Buenos ciudadanos y buenos cristianos

El buen hijo de Dios ha de ser muy humano. Pero no tanto que degenere en chabacano y mal educado.

Es difícil gritar al oído de cada uno con un trabajo silencioso, a través del buen cumplimiento de nuestras obligaciones de ciudadanos, para luego exigir nuestros derechos y ponerlos al servicio de la Iglesia y de la sociedad. Es difícil…, pero es muy eficaz.

No es verdad que haya oposición entre ser buen católico y servir fielmente a la sociedad civil. Como no tienen por qué chocar la Iglesia y el Estado, en el ejercicio legítimo de su autoridad respectiva, cara a la misión que Dios les ha confiado. Mienten -¡así: mienten!- los que afirman lo contrario. Son los mismos que, en aras de una falsa libertad, querrían “amablemente” que los católicos volviéramos a las catacumbas.

Más pensamientos de San Josemaría.

El mito de la Inquisición española

“El Santo Oficio fue un aparato represivo que causó un brutal retraso en España, pero su historia está salpicada de mitos en una Europa donde la persecución religiosa fue todavía más cruel. Frente a las 25.000 mujeres ejecutadas por brujas en Alemania, se calculan 300 casos en España…”

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En Noruega quitaron sus hijos a una pareja acusada de ser “muy cristianos”

“Marius Bodnariu, un rumano y su esposa noruega, Ruth, ambos ex miembros de la iglesia Pentecostal en Bucarest, se mudaron a Naustdal, Noruega hace 10 años, donde criaron cinco hijos. Según informa el hermano de Marius, Daniel (que es pastor de una iglesia pentecostal) el 16 de noviembre, agentes de protección juvenil del gobierno se llevaron a los dos hijos mayores de la familia Bodnariu, se presentaron a su escuela y los sacaron de la clase sin informar a sus padres. Más tarde la policía llegó a casa de la familia Bodnarius y tomaron a dos niños más, dejando a Ruth con su bebé de tres meses de edad, a quien la policía tomó el día siguiente…”
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El Doctor de la Nada

Uno de los títulos más extraños que alguien ha recibido es este que ha sido aplicado a San juan de la Cruz. Su exquisita poesía, llena de preciosos símbolos no menos que de luminosas ideas, atrajo la mente y el corazón del joven Karol Wojtila, que se sintió fascinado por la lengua castellana simplemente porque era la utilizada por el humilde e ilustre fraile carmelita.

Juan de la Cruz es un testimonio visible, cercano y perdurable de una vida cristiana tomada con particular intensidad y profundo amor. En efecto, ¿para qué nos llamamos cristianos si no es para ser discípulos del Nazareno, y ello hasta sus últimas consecuencias? ¿Y cómo llamarnos seguidores suyos si volteamos la mirada y tapamos nuestros oídos cuando va a ofrecernos sus más sublimes enseñanzas, esto es, a la hora de la Cruz?

Frente a la coherencia de vida, cargada de sencillez, del gran fraile carmelita, uno se siente simplemente mediocre y tibio. Lo cual es un buen comienzo. Las ráfagas de luz que brotan de las páginas inmortales de este santo hieren nuestros ojos perezosos pero no como reproches que fastidian sino como invitaciones que cautivan y que sólo puedo comparar con lo que pudiera decirnos quien ha visitado un mundo nuevo y trata de resumir en concisas palabras lo que allí ha encontrado y vivido.

Pueblo cristiano: hay adónde mirar, bendito Dios. No te contentes con el chisme del día, los megapixeles adicionales del último celular, la enésima película en la saga de los agujeros negros, o el penúltimo escándalo de algún monseñor de tercera categoría. Si quieres saber qué es la fe, cuáles son sus alturas y hasta dónde puede crecer tu esperanza, mira a los santos; y entre ellos, deja que tus ojos se estrellen con los místicos de verdad, los que tomaron en serio su bautismo, los que corrieron bien su carrera. Gente como Juan de la Cruz.