Católicos Auténticos

Lectura de San Mateo 5,16: Hagan pues que brille su luz ante los hombres; que vean estas buenas obras, y por ello den gloria al Padre de ustedes que esta en los Cielos.

Clases de Católicos:

Carretilla: todos los que llegan a la iglesia por que otros los traen rogándoles.

Agujas: todos los que van a la iglesia a criticar y se fijan en todo para buscar siempre los defectos de los demás, (como la aguja anda pinchando a medio mundo).

Globos: todos aquellos orgullosos que se inflan como el globo, dicen ya fui a la misa, yo soy bien católico.

Aviones: se elevan como el avión (se emocionan en la misa o en los grupos de oración) pero como los aviones suben luego bajan.

Fiesteros: Aparecen solo para Domingo de Ramos, Semana Santa, Navidad y algunas otras fiestas).

Imán : Son los auténticos, que así como el imán atraen a los demás por su TESTIMONIO DE VIDA.

Para ser Católicos auténticos debemos presentar por lo menos las siguientes CUATRO CARACTERISTICAS.

1.- CONVERSION

San Marcos 1,15 Decía: El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios esta cerca. CAMBIEN sus CAMINOS, y crean en la BUENA NUEVA. San Mateo 6,34: Nadie puede servir a dos patrones necesariamente odiara a uno y amara al otro, o bien cuidara al primero y despreciar al otro. Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al Dinero.

Romanos 3,23 Pues todos pecaron y están faltos de la Gloria de Dios.

Debemos convertirnos acercarnos a Dios, pues como dice el Apóstol Pablo todos hemos pecado. El Salario del Pecado es la muerte mas el regalo de Dios Es VIDA ETERNA EN CRISTO JESUS NUESTRO SEÑOR (Romanos 6,23).

Ejemplo: Los romanos a veces para divertirse a los prisioneros los unían con cadenas unidos a un muerto, el preso tenia que soportar los olores del cadáver en estado de descomposición, el prisionero al respirar solo podía tener el aire contaminado por el muerto con el transcurrir del tiempo el prisionero por el olor fallecía. Así también nosotros debemos acercarnos, convertirnos a Cristo pues sin Cristo estamos encadenados atrapados solo el Arrepentimiento de todos nuestros pecados nos puede librar de la Muerte eterna. Jesucristo nos dice yo soy la RESURRECION Y LA VIDA EL QUE CREE EN MI AUNQUE MUERA VIVIRA. (San Juan 11,25)

2.- CONFIANZA

San Marcos 4,40 Después les dijo: Por que son tan miedosos? ¿Todavía no tienen fe?

Un seguidor de Cristo debe de tener confianza, debemos dejar atrás nuestros miedos.

Ejemplo: Dorotea, caminaba por la noche rumbo a su casa acompañada de su amiga, llegan a un CEMENTERIO, su amiga le pregunta donde estas entrando? (Dorotea estaba entrando al cementerio donde todo era oscuridad). Dorotea responde tengo que pasar por el cementerio para llegar a mi casa; la amiga pregunta y como! No tienes miedo? Mira responde Dorotea, ves esa LUZ al otro lado del cementerio, esa luz viene de mi casa, es cierto que tengo un poco de miedo pero veo la LUZ de mi CASA y eso me anima a cruzar esta oscuridad…

Así también nosotros debemos de pasar muchas veces por la oscuridad (cementerio) vemos a nuestro alrededor y hay mucha violencia, dolor, sufrimiento, tristezas, penas, traiciones, etc. Pero debemos atravesar esta oscuridad mirando la Luz al final del camino NUESTRA CASA CELESTIAL, Puesto los ojos en JESUS (Hebreos 12,2) debemos de tener CONFIANZA en las promesas de Dios (Leer :San Juan 16,33, Isaías 43,1-2 / San Mateo 28,20b / Josué 1,9 / 1ra Juan 4,4)

3.- COMPROMISO

San Mateo 25,14-30 (Parábola de los talentos)

Nos gusta ir a la misa, a los grupos de oración, la mayoría de nosotros esta acostumbrado a recibir de los demás, al momento que nos hablan de compromiso, muchas veces decimos eso no es para mi, eso es para los otros para los que no hacen nada. El compromiso es sinónimo de RESPONSABILIDAD, TIEMPO. Jesús en una oportunidad les dijo a sus discípulos Yo no he venido a ser servido si no que he venido a SERVIR.

Un Católico autentico esta llamado a SERVIR, gastarse por el REINO DE DIOS.

Ejemplo: En cierta ocasión un vendedor de esclavos estaba en la feria ofreciendo a sus esclavos (tenia 10 esclavos). Se le acerca un cliente y pregunta el precio; el vendedor responde estos siete (señalándolos) valen cada uno 10000.- Bolivianos, pero estos otros 3 valen cada uno 100.- bs. El cliente asombrado por la diferencia de precio de 10000.- Bs a 100.Bs pregunta por que tanta diferencia entre estos 7 y estos 3. El vendedor responde lo que pasa es que estos tres (uno era Doctor, otro político, otro cantante) están gastados, estos toda su vida se han esforzado se han sacrificado; uno se ha quemado las pestañas estudiando para ser Doctor, el político toda la vida se la ha pasado preparando sus discurso, y el cantante también ensayado sus canciones. Estos 3 valen c/u 100 bs porque están gastados, pero sabes que le dice al cliente estos 7 valen 10000.- Bs c/u porque están NUEVOS, estos no han hecho nada en la vida.

