Esta es tu casa!

Homilía de Fr. Nelson Medina, O.P.

“Jesús, ¿eres Tú el que debía venir, o hay que seguir esperando a otro?”

Homilía aa03001a, predicada en 19951217, con 12 min. y 33 seg.

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Transcripción:

Queridos hermanos, este tercer domingo de Adviento está marcado por la alegre y firme esperanza.

Nosotros no estamos solamente recordando un acontecimiento, como se podría recordar el cumpleaños o el día del nacimiento de Napoleón Bonaparte o de Simón Bolívar. No se trata simplemente de un recuerdo, sino más bien de una razón para esperar más de Dios; se trata cada Navidad, se trata de conocer mejor ¿cuál es?, ese Dios en el que creemos, para así aprender a esperar mejor de Él, aprender a confiar más en Él, aprender a ser más suyos, y a servirle con más empeño y también con más alegría.

¿Cuál es este Dios que aparece en los textos tan profundos y poéticos de Isaías?, ¿Cuál es este Dios que aparece con tanto vigor y esplendor de sanación en el Evangelio de San Mateo que hemos escuchado? Es un Dios que no es indiferente a la suerte de los hombres.

Los antiguos filósofos llegaron en sus mejores especulaciones, a la conclusión de que -tenía que haber un Dios-. Entre otros, Aristóteles hablaba de ese Dios -acto puro, motor inmóvil, que tiene en sí mismo la plenitud del poder-, pero que también es ajeno y en cierto modo, indiferente a la suerte del mundo-. Es tan feliz en sí mismo ese dios de Aristóteles que nada tiene que ver con las infelicidades y con las desgracias que suceden sobre esta tierra.

Y si buscamos otros dioses, nos encontramos, por ejemplo, con los dioses del Olimpo, propios también de la cultura griega, dioses llenos de poder, dioses llenos de belleza, de dones especiales, de sabiduría inconmensurable, pero dioses que en el fondo solo repiten, las mismas mañas de nosotros. Júpiter, por ejemplo, podía ser el grande entre los dioses, pero era también un escandaloso modelo de infidelidad matrimonial; las venganzas, las rencillas, el egoísmo, la codicia y todo género de rencor están a la orden del día entre esos dioses.

Si buscamos en nuestras culturas, si buscamos en lo que sucedía aquí en América, vapuleada, herida por el proceso de lo que se llamó después, -la conquista-. Si pensamos en nuestras culturas y decimos quizá estas religiones eran más humanas..., -tampoco eso es cierto-; porque suponían la divinización del cacique, por ejemplo, la divinización del jefe de la tribu?, no se podía mirar a la cara al zipa, no se le podía mirar a la cara, había que estar de espaldas a él. Y estas divinidades, aunque tuvieran sentencias, o aunque se les atribuyeran sentencias muy sabias y muy respetables también, como tantas otras divinidades, exigían sacrificios humanos; -así como se oye-, niños hubo sacrificados por sus padres y jóvenes, hombres y mujeres sacrificados por la tribu, a las a las diosas y a los dioses de esta tierra.

Así podríamos revisar muchas otras culturas y nos encontraríamos, con que el común denominador del dios de los dioses, de los paganos, es que son dioses egoístas, dioses metidos en sí mismos, dioses a los que toca tributar, ese servicio, como perdiendo lo nuestro y como enriqueciéndolos sin cesar. Esto es bueno saberlo, porque el paganismo no es una cosa que se quede en los siglos pasados.

Cuando uno habla de los dioses del Olimpo o cuando se habla de los dioses de nuestras culturas amerindias, cualquiera diría: -pues sí, estaban bastante pifiados esos pobres paganos-. Pero ¡no!, el paganismo no es un acontecimiento que se quede solamente a nuestras espaldas; el paganismo revive sin cesar una y otra y otra vez., y también en nuestros días, a nuevos dioses, dioses paganos como la droga, se sacrifican vidas. Cuando uno conoce personas esclavas del narcotráfico, no solo porque sean adictas, ni principalmente porque sean adictas, sino porque ya no se pueden salir del negocio..., ¡ya!, ¡ya! le tienen que dar la vida a ese negocio. Uno dice, esos dioses también piden vidas, también se alimentan de sangre humana. Y cuando uno mira lo que significa la trata de blancas dentro y fuera del país, uno sigue viendo muchachitas ofrecidas a los ídolos, que tienen que dar lo mejor de su edad y de su salud hasta perecer, hasta morirse ellas mismas. No estamos mucho mejor que en la época de Baal y de Astarté.

Y cuando uno mira la frustración de tantísimas personas aplastadas por la corrupción administrativa, por el nepotismo, por el amiguismo, por el soborno y por todo género de corrupción, entonces uno dice: -esos dioses paganos- de poder, de prestigio, de dinero, de lo que sea, esos dioses paganos siguen vivos, no los hemos terminado de matar, no hemos acabado de derribarlos.

