El ejercicio cotidiano de la caridad

Los católicos -al defender y mantener la verdad, sin transigencias- hemos de esforzarnos en crear un clima de caridad, de convivencia, que ahogue todos los odios y rencores. En un cristiano, en un hijo de Dios, amistad y caridad forman una sola cosa: luz divina que da calor.

La práctica de la corrección fraterna -que tiene entraña evangélica- es una prueba de sobrenatural cariño y de confianza. Agradécela cuando la recibas, y no dejes de practicarla con quienes convives.

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Caridad fina

Llegarás a ser santo si tienes caridad, si sabes hacer las cosas que agraden a los demás y que no sean ofensa a Dios, aunque a ti te cuesten.

San Pablo nos da una receta de caridad fina: »alter alterius onera portate et sic adimplebitis legem Christi» -llevad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo. -¿Se cumple en tu vida?

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Del amor al bendito Patriarca San José

José: no se puede amar a Jesús y a María sin amar al Santo Patriarca.

Mira cuántos motivos para venerar a San José y para aprender de su vida: fue un varón fuerte en la fe…; sacó adelante a su familia -a Jesús y a María-, con su trabajo esforzado…; guardó la pureza de la Virgen, que era su Esposa…; y respetó -¡amó!- la libertad de Dios, que hizo la elección, no sólo de la Virgen como Madre, sino también de él como Esposo de Santa María.

San José, Padre y Señor nuestro, castísimo, limpísimo, que has merecido llevar a Jesús Niño en tus brazos, y lavarle y abrazarle: enséñanos a tratar a nuestro Dios, a ser limpios, dignos de ser otros Cristos. Y ayúdanos a hacer y a enseñar, como Cristo, los caminos divinos -ocultos y luminosos-, diciendo a los hombres que pueden, en la tierra, tener de continuo una eficacia espiritual extraordinaria.

Quiere mucho a San José, quiérele con toda tu alma, porque es la persona que, con Jesús, más ha amado a Santa María y el que más ha tratado a Dios: el que más le ha amado, después de nuestra Madre. -Se merece tu cariño, y te conviene tratarle, porque es Maestro de vida interior, y puede mucho ante el Señor y ante la Madre de Dios.

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Otra vez: perseverancia

En la vida interior, como en el amor humano, es preciso ser perseverante. Sí, has de meditar muchas veces los mismos argumentos, insistiendo hasta descubrir un nuevo Mediterráneo. -¿Y cómo no habré visto antes esto así de claro?, te preguntarás sorprendido. -Sencillamente, porque a veces somos como las piedras, que dejan resbalar el agua, sin absorber ni una gota. -Por eso, es necesario volver a discurrir sobre lo mismo, ¡que no es lo mismo!, para empaparnos de las bendiciones de Dios.

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No, orar no es difícil

¡Recogerse en oración, en meditación, es tan fácil…! Jesús no nos hace esperar, no impone antesalas: es El quien aguarda. Basta con que digas: ¡Señor, quiero hacer oración, quiero tratarte!, y ya estás en la presencia de Dios, hablando con El. Por si fuera poco, no te cercena el tiempo: lo deja a tu gusto. Y esto, no durante diez minutos o un cuarto de hora. ¡No!, ¡horas, el día entero! Y El es quien es: el Omnipotente, el Sapientísimo.

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Perseverancia, perseverancia y más perseverancia

Tú -como todos los hijos de Dios- necesitas también de la oración personal: de esa intimidad, de ese trato directo con Nuestro Señor -diálogo de dos, cara a cara-, sin esconderte en el anonimato.

La primera condición de la oración es la perseverancia; la segunda, la humildad. -Sé santamente tozudo, con confianza. ¡Insiste!…, pero insiste siempre con más confianza.

Persevera en la oración, como aconseja el Maestro. Este punto de partida será el origen de tu paz, de tu alegría, de tu serenidad y, por tanto, de tu eficacia sobrenatural y humana.

