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Homilía de Fr. Nelson Medina, O.P.
La alegría de Cristo tiene su lugar en la propagación del Evangelio.
Homilía v012002a, predicada en 19961203, con 17 min. y 40 seg. 
Transcripción:
En el capítulo XI de Isaías se nos describen escenas maravillosas, increíbles. Habitará el lobo con el cordero. La pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos, la vaca pastará con el oso y así sucesivamente. ¿Qué tienen de particular estas parejas? Pues que en ellas siempre estuvo claro quién era el grande y quién era el chico, quién era el fuerte y quién era el débil, quién era el poderoso y quién era el indigente. Y también estuvo siempre claro que, cuando se juntaban estas parejas, el débil, el pequeño, el indigente, siempre pierde delante del grande, del fuerte, del poderoso. Ponga usted a vivir un cordero con un lobo. Junte usted un cabrito con una pantera. Envíe de paseo al buey con el león o deje que la criatura se ponga a jugar en el agujero de la serpiente. Parece irremediable que el grande se aproveche del pequeño. Parece irremediable que el pequeño pierda. Pero el Santo Evangelio lleva a su plenitud el significado de este hermoso lenguaje poético de Isaías. Porque precisamente lo que cuenta Jesús y lo que le llena de alegría es que son precisamente los pequeños los que primero reciben la revelación. Son ellos los que escuchan la palabra de salvación. Y viene a resultar que el pequeño que cree es más fuerte que el fuerte, es más sabio que el sabio, es más rico que el rico. Y por eso la alegría de nuestro Señor es la alegría de ver que la intervención de Dios hace justicia. Por otra parte, este pasaje del capítulo X de Lucas es bien importante porque es uno de los pocos pasajes, poquísimos, donde se dice que Jesús estaba alegre. Siempre le vemos a gusto, por lo menos serio, circunspecto, en más de una ocasión airado, en más de una vez triste, pero que Jesús exulte de gozo es algo tan singular que no deberíamos olvidar. Este capítulo X del Evangelio de Lucas es más o menos lo mismo que sucede con Juan Bautista. De Juan Bautista solo se cuenta en dos oportunidades que estuvo feliz; todo el resto de su vida pareció como un inmenso luto, como una prolongada y a veces angustiosa espera. Pues bien, de Juan Bautista se cuenta que estuvo feliz cuando sintió la proximidad de Jesús en el vientre de María, y cuando dijo: El amigo del esposo se alegra cuando oye la voz del esposo. Parece que no tiene como más alegría Juan Bautista. Y este hecho no puede ser simplemente un accidente o una coincidencia literaria. Cuando una persona tiene tan poquitas alegrías, es porque esas alegrías así escasas, son la puerta al verdadero misterio de esa persona. Si una persona se ríe por todo o por nada, su risa no significa nada. Si una persona llora por todo o por nada, su llanto no significa nada. Si una persona está brava a todas horas, su bravura no significa nada. Pero si una persona muy poquitas veces está triste, su tristeza se convierte en profecía y trae un mensaje a quienes le conocen y tratan. Así, por ejemplo, quienes vivieron con Santo Domingo de Guzmán observaron que él nunca estaba triste, pero que había momentos contados, pero señalados y precisos, momentos en que la tristeza se apoderaba de él, y pudieron observar que tal cosa sucedía solamente cuando recibía noticia, conocimiento de las tristezas, de las miserias, de los dolores, de los pecados, del prójimo. Y esto se convirtió como en un rasgo típico de Santo Domingo: aquel que solo se entristece por la pobreza, por la enfermedad o por el pecado de su prójimo. Fíjate cómo hay un mensaje ahí. Lo mismo podemos decir de la alegría de Juan. Juan se alegra apenas, solamente, cuando siente a Cristo cerca. Todo lo demás parece no importarle. Que se le acercaron: Fariseos, soldados, saduceos, hombres, mujeres, niños, enfermos, ancianos. Nada de eso parece despertarle la alegría. Pero se acerca a Jesús. Está cerca el Verbo y su corazón empieza a latir más fuerte y más aprisa. Ahí hay un mensaje. Él es el precursor y también en su alegría manifiesta su misión de precursor. Pues algo tiene que decirnos entonces esta alegría, esta alegría de Cristo. Que Cristo era alegre, no debemos dudarlo. Porque Él mismo nos dice en el Evangelio de Juan que Él ha venido para que nuestra alegría sea perfecta, para que nuestra alegría sea plena. Él viene precisamente a comunicar esa noticia, y ese es su Evangelio. Pero para comprender cuál es el centro de esa alegría, nos va a ayudar mucho el texto que nos ofrece la Iglesia hoy. Fíjate: Él, lleno de la alegría del Espíritu Santo. Si Juan solo se alegra con la presencia de Cristo, Cristo solo aparece así, claramente alegre en la alegría del Espíritu Santo. Ya había dicho Isaías en ese capítulo XI, que sobre ese vástago de Jesé se iba a posar el Espíritu del Señor. Pues bien, Jesús no se alegra en nada que reciba de nosotros; de nosotros ni recibe ni necesita ni la vida, ni los honores, ni espera ni necesita el poder, los reinos, la amistad de la compañía. No es eso lo que despierta el gozo en su corazón. Se alegró en el Espíritu Santo. Todavía mejor, mire esta traducción: En aquel tiempo, el Espíritu Santo alegró a Jesús, llenó de alegría a Jesús. A mí me parece que no forzamos el texto original si traducimos