Una poesía de la Liturgia de las Horas para el Viernes Santo

Brazos rígidos y yertos,
por dos garfios traspasados,
que aquí estáis, por mis pecados,
para recibirme abiertos,
para esperarme clavados.

Cuerpo llagado de amores,
yo te adoro y yo te sigo;
yo, Señor de los señores,
quiero partir tus dolores
subiendo a la cruz contigo.

Quiero en la vida seguirte
y por sus caminos irte
alabando y bendiciendo,
y bendecirte sufriendo
y muriendo bendecirte.

Que no ame la poquedad
de cosas que van y vienen;
que adore la austeridad
de estos sentires que tienen
sabores de eternidad;

que sienta una dulce herida
de ansia de amor desmedida;
que ame tu ciencia y tu luz;
que vaya, en fin, por la vida
como tú estás en la cruz:

de sangre los pies cubiertos,
llagadas de amor las manos,
los ojos al mundo muertos
y los dos brazos abiertos
para todos mis hermanos.

Amén.

El misterio de la Cruz, en San Pío y en nosotros

En nuestra época el Padre Pío es altamente conocido y amado en amplios círculos del mundo católico. Su vida extraordinaria en medio de la más profunda sencillez, la abundancia de milagros que rodearon su vida y el increíble impacto que tuvo en tantas personas producen fascinación e inspiran devoción en muchas personas, y por supuesto, esos frutos espirituales son de agradecer a Dios.

Sin embargo, podría pasarnos con este grande y humilde santo lo mismo que a veces ha sucedido con Francisco de Asís: una mirada superficial se queda con el Francisco puramente ecológico, poeta, buen mozo y buena persona, pero lo grandioso y valiente de sus opciones se nos pierde de vista.

Con el Padre Pío podría pasar lo mismo: sus frases célebres, que tanto se difunden por Internet, incluso confundiendo lo que sí dijo con lo que nunca dijo, al final nos presentan un perfil que, sin ser falso, deja por fuera al gran amor y el gran camino de su vida: la Cruz.

La raíz de la santidad de Pío de Pietrelcina es el amor, por supuesto, pero aor que lleva el sello más profundo que ningún amor puede tener, es decir, la perfecta identificación y fusión con el amado. Y si el Amado es Cristo, tal identificación lleva al camino de la Cruz porque la Cruz es el “amor más grande” de Jesucristo, allí donde Él dio toda su vida.

Si le quitamos el misterio de la Cruz a Cristo, solo nos queda un predicador “buenista,” cuyas propuestas son semejantes pero incluso menores a las de cualquier motivador actual porque los motivadores actuales hacen sus propuestas en términos de ganancias, mientras que Cristo tiene otra clase de “propuestas” como por ejemplo: amar a los enemigos y rezar por los que nos persiguen; o perdonar “setenta veces siete.”

Así como al quitar la Cruz al crucificado nos queda una figura descolorida, y en el fondo, inútil, así también, si apartamos el misterio de la Cruz de las vidas de los santos lo que quedan son anécdotas y frases motivacionales que no van a tener en nosotros el fruto que los mismos santos hubieran deseado. Lo que ellos más anhelan es que nuestra vida reciba y abrace el misterio del amor más grande: el misterio de la Cruz. Fue ese el anhelo de San Pío, el de San Francsico y el de todos los santos.

Para no aburrirse en Misa

“A veces la gente se queja de que se aburre en Misa, de que lo que se hace y se dice en ella todos los domingos es siempre lo mismo, de que asistir no les sirve de nada y sería mejor dedicarse a otra cosa. Es comprensible, porque nuestros ojos están tan envejecidos por el pecado que a veces necesitamos telescopios para ver las maravillas que tenemos delante de nuestras narices. Siempre me ha parecido especialmente apropiado que uno de los milagros de Jesús fuera devolver la vista a los ciegos: quizá no haya nada que necesitemos más que eso…”

Haz clic aquí!

