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Homilía de Fr. Nelson Medina, O.P.
Alegría, esperanza y paciencia: nuestro Adviento
Homilía aa03014a, predicada en 20221211, con 19 min. y 16 seg. 
Transcripción:
Hermanos, este tercer domingo de Adviento tiene un nombre especial, se conoce como el Domingo de la Alegría en el Adviento. Y seguramente ustedes han notado ese tono de alegría en las lecturas. Así, por ejemplo, nos decía Isaías en el capítulo treinta y cinco. "-Fortalezcan las manos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes, digan a los cobardes de corazón, sean fuertes, no teman-". Es un mensaje de esperanza, es un mensaje de alegría. En la segunda lectura, junto a la alegría, aparece la esperanza. Porque ¿cómo hace uno para alegrarse? con tantos problemas, contradicciones, tentaciones... El apóstol Santiago, en el capítulo quinto de su carta, nos exhorta: -Tengan paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente, el fruto mientras recibe la lluvia temprana y tardía-. Esa expresión me impacta mucho y vamos a volver en un momento sobre ella. Y en el Evangelio encontramos un momento, podemos decir glorioso, un momento esplendoroso de la misión de Cristo. -Ciegos que ven, cojos que andan, sordos que oyen, leprosos que son limpiados, muertos que resucitan-. El sentido general, entonces, el mensaje de este domingo, es un mensaje de alegría, de esperanza y de fortaleza. Y vuelvo sobre el tema de las lluvias, porque nuestros campos, a pesar de todas las tecnologías, finalmente dependen de la lluvia. Y el país más rico del mundo, frente a una sequía severa, entra en grave crisis económica. Finalmente, dependemos del cielo, finalmente dependemos de la lluvia. Pero es curioso lo que dice Santiago: las lluvias tempranas y tardías. En términos de cómo ellos medían el tiempo, las lluvias tempranas se refieren a las del comienzo de la siembra y las lluvias tardías son las necesarias para que se complete la cosecha. En el hemisferio norte, esto equivale al primer semestre y el segundo semestre. Pero esto tiene una aplicación muy bella para nosotros. Las lluvias tempranas son aquellas bases que nos han dado, por ejemplo, en la infancia? Cuando yo miro, por ejemplo a mi querida amiga Diana y su esposo Edgar, cuando yo los miro a ellos con ese amor hacia su niño y con ese deseo de conducirlo en el Señor. Esa es una lluvia de gracia sobre el niño de ustedes; es una lluvia que le llega temprana. Muchos niños no reciben eso, y así, podría mencionar a muchos otros padres de familia aquí. Eso que recibimos en la infancia, en la catequesis, eso que recibimos de nuestros padres, pero todos sabemos que muchas veces esas lluvias tempranas no son suficientes; lo digo por experiencia. Muchas veces uno de niño o de adolescente no tiene los ojos para apreciar, todo lo que hacen los papás, lo que hacen los catequistas, los misioneros. Es posible que algunos de los chicos y chicas que están aquí sean como era yo en mi propia infancia y adolescencia, -impaciente con las cosas de Dios-, como lo he confesado públicamente varias veces. No, yo no tenía mucho amor hacia Dios, pero habían caído en mi corazón lluvias tempranas como las que ustedes están depositando en el corazón de su criatura. Esas lluvias no se pierden, esas lluvias no se pierden. El testimonio de mis papás... Yo me acuerdo, un sacerdote muerto ya hace bastantes años que fue párroco, mucho tiempo allá en mi parroquia. El nombre no le va a decir nada, quizá a ninguno de ustedes, para mí significa mucho. El querido padre Jaime Hoyos Sáenz se llamaba él, y yo miraba este padre y muchas veces lo único que tenía yo para ver en él, era lo que se pudiera criticar. Yo no tenía ojos, yo no tenía corazón; pero el Padre Hoyos, con paciencia y con amor, estaba sembrando en mi familia y sembrando en mí. Esas eran lluvias tempranas y las lluvias tempranas son muy importantes, aunque a veces uno crea que está perdiendo el tiempo. Esos testimonios que ustedes dan a los más jóvenes, eso nunca se perderá. Ninguna oración de un papá, de una mamá, de un misionero. Yo no sé si ustedes han visto. Yo sí que lo he visto claro, por la manera como yo vivo y con quienes vivo. Yo he visto a un provincial, es