Esta es tu casa!

Homilía de Fr. Nelson Medina, O.P.

En ocasiones la intranquilidad es necesaria en nuestra vida: cuando el pecado se ha afianzado de tal manera que comienza a parecernos normal.

Homilía co20012a, predicada en 20250817, con 6 min. y 46 seg.

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Transcripción:

¡Feliz domingo para todos!

El evangelio de este domingo y las lecturas, de este domingo son absolutamente claves, para distinguir entre dos palabras que se parecen, pero que no son iguales. Estamos hablando de la diferencia entre tranquilidad y auténtica paz, -tranquilidad y paz-.

Porque la tranquilidad puede ser simplemente que hay, ausencia de problemas. Es decir, estamos tranquilos porque todo fluye bien, porque no hay obstáculos, porque hay un buen entendimiento y yo creo que todos, deseamos la tranquilidad.

Yo creo que la tranquilidad es un bien que le trae reposo y le trae fortaleza, le trae seguridad al corazón. El problema está, en que esa tranquilidad, que también la podemos llamar, una paz, en cierto sentido, esa tranquilidad puede ser falsa; ¿en qué sentido puede ser falsa?; pues mira, puede haber la tranquilidad, porque hay un gran acuerdo, pero es un gran acuerdo en el crimen. Por ejemplo, pensemos, cuando se legaliza el pecado. En muchos lugares del mundo, está legalizado como negocio, como podríamos decir, una industria más, un trabajo más, -el aborto- es algo que está, legalizado.

Pensemos, por ejemplo, que en Estados Unidos hay toda una industria del aborto que se llama Planned Parenthood y eso pues está admitido; la gente sabe que eso existe. Ellos tienen sus locales, ellos hacen su publicidad y puede parecer muy tranquilo, todo lo que sucede ahí, porque, por ejemplo, va una madre que desea..., deshacerse de lo que tiene en el estómago, ese es el lenguaje que utilizan, y pues realiza su aborto y se acabó el problema; -porque es visto como un problema-, como un simple inconveniente y todos tan tranquilos.

Si alguien va a protestar a ese lugar, pues la policía no va a detener los abortos, que son sangre inocente, sino la policía va a ir a detener a los manifestantes, porque están trayendo -intranquilidad-.

Y precisamente lo que nos muestra el evangelio de hoy, es que a veces es necesaria la intranquilidad. Cuando el pecado se ha afianzado de tal manera, que parece normal, cuando se ha normalizado el pecado; el que habla del pecado, se convierte en una persona incómoda. Es una persona de la que no se quiere oír hablar y es una persona a la que no se quiere escuchar porque es, fastidiosa, porque es una persona incómoda, trae intranquilidad, está despertando la conciencia.

Recuerdo una amiga mía, una señora amiga que fue a dar clases de religión a un colegio, un colegio muy prestigioso de Colombia, de estos colegios internacionales bilingües. Y esta mujer pues fue a dar clases y llegó el tiempo de Cuaresma y ella habló de lo que se habla en Cuaresma; ella habló de la necesidad de arrepentirnos de nuestros pecados para aceptar, el llamado que Dios nos hace, para que nos convirtamos, para que volvamos a Él.

Pues la han llamado y le han dicho: -mira, en este colegio, no queremos que intranquilices a los jóvenes-. Si tú empiezas a hablar de pecado, muchos se van a sentir culpables y si se sienten culpables, entonces se les va a dañar la autoestima y van a entrar en conflicto y van a entrar en ansiedad. Así que ¡no les hables de pecado, no los intranquilices!.

Tú te das cuenta lo que esto significa, para no -intranquilizarlos-; hay que dejar que ellos sigan, lo que están haciendo, que ellos vivan, como están viviendo. ¿Te das cuenta lo que eso significa?

Ahora yo creo que entendemos mejor, lo que nos propone el Evangelio de hoy, porque Cristo dice "Yo no he venido a traer paz". Se refiere a esa paz falsa, a esa tranquilidad en el pecado. Por supuesto, sabemos que hay una tranquilidad buena y una tranquilidad que es incluso santa. Cristo dice: -Yo no he venido a traer esa paz, esa paz mentirosa, esa paz del que está tranquilo, en su pecado y que no quiere que lo incomoden-.

Esa no es la paz de Cristo. ¡Yo necesito intranquilizarte!. Eso es lo que nos está diciendo Cristo, -Yo necesito despertar la voz de tu conciencia-. Yo necesito que tomes conciencia, del mal que estás haciendo, no para que te quedes encerrado en un loop de autocastigo: y -soy una miseria, no valgo nada, todo lo hago mal-; ¡No!, se trata de que descubras ese pecado, porque ese pecado no eres tú; Se trata de que descubras ese pecado, para que salgas de ese pecado. Se trata de que descubras ese pecado para que seas libre de ese pecado. Eso es lo que quiere Cristo, y eso es lo que ha de predicar también la Iglesia.

La gloria y la alabanza para el Señor. Y escuchemos su voz.

Dice el Salmo noventa y cinco; en la liturgia de las horas número noventa y cuatro. "Ojalá escuchéis hoy su voz". "No endurezcáis vuestro corazón". Y esa voz nos va a intranquilizar. Y esa voz nos va a sacar de la comodidad en la que nos hemos metido, porque somos muy mediocres, muchas veces. Pero ese despertar lo necesitamos. Y ese despertar es el que abre la puerta, para llegar a ser, la mejor versión de nosotros mismos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

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