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Homilía de Fr. Nelson Medina, O.P.

¿Cómo descubrió el pueblo de Dios que era indispensable la efusión del Espíritu para ser fiel al Señor?

Homilía v012009a, predicada en 20141202, con 14 min. y 6 seg.

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Transcripción:

Queridos hermanos:

Un término común que aparece en la primera lectura y el evangelio es la presencia y la acción del Espíritu. Durante este tiempo litúrgico hay una gran consonancia entre la primera lectura y el evangelio. La primera lectura está tomada con mucha frecuencia del profeta Isaías, y el Evangelio muestra cómo aquello que anunció el profeta se cumple en Jesucristo. En el caso de hoy, el profeta dice que brotará un renuevo del tronco de Jesé, sobre él se posará el Espíritu del Señor y da una serie de características sobre este espíritu. En el Evangelio, la primera frase que escuchamos es esta: Jesús, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó: "Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra"; es decir, que Cristo es aquel que viene a cumplir aquello que el profeta Isaías vio tantos siglos antes.

Durante el tiempo de Adviento. Esta va a ser una constante: aparece el profeta diciendo alguna promesa, haciendo algún anuncio, y luego, en el pasaje del Evangelio, aparece Cristo como aquel en quien se cumple esa profecía.

El caso presente nos invita a reflexionar sobre esa acción del Espíritu Santo, porque si uno va a los comienzos de la historia de la salvación con Abraham y con Moisés, se da cuenta que no aparece realmente, con mucha claridad, ninguna acción del Espíritu. Dios le habla a Abrahán, le hace unas promesas, lo guía, luego cumple esa promesa en la persona de Isaac. Ahí sigue la descendencia y la bendición; no hay mayor alusión al Espíritu. Lo mismo en el caso de Moisés: Moisés sube a la montaña Santa, tiene ese encuentro con el Señor. El Señor le da unos preceptos que van a guiar la vida del pueblo. Pero tampoco está con mucha claridad la presencia del Espíritu.

Entonces hay una pregunta que es bien interesante: ¿Cómo llegó el pueblo de Dios a darse cuenta que se necesitaba algo más que tener buenas instrucciones? Porque lo que recibió Abraham fue buenas instrucciones que le guiaron en un camino tortuoso; lo que recibió Moisés fueron buenas instrucciones no solo para su vida o su familia, sino para todo el pueblo. Podemos decir que esas instrucciones corresponden a la ley. ¿Cómo llegó a descubrir el pueblo de Dios que no basta? En esta vida no basta con tener buenas instrucciones. Es una pregunta muy interesante que va más allá de la Biblia.

Por ejemplo, un papá o una mamá se pueden hacer esa clase de preguntas, porque un papá o una mamá quieren lo mejor para sus hijos. ¿Y entonces qué les pueden dar? Pues les dan buenos ejemplos, les dan algunos recursos, les dan oportunidades y les dan instrucciones. Pero a veces parece que esas instrucciones son insuficientes. Muchos papás se sienten perplejos: ¿por qué, si nosotros hemos tratado de hacer las cosas bien, nos ha pasado esto con nuestra hija o con nuestro hijo? Lo mismo podemos decir con respecto a la iglesia y a su ministerio de enseñar.

Es una de las funciones de la iglesia. Está llamada a enseñar, y el cuerpo de doctrina que tiene la Iglesia, la cantidad de sabiduría que hay acumulada por siglos y siglos, es simplemente asombrosa. Con toda razón dijo el Papa Pablo VI: "La Iglesia es experta en humanidad". Es difícil encontrar otra institución como la Iglesia que, a través de cerca de dos mil años, ha acumulado de un modo bastante progresivo, es decir, sin mayores rupturas, ha acumulado unos tesoros de sabiduría impresionantes.

Por ejemplo, solo citar un ejemplo, durante muchas semanas he estado difundiendo una obra que está en la página web del Vaticano, se llama El Compendio de Doctrina Social. Recoge algo más de cien años de enseñanza de la Iglesia solo en ese campo: dignidad del trabajo humano, dignidad del trabajador, qué significa el capital, qué significa justicia, Pero es asombroso. Es toda una enciclopedia, desde León XIII hasta Juan Pablo II y Benedicto. Este compendio de doctrina social es impresionante y, sin embargo, vemos que hay oídos sordos a esas instrucciones.