Breve catequesis sobre el lugar de la cruz en la vida del cristiano

1. El fruto propio del egoísmo es la soledad marcada por el miedo y la tristeza.

2. Por eso la vida adquiere sentido cuando se da, cuando hay entrega, cuando hay amor.

3. El amor alcanza su nivel en proporción al bien que crea.

4. El bien más alto tiene que ser aquel que toca todas las áreas de la vida humana, y traspasa la frontera de la muerte.

5. Entonces el bien más alto, y el amor más grande es llevar a una persona hacia Dios, que es lo que quiere Cristo, y lo que hace el Evangelio.

6. Pero llevar hacia Dios implica derrotar ídolos, y esto produce tensiones, y nos hace odiosos a quienes sacan provecho del pecado.

7. Por eso la resolución de servir a Dios conlleva la conciencia de que habremos de sufrir. Y tal es la experiencia de la Cruz, de la que no ha de sustraerse nadie que se considere cristiano.

¿Qué es crucificar la carne?

Hola Padre, me da gusto saludarlo. Padre una pregunta: ¿Qué significa crucificar nuestra carne en la cruz de Cristo? Gracias. — J.A.F.

* * *

Significa varias cosas, según entiendo a partir de diversos autores.

1. Lo primero es estar en guardia contra la tentación de construirnos “paraísos.” Como he comentado en otras ocasiones, según el relato del Génesis, sabemos que Adán y Eva fueron sacados del paraíso terrenal pero la serpiente quedó allá. Con este sencillo detalle la Biblia nos enseña que al final nos hace daño todo intento de volver al paraíso–que en la práctica se nota en nuestra tendencia a buscar o construir lugares que regalen de placer nuestros sentidos. Con mucha facilidd y demasiada frecuencia sucede que la abundancia de mimo y placer conducen a sensualidad, gula, lujuria, y también: egoísmo, vanidad y dureza de corazón.

2. Es necesario entonces “educar” nuestra carne, en dos sentidos: no podemos darnos gusto en todo y necesitamos una disciplina para lograr lo mejor de nosotros mismos. El esfuerzo debe ser a la vez evitando el exceso de placer y animándonos en el esfuerzo de cultivar aquellas virtudes que precisamente porque son arduas son también más escasas y por ello más necesarias. Esta fase implica vencer la pereza y avanzar en la perseverancia, la constancia en el bien, el entrenamiento necesario para las batallas que sin duda han de llegar.

3. La mención de la Cruz en aquello de “crucificar nuestra carne” es esencial, por supuesto. La crucifixión de nuestra carne no empieza cuando nosotros sufrimos sino cuando abrimos los ojos con viva atención y profundo amor a la carne crucificada de nuestro Salvador. Sabernos así amados produce a la vez gratitud y dolor. ¿Serías capaz de ver a tu mejor amigo, o a tu papá o tu mamá, sufriendo horrorosamente solo por salvar tu vida? ¿No es verdad que sentirías amor, agradecimiento pero también dolor solidario y profundo? Eso es lo que un cristiano sincero siente ante la Cruz y ante el Crucificado. Un cristiano así formado no hace del dolor un propósito que busca sino una realidad con la que se encuentra allí donde encontró a su Amado Cristo, es decir, en la Cruz. Sin esta experiencia, todo lo que se haga espiritualmente como penitencia se queda corto en la intención.

4. Una vez que la persona se ha enamorado del amor dulce pero tan duro y real de la Cruz de Cristo, va sintiendo en sí mismo la necesidad de unirse a ese dolor, de distintas maneras, sobre todo dos: como reparación por tantas ofeensas que recibe el Corazón de Cristo, y como herramienta de combate que suplica con intenso ardor por la conversión de los pecadores. Es aquí donde encontramos a los santos penitentes, que se unen de un modo firme y constante con la Cruz, deseosos de ser uno solo con el Redentror. No es que quieran reemplazar a Cristo, como quitándolo de su lugar, que es absolutamente único, sino que quieren estar ahí, unidos por amor que brota de Cristo y da su fruto en los verdaderos cristianos.

5. La culminación de todo este itinerario de amor es el deseo mismo de morir por Él, es decir, dar la vida por su gloria, por su Evangelio y por su Iglesia. Multitud de santos han conocido las llamas del santo deseo del martirio, que en ocasiones llega a su culminación con el sacrificio, y en otras ocasiones queda simplemente como deseo quemante que sin embargo perfecciona y eleva el alma.

