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Homilía de Fr. Nelson Medina, O.P.
La virtud cristiana de la esperanza se caracteriza por la paciencia, la firmeza y la superación de tanta quejumbre.
Homilía aa03007a, predicada en 20131215, con 5 min. y 8 seg. 
Transcripción:
¡Feliz domingo para todos! Ya nos encontramos en la tercera etapa de este viaje, de esta peregrinación al encuentro de Cristo. ¡Qué bueno! pensar el Adviento como un camino que vamos haciendo, como una peregrinación. Y en esta peregrinación las etapas principales son los domingos de Adviento. Por eso, por ejemplo, la corona de Adviento tiene esos cuatro grandes cirios que están marcando las etapas en nuestro camino al encuentro del Salvador. En este tercer domingo quisiera detenerme en la segunda lectura tomada de la carta del Apóstol Santiago. Porque es que desde que empezó el Adviento estamos hablando de la esperanza como una característica propia de este tiempo litúrgico. Y al hablar de la esperanza estamos hablando de una de las tres grandes virtudes que nos caracterizan como cristianos; las otras dos son, por supuesto, la fe y la caridad. Pero creo que la esperanza a veces se disuelve en un lenguaje muy abstracto. Y resulta que la Carta de Santiago en el capítulo quinto nos da tres rasgos muy precisos sobre cómo es la esperanza. Los podemos identificar en tres palabras. La palabra paciencia, la palabra firmeza y una palabra o mandamiento -no quejarse tanto-. Entonces veamos un poco qué nos enseña cada uno de estos rasgos. La paciencia implica, desde un punto de vista, el aguantar, el saber sufrir, el no exasperarse por el hecho de que las circunstancias sean adversas. El no desanimarse por el hecho de que otras personas no piensan como nosotros o no son como nosotros. Podemos decir que ese es el aspecto de resistencia que tiene la paciencia, y ese aspecto está incluso implícito en el origen de esta palabra, en latín, la paciencia está relacionada con el padecer y saber tener paciencia es saber padecer. Pero en tono positivo, la paciencia es también como el ejercicio que se hace en el gimnasio, es un ejercicio de fortaleza. La persona que está en el gimnasio y que tiene, por ejemplo, que hacer fuerza con unos resortes o con unas pesas, está ciertamente ejercitándose en la fortaleza y a medida que avanza en esos ejercicios, también se va volviendo más consistente, se va volviendo más fuerte. Quiere decir que también puede avanzar con paso más resuelto y con menos temor. Esto tiene mucho que ver con la segunda característica -la firmeza-. El cristiano ha de saber ser firme. Nuestra caridad, nuestra misericordia, corresponde a un corazón que sabe ser blando porque se deja impactar por las necesidades del prójimo. Pero esa blandura y esa capacidad de dolernos frente al mal de otros, no quiere decir que renunciemos a nuestras convicciones o a nuestros principios, muy al contrario, desde la claridad de nuestros principios, podemos percibir con mayor fuerza, cuánto sufre especialmente aquél que se ha apartado de Dios. Así que no pensemos que se crece en la misericordia, disminuyendo la claridad en nuestra fe o la claridad de nuestros principios. La firmeza es característica de la esperanza. Y nos dice también el apóstol que dejemos de quejarnos tanto; en sí mismo, el quejarse podría parecer solamente como una mala costumbre, pero fíjate que al quejarnos estamos en el fondo rechazando la voluntad de Dios, como decía San Francisco de Sales, -en el solo hecho de protestar porque el clima del día no es como yo lo quisiera, ya estoy, en cierto sentido, empezando a rebelarme, frente al querer de Dios-. Y definitivamente la esperanza, si algo es, es acogida de la voluntad del Señor. Así que menos quejas, más paciencia y sobre todo más firmeza. Desde esa firmeza en el amor, tendremos indudablemente, mayor ocasión de darle la gloria al Señor y seremos más útiles al prójimo.

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