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Homilía de Fr. Nelson Medina, O.P.
¿Qué luz particular para el Adviento nos dan los tres grandes guías que la Iglesia nos propone: Isaías, Juan Bautista y la Virgen Inmaculada?
Homilía aa02009a, predicada en 20131208, con 19 min. y 22 seg. 
Transcripción:
Queridos hermanos, el tiempo de Adviento tiene tres figuras que nos van guiando, para que salgamos al encuentro de Cristo. Esas tres figuras, esas tres personas, son el profeta Isaías, el Precursor, Juan Bautista y la Santísima Virgen María. Y el mensaje que nos dan ellos precisamente implica un movimiento. Dios viene a nosotros, nosotros salimos a su encuentro. Es como quien da un abrazo. El verdadero abrazo se recibe cuando uno también lo da. Si a uno le dan, le van a dar un abrazo y uno esconde o baja sus propios brazos, pues ese no es un verdadero abrazo. El verdadero abrazo es encuentro de corazones, es encuentro de vidas. Y por eso es también encuentro de brazos. Para recibirlo tengo que darlo. Lo mismo sucede en el Adviento. Dios viene y quiere abrazarnos, pero porque Él viene, también nosotros vamos, -salimos a su encuentro-. Y en realidad estas tres figuras, estos tres personajes, nos enseñan cómo salir al encuentro. Miremos, por ejemplo, cómo Isaías nos pone en la senda de la verdad. Miremos cómo Juan el Bautista nos pone en la senda del bien y miremos cómo María Santísima, nuestra Madre Inmaculada, nos pone en la senda de la pureza, de la humildad, del amor. Isaías nos pone en la ruta del bien porque nos habla de aquel que viene, y cómo Él no juzga por apariencias, mostrando de esa manera que nuestras vidas se empobrecen y a menudo se enferman, por esa abundancia de fachada y esa escasez de contenido. El Mesías, el que viene, trae un lenguaje diferente. Es un lenguaje en el que no cabe la mentira. Y este que trae la verdad no viene a encontrarse con mi fachada, con mi apariencia, con lo que yo quiero que los demás piensen de mí; viene a encontrarse con lo que yo soy en realidad. Por eso el tiempo de Adviento nos invita a entrar en nosotros mismos, a descubrir nuestra verdad y seguramente a descubrirnos ahí, profundamente necesitados. Es hermoso, en el texto de Isaías que hemos escuchado, observar como el fruto de la verdad es la paz. El profeta lo describe, presentando la imagen extraña, paradójica, de aquellas criaturas que estamos acostumbrados a que peleen, pero que, cuando llega el Mesías y cuando llega la luz, cuando llega el conocimiento de Dios, ya cesan de atacarse. Por eso vemos al niño junto a la serpiente y no hay temor; por eso vemos a las crías de la vaca y de la osa estar juntas y no hay temor, por eso vemos al lobo junto al cordero y no hay temor. Mostrando así que cuando de veras uno entra en la verdad de su propio ser y sobre todo en la verdad del plan de Dios, se acaba la agresividad. Fíjate que la agresividad siempre proviene o del miedo o de la pretensión de imponerse sobre otros. Nos volvemos agresivos porque estamos asustados y tratamos de defendernos, o porque somos codiciosos y queremos imponernos. Pero cuando llega la verdad de Dios a nuestra vida, ese temor desaparece y esa codicia ya no tiene lugar ni sentido; la abundante riqueza de su amor y de su luz hace innecesario el miedo, hace innecesaria la codicia y entonces desaparece la agresividad; y entonces llega la paz. Así que la gran lección del primero de estos tres personajes, Isaías, es la acogida de esa verdad que finalmente conduce a la paz. El segundo personaje es Juan el Bautista. Juan el Bautista nos habla de un reconocimiento de los propios pecados, que era un requisito para recibir el bautismo que él administraba en el río Jordán. De esa manera, Juan enlaza con lo que nos ha presentado el profeta Isaías; porque el reconocimiento de los propios pecados, ¿Qué es?, sino, un reconocer la verdad de lo que yo he hecho y de lo que yo he sido. Pero Juan añade