171. La Fragilidad

171.1. Es tiempo de que te habla de tu modo propio de pobreza, es decir, la fragilidad. Tal vez tú no recuerdes, pero yo sí me acuerdo de tu primera experiencia con este concepto: un letrero en uno de los lados de una caja de cartón para un televisor. Sólo un palabra, en notorias mayúsculas: “FRAGIL.” Sólo una palabra, ¡pero cuánto te dijo y cuánto dice esa palabra!

171.2. Tu mente de niño ya notó en aquella ocasión que ni las cajas de los juguetes ni las bolsas del pan tenían esa nueva palabra. Ni la comida ni el juego: dos realidades muy próximas a tu condición y a tus intereses. “Las cosas frágiles son cosas de la gente grande,” pensaste. Tu mundo no era o no te parecía un mundo frágil en aquella época.

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170. Bendecir a Dios

170.1. Bendecir a Dios no es otra cosa que reconocer sus bendiciones. Cuando la bendición que Dios te da se vuelve palabra en ti, tú bendices al que te ha bendecido.

170.2. Hay muchas razones por las que es saludable para el corazón humano bendecir a Dios. La primera y más importante es la que nace de la esencia misma de la bendición: puesto que su origen y su término están en Dios mismo, cada vez que bendices a Dios estás estrechando más el abrazo de su amor que sale de Él como bendición que te abarca y vuelve hacia Él como palabra y canto que Él mismo hace brotar en ti. De este modo la palabra de bendición, o mejor: el saludable hábito de bendecir el Nombre de Dios te aprieta más y más en su corazón, como un niño que cada vez que le dice a la mamá: “Es que yo te quiero mucho” se hunde y aprieta más en la blanda carne del regazo amado. Semejante unión es, con mucho, lo más deseable para el alma humana que goza de buena salud, porque es su modo propio de acercarse al fin para el que fue creada.

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168. Con lo que da y con lo que niega

168.1. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

168.2. Una pequeña hoguera es menor que un gran incendio. Pero muchas hogueras pequeñas hacen más que un inmenso incendio. No puedes reemplazar las fogatas que arden en cada casa y dan suave calor a los habitantes de cada hogar con una conflagración espantosa que deja sin casa y sin hogar a una multitud.

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166. El Santo que Santifica

166.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

166.2. Una cosa que nunca debes olvidar es que el pecado siempre es más grande y siempre es más pequeño de lo que piensas. La meditación sobre la gravedad del pecado es tan importante como la meditación sobre su estruendosa derrota ante el avance de la gracia.

166.3. Estas dos realidades van siempre unidas y hay que recordarlas y predicarlas siempre juntas: primera: el pecado es más fuerte que tú; segunda: la gracia de Cristo es más fuerte que el pecado. Si olvidas lo primero, vivirás engañado; si olvidas lo segundo, vivirás deprimido. Si te falta lo primero creerás que vas muy adelante mientras el demonio engulle las fuerzas de tu alma; si te falta lo segundo, serás incapaz de creer en las promesas de Dios. Si olvidas lo primero nunca aprenderás de tu pasado; si descuidas lo segundo nunca sentirás confianza para el futuro.

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165. Vidas Rimadas

165.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

165.2. Aunque tú eres tú, y Dios te ama a ti, ello no excluye sino que incluye que tú también eres parte de un significado más grande, de una historia más amplia, de un camino que te antecede, te rebasa y te trasciende.

165.3. Una importante señal de madurez humana y espiritual es la capacidad de comprender en el corazón el alcance de las palabras que te acabo de decir. Así como los niños sólo se interesan por aquello que produzca placer o necesidad en ellos mismos, así también la seña principal de la inmadurez espiritual es poner la propia vida continuamente en el centro de la propia atención, como si todo lo que Dios tuviera que hacer o todo lo que Él quisiera realizar se limitara a solucionar los problemas de un individuo particular.

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164. Que es lo Tuyo?

164.1. ¿Qué es lo tuyo? Usualmente la gente llama “suyo” aquello de lo que puede disponer, es decir, lo que puede manejar o manipular. Es una definición incompleta y miope. De acuerdo con ella, nadie debería considerar como “suyo” su pasado, simplemente porque carece del poder de manejarlo a capricho.

164.2. Lo más grave de esa mala definición sobre lo “propio” es que distorsiona el modo como las personas tratan aquello que creen poseer, como por ejemplo, su cuerpo, su dinero o sus conocimientos. Dios en su amor tiene lecciones también para esa dimensión de vuestro ser. De ello quiero hablarte hoy.