decir, un superior religioso, quebrársele la voz y llenársele los ojos de lágrimas, yo he visto obispos llenos de dolor, con lágrimas en sus ojos; ellos son padres espirituales, esas lágrimas de nuestros obispos y provinciales y sacerdotes, lo mismo que las lágrimas y las oraciones de los papás de las mamás no se pierden, son lluvias tempranas y luego llegan las lluvias tardías. Luego vienen los toques de la gracia. Como yo quisiera, siguiendo el ejemplo de Cristo, como yo quisiera que todos, todos, estuviéramos ardiendo en el amor de Dios. Y como a veces veo tanta indiferencia y tanta frialdad y tanta lentitud, pues yo sufro. Pero claro, yo me acuerdo de todos mis pecados, pero yo sufro. Y sin embargo pienso que Dios tendrá su hora, Dios tiene su hora. Y yo me pongo a pensar cuando a veces veo sobre todo a personas así como un poquito frías, e indiferentes. Yo me pongo a pensar... -Solo Dios sabe, solo Dios sabe, dónde, ya le tiene una cita de amor. ¿Quién sabe en qué retiro?, ¿Quién sabe en qué confesión?, ¿Quién sabe en qué Canadá?, ¿Quién sabe en qué diálogo?, ¿Quién sabe en qué momento?, se abre una Biblia y de repente caen las lluvias tardías y todo lo que sembraron Edgar y Diana florece. Jamás se perderán las oraciones y los amores de ustedes y los que están dirigiendo nuestros ministerios y nuestros gerentes. Yo miro esas fotos que publican aquí en el Santísimo orando por mis pupilos. Jamás se pierde una oración. Pero Santiago, el apóstol nos dice: -Tengan paciencia- y ¿hasta cuándo la paciencia?, Pues le cuento que es bastante paciencia, porque dice: -tengan paciencia hasta la venida del Señor-. Pero ahí viene nuestro auxilio, pero ahí viene en nuestro auxilio. San Bernardo de Claraval, que nos dice que las venidas del Señor son tres; para que no se me desanimen. La primera venida del Señor fue a las entrañas purísimas de la Virgen; la última venida del Señor será al final de los tiempos, pero entre la primera y la tercera está la segunda, y la segunda es la de las lluvias tardías. Entonces, ¿hasta cuándo hay que orar por Agustín? Tú le preguntas a Mónica, ¿hasta cuándo hay que orar por Agustín? Hay que orar por Agustín hasta que Agustín se derrita de amor, hasta que Agustín se derrita de amor. ¿Y Agustín se derritió de amor?, ¡Sí!, ¿Qué hubo que hacer para que Agustín, San Agustín se derritiera de amor?, Muchísimas oraciones y lluvias tardías. ¿Cuáles fueron las lluvias tardías de San Agustín? Las lluvias tardías de San Agustín fueron las propias de la predicación de un Santísimo Obispo, que hace poco estábamos celebrando San Ambrosio. Porque es que San Agustín tenía dos problemas o mejor dicho, uno. El problema de él es el mismo problema de todos nosotros, el pecado; pero es que ese problema se ha agravado porque Agustín era un genio. Nadie le pudo medir nunca el coeficiente intelectual a Agustín, pero de acuerdo con lo que sabemos de coeficientes intelectuales, estaba muy por encima de ciento cincuenta. Agustín era un genio y Agustín, como genio que era, no encontraba con quién batirse de igual a igual. Porque Agustín, súper inteligente, con una memoria portentosa y con una capacidad de palabra asombrosa, le ganaba la discusión a cualquiera. Con el perdón de San Agustín, que me debe estar escuchando en el cielo, San Agustín era como ¡matón de barrio!. Usted sabe, esa persona que en el barrio..., le da puño al que sea..., ¡mándemelo!. Pero cuando Agustín salió de su barrio, es decir, del norte de África, a la zona de Cartago, se fue para Italia, pasó por Roma y llegó a Milán con un encargo de gobierno por parte del Imperio Romano. Cuando llegó allá, ahí conoció a otro de su nivel, ese era Ambrosio, porque la inteligencia de Ambrosio no se quedaba corta, la oratoria de Ambrosio no se quedaba corta, con la diferencia de que Agustín vivía revolcándose en el pecado, sobre todo pecado de sexo, como él mismo lo dice. Mientras que Ambrosio caminaba en la santidad, entonces el matón encontró a su Mike Tyson. Y ahí le llegó; lo noqueó, lo noqueó, lo noqueó. Entonces nosotros tenemos que caminar en la esperanza. Al orar, por ejemplo, por nuestros gobernantes, hay que orar mucho por nuestro presidente. Ustedes saben que nuestro presidente es una