una palabra que es muy importante, es la palabra -conversión-. Nos dice el texto, la traducción que hemos escuchado: -Cambien su vida y su corazón, porque está cerca el Reino de Dios-. Es importante observar que Juan, no se limita simplemente a las intenciones, porque en las intenciones y en los pensamientos y en los propósitos, seguramente todos nos creemos muy buenos. Juan nos quiere poner resueltamente en la ruta del bien; así como Isaías quiso ponernos en la ruta de la verdad. Y por eso cuando llegan fariseos y saduceos guardando una apariencia religiosa, pero seguramente sin mucha intención de cambiar sus costumbres. Juan el Bautista los desenmascara y les dice: -Muestren frutos de una sincera conversión-, muestren frutos. Y uno tiene que preguntarse entonces ¿Cuáles son los hechos concretos?, ¿Cuáles son los cambios específicos; los que he traído a mi vida y que demuestran que realmente estoy saliendo al encuentro del Dios que viene? -Cambios concretos visibles-. Cuando tenemos un árbol frutal, por ejemplo, un árbol de naranja, no nos basta que el árbol nos saque unas hermosísimas hojas, mientras no se vea la naranja, yo no quedo contento con el árbol de naranja. Así también nosotros somos llamados a dar verdaderos frutos. Y es bueno que uno se pregunte, ahora que estamos llegando hacia la mitad de este tiempo de Adviento, es bueno que uno se pregunte ¿Qué estoy haciendo realmente en Adviento? Sobre todo porque en el mundo del comercio el Adviento no existe. Lo único que existe es comprar, comprar, comprar, gastar, gastar, gastar, comer, comer, comer. Y se acabó el christmas time y de ahí en adelante pagar deudas y hacer dieta. El mundo no conoce el Adviento. El Adviento sólo existe en la predicación cristiana. Ahora que estamos llegando a la mitad del tiempo de Adviento, es bueno que nos preguntemos ¿Cuáles son los frutos? ¿Qué está cambiando en mi vida? Sobre todo, ¿Qué está cambiando en la manera de tratar a las demás personas? Porque si había algo que caracterizaba a los fariseos es que ellos se consideraban muy buenos y eso les daba justificación en su propia mente para despreciar a los otros y para maltratar a los otros y para juzgar a los otros. Así que hay que preguntarse ¿Qué está cambiando en mi vida? ¿Cuáles son los frutos específicos del Adviento? Una última lección que nos deja Juan, está en su propio estilo de vida. Parece un loco porque se viste con una piel de camello. No se viste como la demás gente. Parece que está mal de la cabeza. Come cosas extrañas, las que encuentra en el desierto. Pero Juan no obra de esa manera simplemente por ser extravagante o por parecer exótico; su propia vida es su primer mensaje. Juan está mostrando que en el desierto, donde nada puede sobrevivir, Dios es capaz de mantenerlo. En el desierto donde amenazan las fieras, Dios es capaz de defenderlo; en el desierto, donde no hay compañía, ni apoyo, ni afecto. Dios es capaz de amar. De manera que la presencia de Juan en el desierto, que no es simplemente una presencia física, sino que es un mensaje profético, está mostrando que Dios, es más fuerte y que el que se acoge a Dios, aunque no tenga el apoyo de nadie más, finalmente vence. Y eso quiere decir que en nuestro Adviento y en nuestra búsqueda de dar frutos, no podemos caer en una trampa mental que es la que suele suceder en las familias y en las parejas. Yo voy a cambiar, pero tú tienes que cambiar también. Yo voy a cambiar esto; pero acuérdate que tú tienes que cambiar. -Sí, pero tú también cambias, pero yo cambio? pero vamos a ver si cambiamos-. Y así un año y otro año y otro año. Y esa manera de obrar está indicando que no va a haber un verdadero cambio, mientras yo esté esperando que la esposa o que el esposo cambie. Yo no tengo que cambiar porque mi esposa va a cambiar. Yo no tengo que cambiar porque el gobierno va a cambiar. Yo no tengo que cambiar porque mis vecinos van a cambiar. Yo tengo que