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163. Honrar a Padre y Madre

163.1. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

163.2. ¿Recuerdas ese tiempo en que no recordabas? No es sólo un juego de palabras. Deseo que lances tu mirada a aquella etapa primera de tu existencia en que no podías hacerte cargo de ti; aquel tiempo en que generabas lo que hoy llamas tu pasado, pero que no había pasado sino que pasaba. Ese fue tu primer tiempo, o mejor: tu entrada en el tiempo. Cuando ni siquiera podías percibir el tiempo, el tiempo mismo estaba como por construir en tu mente, que carecía hasta de aquellas referencias que hoy te parecen más obvias.

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162. Predicar la Vida

162.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

162.2. El horizonte de la muerte marca de tal manera la vida de los hombres, que con razón la Escritura habló del “poder” de la muerte (cf. Ap 6,8; 20,6). Además —según te gusta recordar y predicar— la obra de Cristo fue resumida por la Carta a los Hebreos en estas palabras: «Así como los hijos participan de la sangre y de la carne, así también participó él de las mismas, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo» (Heb 2,14).

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161. Abortos Espirituales

161.1. Con razón se enardece tu alma ante el crimen abominable del aborto. Con todo, es importante que vayas más allá y descubras que el aborto, antes que un crimen es una mentalidad, y que detrás de esa mentalidad está la satánica aspiración de “devolver” la creación, esto es, el intento de arrojarle a Dios su obra.

161.2. Para que mejor comprendas estas drásticas afirmaciones necesito primero exponerte la noción de “aborto espiritual.” Cuando la voluntad expresa de Dios para una creatura racional es deliberadamente desobedecida, estamos ante un aborto de corazón, o un aborto espiritual. La rebeldía que no deja nacer lo que se sabe que viene de Dios es pariente próximo de aquel crimen porque el que se suprime una vida que es obra suya y que Él quiere que viva, más allá y con anterioridad a las voluntades humanas favorables o desfavorables que puedan entrar en juego.

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160. Amor a Cristo

160.1. ¡Te hubieras visto los ojos cuando te hablé de “Cristo Exhausto”! Mi niño, el misterio de Jesucristo apenas ha sido rozado por la inteligencia humana. ¿O es que tú crees que por el hecho de disponer de unas cuantas enseñanzas del Magisterio y unos cuantos libros de teología ya conocéis a Jesucristo? Eso no es señal de sabiduría sino de pereza y de falta de amor.

160.2. De modo que vosotros, humanos, no habéis terminado de clasificar los insectos del planeta Tierra, no conocéis el número exacto de partículas del átomo, se os escapan la mayor parte de los secretos de la vida orgánica, ¿y pretendéis tener ya noticia suficiente sobre quién es Jesucristo? ¡Oh dolor de los dolores, oh triste falta de amor! ¡Qué Cielo tan aburrido parece que estuvierais esperando, con un Cristo tan conocido y tan poco interesante!

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159. Cristo Exhausto

159.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

159.2. Hay muchas imágenes de Cristo, pero observa que, exceptuando aquellas que aluden directamente a su bienaventurada Pasión, las demás dejan poco espacio para el sufrimiento que fue inseparable compañero del Hijo del Hombre. Hay que rogar a Dios que conceda profunda inspiración a los artistas, porque en sus imágenes no han presentado el cansancio de Cristo en su misión, ni su esfuerzo descomunal después de predicar horas y horas o después de largas sesiones de sanación y liberación. En esto los pintores y los escultores se han quedado cortos.

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158. La Cruz en el Ministerio del Evangelizador

158.1. Yo no he esperado a que tú seas bueno para hablarte. Te he ido hablando, y con mis palabras y plegarias tu vida ha sido bendecida; has mejorado. No lo que yo quisiera, no lo que yo esperaría, pero sí has mejorado, y sería mentir decir lo contrario. Te digo esto, no porque pretenda echarte nada en cara —para eso está tu conciencia—, sino porque quiero que tomes como referencia lo que yo he hecho contigo. Te repito: no esperé a que fueras bueno para hablarte; hablándote te llamé a la bondad.

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157. Lo Extraordinario de lo Ordinario

157.1. Los hombres buscan las señales del amor en las cosas grandes, y especialmente en los grandes cambios. Aquel paralítico, por ejemplo, que desde su nacimiento había estado impedido de caminar (Hch 3,2-10), al sentir robustecidas sus piernas saltaba y alababa a Dios. La inesperada y felicísima transformación de su estado le hizo descubrir que el Señor sí lo amaba y sí tenía para él dádivas preciosas. De algún modo todos esperan cosas así, y Dios las concede, porque en su victoria sobre el mal y sus consecuencias, brilla su poder y resplandece su misericordia. No es malo, pues, suplicar estas manifestaciones de los dones de Dios, aunque sí puede ser dañino esperarlas como si fuera obligación de Dios darlas o repetirlas.

157.2. ¿Significa esto que, una vez recibida la obra primera de la gracia ya no hay nada grande que contemplar, aparte del transcurrir del tiempo en la espera del Cielo? De ningún modo. Hay que descubrir en lo pequeño lo grande, y en lo ordinario lo extraordinario. Hoy quiero hablarte un poco de cómo y por qué.