A nosotros también nos pasa lo mismos muchas veces no nos gastamos, no damos de nuestro tiempo para servir al Señor, quizás valemos mas de 10000.- por que no nos hemos gastado no hemos invertido los talentos que Dios nos ha confiado.

4.- FIDELIDAD

Mateo 10,22 Y serán odiados por mi Causa pero el que se mantenga firme hasta el final ese se salvará.

Como Hijos de Dios debemos permanecer FIELES hasta la muerte; a lo largo de nuestra vida escucharemos muchas voces, muchos ladrones que querrán apartarnos de nuestra Meta.

San Juan 10,10 El ladrón solo viene a robar, matar y destruir, mientras que yo he venido para que tengan VIDA Y LA TENGAN EN ABUNDANCIA.

Las cuatro características de un CATOLICO AUTENTICO SON: CONVERSION – CONFIANZA – COMPROMISO – FIDELIDAD.

¿Cuál de ellas tiene Usted y cuál le falta?

Visita al Santísimo

Selecciòn de Textos

Fuente de gracias

Siendo esta devoción tan útil es al mismo tiempo la más fácil (SAN ALFONSO Ma.DE LIGORIO, Visitas al Stmo. Sacramento, Introducción).

No dejes la Visita al Santísimo. Luego de la oración vocal que acostumbres, di a Jesús, realmente presente en el Sagrario, las preocupaciones de la jornada. Y tendrás luces y ánimo para tu vida de cristiano (J. ESCRIVA DE BALAGUER Camino, 554).

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Práctica del Sacramento de la Reconciliación

Muy queridos amigos:

Algunos de ustedes me han dicho que sería bueno escribirles una carta sobre el sacramento de la reconciliación. El “sería” se ha convertido en un “es”. Aquí está la carta. Espero que la inspiración recibida al meditar el tema ilumine también la lectura.

En mi anterior, al hablarles de los medios ascéticos fundamentales, señalaba entre ellos los sacramentos. Y ahora nos interesa uno de ellos: la reconciliación, confesión o penitencia, que todo es uno. Van algunas palabras sobre el mismo en el contexto del aspecto penitencial de la ascesis cristiana. Queda al ingenio de cada uno ubicarlo en el contexto de la liturgia.

Todos nos damos cuenta de que si la ascesis es esfuerzo y ejercicio, sudor espontáneo y programado, de la mano del Espíritu, para avanzar en el camino de la santidad; y si el pecado se opone frontalmente a la santidad desviándonos del camino o haciéndonos retroceder, no hay más que un remedio para volver a avanzar: declararle un combate a muerte al pecado y pedirle perdón al Señor con corazón arrepentido cuando hemos caído vencidos.

El pecado es negación, a sabiendas y queriendo, del amor de Jesús. Por lo tanto, no nos engañemos: no hay contemplación posible, fe enamorada, fuera del amor y amistad con Cristo. Cuanto más contemplativos seamos, cuanto más vivamos en María Inmaculada, tanto más captaremos la maldad del pecado.

Decía santa Teresa que el alma en pecado es como una fuente de “negrísima agua y de muy mal olor y todo lo que corre de ella es la misma desventura y suciedad” (Moradas primeras, II:2). ¿A quién de nosotros le gustaría veranear en la cloaca en vez de hacerlo en una playa del trópico? La imagen es fuerte, pero se queda corta. El que peca contamina el ambiente con su pestilencia. El que peca es un asesino: crucifica a Cristo y mata al hermano… Y por cierto que yo, Bernardo, soy esa fuente, esa cloaca, esa pestilencia, ese asesino. ¡Pero Jesús me ha salvado y salva de la muerte!

La penitencia, a secas, separada del sacramento, es ya una virtud con identidad propia. Es arrepentimiento, contrición, dolor por el pecado u ofensa a Dios; ella nos lleva a aborrecer el pecado cometido. Pero no como rocío mañanero, sino con propósito firme de no volver a pecar y de reparar los daños, pues se desea ser siempre amigo de Dios. El que se arrepiente, se convierte, vuelve al Padre riquísimo en misericordia, como nos lo recordaba nuestro querido Juan Pablo II en su carta encíclica sobre el amor de Dios por el hombre (Dives in misericordia).

La virtud de la penitencia no puede ser algo ocasional, una vez al año, para cuaresma… Ha de ser una actitud permanente: ¡siempre hemos de estar peleados con el pecado! Quien confiesa a Jesús como Salvador se confiesa a sí mismo pecador y necesitado de salvación. No conozco otra forma de amor que el amor arrepentido y en espera de perdón. ¿O es que alguien puede afirmar que ama bastante? Sin penitencia no se puede entrar en el reino de Dios, no se puede vivir en amor filial y fraterno. Y si alguien entra, con dificultad podrá permanecer en él sin ella.

