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Homilía de Fr. Nelson Medina, O.P.
El bautismo según Juan Bautista y el bautismo según Jesucristo.
Homilía aa02003a, predicada en 19981206, con 8 min. y 24 seg. 
Transcripción:
Contrastan en las lecturas de hoy. El estilo poético casi majestuoso del profeta Isaías y el estilo directo, casi rudo de Juan Bautista. La rudeza y la belleza son lenguajes de Dios y hay que saber recibirlos a ambos. A veces el esplendor de las obras divinas nos invita a creer en Él. A veces la rudeza de los acontecimientos nos muestra cuánto se sufre lejos de Él. Y hay que saber acoger estos dos lenguajes divinos, el lenguaje que nos invita a recibir sus bondades y el lenguaje que nos invita a dejar nuestras maldades. No solo son convenientes, no solo son útiles estos dos lenguajes, sino que podemos decir que son necesarios, ambos, porque no basta con querer mucho los bienes si uno no deja sus males. Y no basta con temer mucho los males, si uno no sabe hacia qué, hacia cuáles bienes dirigirse. Por eso hablaba con gran sabiduría aquella doctora de la Iglesia Santa Catalina de Siena, cuando decía -que el cuchillo que marca una línea en la historia humana, que abre un camino de conversión, que realmente rompe con el pasado y abre el futuro, es un cuchillo que tiene amor y odio-. No solo hay que amar lo que Dios ama, hay que odiar lo que Él odia, para separarse de lo que a Él no le gusta y para tender hacia aquello que sí le agrada. Entonces tenemos que recibir a Isaías profeta con la belleza de sus imágenes, y tenemos que recibir a Juan Bautista profeta también él, con la crudeza de sus imágenes. Y en este Juan Bautista, hoy casi que nos espanta la respuesta que le da a los fariseos y a los saduceos. Al ver que muchos fariseos venían a que los bautizara, les dijo "Raza de víboras; ¿Quién os ha enseñado a escapar de la ira inminente?" Creo que uno queda un poco desconcertado al ver esta actitud del Bautista. Venían a que los bautizara. Era una señal de arrepentimiento. Ah, pero ahí está el punto. Se trataba de una señal vacía, se trataba de una señal hipócrita. Si estamos atentos al texto que se acaba de proclamar, nos hemos dado cuenta de lo que se dice de la gente común, por una parte, y de lo que se dice de estos fariseos y saduceos, por otra parte. Mira lo que se dice del común de la gente, del pueblo pobre y humilde: "Acudía a él toda la gente, de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán? En cambio, ¿Qué se nos dice de los fariseos y saduceos que simplemente venían a que los bautizara? ¿Qué parte falta? no confesaban sus pecados, nó reconocían sus faltas, querían el signo exterior del arrepentimiento, sin la raíz interior de la contrición del dolor por las faltas cometidas, querían aparecer como buenos, conservando el corazón intacto. Y por eso el Bautista, que había aguzado la mirada en esa soledad del desierto. El Bautista, que tenía el sentido de Dios en el corazón, puede descubrir y entonces desenmascara esta hipocresía? "Raza de víboras, ¿Quién os ha enseñado a escapar de la ira inminente?". Este llamado fuerte a la conversión que hace Juan Bautista lo resume el Evangelio de hoy con una expresión que luego dirá también Jesucristo: "Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos." No es una casualidad que la gran invitación del Bautista sea tan parecida a la gran invitación de Jesucristo, ambos empiezan su ministerio diciendo: "Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos" Esta frase que hoy le escuchamos decir a Juan Bautista pronto se la oiremos decir a Jesucristo. Pero ¿Cuál es la diferencia entre ambos? Hoy el Evangelio comienza a explicárnosla. El Bautista bautiza con agua como señal del arrepentimiento de los pecados. Jesús bautiza con Espíritu Santo y con fuego. Y ¿Cuál es la distancia entre estos dos bautismos? Que?, el bautismo de Juan proclama que nosotros somos pecadores, reconoce y confiesa que nosotros somos malos y que él es bueno. El bautismo de Jesucristo no solo reconoce que nosotros somos malos y que Él es bueno, sino que a nosotros nos hace buenos con su bondad. Esta es la pequeña pero gigantesca diferencia entre los dos bautismos. Acercarse a Juan, reconocer que somos pecadores, humillarnos ante Dios, pedir perdón. Eso es lo que pedía; eso es lo que reclamaba Juan Bautista. Pero, no basta con saber que nosotros somos malos y que Él es bueno. Hay que creer que la bondad de Él nos puede hacer buenos. Hay que creer que la gracia de Él puede vencer nuestros pecados. Hay que aceptar y acoger la gracia de Él, que nos hace partícipes de su misma fortaleza, de su misma verdad y de su misma belleza. Para el bautismo que predica este Juan a orillas del Jordán, lo que se necesita es escrutar el corazón humano y darse uno cuenta de que uno es un miserable en tantas cosas. Para el bautismo de Cristo no hay que escrutar solamente el corazón humano, hay que escrutar el corazón de Dios. Si al revolver nuestro corazón encontramos miseria, al escrutar el corazón de Dios, encontramos misericordia. Pero está en nuestras manos examinar el propio corazón. No está en nuestras manos examinar el corazón de Dios. Fue necesario que Dios mismo nos diera su corazón, fue necesario que Dios mismo quisiera abrir ese corazón, como se abrió en la cruz con la lanzada del soldado. Era necesario que Cristo pusiera su corazón ante nosotros y lo abriera para que nosotros no solamente escrutáramos lo malos que nosotros somos, sino que también nos sumergiéramos en lo bueno que Dios es, y por eso de nuestra maldad, sacaremos arrepentimiento. De su bondad, sacaremos confianza; de nuestra maldad, sacaremos lágrimas de tristeza; pero de su bondad sacaremos lágrimas de gozo, y así podremos unir el abismo de nuestra nada con el abismo de su misericordia, de su gracia y de su bondad. Esto es lo que ya se anuncia a través de las palabras del Bautista. Acojamos entonces esta frase que nos dice Juan Bautista, acojámosla ahora, cuando la dice Juan Bautista, para que cuando la diga Cristo, podamos oír en las mismas palabras la diferencia que hay entre la confesión del pecado y la revelación de la gracia.

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