Tu vida ha de ser oración constante, diálogo continuo con el Señor: ante lo agradable y lo desagradable, ante lo fácil y lo difícil, ante lo ordinario y lo extraordinario… En todas las ocasiones, ha de venir a tu cabeza, enseguida, la charla con tu Padre Dios, buscándole en el centro de tu alma.

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Amor y fidelidad empiezan con Dios

Hoy, cuando el ambiente está lleno de desobediencia, de murmuración, de trapisonda, de enredo, hemos de amar más que nunca la obediencia, la sinceridad, la lealtad, la sencillez: y todo, con sentido sobrenatural, que nos hará más humanos.

¿Que cuál es el fundamento de nuestra fidelidad? -Te diría, a grandes rasgos, que se basa en el amor de Dios, que hace vencer todos los obstáculos: el egoísmo, la soberbia, el cansancio, la impaciencia…

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La Cruz bendita de cada día

Aun en las jornadas en las que parece que se pierde el tiempo, a través de la prosa de los mil pequeños detalles, diarios, hay poesía más que bastante para sentirse en la Cruz: en una Cruz sin espectáculo.

No pongas el corazón en nada caduco: imita a Cristo, que se hizo pobre por nosotros, y no tenía dónde reclinar su cabeza. -Pídele que te conceda, en medio del mundo, un efectivo desasimiento, sin atenuantes.

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La Cruz y la alegría

La alegría cristiana no es fisiológica: su fundamento es sobrenatural, y está por encima de la enfermedad y de la contradicción. -Alegría no es alborozo de cascabeles o de baile popular. La verdadera alegría es algo más íntimo: algo que nos hace estar serenos, rebosantes de gozo, aunque a veces el rostro permanezca severo.

Aunque comprendo que es un modo normal de decir, siento desagrado cuando oigo llamar cruces a las contradicciones nacidas de la soberbia de la persona. Estas cargas no son la Cruz, la verdadera Cruz, porque no son la Cruz de Cristo. Lucha, pues, contra esas adversidades inventadas, que nada tienen que ver con el resello de Cristo: ¡despréndete de todos los disfraces del propio yo!

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Vida en el Espíritu Santo

»Ure igne Sancti Spiritus!» -¡quémame con el fuego de tu Espíritu!, clamas. Y añades: ¡es necesario que cuanto antes empiece de nuevo mi pobre alma el vuelo…, y que no deje de volar hasta descansar en El! -Me parecen muy bien tus deseos. Mucho voy a encomendarte al Paráclito; de continuo le invocaré, para que se asiente en el centro de tu ser y presida y dé tono sobrenatural a todas tus acciones, palabras, pensamientos y afanes.

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El sentido de lo sobrenatural

No me pierdas jamás el sentido de lo sobrenatural. Aunque veas con toda su crudeza tus propias miserias, tus malas inclinaciones -el barro de que estás hecho-, Dios cuenta contigo.

Se requiere un corazón limpio, celo por las cosas de Dios y amor a las almas, sin prejuicios, para poder juzgar con rectitud de intención. -¡Piénsalo!

Oí hablar a unos conocidos de sus aparatos de radio. Casi sin darme cuenta, llevé el asunto al terreno espiritual: tenemos mucha toma de tierra, demasiada, y hemos olvidado la antena de la vida interior… -Esta es la causa de que sean tan pocas las almas que mantienen trato con Dios: ojalá nunca nos falte la antena de lo sobrenatural.

¿Minucias y nimiedades a las que nada debo, de las que nada espero, ocupan mi atención más que mi Dios? ¿Con quién estoy, cuando no estoy con Dios?

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Amor que todo lo llena

¡Cómo me gusta contemplar a Juan, que reclina su cabeza sobre el pecho de Cristo! -Es como rendir amorosamente la inteligencia, aunque cueste, para encenderla en el fuego del Corazón de Jesús.

Dios me ama… Y el Apóstol Juan escribe: “amemos, pues, a Dios, ya que Dios nos amó primero”. -Por si fuera poco, Jesús se dirige a cada uno de nosotros, a pesar de nuestras innegables miserias, para preguntarnos como a Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”… -Es la hora de responder: “¡Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo!”, añadiendo con humildad: ¡ayúdame a amarte más, auméntame el amor!

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