cambiar porque yo soy de Dios. Esta mirada, este ponerse delante de Dios, este saber que la razón de mi cambio no es que mis hijos me quieren, no me quieren, se portan bien, se portan mal, mi esposo me quiere, no me quiere, se porta bien, se porta mal? La razón de mi cambio es Dios y yo tengo que responder por mi vida ante Dios. Eso?, Eso es lo que nos está proponiendo Juan con su propio ejemplo. Entonces, ¿Qué mensaje nos deja el gran precursor? El Bautista nos pone en la ruta del bien. Hay que dar frutos. No tanta palabrería, no tantas intenciones, no tanto decir yo en el fondo soy bueno. Alguien decía: "El fondo es un extraño lugar donde todo el mundo es bueno." -En el fondo es bueno-. Y otro decía, pues, tocará ahogarlo para ver si es bueno. No tantas intenciones: frutos, hechos, y esos frutos no como parte, de un pacto, de un acuerdo -que tú cambias y entonces yo cambio-. ¡No! Yo tengo que cambiar porque hay un Dios que me ha llamado y me ha amado. Y ese Dios es el dueño de mi vida y ante Él tengo que responder. La tercera figura es la de María, la fiesta, la solemnidad de la Inmaculada Concepción, cae siempre en el Adviento. ¿Qué nos está indicando la pureza de la Santísima Virgen? Nos está indicando la preparación y a la vez nos está indicando el fruto, nos está indicando cómo prepararnos para recibir al Señor, y nos está indicando también cuál es el fruto que Cristo trae a nuestra vida. La pureza de María nos habla de un corazón que sabe guardarse para Dios. Pero si vamos a relacionar esta tercera guía, esta tercera persona junto a Juan Bautista y al profeta Isaías, tenemos que recordar algo; y es que esa pureza no es simplemente una intención. -Reservarse para Dios- significa tener tiempos que son de Él, tiempos donde yo renuevo mi conciencia de pertenecerle. Lo último que dijimos en el capítulo de Juan Bautista es que Juan Bautista creció y dio fruto en el desierto, como mirando únicamente a Dios. Eso quiere decir que el cultivo de la pureza de intención y de la pureza de corazón requiere de una conciencia siempre renovada de que -soy de Él-. Eso implica, y esto es, parte de los frutos concretos del Adviento; eso implica que cada uno de nosotros no es solamente los diáconos, los sacerdotes, las religiosas, cada uno de nosotros necesita tiempos específicos separados, en hermosa y fecunda soledad, para descubrir esa presencia de Dios en mi vida y para descubrirme completamente suyo. La pureza de María no se puede acercar a nuestra vida. No la podemos vivir sin una conciencia intensa, gozosa y agradecida de que somos del Señor. Y por eso la pureza de Nuestra Señora nos empuja, nos motiva, nos llama a una verdadera vida de encuentro con el Señor y de oración. Lo demás sería dejar la inmaculada en una celebración folklórica?. Solamente nos alegramos, aplaudimos, cantamos y además ¡comemos!, cosa que no está mal, pero que tampoco corresponde a lo que Dios quiere de nosotros. Es mucho más lo que Él quiere. Entonces, la pureza de María es también una invitación a ser puros. Y esa pureza nuestra requiere la conciencia de que somos del Señor, que nos ha amado, que ha dado todo por nosotros, que es la fuente de nuestra alegría, que es el principio de nuestra fortaleza. Dice la primera carta de Juan: -El que conoce estas cosas se purifica como Él es puro-. A medida que miramos con mayor claridad el plan de Dios, lo que quiere de nosotros, de nuestras familias, de nuestras comunidades, de nuestro país; sentimos interiormente ese impulso para avanzar hacia la verdadera pureza, de manera que la Inmaculada nos está llamando. ¿Qué quiere decir inmaculada? Quiere decir pura, quiere decir sin mancha, eso es lo que quiere decir. La Inmaculada nos está llamando para que recuperemos conciencia de nuestra vocación cristiana. Separemos tiempos para Dios y descubramos con gozo que somos su pueblo y ovejas de su rebaño.

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