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Homilía de Fr. Nelson Medina, O.P.
Así como hay una alegría del mundo, hay también una alegría de Dios.
Homilía aa03003a, predicada en 20011216, con 9 min. y 56 seg. 
Transcripción:
Como ustedes han notado, queridos hermanos, durante el Adviento, los ornamentos, los vestidos de la liturgia toman un tono muy discreto, incluso podríamos decir sobrio, casi de luto. Es un vestido de penitencia este morado que utiliza el sacerdote en el ornamento y que aparece también en otros vestidos. Indica que la Iglesia entera está en una actitud, podríamos decir, de arrepentimiento, en una actitud de recogimiento. El Adviento existe en la Iglesia, no existe en el comercio. Para el comercio lo único que existe es la Navidad. Pero nosotros los cristianos sabemos que para acercarnos al misterio de la Navidad es necesario un acto interior, un momento de recogimiento. Porque el regalo que Jesús viene a traernos y que es más grande que todo regalo del comercio, ese regalo quiere encontrar sitio dentro de nosotros y por eso hay que prepararse con una actitud interior. Ese es el sentido de este tiempo de Adviento. Una actitud de conversión, una actitud de arrepentimiento, una actitud de darle a Dios la oportunidad de entregarnos una palabra nueva. Reflexionábamos hace unos días con algunos amigos sobre cómo se suele vivir la Navidad en nuestros días; y encontrábamos que hay mucha superficialidad, mucho materialismo, mucho consumismo. Aunque es muy bello compartir regalos, es muy bello compartir la alegría, pero hay que darle una sustancia a esa alegría y no podemos dejar que el ruido de las cosas del mundo nos haga perder esa palabrita preciosa, discreta, humilde, cariñosa que Dios nos entrega en la Navidad. Toda esa música, toda esa fiesta, no está mal si es alegría por Jesús, pero si nos va a distraer de Jesús, seguramente es una alegría que necesita ser purificada. La Iglesia, con las lecturas de este día, precisamente nos habla de la alegría. Este es el tercer domingo de Adviento y es el Domingo de la Alegría. En nuestro camino hacia la Navidad llevamos una actitud humilde, recogida, arrepentida, como gente que está buscando la conversión. Pero la Iglesia quiere que entendamos que la conversión no es un acto únicamente de tristeza por lo que nosotros hemos hecho mal. ¡La conversión es abrir la puerta a la alegría de Dios en nuestras vidas! Es verdad que tantas cosas que no hemos hecho bien y tanto bien que hemos dejado de hacer, nos entristecen. Si nosotros pensamos, por ejemplo, en nuestro país, en el país que le estamos entregando a Dios, al terminar este año, seguramente sentimos pesar porque en muchas cosas lejos de avanzar hemos retrocedido y eso nos da tristeza y de eso nos arrepentimos como nación y nosotros los católicos nos arrepentimos de nuestros pecados personales y sociales. Pero, la Iglesia en este domingo nos está diciendo -mira, hay una puerta de gozo, hay una puerta de júbilo, ¡hay una puerta de alegría que está esperando abrirse para ti!- Y así hemos escuchado en la primera lectura "el desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, se alegrará con gozo y alegría" ¡Que hermosura! Y esa misma alegría es la que tiene el mensaje que Jesús le envía a Juan "Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo? los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia la buena noticia?. ¡Hay una alegría!, la alegría de Dios que está esperando abrir su puerta para nosotros, y por eso, para darnos esa alegría suya, Dios quiere llamarnos a la conversión en este Adviento. En pocas palabras, el mensaje de este domingo es -que así como hay una alegría del mundo, hay también una alegría de Dios-. Y Dios, a través del misterio de Cristo, quiere colmar nuestra esperanza. Juan en la cárcel, estando ya a las puertas de la muerte, manda a preguntar ¿Eres tú el que tenía que venir o debemos esperar a otro? Juan de pronto tuvo un momento de vacilación, un momento de angustia, porque toda su vida la había dedicado a anunciar a ese Jesús. Es posible que sintiera dolor, que sintiera angustia, incertidumbre; o es posible, como dicen otros autores, que dijera a los discípulos "Vayan y pregunten". Únicamente para confirmar a esos discípulos en la fé en Cristo, es decir; los mandó para entregar sus discípulos, los discípulos que él tenía, entregárselos a Jesús. Y Jesús colmó la esperanza de Juan y le dio toda esta buena noticia. Hermanos. El corazón humano no puede vivir sin alegría. Alegría es lo que busca el que se emborracha. Alegría es lo que busca, el que se droga. Alegría es lo que se busca en la rumba, en la vulgaridad, en la obscenidad. Alegría. Alegría en el corazón. Es lo que se busca muchas veces en una relación ilícita. El corazón humano no puede vivir sin alegría y eso lo sabe Dios y por eso viene a traer a nuestro corazón a través de Jesucristo, esa alegría que no defrauda. Porque el que siente alegría mientras está emborrachándose. Luego se deprime y luego se siente culpable cuando le pasa ese momento. Y el que se siente gozoso en medio de la rumba, luego seguramente se siente arrepentido de lo que hizo mal o del dinero que malgastó. Las alegrías, cuando están mezcladas con el pecado, dejan una sensación, cuando terminan, una sensación de intranquilidad, de depresión, de arrepentimiento. Yo esto no debía hacerlo yo esto?. ¡Ah, qué cosa tan mal hecha! La alegría de Jesús es distinta. La alegría de Jesús viene a nosotros en medio de esa paz grande y deja en el corazón un sabor dulce y no produce arrepentimiento, sino todo lo contrario una sensación de gratitud, de humildad, de gozo y de querer compartir con todos los demás lo que Jesús ha hecho con nosotros. Por eso vamos a darle espacio a la alegría en esta Navidad. Esta tiene que ser la Navidad más alegre de nuestra vida, pero con esa alegría que no defrauda, con esa maravillosa noticia que nunca acaba, que nunca deja de asombrarnos y nunca deja de despertar la gratitud en nuestro corazón. Sigamos esta celebración; al recibir a Jesús en la Santísima Eucaristía, hagamos esa oración personal y digámosle desde el fondo del corazón cuando Jesús, Hostia esté en nuestra boca y en nuestro corazón. -Señor, tú eres mi gozo, Tú eres mi alegría-. La alegría que no defrauda. Como decía Catalina de Siena "Tú eres dulce, sin mezcla de amargor"

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