Bueno, ahora sí, me parece que estamos en el contexto o clima apropiado para encarar el sacramento de la reconciliación o penitencia. Gracias a Dios, ustedes saben de él tanto como yo. No hará falta aclararles qué es un sacramento, ni cómo se relaciona éste con los otros, ni cuando lo instituyó Jesús, ni cuáles son su materia y su forma, ni cuán necesario es, ni…, ni… Bastará pasar revista a las partes del mismo y llamarles la atención respecto a la frecuencia de su recepción y los frutos que aporta. Sea como sea, nunca olvidemos que en este sacramento Cristo y su Iglesia asumen con un beso divino nuestra vida de conversión y penitencia.

Si observamos lo que sucede en una confesión bien hecha, podremos distinguir varios actos diferentes: contrición; confesión de los pecados; satisfacción de las culpas; propósito de enmienda; reparación del daño y absolución del sacerdote. Venga y vaya una palabra sumaria sobre cada uno de estos aspectos.

Contrición: aprendimos en el catecismo que la contrición es “dolor del alma y un detestar el pecado con propósito de no pecar”. Se trata de llorar por el pecado y no porque al cometerlo quedamos mal parados ante otros. Y no sólo llorar por el pecado, sino también proponernos no hacer aquello que nos hará llorar. Pero no necesariamente con lágrimas de los ojos, aunque sí con las del alma. Un corazón contrito y arrepentido Dios nunca lo desprecia; él sólo rechaza al orgullo que se autoproclama digno de aprecio. El sentido de pecado es fuente de arrepentimiento y apertura confiada al perdón. Es algo muy distinto del sentimiento de culpa, que sólo es remordimiento sin esperanza, cerrazón en el propio yo, búsqueda de alivio en ritualismos privados, compulsivos y alienantes.

Confesión: del pecado propio, no del ajeno; todos y no solamente los menudos; culpándose y no excusándose. El eco de la acusación es el perdón, el de la excusa es la excusa. Y todo lo dicho cae en el olvido del perdón divino, de acá el eterno silencio que guardará el sacerdote de todo lo oído. La confesión procede de la contrición, y también del propio conocimiento ante Dios en cuanto fruto y efecto de un examen de conciencia. Examen siempre hecho bajo la mirada del Padre, con humildad, sin escrúpulos, con sencillez. En mis primeros meses de vida monástica iba a confesarme con una lista de pecados en la mano. Antes de que pasase mucho tiempo, un buen día, el confesor me dijo: “¿Y eso?” “Es la lista de mis pecados”, respondí con aplomo y remaché con un “si no lo anoto, me olvido”. Y así seguí varias semanas más. Otro domingo, durante la confesión semanal, se volvió a repetir el diálogo, pero con una variante, la última palabra la tuvo el confesor: “¡Si se olvida es que no hubo pecado!” Y cuánta razón tenía. En efecto, cuando nos esforzamos por vivir en amistad con el Señor y nos confesamos con frecuencia, un pecado cometido nos es tan visible como un sapo en la sopa.

Satisfacción: según la medida del daño y según nuestras posibilidades reales. Satisfacción que restaure el orden lesionado, cancele la deuda y cure con una medicina contraria la enfermedad contraída. Puede estar en nosotros el sugerirla, pero en el sacerdote el imponerla. Mediante ella hacemos propia la satisfacción infinita obrada por Jesús en cruz.

Propósito de enmienda: si no hay conversión, corrección o enmienda, se podría dudar de la sinceridad de la contrición. “Vete y en adelante no peques más”, dijo Jesús a la adúltera que algunos querían sentenciar. El propósito de cambio ha de ser algo firme y eficaz, con la confianza puesta en Dios y no en nuestros medios y las propias fuerzas. Según nuestros propósitos será nuestro aprovechamiento. Además, algunas veces habrá que reparar el daño ocasionado: “…Devolveré el cuádruplo”, agregó al convertirse el petiso Zaqueo.

Absolución: es la manifestación del perdón del Padre. Mediante este signo sensible tenemos plena seguridad de la reconciliación con Dios. La alianza rota por nuestra infidelidad queda así renovada: volvemos a ser hijos y hermanos.

Antes de seguir adelante, releo lo escrito. Me parece harto suficiente. Decido omitir lo que falta. Si bien yo lo omito, espero que todos lo meditemos y saquemos conclusiones prácticas, sobre todo en lo referente a la frecuencia de la confesión.

Les vengo ahora con una doble propuesta. La primera es ésta: poner todo lo que esté de nuestra parte para hacer vida la petición del padrenuestro: “Perdonamos a nuestros deudores”. Si Jesús no nos hubiera perdonado, nosotros no existiríamos; el pecado es negación de la vida. Sus manos sangraron, sus labios perdonaron y así nosotros tenemos vida. ¡Su perdón sólo podemos recibirlo a condición de darlo! Cuántas víctimas y cuántos verdugos resucitan con un perdón.

La segunda hará más fácil y gozosa la primera. Nuestra Madre reconciliadora es asimismo Madre de misericordia. ¿Por qué no nos unimos todas las noches en esta oración?

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, Abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Ruega por nosotros, santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.

Todo y siempre en María de san José, con un abrazo.

Bernardo

Contrición (dolor de los pecados)

Dolor de los pecados es arrepentirse de haber pecado y de haber ofendido a Dios. Arrepentirse de haber hecho una cosa es querer no haberla hecho, comprender que está mal hecha, y dolerse de haberla hecho. El arrepentimiento es un aborrecimiento del pecado cometido; un detestar el pecado.