así: fue el Espíritu el que le comunicó esa alegría a Jesús. Te doy gracias -dice- Padre del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. ¿Qué son? ¿Qué son estas cosas? Cuáles son estas cosas que están ocultas a los sabios y entendidos y que están manifiestas a los sencillos, a los humildes. Pues estaba Jesús sanando y predicando, y vuelven los apóstoles y cuentan lo que han hecho, que el Evangelio se difunde, que la noticia llega. El contexto de este capítulo X de Lucas es la vuelta de los apóstoles después de su misión. Lleno de alegría, Jesús dice: Has ocultado esto a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Entonces podemos decir que la alegría de Cristo está, que tiene su fuente en el Espíritu y tiene su lugar en la propagación del Evangelio. Jesús solo aparece alegre cuando el evangelio se difunde, cuando el evangelio se proclama. Pero hay que añadir todavía otras dos noticias a la alegría de Cristo. Aquí parece que él se alegra de que los sabios y entendidos no comprendan. Yo creo que no hay que disimular ese aspecto de la alegría del Señor. Yo lo relaciono, por ejemplo, con aquel texto que nos ofrecía no hace mucho la liturgia de la caída de Babilonia. La caída de Babilonia es motivo de alegría. Otro ejemplo: cuando Nuestra Señora la Virgen canta y engrandece su alma al Señor, dice: "Porque derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes". Entonces no debemos ocultar que hay una alegría de que eso, de que ese mensaje quede así velado para los sabios y entendidos. Así como tampoco debemos ocultar que es motivo de alegría que ese mensaje se muestre a la gente sencilla. Pero aquí tal vez tendremos que añadir alguna explicación. ¿Cómo puede alegrarse Cristo de que ese mensaje le quede oculto a los sabios y entendidos? Bueno, eso es lo mismo que decir: ¿Cómo puede alegrarse la Virgen de que los poderosos caigan de sus tronos? Ella gozaba viendo a los poderosos caer de sus tronos, se rompieron la crisma. Bien buena esa. ¿Cómo pueden gozar los ángeles y los santos de que Babilonia se quebrantó y se derrumbó y se volvió morada de demonios y aves asquerosas? Así es dicha. Al fin cayó Babilonia. ¿Qué clase de alegría son esas? Bueno, ahí podemos decir dos cosas. Primera, que en estas caídas de los poderosos o cegueras de los sabios y entendidos hay una revelación de la justicia de Dios. Ahí hay una justicia de Dios. Pero lo que es más profundo y tal vez más importante en el texto que nos ofrece hoy la Iglesia. Lo que es más profundo, quizá, es que aquel sabio que no entiende se olvida de su soberbia y se hace discípulo. Qué bueno que caigan los poderosos, sí, por dos razones: primero, porque en eso hay un acto de la justicia de Dios; pero sobre todo. Segundo, porque si se derriban, ya dejan de estar arriba, ya empiezan a estar abajo, y ya el Evangelio puede ser para ellos. Qué bueno que el que está ciego vea claro, pero Cristo añade: Qué bueno que el que cree que ve quede ciego, porque en el momento en el que queda ciego empieza a buscar la verdadera luz y ese también será evangelizado. Qué bueno que la gente sencilla acoja el Evangelio, pero sobre todo, también qué bueno que los sabios y entendidos no entiendan y no sepan. Qué bueno que dejen de ser sabios y dejen de ser entendidos para que empiecen a ser gente sencilla y también ellos se salven. Entonces, en la alegría de Cristo no hay solamente ese aspecto de la justicia. Qué bueno que esta manada de sabiondos que creían que todo lo entendían no pudieron decir nada; los dejé callados. No, eso sería un poco infantil. La alegría de Cristo no es simplemente la alegría de que: Ah, entonces qué era todo lo que ustedes decían. No es que hayan estudiado mucha escritura. Entonces digan, a ver, respondan. No es solamente la alegría de que se hizo justicia, sino es la alegría de que ahora que ellos empiezan a no entender, todos, todos van entrando por el camino de la gente sencilla. Todos podrán ser evangelizados si la cosa sigue así. Si la puerta para entrar al Evangelio es una puerta bien bajita y hay que entrar así, como bastante humillado, entonces qué bueno que entren los humildes, los humillados, y qué bueno que los poderosos se humillen para que ellos también entren. Bendito Dios y su palabra de salvación. Podemos resumir nuestras enseñanzas de hoy en dos puntos. Primero, que Isaías nos ha presentado lo que todos hemos visto en nuestra historia: que el pez grande se come al chico, pero ha contado que el ungido, un ungido de Dios, va a cambiar esa situación, y por eso nuestra primera enseñanza fue que ese ungido es precisamente el que llamamos el Cristo y que Él cambió esa situación, porque aquí ya no ganó el grande, sino el pequeño. Y número dos, hemos explicado que esa alegría de Cristo nos abre algo del misterio de nuestro Señor, porque nos cuenta que Él solo se regocija en la difusión del Evangelio y en el poder del Espíritu, y que esa alegría tiene también. Número tres, que esa alegría tiene también una dimensión muy concreta, porque esa alegría de que el sencillo ya comprende, de que el sabio no entienda, porque si no entiende, un día podrá ser también gente sencilla que pida y reciba como regalo, y ya no por pretendido mérito suyo, la gracia de la salvación, el don del Evangelio.

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