Esta es tu casa!

Homilía de Fr. Nelson Medina, O.P.

Parecidos y diferencias entre Juan el Bautista y Jesús de Nazareth; y cómo Juan hizo de su vida una señal que apunta hacia el Mesías.

Homilía aa03006a, predicada en 20101212, con 17 min. y 58 seg.

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Transcripción:

En el Adviento, mis hermanos, hay tres personajes que nos orientan. Uno de ellos es el profeta Isaías, que aparece prácticamente en la mayoría de las lecturas de este tiempo litúrgico. Otro es Juan el Bautista, cuya figura fascinante está en el Evangelio de hoy. La tercera persona que nos guía en el Adviento es la Santísima Virgen María, a quien hoy, por cierto, recordamos y saludamos con tanto amor, porque por fecha hoy corresponde la festividad de Nuestra Señora de Guadalupe, la Emperatriz de las Américas.

Desde temprana hora en la evangelización de nuestro continente, la presencia de María facilitó enormemente la llegada del Evangelio de Jesús. La Virgen mestiza lleva en su propia piel ese milagro que de algún modo somos nosotros... La Hispanoamérica o Iberoamérica o Latinoamérica, como se le quiera llamar, unida por una misma lengua y sobre todo, por una misma fe. Si hemos sido llamados continente de la esperanza, en buena parte se debe al milagro de Guadalupe.

Pero vayamos a las lecturas de hoy y especialmente al Evangelio. Es una buena ocasión para ver en qué se parecen y en qué se diferencian Juan y Jesús. Juan, llamado el Bautista, porque él bautizaba y Jesús, que lleva en su nombre la salvación; eso es lo que significa la palabra Jesús. El nombre de Jesús que tiene distintas pronunciaciones, Yeshua o algo parecido es en hebreo y de ahí viene también el nombre Josué es el mismo nombre, significa el -Señor Salva- Jesús, el que trae la salvación, Juan, el que trae el arrepentimiento y lo marca con un bautismo.

Qué buena oportunidad para descubrir en qué se asemejan y en qué se diferencian. Empecemos por los parecidos. Tanto Juan como Jesús anuncian un mensaje de conversión. Esto es notable. Juan predica al pueblo y lo llama a la conversión. La primera palabra de Jesucristo también es conversión. Tanto Juan como Jesús hablan de la cercanía de Dios. Este mensaje llega como una sorpresa para el pueblo que se sentía abandonado; no sabían ellos qué había pasado con el Dios de la Alianza.

Dios se había perdido del horizonte de sus vidas y hasta cierto punto se sentían abandonados, simplemente en manos de potencias y poderes extranjeros. Las fuerzas de este mundo parecían tener la primera y última palabra sobre el pueblo que Dios había elegido. En eso aparece Juan y hace sentir de nuevo la validez de la alianza y la cercanía de Dios. Algo parecido dirá nuestro Señor Jesucristo. -"El Reino de Dios está cerca"-, en esto también se parecen ambos.

Pero luego empiezan las diferencias. Y la primera y más notable es que Juan mismo dice: -Yo no soy el Mesías-, y en un acto público de humildad añade -Ni siquiera soy digno de desatar o de llevar las sandalias del Mesías-. Además, el mismo Juan invita a sus discípulos a que se vuelvan discípulos de Jesús. En un pasaje conmovedor del cuarto Evangelio, Juan el Bautista extiende su mano, señala hacia Jesús y dice -"Ese es el Cordero de Dios Ese es el que quita el pecado del mundo"-.

Razón para que admiremos a Juan, porque Juan lo había perdido prácticamente todo. Vivía en el desierto, en la soledad, vivía en esa -dureza- de una penitencia prácticamente continua, sin mayores alimentos, ni recursos, ni posesiones, ni amigos, ni familia. Lo único que parecía tener eran sus discípulos. Pero Juan los entrega lo único que había hecho en la vida que era tener discípulos; eso también lo entrega por amor a Jesucristo, y así se queda existencialmente desnudo, despojado de todo, en una sombría cárcel de la cual solo va a salir para perder lo último de lo último, es decir, su propia vida.

¡Qué testimonio tan impresionante el de Juan! Un hombre que lo ha entregado todo, un hombre que no tiene más alegría que Jesucristo, uno que vive únicamente para señalar, para indicar en dónde está la salvación, sin querer en ningún momento adueñarse de esa salvación. Yo creo que para todos nosotros, pero especialmente para los religiosos y los sacerdotes, Juan es un tremendo testimonio, es un verdadero modelo a seguir. Cuando yo pienso, qué puede significar una vida santa, una vida sacerdotal santa, pienso en Juan Bautista.