No basta dolerse de haber pecado por un motivo meramente humano. Por ejemplo, en cuanto que el pecado es una falta de educación (irreverencia a los padres), o en cuanto que es una cosa mal vista (adulterio), o que puede traer consecuencias perjudiciales para la salud (prostitución), etc. El arrepentimiento profundo, que mira la aborrece la ofensa a Dios, precisamente porque Dios ha sido ofendido, y que se propone no volver a ofenderlo, es exactamente la contrición.

No es lo mismo el dolor de una herida -que se siente en el cuerpo- que el dolor de la muerte de una madre -que se siente en el alma-. El arrepentimiento es “dolor del alma”. Pero el dolor de corazón que se requiere para hacer una buena confesión no es necesario que sea sensible realmente, como se siente un gran disgusto. Basta que se tenga un deseo sincero de tenerlo. El arrepentimiento es cuestión de voluntad. Quien diga sinceramente “quisiera no haber cometido tal pecado” tiene verdadero dolor en el alma. Un dolor de amor.

El dolor es lo más importante de la confesión. Es indispensable: sin dolor no hay perdón de los pecados. Por eso es un disparate esperar a que los enfermos estén muy graves para llamar a un sacerdote. Si el enfermo pierde sus facultades, no podrá “arrepentirse”.

El dolor debe tenerse antes de recibir la absolución; su materia son todos los pecados graves que se hayan cometido. Si sólo hay pecados veniales es necesario dolerse al menos de uno, o confesar algún pecado de la vida pasada.

Conocer, Amar y Servir a Dios

Para llegar a gozar de la vida eterna no basta saber que Dios existe, se necesita amarlo y demostrar ese amor con obras, esforzándonos en cumplir la voluntad del Señor.

Recordemos el ejemplo de aquel joven médico que al leer el periódico descubre la foto de una linda chica y su dirección, se decide a escribirle y cortejarla a distancia, enamorándose cada día más.

¿Qué hubiera ocurrido si a nuestro médico en el país lejano no le hubiera llamado la atención la joven de la fotografía? ¿O, si luego de unas pocas cartas, hubiera perdido el interés por ella y cesado la correspondencia? Aquella muchacha no habría significado nada para él a su regreso. Aunque se toparan en la estación a la llegada del tren, su corazón no se sobresaltaría al verla. Su rostro hubiera sido uno más entre la multitud.

Algo parecido sucederá si no empezamos a amar a Dios en esta vida: no hay modo de unirnos a Él en la eternidad. Si nuestro corazón llega a la eternidad sin amor de Dios, la dicha simplemente, no existirá. Como un hombre sin ojos no puede ver la belleza del firmamento estrellado, un hombre sin amor de Dios no puede ver a Dios; entra en la eternidad ciego; No es que Dios diga al pecador impenitente (el pecado no es más que una negativa al amor de Dios): Si no vienes preparado, no quiero que te me acerques. ¡Largo de aquí para siempre! No. El hombre que muere sin amor de Dios, o sea, sin arrepentirse de su pecado, ha hecho su propia elección. Fue él quien, consciente y lúcidamente, rechazó de un manotazo la amante invitación que Dios le ofrecía.

Lo primero será, pues, conocer todo lo que podamos sobre Dios, para poder amarlo, mantener vivo nuestro amor y hacerlo crecer. Volviendo a nuestro imaginario galeno: si ese joven no hubiera visto el periódico donde aparecía la chica, resulta evidente que nunca habría llegado a amarla. No podría haberse enamorado de quien ni siquiera sospechaba su existencia. E incluso, si después de ver su fotografía, el joven no le hubiera escrito y por la correspondencia conocido sus virtudes y su personalidad, la primera chispa de interés nunca a se habría hecho fuego abrasador.

Ésa es la razón por la cual nosotros estudiamos a Dios y lo que Él nos ha dicho de Sí. Ésa es la razón por la cual recibimos clases de catecismo en la infancia y cursos de religión en la juventud y madurez. Por esa razón atendemos a las homilías los domingos y leemos libros y folletos doctrinales, asistimos a círculos de estudio, seminarios y conferencias. Son parte de lo que podríamos llamar nuestra correspondencia con Dios. Son parte de nuestro esfuerzo por conocerlo mejor para que nuestro amor por Él pueda crecer y fructificar.

Pero no basta conocer para amar. Existe un termómetro infalible para medir nuestro amor por alguien, y es hacer lo que agrada a la persona amada, lo que le gustaría que hiciéramos. Volviendo al ejemplo de nuestro mediquillo: si, a la vez que dice amar a su novia y querer casarse con ella, se dedicara a derrochar su tiempo y dinero en prostitutas y borracheras, sería un hipócrita de cuerpo entero. Su amor no sería veraz si no tratara de ser la clase de persona que ella querría que fuese, si no pusiera en práctica las recomendaciones que ella le sugiere en sus cartas.

Análogamente, hay una sola forma de mostrar nuestro amor a Dios, y que consiste en hacer lo que Él quiere que hagamos, siendo la clase de persona que Él dispuso que fuéramos. El amor a Dios no está sólo en los sentimientos. Amar a Dios no significa que nuestro corazón deba dar brincos cada vez que pensamos en Él; eso no es esencial. El amor a Dios reside en la voluntad. No es por lo que sentimos sobre Dios, sino lo que estamos dispuestos a hacer por Él, como probamos nuestro amor a Dios.

