Esta es tu casa!

Homilía de Fr. Nelson Medina, O.P.

Como católicos estamos llamados al servicio llevando la Buena Noticia del amor de Dios a aquellos que no lo conocen.

Homilía v011010a, predicada en 20181203, con 4 min. y 35 seg.

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Transcripción:

El Evangelio de hoy está tomado del capítulo VIII de San Mateo. Las dos palabras claves, creo yo, para acercarnos a este Evangelio, son elección y misión. O tal vez las podemos cambiar o leer de otra manera: llamado y servicio. El llamado es propio de la elección y el servicio es propio de la misión, llamado y servicio. Son las dos palabras claves. Dios llamó a su pueblo. Es el pueblo elegido. Es el pueblo de Israel. Es el pueblo judío.

Pero hay un peligro: cuando te sientes llamado, escogido, fácilmente te sientes también preferido. Y si te sientes preferido, es muy posible que gastes todas tus fuerzas solamente en cuidar lo que te hace especial y en poner una distancia con los que no han sido elegidos. Una parte del pueblo de Dios, del pueblo de Israel, tomó ese camino, es decir, se encerraron en los privilegios de su elección. Miraban con desprecio a los no judíos, no querían meterse con ellos, no querían mezclarse con ellos, y lo único que querían es asegurar las bendiciones y la prosperidad que Dios les había anunciado. Se quedaron únicamente con la elección.

Pero lo que nos muestra el Señor Jesucristo es que, así como a lo largo del Antiguo Testamento hubo esa tendencia que se cierra y concentra únicamente en la elección, ya desde el Antiguo Testamento hay voces de los profetas que hablan de cómo la casa de Dios, el llamado del Señor, se va a extender a otros pueblos. De modo que la elección no es un fin en sí misma, sino que la elección es un llamado de amor que tiene su perfección cuando ese amor alcanza a los otros pueblos, a las otras personas. De esa manera, la elección es el comienzo de la misión. El llamado es el comienzo del servicio.

Esto debemos aplicarlo también a nuestra propia vocación cristiana y católica. En el caso de nosotros, sacerdotes, debemos aplicarlo también a nuestro llamado ministerial. Efectivamente, cuando el sacerdote mira su llamado como algo que lo hace especial y se concentra solamente en el lenguaje de la dignidad que tiene, entonces empieza a considerarse un príncipe. El Papa Francisco muchas veces nos ha advertido de este peligro: cuidado con que nuestra vocación religiosa, misionera o sacerdotal haga de nosotros una especie de élite. Ese no es el querer de Dios.

Por el contrario, como católicos estamos llamados a ser servidores. No con cualquier clase de servicio. Lo propio de nuestro servicio es llevar la buena noticia del amor de Dios a otras naciones, a otros pueblos y, en particular, a aquellos que no conocen al Señor.

Eso es lo que nosotros estamos llamados a hacer. Si Dios nos ha regalado a nosotros la capacidad de ser creyentes y de ser católicos, eso no debemos mirarlo como un privilegio que nos hace superiores a los demás. Hemos de mirarlo como un llamado para dar nuestro servicio: servicio de testimonio, servicio de caridad, servicio de evangelización a nuestros demás hermanos.

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