Yo creo que un verdadero misionero; creo que un verdadero sacerdote tiene que ser como Juan, uno que sabe perderlo todo y que lo poco que tiene lo tiene únicamente para mirar hacia Jesús, para apuntar hacia Jesús y para decirle a todos -hacia Él váyanse con Él, quédense con Él, únanse a Él-. Eso fue lo que hizo Juan Bautista. Juan anunciaba -el día del Señor-. En esto se parece a los antiguos profetas de la Primera Alianza de la Alianza con Moisés. También estos profetas, hombres como Ezequiel, como Jeremías, como Amós, hablaron del -día del Señor- y siempre describieron ese día del Señor, en términos muy duros y con tintas bastante oscuras.

Otro tanto hace Juan, Juan anuncia el día del juicio realmente, anuncia la llegada de este Dios que no va a seguir con los brazos cruzados, este Dios que ya no soporta las mentiras del mundo, este Dios que se levanta airado, para hacer algo. Y yo creo que esto es lo que mucha gente sigue esperando que suceda, que Dios se levante y se dispersen sus enemigos, que Dios haga algo frente a tanta injusticia , frente a tantas muertes inútiles, estériles de inocentes. Pues eso era lo que anunciaba Juan.

Pero en este punto aparece el mayor rompimiento o diferencia, por lo menos externa, entre la obra de Juan y la obra de Jesús. Porque resulta que Juan estaba anunciando este día del Señor grande y terrible, hablaba de un fuego devorador y del hacha, ya puesta junto al árbol para cortarlo. Pero llega Jesús y resulta que Jesús en su mensaje no sigue esa línea, esa línea extrema de anunciar el castigo merecido por nuestros pecados, sino que hace un cambio radical de mensaje... Jesús dice: -que no ha venido a condenar el mundo, sino a salvarlo-; y en vez de repartir golpes y castigos, reparte sanación y consuelo, en vez de ese fuego que destruye, está el suave calor de su corazón que restituye, que levanta, que hace que incluso los más tristes, los más despojados, puedan encontrar esperanza.

Entonces uno se pregunta ¿qué pudo haber sucedido? para que Juan, como precursor, anunciara todos esos castigos tan graves y luego llegar a Jesús no como el castigador, sino como ministro de sanación, como buen Pastor, que busca la oveja perdida, como médico de almas y de cuerpos. Queda como en suspenso ese tema del castigo que anunció Juan. Pero el suspenso no dura demasiado. Resulta que ese castigo del que habló Juan efectivamente llegó y llegó con toda su dureza, incluso con más fuerza de la que había anunciado Juan.

Efectivamente, el peso de nuestras culpas salió a luz y efectivamente, las consecuencias de nuestros pecados aparecieron. Pero aquí viene la gran sorpresa, podríamos decir -el as que Dios tenía en su manga-; resulta que todo ese castigo pavoroso por una dignación inmensa e infinita de su amor, no ha caído sobre nosotros, sino que ha caído sobre el propio Hijo de Dios.

Y entonces, en la carne de Jesucristo, en la carne despedazada de Jesucristo, en las llagas de Jesucristo, ahí se ha cumplido la predicación de Juan, es decir, -el día del Señor- ha llegado y se llama el Viernes Santo. -La ira del Señor-, que es la expresión que Santo Tomás nos explica de un modo maravilloso... Voy a tratar de resumirlo en un instante: La ira del Señor sí que ha llegado, pero esa ira no ha caído sobre nosotros, sino que hay uno que se ha puesto como un escudo, hay uno que ha querido recibir, él solo, lo que todos nosotros merecíamos. Y eso es lo que ha sucedido en Cristo. Y por eso nosotros los cristianos tenemos un amor infinito, si pudiera serlo por Cristo, especialmente Cristo crucificado, porque entendemos que no puede haber un amor más grande, que no puede haber una sangre más preciosa, que no puede haber una salvación más costosa. Ahí encontramos todo el amor de Dios. Y por eso la señal del cristiano es la cruz, y por eso el mundo odia la cruz, y por eso quieren quitar a la cruz de todas partes y por eso no quieren que se vea la cruz. Decían los antiguos predicadores -La cruz es el terror de los demonios-. Tienen toda la razón. La cruz anuncia un tamaño de amor que es capaz de expulsar cualquier poder de las tinieblas en nuestra vida.