Sobre el designio de Dios Padre en la Pasión de su Hijo Jesucristo

Querido Padre! Espero se encuentre bien y Dios este con usted. Estoy leyendo – de a poco- un libro de S. Alfonso M de Ligorio, titulado: “Reflexiones sobre la Pasión de Jesucristo” y un párrafo me quedo como demasiado profundo para entenderlo.., dice : ” La pasión de nuestro Redentor no fue obra de los hombres, sino de la Justicia Divina, que quería castigar al Hijo con todo el rigor que merecían los pecados de los hombres”. En el libro de Santa Faustina, recuerdo que leí de que la Voluntad de Dios siempre se cumple ¿era Voluntad de Dios que el Hijo de Dios padeciera en la Cruz y el enemigo malo no vino sino a cumplir con esa Voluntad? perdóneme Padre si interpreto mal. — C.A.

* * *

Hay en tu pregunta dos temas estrechamente relacionados. Uno es: ¿Cuál es el lugar de la justicia divina en la muerte de su Hijo, inocente y santo, en la Cruz? El otro es: ¿De qué modo o en qué sentido se cumplía la voluntad de Dios con que su Hijo muriera de esa forma infame e injusta?

Hay que notar que muchos pretenden salir de la dificultad que entrañan estas cuestiones planteando todo en un nivel puramente humano y terrenal. Quienes así piensan ofrecen típicamente argumentos como estos: Continuar leyendo “Sobre el designio de Dios Padre en la Pasión de su Hijo Jesucristo”

Relación entre la Cruz y la Efusión [La Comunidad en los Hechos, 6 de 20]

Seguimos nuestra lectura meditada del Discurso de Pedro. En Hechos 2,14-21, Pedro ha explicado qué está sucediendo. A partir del versículo 22 explica por qué esta sucediendo.

Pedro hace una vigorosa denuncia: “A este Jesús… hombre acreditado por Dios… vosotros le matasteis.” Y luego un anuncio: “A este… Dios le resucitó.”

¿Qué tiene que ver ello con el don de Pentecostés?

Ante todo, debe tenerse en cuenta que lo sucedido no es simplemente una acción (decepcionante) del ser humano: subyace y se realiza de fondo un DESIGNIO de Dios. Hay un propósito divino que no suprime pero sí trasciende los fallos humanos.

Y en ese DESIGNIO está nuestra salvación: el Resucitado merece en favor nuestro, y deja caer sobre nosotros, el Don del Espíritu. Su oficio de sacerdote eterno, que presenta y ofrece su propia sangre, como dice la Carta a los Hebreos, es intercesión infinitamente eficaz, que trae a nosotros el Don del Espíritu Divino.

La Cruz: cimiento firme del cristiano [La Comunidad en los Hechos, 2 de 20]

El “acontecimiento” de la Pascua de Jesucristo es fundante para la comunidad cristiana.

Pero el misterio de la Cruz reaparece una y otra vez en nuestra vida. Algunos textos del Nuevo Testamento muestran que para los cristianos de todos los tiempos tampoco era fácil explicar por qué la cruz; por ejemplo Juan 20,8-9; Lucas 24,26 y 1 Corintios 1,18.

La Cruz siempre nos visita de maneras nuevas, y ello debe movernos a humildad y compasión, frente a nosotros mismos y frente a nuestro prójimo.

Tres preguntas útiles:

¿Qué nos ha mostrado la Cruz? La medida de la confianza y de la desconfianza: no podemos apoyarnos demasiado en el ser humano y nunca nos apoyaremos demasiado en Dios. La Cruz nos ha mostrado la gravedad espantosa del pecado y a la vez la abundancia incontenible de la misericordia divina.

¿De qué nos ha liberado? Del demonio, del pecado, de la muerte, de las tinieblas y de la ignorancia.

¿Que nos ha traído? La comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo; nos ha concedido la unión entre nosotros y ha hecho nuestra la herencia del Hijo de Dios.

