Un testimonio sobre el Papa

Me han pedido que escriba un poco sobre el Papa, con la excusa de que encontrándome relativamente cerca, puedo tener una apreciación más “objetiva” (que la del periodismo internacional, supongo…). En realidad, una cierta distancia me ha permitido comparar las noticias que se dan en Argentina respecto a las de Europa sobre el tema, y comprobar que las mismas se manejan y trasmiten allá con menos consideración y sentido de la fe que aquí…

Alguien podría objetar: ¿qué tiene que ver la fe con una noticia?

Y la pregunta nos mete en el meollo mismo de lo que quisiera expresar: es imposible comprender la vida, el ministerio y el atardecer de una gigante de la fe como Juan Pablo II si no se posee al menos un poco de la misma. Igual que un vitral visto desde fuera de una iglesia es sólo un conjunto irregular e incomprensible de vidrios partidos, pero visto desde dentro revela formas y figuras maravillosas.

Por eso, quienes hablan e informan sin fe (y a veces con un increíble desconocimiento incluso de las estructuras e instituciones eclesiales) fácilmente pueden caratular la actitud del Papa de “ensañamiento pastoral con el poder”, “terquedad polaca”, “voluntarismo estoico”, “no-resignación para aceptar lo evidente”, etc.; y lo mismo dígase de una cierta “información” según la cual el Vaticano debe exhibir casi ritualmente al Papa para justificar la serena marcha del “establishment” eclesiástico, que sería la curia romana…

Juan Pablo II, “atleta de Dios”, que solamente se hace eco de todo este cúmulo de información acerca de su casi cotidiano funeral para bromear sobre el tema (y ese es uno de sus tantos signos de “buena salud”), continúa serenamente su carrera hacia la meta, animado por la esperanza y la perseverancia que han iluminado su vida y su pontificado. Las pseudo-profecías de tantos antiguos y nuevos pretendidos “vaticanistas” (que en realidad no son sino chismosos eclesiásticos) lo tienen sin ningún cuidado; y paradójicamente, toda esta información difusa y verborrágica, lejos de reflejar la verdad más profunda, chapucea en las aguas del más capital de todos los pecados de la post-modernidad: la superficialidad.

Juan Pablo II sintetiza bien a los apóstoles que ha unido al elegir su nombre: es discípulo de Juan, el apóstol místico y contemplativo que en la intimidad compartida con el Señor aprendió los misterios del Reino; y de Pablo, el viajero incansable, apóstol sin fronteras… ¡Vaya si su nombre ha sido programático de su pontificado!…

Y me permito una última apreciación, de tipo más personal: agradezco todos los días al Altísimo por habernos regalado, en la misma persona, a un Papa joven, inteligente, deportista, emprendedor y misionero; y también anciano, achacoso y discapacitado (uso a propósito esta palabra fuerte)… En este Papa, tan sobrenatural y tan humano, se revela la cercanía de un Dios que se hizo carne por nosotros, y también la realidad siempre presente de la Cruz, que es signo de salvación.

Sí: en la debilidad del Papa resplandece su verdadera fuerza; en su voz tenue y dolorida la fuerza de la Palabra; en su cuerpo limitado, la omnipotencia del Espíritu. En el Papa, discapacitado, fuerza de Dios y sabiduría de Dios, se manifiesta cuál es la verdadera fuerza de la Iglesia: la que la hace levantarse de todas las calamidades y persecuciones… La que hace que la sangre de sus mártires sea semilla de nuevos cristianos.

Los que alguna vez han subido a una montaña alta saben bien que los últimos metros no se suben con las piernas, sino con la cabeza y el corazón… sinó, no se llega. Juan Pablo II sigue porque sabe que para guiar a la Iglesia lo que más necesita no son sus piernas… ¿¡Cómo no va a saberlo Él, apóstol predilecto del que realizó lo más grande con las manos y los pies inmóviles… clavados en una cruz?!

Dentro de pocos días participaré de la beatificación de Madre Teresa, celebración culminante de los XXV años de pontificado del Papa. Si pudiese aproximarme a él, le diría sólo una cosa:

“Gracias, Santo Padre. La fuerza joven de tu esperanza fue crucial en los años en que decidí mi vocación. Ahora tu debilidad (¡la debilidad de Pedro!) es la que me confirma en la fe”.

UN SACERDOTE.

Un Ciego Con Luz

Había una vez, hace cientos de años, en una ciudad de Oriente, un hombre que una noche caminaba por las oscuras calles llevando una lámpara de aceite encendida. La ciudad era muy oscura en las noches sin luna, como aquella. En determinado momento, se encuentra con un amigo. El amigo lo mira, y de pronto lo reconoce.

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Como Francisco, como Jacinta

Hay quienes piensan que Francisco y Jacinta fueron beatificados porque se les apareció la Virgen. La realidad es más compleja, y más interesante también.

Cuando vemos a este niño que dice: “Ya no puedo agacharme para adorar pero por lo menos me pongo de rodillas y adoro como el ángel nos enseñó,” un niño que se está muriendo, entendemos que la presencia de la Virgen fue un comienzo, un apoyo, una fuerza extraordinaria, pero ellos, lo mismo que nosotros y que todos, tuvieron que recorrer el camino duro de las tentaciones, la incomprensión, la soledad, el dolor, la búsqueda de fuerzas en la única fuente que no engaña: la oración.