Mientras más amemos a Dios aquí, tanto mayor será nuestra dicha en el cielo. Aquel que ama a su prometida sólo un poco, será dichoso al casarse con ella. Pero otro que ame más a la suya será más dichoso que el primero en la consumación de su amor. Del mismo modo, al aumentar nuestro amor a Dios (y nuestra obediencia a su voluntad) aumenta ! nuestra capacidad de ser felices en Dios.

Así, pues, aunque es cierto que cada uno de los que están en el cielo es totalmente dichoso, también es verdad que unos poseen mayor capacidad de dicha que otros. Para utilizar un ejemplo antiguo: un pequeño dedal y un barril pueden estar ambos llenos, pero el barril contiene más agua que el dedal. O también, si cinco individuos contemplan una pintura famosa todos están pasmados ante el cuadro, pero cada uno en grado distinto, dependiendo de su conocimiento y sensibilidad pictóricos.

Todo esto es lo que el catecismo enseña al decir: ¿Para qué te ha creado Dios? a lo que contesta diciendo: Para conocerlo, amarlo y servirlo en esta vida. Esa palabra de en medio, amar, es la palabra clave, la esencial. Pero el amor no se da sin previo conocimiento, pues hay que conocer a Dios para poder amarlo. Y no es amor verdadero el que no se traduce en obras: haciendo lo que al amado le complace.

Antes de terminar, interesa mucho tener en cuenta que Dios no nos deja abandonados a nuestra humana debilidad en este asunto de conocerlo, amarlo y servirlo. No se ha limitado a ponernos un instructivo en las manos y dejar que nos arreglemos con su interpretación lo mejor que podamos. Dios ha enviado a Alguien para que nos dé la fuerza interior y para ilustrar lo que debemos saber en orden a nuestro destino eterno. Dios ha enviado ni más ni menos que a su propio Hijo, el Verbo eterno, que vino a la Tierra para darnos la Vida que hace posible nuestra felicidad sobrenatural, y para enseñarnos el Camino y la Verdad con su palabra y ejemplo.

El Hijo de Dios hecho hombre, Jesucristo Nuestro Señor, subió al cielo el jueves de la Ascensión, y no tenemos ya más entre nosotros su presencia física y visible. Sin embargo, ideó el modo de permanecer aquí hasta el final de los tiempos. Con sus doce Apóstoles como núcleo y base, Jesús se modeló un nuevo tipo de Cuerpo. Es un Cuerpo Místico más que físico por el que permanece en la Tierra. Las células de su Cuerpo son personas en vez de protoplasma. Su cabeza es Jesús mismo, y el alma es el Espíritu Santo. La voz de este Cuerpo es el mismo Cristo, quien nos habla íntimamente para enseñarnos y guiarnos. A este cuerpo, el Cuerpo Místico de Cristo, que continuará la misión salvadora por todos los siglos y en todas las partes, lo llamamos Iglesia. La Iglesia enseña la Verdad y muestra el Camino. Pero la Iglesia también tiene -es el mismo Señor que continúa en Ella- la Vida del Redentor. No sólo nos ayuda desde fuera, como un maestro de la Tierra, sino que nos da la nueva vida, vida de Cristo, para poder unirnos con Él algún día.

Cinco sueños

En los dos primeros capítulos de Mateo hay cinco sueños, y cinco mensajes significativos a través de ellos.

En el primero (1:20-24), un ángel del Señor anuncia a José que no repudiase a María, por causa de su embarazo, porque lo que en ella había sido engendrado era del Espíritu Santo. El segundo (2:12) está dirigido a los magos orientales para que no avisasen a Herodes dónde se hallaba el niño Jesús. En el tercero (2:13), un ángel apareció a José para decirle que huyera a Egipto con el niño y su madre, porque Herodes buscaría al Niño para matarlo. En el cuarto (2:19), un ángel se apareció a José para que regresaran de Egipto, porque habían muerto los que procuraban la muerte del Niño. Y en el quinto (2:22), se le avisó a José que se fueran a residir a la región de Galilea.

Cinco sueños providenciales, cinco voces de alerta que dirigieron los personajes en medio de circunstancias adversas, para que el propósito de Dios se cumpliera.

Parecen tan frágiles un hombre, una mujer y un niño, y parecen tan temibles las fuerzas de un Herodes enfurecido. Sin embargo, un solo movimiento de la mano de Dios, un aviso oportuno, un mensaje en un sueño, son suficientes para burlar el mal y poner un escudo alrededor de los que Él ama.

Cuando el propósito de Dios está involucrado, bien pueden gozarse los hombres en su pequeñez e indefensión, que Él es suficientemente poderoso para guardarlos. Cuando el corazón de Dios ha quedado prendado en la tierra por algunos hombres (porque sus delicias son con los hijos de los hombres), no importa que éstos sean débiles en grado sumo, no hay fuerza en el universo, ni de ángel ni de demonio, capaz de herirles, porque Dios mismo les guarda.

Guía para una Buena Confesión.

[1] Yo soy el Señor tu Dios. No tendrás dioses extraños.