En contraste con todos ellos, la Iglesia nos presenta en las lecturas de este tercer domingo de Adviento; nos presenta el rostro de un Dios que tiene preocupación, por el hombre, un Dios al que le importan los niños, un Dios que tiene cuidado de las flores, un Dios que sabe que cada persona es obra suya., Un Dios que sabe que esa obra suya, -fue creada para que subsistiera, para que tuviera vida-.

Juan el Bautista, prisionero en la cárcel, que fue su última morada, porque ahí fue decapitado después; Juan el Bautista manda a preguntar a Jesús, yo creo que la misma pregunta que todo cristiano, ¡si abre los ojos! ante lo que está pasando en el mundo tiene que hacerse: Jesús, ¿eres tú el que debía venir o hay que seguir esperando otro? ¿tenemos que esperar?, ¿tenemos que esperar a que venga alguien más?..., ¿será otro?, ¿será otro el Salvador? ¿será otra la fe? ¿será otra la religión?

Los periódicos de ayer y de hoy hablan de la deserción masiva de muchos cristianos hacia otro género de búsquedas espirituales. Muchas personas que un día vinieron a la Iglesia y que un día escucharon sermones, homilías o como se llamen?, quizá de mí o de cualquier otro padre; personas que vinieron a la iglesia respondieron a la pregunta de Juan el Bautista y dijeron: ¡no!, ese no es. -Hay que buscar a otro, hay que esperar a otro-. Y empezaron a poner su confianza, en una pulsera de cuarzo o empezaron a poner su confianza en la lectura del tarot o empezaron a poner su confianza en un género de estrategia de superación personal que por fin les va a permitir que la competencia no les siga ganando y robando ingresos.

Yo tengo aquí una concurrencia ante mis ojos y tengo en mi corazón, la preocupación de saber si usted ya ha escuchado la Buena Noticia, porque Jesús dice en el Evangelio -"Dichoso el que no se decepcione después de conocerme"-.

Yo quisiera saber, amigo, amiga, yo quisiera saber ¿si usted ya recibió a Jesús como su salvador?. Yo quisiera saber si usted ya hizo la pregunta de Juan el Bautista y sobre todo, si ya le dio alguna respuesta a esa pregunta o todavía ¿no?

Póngase usted delante de Jesús, póngase usted delante de Él y pregúntele, desde su propia vida, desde la preocupación por lo que usted es, por su muerte, por su eternidad, por sus niños. Pregúntese con la mano en el corazón, pregúntele a ese Corazón de Jesús, ¿Eres tú el que tengo yo, que esperar o tengo que buscar en otra parte? Pregunte así, -de corazón-.

Abra los ojos, atienda en sus oídos, y usted también podrá escuchar para qué vino Dios en Jesucristo a nuestra tierra: -para que los ciegos tuvieran vista, para que los sordos pudieran oír, para que la esperanza pudiera renacer, para que se anunciara el Evangelio a los pobres-. Para eso vino este Dios. Para eso nos visita Dios en Navidad.

Vamos a hacerle esa pregunta hoy a Jesús. Vamos a hacerle esa pregunta desde nuestras propias angustias y miedos. -¿Que no tienes angustia, que estás muy seguro de ti mismo?-... Me queda difícil creerlo.

Un compañero, un padre de este mismo convento, vino hace unas semanas en viaje desde el extranjero. Toda gente muy bien, compuesta y muy bien vestida, como todos ustedes. De repente, una falla en el avión; -por milésimas de segundo los convierte en cenizas-. Los gritos desesperados, la histeria colectiva, las invocaciones a Dios...,

¿Seguro que nada te angustia? ¿Seguro que estás hecho de piedra? ¿no te da miedo ser de piedra? ¿no será mejor volver a ser humano? ¿Seguro que nadie te angustia?; ¿No tienes a nadie a quien querer?, ¿no tienes de pronto un esposo o una esposa o unos hijos?..., ¿No tienes una esperanza?, ¿no tienes un trabajo?, ¿no tienes nada que te mueva las entrañas?, ¿Verdad que sí?, ¿Verdad que también tú necesitas un mañana mejor?, ¿Verdad que tú también necesitas que la visita de Dios llegue hasta tu alma?

Hermanos, que estas voces, que estos gritos de esperanza o de desesperanza de nuestro pueblo y las voces de lo profundo de nuestras almas nos enseñen, como dice el apóstol Santiago: -a esperar las lluvias tempranas y tardías-, a aguardar la llegada de Cristo y abrirle ampliamente la puerta para que reine en nuestros corazones, para que viva en nuestros hogares.

Príncipe de paz, mensajero de justicia, primogénito de entre los muertos. Él sabe cómo se debe vivir. Él tiene las llaves de la eternidad.

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