El vicio de la presunción, ¿a qué virtudes se opone?

Según San Agustín en IV Contra Iulian., no sólo son vicios los contrarios a las virtudes con clara oposición, como la temeridad a la prudencia, sino también los que están cercanos a ellas, y que son semejantes no en la realidad, sino en una semejanza engañosa, como se parece la astucia a la prudencia. El Filósofo, por su parte, afirma también en II Ethic., que la virtud parece que armoniza mejor con uno de los vicios opuestos que con el otro; es el caso de la templanza con la insensibilidad y la fortaleza con la audacia. En consecuencia, la presunción parece oponerse abiertamente al temor, sobre todo al servil, que centra su atención en la pena infligida por la justicia de Dios y cuya remisión espera la presunción. Mas en cuanto a su falsa semejanza, contraría más a la esperanza, porque entraña una desordenada esperanza en Dios. Pero dado que es más directa la oposición entre las cosas que son del mismo género que entre las que son de género diferentes, pues los contrarios están en el mismo género, la presunción se opone más directamente a la esperanza que al temor; ciertamente, una y otra centran su atención en el mismo objeto en que se apoyan; pero la esperanza, ordenadamente, y la presunción, con desorden. (S. Th., II-II, q.21, a.3, resp.)


[Estos fragmentos han sido tomados de la Suma Teológica de Santo Tomás, en la segunda sección de la segunda parte. Pueden leerse en orden los fragmentos publicados haciendo clic aquí.]

Hstoria de un ataque de arrogancia nacional

“Desde 1618, Suecia se encontraba en guerra con Polonia dentro del creciente conflicto de la Guerra de los Treinta Años. El rey Gustavo II Adolfo deseaba mejorar la flota real sueca para lograr un mejor control sobre el mar Báltico. Había hecho una gran apuesta por el poderío naval, que ya le había permitido grandes victorias, como la conquista de Riga y Livonia en 1621. En 1625 mandó construir cuatro grandes naves. Quería que fueran las más poderosas y mejor armadas que existieran. Una de ellas, el “Vasa” sería el símbolo del poderío naval del Imperio sueco. Una vez iniciada la construcción del buque, el rey quiso que se añadiera un nuevo puente de cañones, para que fuese una aún más temible máquina de guerra…”

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En guerra contra la vanidad

¿Por qué imaginas que todo lo que te dicen va con segunda intención?… Con tu susceptibilidad, estás limitando de continuo la acción de la gracia, que te llega por medio de la palabra, no lo dudes, de quienes luchan por ajustar sus obras al ideal de Cristo.

Mientras sigas persuadido de que los demás han de vivir siempre pendientes de ti, mientras no te decidas a servir -a ocultarte y desaparecer-, el trato con tus hermanos, con tus colegas, con tus amigos, será fuente continua de disgustos, de malhumor…: de soberbia.

Detesta la jactancia. -Repudia la vanidad. -Combate el orgullo, cada día, en todo instante.

¿Crees que los demás no han tenido nunca veinte años? ¿Crees que no han estado nunca copados por la familia, como menores de edad? ¿Crees que se han ahorrado los problemas -mínimos o no tan mínimos- con los que tropiezas?… No. Ellos han pasado por las mismas circunstancias que tú atraviesas ahora, y se han hecho maduros -con la ayuda de la gracia-, pisoteando su yo con perseverancia generosa, cediendo en lo que se podía ceder, y manteniéndose leales, sin arrogancia y sin herir -con serena humildad-, cuando no se podía ceder.

Más pensamientos de San Josemaría.

Pregunta sobre la vanidad

Padre, la vanidad es un pecado; pero cuando Dios dice que la mujer debe tratar de agradar a su marido en todo, y ella se arregla y se viste bonito para él, ¿eso es pecado? – Preguntado en formspring.me/fraynelson

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El pecado ha afectado todo nuestro ser: alma y cuerpo. Esto incluye la inteligencia, la voluntad, la imaginación, el gusto y la memoria. Y esto sucede en todos, hombres y mujeres, pues en todas hay por lo menos las huellas que ha dejado el pecado original, a las que hay que agregar las abundantes consecuencias y secuelas de nuestros pecados personales, y luego lo que hemos visto y de lo que hemos sido cómplices en nuestras familias, comunidades o países.

El deseo natural y bello de agradar al esposo por supuesto que no es pecado. Ni es pecado que él sea detallista y galante con ella. Y sin embargo, ambos harán bien en permanecer plenamente conscientes de esto: tanto su deseo de agradar como su deseode ser agradados están sujetos a las ya mencionadas consecuencias del pecado. Entonces no todo conviene. Las cosas no van a ser correctas simplemente porque se hicieron “para agradar” a la pareja.

Pensemos en el caso de una mujer que se somete a varias operaciones estéticas, una tras otra, porque quiere mantener, realmente de modo artificial, la belleza de sus veinte años. No sólo gasta millones sino que pone en peligro su salud, llevada por la obsesión de no envejecer por ningún motivo. Uno ve que en ese caso se ha traspasado un límite: hay algo que no está bien.

La norma que propone la Escritura es que el agradar dependa de cosas más profundas y durables que la tersura de la piel o el adorno del cabello. Un atuendo sencillo que resalte, no que reemplace, lo natural parece que es lícito y hace bien. Un cuerpo saludable y una sonrisa llena de amor y cercanía pueden lograr mucho más que el gasto arrogante de mucho dinero, o la obsesión enfermiza por ser siempre joven.