Le doy tiempo al Señor diariamente en oración?
Busco amarle con todo mi corazón?
He estado envuelto en prácticas supersticiosas o en algo de ocultismo?
Busco entregarme a la palabra de Dios como lo enseña la Iglesia?
He recibido la Sagrada Comunión en estado de pecado mortal?
He dicho deliberadamente en la confesión alguna mentira o le he omitido algún pecado mortal al sacerdote?

[2] No jurarás el Santo nombre del Señor en vano.

He usado el nombre del Señor en vano, ligeramente o descuidadamente?
He estado enojado con Dios?
Le he deseado maldad a alguna persona?
He insultado una persona consagrada o he abusado de algún objeto sagrado?

[3] Asistir a Misa todos los Domingos y fiestas de guardar.

He faltado deliberadamente a la misa los Domingos o Días santos de guardar?
He tratado de observar el Domingo como un día de la familia y como día de descanso?
Hago trabajos innecesarios el día Domingo?

[4] Honrar a Padre y Madre.

Honro y obedezco a mis padres?
He abandonado mis deberes para con mi esposa y mis hijos?
Le he dado a mi familia buen ejemplo religioso?
Trato de traer la paz a mi vida familiar?
Me preocupo por mis parientes de edad avanzada o enfermos?

[5] No matarás.

He tenido algún aborto o le he dado coraje a alguien para que lo tenga?
He herido físicamente a alguien?
He abusado del alcohol o de las drogas?
Le di algún escándalo a alguien, y de esa manera le llevé al pecado?
He estado enojado o resentido?
He llevado odio en mi corazón?
Me he hecho alguna mutilación con algún método de esterilización?
He favorecido o me he puesto a favor de la esterilización?

[6] No cometer adulterio

He sido fiel a los votos de mi matrimonio en pensamiento y en acción?
He tenido alguna actividad sexual fuera de mi matrimonio?
He usado algún método anticonceptivo o algún método de control artificial de nacimiento en mi matrimonio?
Ha estado cada acto sexual de mi matrimonio abierto a la procreación ?
He estado culpable de masturbación?
He buscado controlar mis pensamientos?
He respetado todos los miembros del sexo opuesto, o he pensado de la ellos como si fueran objetos?
He tenido actividades homosexuales?
Busco ser casto en mis pensamientos, palabras y acciones?
Me cuido de vestir modestamente?

[7] No hurtar.

He robado lo que no es mío?
He regresado o he hecho restitución por lo que he robado?
Desperdicio el tiempo en el trabajo, en la escuela o en la casa?
Hago apuestas excesivamente, negándole a mi familia sus necesidades?
Pago mis deudas prontamente?
Busco compartir lo que tengo con los pobres?

[8] No levantar falsos testimonios ni mentir

He mentido?
He chismoseado?
He hablado a las espaldas de alguien?
He sido sincero en mis negocios con otros?
Soy crítico, negativo o falto de caridad en mis pensamientos de los demás?
Mantengo secreto lo que debería ser confidencial?

[9] No desear la mujer del prójimo

He consentido pensamientos impuros?
Los he causado por leyendas impuras, películas, conversaciones o curiosidad?
Busco controlar mi imaginación?
Rezo immediatamente para desvanecer pensamientos impuros o tentaciones?

[10] No desear los bienes ajenos.

Soy envidioso de las pertenencias de los demás?
Siento envidia de otras familias o de las posesiones de otros?
Soy ambicioso o egoísta?
Son las posesiones materiales el propósito de mi vida?
Confío en que Dios cuidará de todas mis necesidades materiales y espirituales?

Aprender a orar – Guía rápida

1. Comienza por saber escuchar. El Cielo emite noche y día.

2. No ores para que Dios realice tus planes, sino para que tú interpretes los planes de Dios.

3. Pero no olvides que la fuerza de tu debilidad es la oración. Cristo dijo: “Pedid y recibiréis”

4. El pedir tiene su técnica. Hazlo atento, humilde, confiado, insistente y unido a Cristo.

5. ¿No sabes qué decirle a Dios? Háblale de lo que interesa a los dos. Muchas veces. Y a solas.

6. No conviertas tu oración en un monólogo, harías a Dios autor de tus propios pensamientos.

7. Cuando ores no seas ni engreído, ni demasiado humilde. Con Dios no valen trucos. Sé cual eres.

8. ¿Y las distracciones involuntarias? Descuida. Dios, y el sol, broncean con solo ponerse delante.

9. Si alguna vez piensas que cuando hablas a Dios Él no te responde… lee la Biblia.

10. No hables más de “ratos de oración”; ten “vida de oración”.

Para Aprender a Meditar

Es necesario escoger un libro cuidadosamente seleccionado, que no disperse sino concentre, y de preferencia absoluta la Biblia. Es conveniente tener conocimiento personal sobre ella, sabiendo dónde están los temas que a ti “te hablan”; por ejemplo, sobre la consolación, la esperanza, la paciencia… para escoger aquella materia que tu alma necesita en ese día. También se puede seguir el orden litúrgico del día.

En principio no es recomendable abrir al azar la Biblia. En todo caso, es conveniente saber, antes de iniciar la lectura meditada, qué temas vas a meditar y en qué capitulo de la Biblia.

Toma posesión adecuada. Pide asistencia al Espíritu Santo y sosiégate. Comienza a leer despacio. En cuanto leas, trata de entender lo leído: el significado directo de la frase, su contexto, y la intención del autor sagrado. Aquí está la diferencia entre la lectura rezada y la lectura meditada: en la lectura rezada se asume y se vive lo leído; en la lectura meditada, se trata de entender.

