no ponerle toda la confianza a él. Cuántos dolores, cuántas historias que ustedes podrían contar mejor que yo, vienen a respaldar precisamente este texto. Luego hay que pasar por el desierto, saber levantar los desánimos y saber bajar los orgullos. Y luego estar dispuestos a creer con todo el corazón que Dios puede perdonar, esto parece casi un sueño, que Dios puede perdonar. Ya habrá otras ocasiones para predicar con la ayuda del Señor sobre lo que significa esto del perdón. Pero razón tenía él que dijo errar es humano y perdonar es divino. Perdonar cuando se trata realmente de lo que ha herido, perdonar cuando realmente se ha roto, perdonar cuando realmente despunta la maldad, perdonar cuando parece tan evidente la malicia, perdonar cuando la crueldad se hace ley, perdonar cuando se ensaña contra el inocente, contra el pequeñito, contra el no nacido, contra el marginado, perdonar. Creer que el universo podrá ser tierra de paz y de perdón y saber que finalmente, en un inmenso abrazo, Dios podrá consolar a sus criaturas. Hace falta mucho desierto y hace falta dejar atrás muchas flores ya marchitas para asomarse a esa utopía, por darle ese nombre a esa utopía, a ese sueño del profeta, y para creer con todas nuestras fuerzas que ese consuelo llegará. Afortunadamente para nosotros no tenemos solamente esta palabra, tenemos también el sacramento. Y en el sacramento eucarístico tenemos una señal fuertísima, una señal invencible de que todo lo que dice la Palabra es así. Porque nosotros, limitados y pecadores, recibimos al mismo Dios con su cuerpo, su alma, su sangre, su divinidad, su amor, su Espíritu, su fuerza, en nosotros, lo recibimos, lo acogemos, en nosotros. Así, alimentándonos de un mismo pan, todos tenemos ante nuestros ojos la señal viva de que esto que dice la Escritura puede cumplirse. Esta Escritura nos dice quién es Jesucristo, y este Cristo se ofrece a nosotros en alimento y con nosotros como ofrenda al Padre para gloria suya.

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