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Feliz Día Papá!

Roberto Orozco dedica este mensaje a su propio padre

Mi padre es un hombre callado, mesurado, amable. Es un hombre bueno como el pan, como la lluvia, como el amanecer. Es un hombre fuerte como el trueno, como el diamante, como una montaña.

Mi padre ha sido ejemplo de bondad para su familia: cuando éramos pequeños nos llevaba a pasear, a comer, nos invitaba pastel o gelatina, nos cuidaba. Mamá, mis hermanos y yo fuimos objeto de su amor, de su generosidad y de su respeto.

Mi padre es un artista. De joven aprendió a darse y entregarse al servicio de los demás. De sus manos salían primorosas obras de arte que daba generosamente a todos los que con el convivían. De él aprendí a trabajar, bendición del cielo. Desde temprano se iba al hospital a entregarse a su comunidad y los cientos que necesitaban de él y regresaba tarde, cansado y siempre con una bolsita de papel con 3 paquetes de Meneitos.

A veces cuando en casa realizaba alguna labor, lo escuchaba y me parecía que rezaba. Y el espíritu de Dios habitaba en él: sus labios y sus manos hablaban de la bondad de su corazón.

Interrumpía su trabajo sólo cuando mamá lo llamaba a comer. Comía poco, con frugalidad y despacio muy despacio, según el para aprovechar el alimento; sin embargo siempre pensé que trataba de digerir otras cosas. Apenas terminaba, daba gracias. Se levantaba y regresaba a su labor.

Mi padre es un caballero: elegante en el vestir aunque no lleve traje; es un hombre sabio: dulce y prudente al hablar; siempre respetuoso, cortés y amoroso con mi madre.

Gracias a él, lo tengo todo: una familia, alimento, techo, cobijo, educación; me ha brindado su amor a manos llenas, con su respectiva dosis de paciencia, observaciones, jalones de orejas… Y me compartió su más preciado tesoro: el don de la vida.

Si no hubiese sido por él, no sería lo que soy. Como una pequeña muestra de agradecimiento, de amor y para honrar su nombre y su persona, escribo estas breves líneas.

Te mando un beso y un abrazo.

Gracias, papá. Dios te bendiga y que goces de tu premio eterno!!!

El Jesús de Teresa de Calcuta

Para mí, Jesús es El Verbo hecho carne.

El Pan de la vida.

La víctima sacrificada en la cruz por nuestros pecados.

El Sacrificio ofrecido en la Santa Misa por los pecados del mundo y por los míos propios.

La Palabra, para ser dicha.

La Verdad, para ser proclamada.

El Camino, para ser recorrido.

La Luz, para ser encendida.

La Vida, para ser vivida.

El Amor, para ser amado.

La Alegría, para ser compartida.

El Sacrificio, para ser dados a otros.

El Pan de Vida, para que sea mi sustento.

El Hambriento, para ser alimentado.

El Sediento, para ser saciado.

El Desnudo, para ser vestido.

El Desamparado, para ser recogido.

El Enfermo, para ser curado.

El Solitario, para ser amado.

El Indeseado, para ser querido.

El Leproso, para lavar sus heridas.

El Mendigo, para darle una sonrisa.

El Alcoholizado, para escucharlo.

El Deficiente Mental, para protegerlo.

El Pequeñín, para abrazarlo.

El Ciego, para guiarlo.

El Mudo, para hablar por él.

El Tullido, para caminar con él.

El Drogadicto, para ser comprendido en amistad.

La Prostituta, para alejarla del peligro y ser su amiga.

El Preso, para ser visitado.

El Anciano, para ser atendido.

Para mí, Jesús es mi Dios.

Jesús es mi Esposo.

Jesús es mi Vida.

Jesús es mi único amor.

Jesús es mi Todo.

Bienaventurada Laura Montoya

Siendo yo todavía un niño, ciertamente rollizo, encontré en casa de mis abuelos, en Barranquilla, una biografía de la Madre Laura. Ella y San Martín de Porres, un humilde hermano dominico, fueron los dos únicos santos por cuya vida me interesé a esas edades. Y hoy puedo hablar públicamente de la santidad de la M. Laura, porque gracias a Dios, este mismo domingo será beatificada por el Papa Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro. De la página del Vaticano tomo lo que sigue. ¡Laus Deo!

Madre Laura Montoya Upegui

Laura Montoya (1874-1949)

La Madre Laura Montoya Upegui, estando en la Basílica de San Pedro en el mes de noviembre del año 1930, después de una viva oración eucarística escribe: «Tuve fuerte deseo de tener tres largas vidas: La una para dedicarla a la adoración, la otra para pasarla en las humillaciones y la tercera para las misiones; pero al ofrecerle al Señor estos imposibles deseos, me pareció demasiado poco una vida para las misiones y le ofrecí el deseo de tener un millón de vidas para sacrificarlas en las misiones entre infieles! Mas, ¡he quedado muy triste! y le he repetido mucho al Señor de mi alma esta saetilla: ¡Ay! Que yo me muero al ver que nada soy y que te quiero!».

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