persona, en contra de lo que dicen algunos irresponsables, nuestro presidente es una persona de una inteligencia superior, el tipo tiene una inteligencia bárbara. Pero claro, nosotros queremos que esa inteligencia se postre ante Cristo; estamos pidiendo las lluvias tardías para el presidente y estamos pidiendo las lluvias tardías para cada uno de los aquí presentes y para nuestras familias. Y a veces Dios nos noquea con un San Ambrosio. A veces nos noquea cuando algo que es muy importante para nosotros, no lo logramos, cuando llega una ruina, cuando llega una enfermedad, cuando llega una frustración... Dios tiene mil caminos. Y detrás de todos esos problemas y de todos esos vacíos, está siempre Él sonriendo y diciéndonos lo mismo que le dijo a San Pablo. "¿Hasta cuándo seguirás dándole coces a un aguijón?" Imagínese un burro terco, como era yo, no sé si más terco que burro, más burro que terco. Imagínese un burro dándole coces a un aguijón. -Creo que el aguijón no pierde-. Entonces, cuando nosotros, con nuestra soberbia y con nuestra amargura, y con nuestra mala cara, y con nuestra frustración y con nuestro desasosiego, ¿se han encontrado esas personas?, que, que, que no se hallan, ¡no se hallan!. Cuando nosotros estamos así, detrás de todo eso, está Dios sonriendo y diciendo ¿No te parece que ya te has hecho mucho daño? dándole coces al aguijón. Por eso y con esto termino, por eso es importante hacer oraciones como las que hemos enseñado en otras predicaciones. -Señor, lo que tengas que hacer-, ¿para qué?, para que mi hijo amado, para que mi hija, para que mi novia, para que mi novio, ojo ¡una novia, un novio!, para que mi novia, para que mi novio se encuentre contigo.; -Lo que tengas que hacer-. Pero ahora tengo otra oración en la misma línea, -Señor, que se canse pronto, que se canse-. No hay cosa más hermosa, como gracia divina, que el -divino hastío-, ese momento en el que una persona dice: Yo le oí esta frase en primer lugar a mi papá, Dios lo tenga en su reino. Bendita memoria de mi querido Chicho. Yo le oí a Chicho esta frase? Como él en cierto momento de su adolescencia; algo que le pasó..., Y estaba en no sé qué lugar, pero no era un lugar como familia espiritual, algún lugarcillo de mala muerte con unos amigos de mala muerte. Y él, siendo un jovencito, de repente miró ese ambiente y dijo:, -Yo no soy de aquí-., Eso es lo más hermoso. Eso se llama la gracia de Dios. Eso se llama la lluvia tardía. Que un día usted pueda sentir asco y decir -No más de esto-. Que un día usted pueda mirar..., ojalá no le toque, ojalá no haya entrado en ese camino.; pero sí entró, que usted pueda mirar esa pornografía y decir: -No, no más, yo no pertenezco a eso, ese no es mi mundo, para eso no me dio Dios un cuerpo-. Que usted pueda?, ojalá no haya entrado nunca por ahí, pero que usted pueda mirar ese cigarrillo, así sea cigarrillo de tabaco, así sea, Vape..., que usted pueda mirar ese cigarrillo, que usted pueda mirar ese cacho de marihuana, y usted pueda decir: -yo no pertenezco a esto-, que usted pueda mirar la puerta de ese casino y decir ¿hasta cuando? -yo no pertenezco a esto-. Ese es el ¡divino hastío!. Pídanle a Dios para ustedes mismos y para las personas que más aman el divino hastío, que sientan asco, ¡ese asco! porque el asco hace todo el trabajo, hace todo el trabajo. Mientras la persona no siente asco, sigue viendo ese bar, bar común o bar gay o bar, lo que sea; ve ese bar y siente como un atractivo y los pies se le mueven solitos. Pero el día que llega el divino asco, el día que llega el divino hastío, la persona mira eso y dice ¿Hasta cuando?, ¿Hasta cuando?, -Yo no pertenezco aquí, este no soy yo, yo no soy de este sitio-. Oiga, con esa gracia mi papá se salió de caminos que no sé a dónde lo hubieran llevado, con esa gracia, y bendito el Señor tampoco había entrado mayormente en eso. Pero llegó esa gracia y fue el nocaut. Dios lo noqueó; -yo no pertenezco a esto, yo no soy de esto, yo no tengo que ver con esto, yo no quiero esto para mí-. Ese día, su vida cambió. Hermanos. Domingo de alegría. Domingo de Esperanza. Domingo de paciencia. Domingo para aprender a seguir caminando. Amén. Amén.

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