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Homilía de Fr. Nelson Medina, O.P.

En el Adviento la Iglesia nos va educando para que pongamos nuestra esperanza en el Único que no falla, que cumple su palabra, que puede colmar nuestro corazón, el Señor.

Homilía v011009a, predicada en 20171204, con 4 min. y 25 seg.

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Transcripción:

La primera lectura de hoy está tomada del capítulo segundo del profeta Isaías. La verdad es que este profeta Isaías nos va a acompañar durante la mayor parte del Adviento. Podemos decir que es uno de nuestros guías durante este tiempo litúrgico.

Isaías es un libro, o el libro de Isaías, es uno de los más largos, posiblemente el más extenso de toda la Escritura, con más de sesenta capítulos bastante densos. Y es hermoso. Como en el Adviento, la Iglesia va tomando textos de Isaías, como haciendo un recorrido por este profeta, y luego nos va presentando en los evangelios cómo aquello que anunció el profeta se cumple en nuestro Señor Jesucristo.

Podemos decir que esa es la dinámica propia del Adviento: promesa y cumplimiento. Lo que Isaías anunció. Otros profetas también, pero definitivamente una voz muy importante es la de Isaías, lo que Isaías anunció que iba a suceder. El evangelio nos lo presenta sucediendo en la persona de nuestro Señor Jesucristo. Es decir, lo que Dios prometió lo ha cumplido en Cristo.

De esa manera, la Iglesia nos ofrece una pedagogía. El Adviento tiene su pedagogía, es decir, nos va educando, y nos va educando tal vez en la virtud más maltratada de nuestra época, que es la virtud de la esperanza. Qué difícil resulta hoy en día cultivar la esperanza; no es fácil. No es fácil por la abundancia de malas noticias, por la corrupción política, por los desastres naturales, por las distintas guerras, por tanto egoísmo, por tanta injusticia que vemos en tantos lugares.

Podemos decir que estamos en un tiempo en el que es muy fácil decepcionarse, y de la decepción viene la frustración, viene la amargura, viene también la desesperanza. ¿Cómo cultivar entonces la esperanza? La Iglesia no tiene tanto una teoría, sino más bien, un ejercicio litúrgico y pedagógico que se llama el Adviento.

Y por eso es una pena que muchas personas prácticamente desconocen este tiempo litúrgico. Para muchas personas, ya desde qué sé yo, octubre, yo no sé si desde septiembre ya de lo que se oye hablar es de Navidad, y se utiliza mucho la expresión en inglés Christmas, Christmas, y ya se habla de Navidad. Pero una Navidad sin Adviento es como una cena sin hambre.

El Adviento está hecho precisamente para que en ese recorrido pedagógico vayamos descubriendo la esperanza. Isaías, capítulo II, nos dice que las naciones se van a sentir llamadas al monte del Señor. Y luego Jesús anuncia que en Él, en el misterio que Él mismo representa, se cumple eso, porque vendrán de oriente y de occidente, nos dice el capítulo octavo de San Mateo.

Entonces, fíjate cómo la voz cantante la tiene la primera lectura de Isaías, pero el cumplimiento se realiza en el Evangelio. Y así la Iglesia nos va educando en la esperanza. ¿Para qué? Para que aprendamos de quién esperar. Porque quizás hemos esperado demasiado de nuestros líderes humanos. Quizás hemos esperado demasiado de nuestros políticos, de nuestros, qué sé yo, actores, escritores, filósofos, incluso de la farándula.

Parece que esperáramos demasiado de nuestras celebridades. Son simples seres humanos, muchas veces egoístas, muchas veces envidiosos, muchas veces corruptos. La maravilla del tiempo de Adviento es volver a poner la virtud de la esperanza en el único que no falla, en el único que cumple su Palabra, en el único que puede colmar nuestro corazón. Él es el Señor.

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