Y tal vez esto sea el comienzo de la respuesta a la pregunta que nos hemos planteado, porque la pregunta es: ¿qué se necesita en la vida además de dar buenas instrucciones? ¿Qué más se necesita en la vida para que la gente realmente sea buena, no solamente sepa lo que es bueno, sino que sea buena? ¿Qué se necesita para ser bueno? Es interesante, en este sentido, el libro de los Jueces; es un libro que amo mucho por la descarnada honestidad que tiene. El libro de los Jueces hace declaraciones como estas: "En aquel tiempo cada quien hacía lo que le parecía". Fue un tiempo de desorden o, utilizando un colombianismo, un tiempo de despelote, un tiempo de capricho. Cada quien hacía lo que le parecía. Faltaba una autoridad, un liderazgo claro, como el que tenía Moisés o como el que heredó Josué, pero muriéndose Josué, realmente no quedó una gran autoridad, y entonces cada quien tenía su idea y cada quien iba a su propio aire, y así las cosas no funcionaban.

Pero en medio de ese caos, de tanto en tanto, Dios levantaba líderes, líderes temporales a los que la Biblia llama "los Jueces"; por eso ese libro tiene ese nombre. Entre ellos, uno bien conocido es Sansón; otro también conocido, un poco menos, es Gedeón. Y así hay otros jueces, incluso hay algunas mujeres que ejercieron ese servicio. Pero lo interesante es que cuando los seres humanos estamos en una situación de caos y de desorden, donde cada uno hace lo que le parece, según la expresión del libro de los Jueces, ¿quién puede tener autoridad? ¿Quién puede, por decirlo así, levantarse por encima del pueblo para decir: "Esto es lo que hay que hacer"?

No basta con tener palabras, con tener teorías; se necesita algo más. Ese "algo más". El libro de los Jueces lo llama Espíritu. Ahí aparece la ruaj, porque es una palabra femenina en hebreo, la ruaj de Yahvé; es decir, una persona que está como llevada por el viento de Dios, una persona que tiene algo distinto. Fíjese el caso de Gedeón. Más notable que el de Sansón, porque Sansón, al fin y al cabo, tenía esa fuerza sobrehumana; Gedeón no tenía esa fuerza. Gedeón era un hombre humilde, pero Gedeón era llevado por la fuerza de Dios, por el viento de Dios. Había algo en él. Nosotros, en nuestro lenguaje, también utilizamos a veces ese tipo de lenguaje. Esa persona tiene un no sé qué. A veces con los líderes decimos tiene carisma, que es una palabra conectada con este mundo espiritual.

Lo más interesante, sin embargo, del libro de los jueces es que muestra que no bastan las instrucciones, sino que se necesita una especie de auxilio que venga del cielo, un auxilio que venga de Dios, algo que sea claramente de parte de Dios. Eso luego adquirió un nombre. Ya en el ministerio del último de los jueces, que fue el primero de los grandes profetas, un hombre llamado Samuel. Samuel unge a una persona, a Saúl y después unge a otra persona, David; los unge como reyes, y la unción se convierte en la señal de que este es el que Dios ha fortalecido. Este es el que Dios ha iluminado. Este no es solamente uno que está luchando con su propia inteligencia, con sus propias fuerzas; este es uno en quien Dios ha puesto su benevolencia.

En ese espíritu van las palabras que hemos escuchado en la primera lectura de hoy. Es decir, se necesita Espíritu, se necesita como una predilección de Dios, como una señal de Dios, como una acción de Dios. Santo Tomás se pone a examinar de dónde viene la idea de Espíritu, que en griego se dice neuma. Y ya dijimos que en hebreo se dice ruaj. Y dice: El primer significado de la palabra "espíritu" es aquello que es real y actúa, pero que no podemos terminar de entender, que supera nuestra comprensión, pero que es real y no lo podemos negar.

