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Homilía de Fr. Nelson Medina, O.P.
Emmanuel es uno de los nombres de Cristo pero es también la expresión de la perfección de la nueva alianza: nosotros con Dios y Dios con nosotros.
Homilía aa04005a, predicada en 20101219, con 9 min. y 13 seg. 
Transcripción:
Hay una palabra que se repite en la primera lectura y en el Evangelio. Es un nombre bellísimo que se aplica a Jesucristo; Emmanuel. Esta palabra de origen hebreo quiere decir -Dios con nosotros-. Y esta es la definición de Jesucristo. Este es el programa de su vida. Esto es también lo que nosotros podemos esperar de Él, lo que nosotros esperamos de Cristo y lo que Él quiere darnos, se llama -Dios con nosotros-. Y ese mismo nombre quiere decir una alianza. Pero esta es la alianza inquebrantable, la alianza perfecta y eterna. Por eso hay también esa comparación del vientre de María como lugar de las bodas entre la naturaleza humana y la naturaleza divina. Por el misterio de la Encarnación en la persona de Jesucristo encontramos como divinamente esposadas la naturaleza divina y la humana, y por eso precisamente Cristo es el -Dios con nosotros- el lugar donde sucedió este "esposorio", esta divina unión, este perfectísimo matrimonio entre la naturaleza de Dios y la nuestra; ese lugar fueron las entrañas de María, el ámbito de su fé, su Corazón Inmaculado. En Élla se juntaron casi podemos decir, se tejieron estas dos naturalezas de modo tal que ya son inseparables. Cristo, que ha asumido nuestra naturaleza humana, no la suelta, no la pierde, al contrario, la ennoblece, la conserva. Cristo, que asumió de María, la naturaleza humana, la conserva no solamente para padecer, sino también para reflejar en ella toda su Gloria, todo el esplendor de su divinidad. Para siempre Jesús conserva nuestra naturaleza, es decir, que ya no se puede mirar al Hijo de Dios sin encontrar en Él los mismos rasgos que le dio María. Cuánta es la grandeza del corazón de María; cuánto es la grandeza de su fé. En Élla ha sucedido el milagro del Emmanuel. Pero antes de Jesús hubo otra alianza. En realidad otras alianzas, la más importante, por supuesto, la alianza en Moisés. Sube Moisés al Monte Sinaí y recibe las cláusulas de la Alianza. Presenta luego al pueblo los términos de ese compromiso entre Dios y el hombre y el pueblo, dice con entusiasmo al pie de la montaña Sacra: "-Sí, haremos todo lo que Dios quiere-". Unos años después, el sucesor de Moisés, llamado Josué, quiere renovar los términos de esa alianza, cuando el pueblo está a punto de tomar posesión de la tierra prometida. Y una vez más, Josué pregunta al pueblo si quiere permanecer junto a Dios, y si quiere que Dios permanezca junto a éllos. Es decir, si ese lazo de unión va a permanecer. Con una sola voz, llenos de entusiasmo, los hebreos repiten "Si, seremos fieles". Pero, ni cuando lo prometieron a Moisés, ni cuando lo prometieron a Josué, pudieron cumplirlo. Si recorremos las páginas del Antiguo Testamento, lo que encontramos no es un homenaje a la fidelidad, sino el testimonio vergonzoso de una infidelidad tras otra, empezando por los grandes jefes, es decir, los reyes de Israel y de Judá. En vez de ser los primeros en conservar y en celebrar la grandeza de la Alianza, estos reyes fueron los primeros en contravenir y desobedecer la misma alianza. Por esa razón, el Antiguo Testamento acaba en una nota de profunda tristeza y desconcierto que se expresa sobre todo en aquellas palabras "Ya no vemos nuestros signos, ni hay profeta y nadie sabe hasta cuándo". Desconcierto que indica el dolor por lo que se ha perdido, pero también la conciencia de que no hay manera de recuperarlo. El ser humano queda iluminado, pero la luz, la luz de la alianza de Moisés, lo único que le muestra es su propia incapacidad para obedecer a Dios. El lazo de esa alianza antigua no sirvió y no sirvió ese lazo porque estaba hecho de cordones de cielo y de tierra. Del lado de Dios todo se cumplió, por supuesto, porque Dios no puede desmentirse ni contradecirse. Pero del lado de la voluntad humana, herida por el pecado, ya sabemos lo que siempre pasa. Al principio, gran entusiasmo, después el cansancio, al final, la desobediencia. Es el hilo humano, es el cordón humano el que está enfermo y por eso es el cordón humano el que necesita ser sanado. Y eso es lo que ha sucedido en Jesucristo. Jesucristo tiene la perfecta naturaleza humana y por eso Él puede sellar la alianza con Dios, pero al mismo tiempo como verdadero Dios, Jesucristo es la oferta de la misericordia y de la salvación, y así, en Jesucristo se sana nuestra naturaleza. En Jesucristo se puede celebrar la nueva Alianza. En Jesucristo tenemos al Emmanuel. ¿Qué es lo que tenemos que hacer nosotros? Pues tenemos que alimentarnos de este Pan del Cielo, este pan que ha sido llamado "Pan de los Ángeles" Ese es Cristo, -pan de los ángeles,- porque de Él reciben su fuerza los coros del cielo. De Él depende el ser de todo cuanto existe. Pero hay que alimentarse de este pan de los ángeles; quiere decir no simplemente abrir la boca para comulgar; quiere decir hacer de Cristo nuestro alimento, el que se alimenta de Cristo, de la Palabra de Cristo, del ejemplo de Cristo, del amor de Cristo, del testimonio de Cristo y del Espíritu de Cristo; ese, puede cumplir la alianza, ese puede celebrar la unión con Dios. Entonces la tarea para nosotros en este Adviento y en esta Navidad es fijar nuestra atención en Cristo y comprender que sin Él nada somos. Sin Él no se puede llevar el peso de una enfermedad. Sin Él no se puede llevar el peso de la soledad. Sin él no se puede llevar el peso de la traición. Sin Él es demasiado dura, demasiado dura la carga misma de la vida; y por eso hay gente que desespera de esa carga y quiere sacudírsela. Necesitamos de Cristo. La gran lección del Adviento que está a punto de terminar es esa, necesitamos de Cristo. Necesitamos urgentemente de Cristo. Él es nuestro alimento. De Él depende todo cuanto somos. Solo Él es -Dios con nosotros-. A Él la Gloria por los siglos. Amén.

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