Si aparece una idea que te llama fuertemente la atención, para ahí mismo; cierra el libro; da muchas vueltas en tu mente a esa idea, ponderándola; aplicándola a tu vida, saca conclusiones.

Si no sucede esto (o después que sucedió), continúa con una lectura reposada, concentrada tranquila.

Si aparece un párrafo que no entiendes, vuelve atrás; haz una amplia relectura para colocarte en el contexto.

Es normal y conveniente que la lectura meditada acabe en oración.

¿Qué debe cambiar?

Pensamos en cambiar el mundo, a las personas, las circunstancias de la vida… ¿Qué es lo más importante?

Siendo joven era un revolucionario y mi oración a Dios era:

– “Señor, dame la energía para cambiar al mundo.”

Al llegar a los cuarenta y darme cuenta de que la mitad de mi vida se había ido sin que yo hubiese cambiado una sola alma, modifiqué mi oración:

– “Señor, dame la gracia para cambiar a todos aquellos con quienes tengo contacto, solamente mi familia y mis amigos y estaré satisfecho.”

Ahora, que ya soy un anciano y mis días están contados, mi única oración es:

– “Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo.”

¡Si hubiera orado de esta forma desde el principio, no hubiese desperdiciado mi vida!

¿Dónde están las manos de Dios?

Cuando observo el campo sin arar, cuando los aperos de labranza están olvidados, cuando la tierra está quebrada y abandonada me pregunto:

¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando observo la injusticia, la corrupción, el que explota al débil; cuando veo al prepotente pedante enriquecerse del ignorante y del pobre, del obrero y del campesino carentes de recursos para defender sus derechos, me pregunto:

¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando contemplo a esa anciana olvidada, cuando su mirada es nostalgia y balbucea todavía algunas palabras de amor por el hijo que la abandonó, me pregunto:

¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando veo al moribundo en su agonía llena de dolor; cuando observo a su pareja y a sus hijos deseando no verle sufrir; cuando el sufrimiento es intolerable y su lecho se convierte en un grito de súplica de paz, me pregunto:

¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando miro a ese joven antes fuerte y decidido, ahora embrutecido por la droga y el alcohol, cuando veo titubeante lo que antes era una inteligencia brillante y ahora harapos sin rumbo ni destino me pregunto:

¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando a esa chiquilla que debería soñar en fantasías, la veo arrastrar su existencia y en su rostro se refleja ya el hastío de vivir, y buscando sobrevivir se pinta la boca y se ciñe el vestido y sale a vender su cuerpo, me pregunto:

¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando aquel pequeño a las tres de la madrugada me ofrece su periódico, su miserable cajita de dulces sin vender, cuando lo veo dormir en la puerta de un zaguán titiritando de frío, con unos cuantos periódicos que cubren su frágil cuerpecito, cuando su mirada me reclama una caricia, cuando lo veo sin esperanzas vagar con la única compañía de un perro callejero, me pregunto:

¿Dónde estarán las manos de Dios?

Y me enfrento a Él y le pregunto:

¿Dónde están tus manos Señor?

Para luchar por la justicia, para dar una caricia, un consuelo al abandonado, rescatar a la juventud de las drogas, dar amor y ternura a los olvidados.

Después de un largo silencio escuché su voz que me reclamó,

“No te das cuenta de que tú eres mis manos, atrévete a usarlas para lo que fueron hechas, para dar amor y alcanzar estrellas”.

Y comprendí que las manos de Dios somos “TÚ y YO”, los que tenemos la voluntad, el conocimiento y el coraje para luchar por un mundo más humano y justo, aquellos cuyos ideales sean tan altos que no puedan dejar de acudir a la llamada de Dios, aquellos que desafiando el dolor, la crítica y la blasfemia se reten a sí mismos para ser LAS MANOS DE DIOS.

El Mejor Mecánico

Una vez iba un hombre en su automóvil por una larga y muy solitaria carretera. De pronto su auto comenzó a detenerse hasta quedar estático. El hombre bajó, lo revisó, trató de averiguar qué era lo que tenía. Pensaba que pronto podría encontrar el daño del auto pues hacía muchos años que lo conducía. Sin embargo, después de mucho rato se dió cuenta que no encontraba el daño del motor. En ese momento apareció otro auto, del cual bajó un hombre a ofrecerle ayuda. El dueño del primer auto dijo:

Mira, este es mi auto de toda la vida, lo conozco como la palma de mi mano. No creo que tú, sin ser el dueño, puedas hacer algo.

El otro hombre insistió con una cierta sonrisa, hasta que finalmente el primer hombre dijo:

Bueno, haz el intento pero no creo que puedas, pues este es mi auto.

El segundo hombre puso manos a la obra y en pocos minutos encontró el daño que tenía el auto y lo pudo arrancar. El primer hombre quedó atónito y preguntó:

¿Como pudiste arreglar el auto si es mi auto? El segundo hombre contestó: Verás, mi nombre es Felix Wankel… ¡Yo inventé el motor rotatorio que usa tu auto!