Otra cosa interesante en este descubrimiento del Espíritu es que el pueblo de Dios se da cuenta de que las verdaderas enfermedades del ser humano no están en la cabeza; las verdaderas enfermedades están en esa área de la vida humana que se llama el corazón. Porque resulta que hay palabras que uno no quiere oír, hay verdades que uno no quiere entender y hay sentimientos que uno no quiere tener. Cuando una persona, por ejemplo, está llena de celos, cuando una persona está llena de venganza, esa persona no quiere sentir perdón, no quiere que se le pase la rabia, quiere seguir sintiendo odio porque quiere tener fuerza suficiente para darle duro a ese enemigo que le hizo daño. Entonces hay sentimientos que uno no quiere tener y hay verdades que uno no quiere entender.

San Agustín, por ejemplo, dice: "Nadie niega a Dios, sino a aquel a quien no le conviene, no le conviene que exista Dios". O sea, hay personas que racionalmente se pueden dar cuenta si puede haber un Dios, pero mejor que no haya. ¿Por qué? Porque no le conviene que exista un Dios. Yo he encontrado personas así. Entonces, cuando se llega a ese espacio del corazón humano, ese tipo de cosas, verdades que uno no quiere entender, sentimientos que uno no quiere tener, ahí se da cuenta uno que la enfermedad del ser humano está muy adentro.

Y eso es lo que dice Jeremías allá en el capítulo diecisiete: dice "No hay nada más enfermo que el corazón; ¿quién entenderá el corazón? Y dice Yo, el Señor, penetro el corazón, sondeo las entrañas para dar al hombre según su conducta". De manera que es en el corazón humano donde está el verdadero problema. Pero al corazón humano no se llega solamente con consejitos, porque si yo empiezo a aconsejarle a una persona, si esa persona ve que mis consejos lo sacan de sus apetitos, de sus ganancias, de sus intereses, de sus ventajas, esa persona, si me tiene que oír, me oye, pero por dentro está rechazando todo lo que yo trato de decirle. Esa persona que rechaza todo está enferma en su corazón.

Entonces la gran pregunta es: ¿quién puede llegar allá?, ¿quién puede tocar el corazón?, ¿quién puede abrir el corazón? Si el corazón no se puede abrir con razones, si el corazón no se puede abrir con testimonios, es decir, con buenos ejemplos, ¿quién tendrá poder para llegar al corazón? Y es ahí donde se hace la plena luz, donde se llega al pleno descubrimiento, que sobre todo es claro en la persona del profeta Ezequiel: "Les daré un corazón nuevo y un espíritu nuevo". Puesto que lo que está enfermo es el corazón humano, entonces hay que romper ese corazón; hay que dar un corazón nuevo y eso lo necesitamos todos.

Conclusiones para nuestra vida: pues no basta con tener buenas razones, no basta la apologética, no basta tener muchos estudios, no basta mucha erudición, necesitamos unción, necesitamos poder del Espíritu, necesitamos gracia del Espíritu. Y con respecto a las personas, sobre todo la gente que tenemos a cargo, como los papas tienen a sus hijos, con respecto a los hijos y con respecto a los feligreses y con respecto a la predicación. Uno no puede quedarse solamente en que yo sé muchas cosas. Eso no es suficiente. Si hay que estudiar, pero no es suficiente. Hay que orar mucho, porque solamente Dios podrá llegar al corazón de ese hijo, al corazón de esa esposa, al corazón de ese hombre, al corazón de esa mujer. Solo el Espíritu puede llegar allá, y solo el Espíritu podrá hacer la obra.

Y la maravilla es que Cristo, que es el gran ungido por el Espíritu, porque la palabra Cristo quiere decir precisamente eso, ungido. La maravilla es que este Cristo es el que nos promete el Espíritu, es el que ha merecido para nosotros el Espíritu y es el que, con la abundancia de su amor, ha traído el Espíritu a nuestras vidas. Según lo que dice San Pablo en el capítulo quinto de la Carta a los Romanos, el amor de Dios se ha manifestado, se ha derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Con ese sentimiento, con esa alegría y con la certeza de que es el corazón el que tiene que renovarse. Sigamos esta celebración eucarística.

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