Esta es tu casa!

Homilía de Fr. Nelson Medina, O.P.

Hay una misericordia que es dura, pero que sigue siendo misericordia.

Homilía i211001a, predicada en 19970825, con 9 min. y 49 seg.

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Transcripción:

Es fuerte el contraste entre las dos lecturas que escuchamos. La alabanza que Pablo hace de la fe de los tesalonicenses, una alabanza llena de paz y de alegría, y las palabras cortantes, duras de Jesucristo en su predicación contra los letrados y los fariseos. Finalmente, serán estos quienes dirigirán el proceso que llevaría a Cristo hasta la cruz y hasta la muerte.

O sea que aunque aquí no le pudieron responder nada, le respondieron con la muerte, pero con esa muerte no estaban callando sus palabras, porque aunque lo mataron a Él, de esa semilla salió toda una primavera de predicación que nos ha alcanzado a nosotros. Muchos cientos de años después que Él, a mucha distancia en la cultura y en la lengua, las palabras de Cristo siguen escuchándose. O sea que la victoria fue para el Señor Jesús, a pesar de que la respuesta que le dieron a sus palabras fue la tortura y la muerte.

Pero es bueno que nos preguntemos si se trata simplemente de palabras duras, si se trata de un estado de ánimo de Jesucristo, si se trata simplemente como de una rabiecita acumulada. Porque hay que decir que la gente más estorbosa que se encontró Cristo fueron precisamente los fariseos y los letrados que no dejaban ni hacer milagros porque a todo le encontraban problemas, que el milagro fue un sábado, entonces ese es un problema, usted es convicto de la ley, que si paga o no paga impuestos. Si se lavan o no se lavan las manos antes de comer, si respetan o no respetan las tradiciones, si recogen espigas por los campos o no. Gente entrometida, fastidiosa, fisgona que quiere conocer a Jesús para no conocerlo, que quiere encontrarse con Él para no encontrarlo. Que quiere saber de Él para no saberlo. Es ese movimiento contradictorio, replegado, del corazón farisaico lo que Cristo está reprochando aquí. Porque tal vez no hay desgracia peor que querer acercarse al Salvador para no salvarse. Y eso es precisamente lo que estos hombres estaban buscando.

Se acercaban a Él, y acercándose a Él, se allegaban a las fuentes de la salvación. Pero no para recibir la salvación, sino para criticarla, para cerrar esa fuente para sí mismos y para los demás. Lo que hace Cristo con éstas y otras palabras es tomar ese corazón que está doblado sobre sí mismo, ese corazón replegado y con un movimiento vigoroso de Su palabra, extenderlo y mostrar. Vea por lo menos por un instante. Vea lo que usted tiene en el corazón. Vea lo que usted es. Pero vuelvo a preguntar, ¿Se trata solamente de un estado de ánimo y una especie de mal genio, pero estos entrometidos, fisgones, murmurones, se trata solamente de eso? Tal vez no.

La expresión que utiliza el Evangelio, aunque parece indudablemente un regaño, una diatriba, es un acto de compasión, es un "¡Ay, ay de vosotros!". No se trata solamente de ira, se trata de dolor. Le duele a Cristo. "¡Ay de vosotros!" Es el dolor por esos corazones impenitentes. Es el dolor por los corazones enceguecidos. Es el dolor por la persona que no quiere recibir la salvación. Con esto estoy diciendo que Cristo, en estas palabras duras que flagelan el alma, no está simplemente regañando, no está desquitándose de lo que le han hecho. Está intentando construir un último puente con esos corazones.

A base de esta dureza, sobre la base de esta dureza, se oculta un cimiento de compasión, de misericordia. Y por eso este Evangelio también nos ayuda a conocer otro de los rostros de la misericordia. La misericordia no es siempre como lo quisiera nuestra fragilidad de nuestra carne consentida. A veces nosotros queremos misericordia y pedimos misericordia, pero lo que en realidad estamos pidiendo es que se nos consienta nuestro modo de ser, que se nos apruebe de alguna manera nuestro corazón doble, que se nos reciba la mentira en la que vivimos. Y por eso hay una misericordia que es dura y que sigue siendo misericordia, que es la dureza de ese movimiento con el que Cristo extiende el corazón.

Aquí pasa como con algunos masajistas que tienen que reacomodar articulaciones. Algunos se pueden tratar más o menos suave, pero llega un punto en el que toca dar un cierto tirón para que se acomoden los huesos en su sitio. Y ese tirón causa un "ay", causa un grito. Solo que Cristo es un masajista al que le vienen también los gritos que van a producirse en los corazones de estas personas.

Una pregunta que uno puede hacerse es si Cristo logró algo con este tipo de predicación. Como antes recordé que fueron precisamente fariseos y letrados, los protagonistas tal vez más visibles de la muerte del Señor, uno creería que no logró nada. Esa visión es exagerada. Por lo menos hay un fariseo, Nicodemo, un fariseo que oyó estos regaños y debajo de los regaños supo encontrar el dolor, y debajo del dolor supo encontrar el amor. Y Nicodemo no estuvo de acuerdo con la muerte de Jesucristo y otros principales entre los judíos, como José de Arimatea, que tampoco fueron cómplices de la muerte del Señor. José de Arimatea, por ejemplo, fue el que consiguió el sepulcro, como sabemos.

Algo logró Cristo con su predicación. Algo logró revelando ese rostro inesperado pero tan necesario del amor, el amor que llega a convertirse en exigencia. ¿Y qué queda para nosotros? Para nosotros queda ponernos en manos de este predicador y médico que es Jesucristo. No le digamos a Él cómo tiene que hablarnos. Sería tan insensato como decirle al médico experto "no me recete esto, no me recete esto otro, recéteme más bien una gelatina dulce con un almuerzo sabroso, con un descanso prolongado". Esos son mis remedios. Él es el que tiene que decir cuáles son los remedios que uno necesita. Y cuanto más pronto uno se ponga en manos de este médico, más pronto también experimenta su sabiduría, su poder y su compasión.

Y sepamos, sea esta la otra enseñanza, sepamos encontrar también en medio de lo amargo de tantos días, de tantas tardes, de tantas noches, sepamos encontrar ahí en la mente de Cristo si a ti te sabe amargo, la medicina no le supo mejor a Jesús. Santa Catalina de Siena dice que llegó a tanto la compasión de Cristo, que Él tuvo que tomar la medicina, que el enfermo ya no podía beberse. Y esta fue la medicina de la cruz. Entonces, en medio de la amargura que a veces acompaña nuestra vida, lejos de ponerle condiciones al Señor, agradezcamos que Su paladar degustó esa misma soledad, esa misma tristeza, ese mismo dolor. Y bebiendo de la medicina junto con Cristo, recibamos de Él la dulzura de Su amor. Nicodemo logró encontrar el amor, el amor de Cristo, a pesar de todas estas palabras. También nosotros, en medio de la espesura de dolores y males, podremos encontrar la compasión de Cristo en la mente de Cristo y el amor de Cristo. Y en ese amor uno aprende a descansar.

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