157.3. Para recibir mejor esta enseñanza, piensa primero en el delicado equilibrio que manifiesta la naturaleza. La ciencia te enseña con cuánta precisión se han ajustado las magnitudes propias de los cuerpos y las partículas de modo que la vida haya podido tener su jardín en el planeta que habitas junto con tus hermanos. Una vez que todo está ajustado y en su medida parece que simplemente está ahí, y que está bien así como está. Mas para aquel que sabe de Física, Biología y Astronomía, es simplemente sorprendente que todo haya alcanzado una calibración tan exacta y fructífera para la vida y la conciencia. No es raro, como sabes, que los investigadores de estos campos del conocimiento lleguen al asombro e incluso al presentimiento del paso del Creador.

157.4. Algo así, y aún más profundo pasa en la vida espiritual. Mira, por ejemplo, a la Santa y Bella Virgen María. Mírala, no en el momento sublime de la Anunciación, ni en la hora jubilosa de la visita a Isabel, ni en la noche terrible de la Cruz, ni bañada en los esplendores de Pentecostés; mírala simplemente en un día cualquiera, por ejemplo, cuando sale de su casa a recoger un poco de agua de la fuente del pueblo de Nazareth. Se encuentra con una vecina, a la que saluda, y camina con su amiga cruzando unas palabras. Se fatiga con el cántaro y suda bajo el sol de aquel verano que ya se prolonga más de lo acostumbrado. Lleva su mente ocupada en mil cosas de casa y tiene que apresurar el paso para que no se retrase el frugal almuerzo.

157.5. La escena, así contemplada, tan real como te la estoy contando, no parece tener nada de extraño ni de extraordinario. Y sin embargo, Ella es la Reina de los Ángeles, y la creatura más odiada por el infierno en pleno. Así como la Tierra avanza silenciosa por los espacios siderales a la distancia precisa para no abrasarse ni congelarse, así también esta Bendita Señora es el lugar en que la gracia esculpe su preciosa joya, como arrebatándola de continuo de las garras del abismo. Todo es natural y tranquilo, y sin embargo todo es extraordinario y estupendo.

157.6. Un ejemplo semejante puede construirse si piensas en el Papa. Detrás de la serenidad de su presencia hay un terrible campo de batalla, que no se ve, porque precisamente la perfección de la victoria divina hace que aparezca siempre la majestad del Vencedor, que es Jesucristo, pero ello no significa que no haya combate, fiero combate.

157.7. La verdad es que toda alma en genuino camino hacia Dios es lugar de contemplación de las cosas más extraordinarias, que no se descubren a primera vista porque Dios ha querido que estén cerradas a los ojos que no tienen la humildad conveniente, el tiempo saludable y el amor suficiente. ¡Y vieras cómo sonríen los coros de los Ángeles ante esos triunfos de la gracia, tan grandes en su dimensión como en su discreción! ¿No es hermoso, amado de Dios, no es hermoso?

157.8. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.

156. Busca la perla

156.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

156.2. Detrás de una sencilla palabra puede estar la puerta para una vida nueva. Jesucristo, Nuestro Señor, realizó obras admirables con palabras breves, como cuando sanó al leproso diciendo «Quiero, queda limpio» (Mc 1,41). En otras ocasiones, movido de ternura entrañable, dio fuerza al alma agotada con la palabra “¡ánimo!” (Mt 9,2.22; cf. Mc 10,49). Y su voz llenó de sentido la existencia de muchos con esta sola palabra: “¡Sígueme!” (Mt 9,9; Lc 9,59; Jn 1,43; 21,19.22). Sobre los exorcismos, pon atención a lo que lees: «Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; él expulsó a los espíritus con una palabra, y curó a todos los enfermos» (Mt 8,16). Todo esto lo sabía muy bien aquel centurión que profesó su fe diciendo: «Mándalo de palabra, y quede sano mi criado» (Lc 7,7).

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155. Directores Espirituales

155.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

155.2. Como tensando el arco de la fe te acercas a este momento, y con paciencia dispones tu alma para acoger una palabra distinta, la palabra que tú mismo no puedes darte. Tal actitud de alma hace bien a tu corazón. Estás tan acostumbrado a escribir en las vidas de otras personas, que te hace bien este momento en que puedes ser papel y no pluma. No importa cuántas cosas sucedan en tu vida, no pierdas esa alma abierta, porque es posible que lo que tú das sirva para salvación para otros, pero tu propia salvación depende más de lo que tú recibes. Más ayuda a tu bien lo que acoges de Dios que lo que haces por Dios, y si esto último tiene valor, lo tiene en la medida en que has acogido de Dios la gracia, la fuerza y la bendición para obrar según su querer.

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