Cuantas veces hemos dicho: Esta es mi vida, es mi destino, es mi casa. Al enfrentarnos a los problemas creemos que nadie nos puede ayudar pues “es mi vida”, “nadie comprende mi problema, pues es mi problema”. Pero nunca habíamos pensado en que la vida es creación de Dios, que él hizo el tiempo, que te puso en esta tierra con un propósito y te entregó una familia. Sólo aquel que es el autor de la vida puede comprenderte y ayudarte cuando te quedes tirado en la carretera de la vida.

El Salmo 55:22 dice “Descarga en el Señor tu peso, y él te sustentará; no dejará que para siempre zozobre el justo”

Echarle una mano a Dios

En una obra del escritor brasileño Pedro Bloch encuentro un diálogo con un niño que me deja literalmente conmovido.

— ¿Rezas a Dios? —pregunta Bloch.

— Sí, cada noche —contesta el pequeño.

— ¿Y que le pides?

— Nada. Le pregunto si puedo ayudarle en algo.

Y ahora soy yo quien me pregunto a mí mismo qué sentirá Dios al oír a este chiquillo que no va a Él, como la mayoría de los mayores, pidiéndole dinero, salud, amor o abrumándole de quejas, de protestas por lo mal que marcha el mundo, y que, en cambio, lo que hace es simplemente ofrecerse a echarle una mano, si es que la necesita para algo.

A lo mejor alguien hasta piensa que la cosa teológicamente no es muy correcta. Porque, ¿qué va a necesitar Dios, el Omnipotente? Y, en todo caso, ¿qué puede tener que dar este niño que, para darle algo a Dios, precisaría ser mayor que El?

Y, sin embargo, qué profunda es la intuición del chaval. Porque lo mejor de Dios no es que sea omnipotente, sino que no lo sea demasiado y que El haya querido “necesitar” de los hombres. Dios es lo suficientemente listo para saber mejor que nadie que la omnipotencia se admira, se respeta, se venera, crea asombro, admiración, sumisión. Pero que sólo la debilidad, la proximidad crea amor. Por eso, ya desde el día de la Creación, El, que nada necesita de nadie, quiso contar con la colaboración del hombre para casi todo. Y empezó por dejar en nuestras manos el completar la obra de la Creación y todo cuanto en la tierra sucedería.

Por eso es tan desconcertante ver que la mayoría de los humanos, en vez de felicitarse por la suerte de poder colaborar en la obra de Dios, se pasan la vida mirando hacia el cielo para pedirle que venga a resolver personalmente lo que era tarea nuestra mejorar y arreglar.

Yo entiendo, claro, la oración de súplica: el hombre es tan menesteroso que es muy comprensible que se vuelva a Dios tendiéndole la mano como un mendigo. Pero me parece a mi que, si la mayoría de las veces que los creyentes rezan lo hicieran no para pedir cosas para ellos, sino para echarle una mano a Dios en el arreglo de los problemas de este mundo, tendríamos ya una tierra mucho más habitable.

Con la Iglesia ocurre tres cuartos de lo mismo. No hay cristiano que una vez al día no se queje de las cosas que hace o deja de hacer la Iglesia, entendiendo por “Iglesia” el Papa y los obispos. “Si ellos vendieran las riquezas del Vaticano, ya no habría hambre en el mundo”. “Si los obispos fueran más accesibles y los curas predicasen mejor, tendríamos una Iglesia fascinante”. Pero ¿cuántos se vuelven a la Iglesia para echarle una mano?

En la “Antología del disparate” hay un chaval que dice que “la fe es lo que Dios nos da para que podamos entender a los curas”. Pero, bromas aparte, la fe es lo que Dios nos da para que luchemos por ella, no para adormecernos, sino para acicateamos.

“Dios, ha escrito Bernardino M. Hernando, comparte con nosotros su grandeza y nuestras debilidades”. El coge nuestras debilidades y nos da su grandeza, la maravilla de poder ser creadores como El. Y por eso es tan apasionante esta cosa de ser hombre y de construir la tierra.

Por eso me desconcierta a mi tanto cuando se sitúa a los cristianos siempre entre los conservadores, los durmientes, los atados al pasado pasadísimo. Cuando en rigor debíamos ser “los esperantes, los caminantes”. Theillard de Chardín decía que en la humanidad había dos alas y que él estaba convencido de que “cristianismo se halla esencialmente con el ala esperante de la humanidad”, ya que él identificaba siempre lo cristiano con lo creativo, lo progresivo, lo esperanzado.

Claro que habría que empezar por definir qué es lo progresivo y qué lo que se camufla tras la palabra “progreso”. También los cangrejos creen que caminan cuando marchan hacia atrás.

De todos modos hay cosas bastante claras: es progresivo todo lo que va hacia un mayor amor, una mayor justicia, una mayor libertad. Es progresivo todo lo que va en la misma dirección en la que Dios creó el mundo. Y desgraciadamente no todos los avances de nuestro tiempo van precisamente en esa dirección.

Pero también es muy claro que la solución no es llorar o volverse a Dios mendigándole que venga a arreglarnos el reloj que se nos ha atascado. Lo mejor será, como hacía el niño de Bloch, echarle una mano a Dios. Porque con su omnipotencia y nuestra debilidad juntas hay más que suficiente para arreglar el mundo.

José Luis Martín Descalzo, “Razones para vivir”.