Y por eso nosotros tenemos que ser enamorados de la cruz, defensores de la cruz. No es entonces que Juan tuviera una predicación y Jesús tuviera otra, sino más bien que eso que predicó Juan se cumplió, pero se cumplió de manera inesperada en el misterio de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo.

El Evangelio de hoy nos presenta esa pregunta de Juan? Es difícil pronunciar esa pregunta sin conmoverse, porque hay dos maneras de entender la pregunta. La pregunta es ésta: ¿eres tú el que debe venir o tenemos que esperar a otro? Esa pregunta se puede entender de dos modos. O Juan hacía esa pregunta porque él mismo no sabía la respuesta, o Juan estaba haciendo esa pregunta porque ya sabía la respuesta, pero quería que sus discípulos terminaran de entender en dónde está la salvación, y en cualquiera de las dos interpretaciones; y ambas son posibles. Lo que uno siente, no sé ustedes, pero lo que yo siento es un escalofrío de admiración frente a este gigante de la santidad que es Juan Bautista.

Si él no sabía la respuesta, nada más, imaginemos la situación de este hombre, que para ese entonces era prisionero de un rey inicuo llamado Herodes, hijo del otro Herodes, que trató de matar a Cristo cuando niño, digno hijo de su papá, este Herodes tenía prisionero a Juan. Podemos imaginar en qué condiciones las de esa mazmorra, podemos imaginar ese desierto en esa cárcel, desierto peor que el desierto de Judea, donde Juan había hasta cierto modo acrisolado su corazón. Podemos imaginarnos a Juan en esa vida que no parecía vida, sino agonía, haciéndose esta pregunta: ¿Y qué tal que yo le haya apostado todo a la carta que no es?, ¿Y qué tal que este no sea?.

Imaginémonos lo que significa empeñar toda la existencia y toda es toda; porque el Evangelio de San Lucas dice que Juan ya desde niño se ejercitó en el desierto y luego tener esta clase de pregunta; Esa es una posibilidad. Pero otros autores dicen que Juan estaba completamente seguro y esto parece más coherente con la escena que ya recordamos cuando Juan señaló a Cristo y dijo -Este es el Cordero de Dios-. Juan ya estaba seguro, pero algunos de sus discípulos no terminaban de irse donde Cristo, quizás movidos por compasión, dado el estado lamentable del cautiverio de Juan. O quizás porque tenían humanamente un cierto apego de amistad y de cariño hacia ese gran maestro y profeta. Y entonces Juan, como arrancándose lo último que le quedaba, manda a estos propios discípulos a que averigüen por sí mismos y descubran que ya no hay nada que esperar, sino únicamente esperar a Jesucristo.

Y ese podría ser el resumen de esta predicación. Ya no hay nada que esperar, sino solo esperar a Jesús. Si uno pudiera vivir de esa manera, si uno pudiera tener esa clase de Adviento permanente como grabado en el código genético de cada una de las propias células, si uno pudiera tener esa clase de vida, nadie podría destruirle la alegría a uno, porque a uno le destruyen la alegría solamente porque uno pone demasiada esperanza en la política, en la ciencia, en la literatura, en la administración, en el dinero, en los amigos.

Ponemos demasiada esperanza en tantas cosas que al final nos defraudan. ¿Qué tal que hoy aprendiéramos de Juan a poner toda la esperanza y toda la alegría solamente en Jesús? Seguramente fue esta su intención. Y ¿qué sucedió con la ira de Dios? Pues nos explica Santo Tomás de Aquino que más que un sentimiento en Dios, se trata de la expresión de la consecuencia de nuestros pecados; es decir, se llama ira de Dios, según la explicación del Aquinate, -aquella acumulación de las consecuencias de nuestras mediocridades, omisiones, egoísmos, envidias, soberbias que finalmente van generando muerte y van destruyendo la obra de la creación-. Pues en ese sentido en Cristo aparece al mismo tiempo cómo es de serio -cometer el pecado- pero cómo es de serio -el amor con que Dios nos redime-

Que este Cristo nuestro Señor, se convierta en nuestra esperanza y en nuestra alegría. Así podremos tener una Navidad digna de ese nombre. Y así no habrá perdido su tiempo. Juan el Bautista.

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