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Homilía de Fr. Nelson Medina, O.P.
San Benito nos enseña a buscar a Cristo en la soledad y a no anteponer nada a Él; su paternidad espiritual transformó Europa con oración, trabajo y una fe que renovó tanto almas como culturas.
Homilía sben011a, predicada en 20250711, con 9 min. y 5 seg. 
Transcripción:
El 11 de julio, nuestra Iglesia Católica recuerda y celebra a San Benito, conocido también como Benito de Nursia por su lugar de origen allá en Italia. San Benito es patrono de Europa, maestro de vida espiritual y podríamos decir que es una fuente preciosa que Dios consolidó en medio de la Iglesia para una obra de proporciones épicas. Porque la familia benedictina, tanto en la rama masculina como en la femenina, ha llegado a incontables regiones de la Tierra. Hablemos de San Benito. Y creo que hay cuatro palabras que nos pueden servir, cuatro palabras que se vuelvan, por la bondad de Dios, enseñanzas en nuestro corazón. La primera palabra es decepción. Siendo muy joven, de menos de veinte años de edad, Benito fue a la ciudad de Roma, quería cultivar tanto su inteligencia como su fe. Era un hombre de inquietudes, era un hombre activo mentalmente, pero sobre todo era un joven que buscaba el Evangelio. Buscaba vivir la fe. Y aquí entra la primera palabra, que es la palabra decepción. La Roma que conoció Benito lo dejó profundamente decepcionado. Por supuesto que había recuerdos de grandes épocas de Roma, tanto desde el punto de vista civil como desde el punto de vista de la fe, el punto de vista eclesiástico. Pero cuando Benito llegó a Roma se encontró con una ciudad donde la banalidad, donde el materialismo, donde la vida fácil estaban por todas partes. Creo que la palabra corrupción es una palabra apropiada para describir lo que encontraron los ojos de Benito. Muy pronto se dio cuenta que ese camino no le iba a llevar a donde él, guiado por el Espíritu, quería llegar. Entonces se aparta de Roma. Y aquí llegamos a la segunda palabra. La segunda palabra es la soledad. Empieza este hombre a llevar una vida de ermitaño, una vida de oración, una vida de penitencia, una vida de estudio de la Palabra de Dios. Sostenido por el trabajo de sus propias manos, llevando ese camino de oración y de penitencia, fue avanzando. Y tan notable fue su progreso que pronto otros, también inquietos por una mejor vida espiritual, quisieron que él fuera su superior religioso, llamaríamos su padre espiritual. De ahí viene la palabra abad. Los benedictinos tienen abades. Un abad es un abad, es un papá, un padre espiritual. Pero antes de llegar a esa parte, que va a ser la tercera palabra, por favor, por favor, recordemos la importancia de la soledad. Sé que muchos de nosotros no hemos sido llamados a una vida tan estricta, tan exigente y además con tantos peligros como tiene la soledad. Pero los tiempos de soledad, los tiempos de recogimiento para reflexionar, para orar, para dejar que Dios nos hable, sobre todo, son algo de lo que no debe escaparse ningún cristiano que quiera vivir a fondo su fe. Para eso existen los buenos retiros espirituales. Para eso existe esa sana costumbre que muchos tienen de organizar su vida en un ritmo en el que siempre haya espacio para el silencio, para la oración. Fruto de esa profunda experiencia espiritual de su soledad San Benito dejó escrito en su regla, que es un tesoro para toda la Iglesia Católica, esta frase: "No antepongan nada a Cristo. Cristo primero." Cristo primero. Y eso significa que la soledad no era aislamiento, sino que la soledad de Benito estaba llena de otra palabra: encuentro. Entonces la primera palabra es decepción. Decepción del mundo. La segunda palabra es soledad y encuentro. Soledad precisamente para no creer el mensaje que el mundo nos lanza por todas partes, encuentro para sí creer lo que Dios nos habla al corazón. La tercera palabra ya la anuncié antes, es la palabra ?abad?. La palabra padre. Benito, no sin pasar por graves inconvenientes, llegó a ser abad, llegó a ser padre. Y la paternidad espiritual de Benito es algo que le deja a uno el corazón y la boca abierta. Porque Benito es padre espiritual de Europa. Y si piensas lo que ha hecho Europa por la difusión del Evangelio, es incalculable el impacto de San Benito en la historia de la humanidad. Un padre que supo acoger corazones, historias, personas, pero que al mismo tiempo quiso asegurar un camino para que muchos más, cuando ya él hubiera partido a la eternidad, como forzosamente tenía que suceder, para que muchos más pudieran avanzar. Esa es la regla de San Benito. Es una prolongación de su paternidad. Es su deseo de ser padre, padre espiritual. No solamente para aquellos pocos, podemos llamarlos privilegiados que le conocieron directamente, sino para muchos más. Y no se nos olvide la última palabra: trabajo. Es famoso el lema de los benedictinos: "Ora et labora", ora y trabaja. Ese trabajo que no solamente se convirtió en una sana ocupación para evitar los peligros espirituales de la pereza, sino que se convirtió también en la ocasión preciosa de toda una cultura. Porque es que los monasterios benedictinos se convirtieron en faros de cultura con sus bibliotecas, con los libros que eran pacientemente copiados a mano y luego también con el mejoramiento de las técnicas agrícolas. Hasta allá llega la influencia de San Benito y de su orden. Es decir que el trabajo no solamente se convierte en un camino de santificación personal, sino en un camino de progresiva y pacífica transformación de la sociedad. San Benito gracias, gracias y ruega por nosotros. Amén.

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