Una vida marcada por la Pascua, 07 de 12: La Pascua de Cristo

7. La Pascua de Cristo

* Hasta ahora hemos visto que la memoria tiene un límite: no es lo suficientemente poderosa para sentir el pasado como algo vivo. Cuando los recuerdos se hacen insuficientes o cuando desaparecen necesitamos ese Espíritu del que dijo Cristo: “Os recordará todo” (juan 14,26). El Espíritu Santo toma la Ley de Moisés y la hace cercana, real y la renueva (Lex Nova). Se necesita por tanto una acción del Espíritu de Dios que sea presente, profunda y permanente. El Espíritu nos mueve (premoción física) y nos pone en la ruta de la obediencia.

* Cabe preguntarse ahora: ¿Por qué “tardó tanto” el Espíritu Santo en llegar? ¿Y dónde entra Jesucristo?

* Recordemos las grandes etapas: 1) Los Patriarcas, 2) Tiempo en Egipto, 3) Peregrinación por el desierto, 4) Entrada en la Tierra Prometida, 5) Samuel, último de los jueces y primer profeta, y quien elige a los dos primeros reyes.

* El continuo drama de los profetas en el A.T. es que los repetidos fracasos los constituyen a ellos mismos en profecías vivientes. La resistencia en el Pueblo Elegido es una especie de constante que une al final al profeta y su profecía. La humillación y el maltrato al inocente son una denuncia, un mensaje grande y eficaz.

* Y por ello se puede decir que lo que resume toda la Pascua de Israel es que ante el horror del maltrato del inocente, el culpable no puede dejar de ver su culpa. La gran palabra de los profetas es su propio dolor. Así se entiende lo que le pasó a Jeremías o a Ezequiel. Los profetas intentan, con su lenguaje de palabras, ser memoria viva de la Alianza, pero no funciona. La alternativa que queda es el silencio y esperar que los culpables despierten de sus malas acciones y al fin vean las consecuencias de sus actos perversos.

* Conviene recordar las estrategias del demonio:

(1) El demonio busca cuáles son tus codicias;

(2) Plantea atajos;

(3) Siembra la gran mentira: elige entre obediencia o felicidad;

(4) Anestesia la conciencia para que no veas las consecuencias del pecado. Con “anestesias” se consigue que los errores y horrores del pecado no se vean o sientan;

(5) Despierta al pecador de la anestesia para que vea sus malas acciones y caiga en desesperación.

* La herencia de los profetas fue su sufrimiento inocente, que sin embargo no produjo resultados inmediatamente visibles. Ellos eran pasos vivientes que acercaban la historia humana al misterio de la Cruz de Jesucristo. Hablamos del Profeta Escatológico, el Santo entre los Santos. La Cruz (Mc 15, 30-31.34.37.39) es el gran despertador para los paganos. La Cruz tiene el efecto de misil que entra en la pared gruesa de nuestra indiferencia. Aquí se ve la relación entre la Espíritu Santo y la Pascua de Cristo.

* El Espíritu Santo es el bálsamo de vida que necesita que el corazón esté abierto (y no amurallado o blindado) para poder entrar. La grieta en la muralla de las justificaciones es la que permite que entre la luz del Espíritu.

* Siguiendo esta analogía vemos que la Pascua de Cristo es la que abre el espacio, mientras que el don del Espíritu es el torrente de luz que entra por la grieta. El descubrir y contemplar la Pasión de Cristo es la mejor manera de avanzar en el camino. Contemplar nuestra lepra y reconocer nuestro pecado es el comienzo de nuestra vida espiritual.

* El don del Espíritu te lleva a decir: Vivir tiene que ser más que sobrevivir. El Espíritu te abre al más de Dios, según San Ignacio de Loyola. Ese más era el santo deseo, el deseo continuo, la insatisfacción de San Vicente de Paul.

* Solamente el corazón roto puede renovarse; es otra manera de resumir esta charla. Quien rompe el corazón es la contrición por la acción del misil de la Cruz de Cristo. Con el corazón entero no se puede llegar al Cielo donde reina un Corazón traspasado. Necesitamos romper el corazón. San Luis Beltrán decía: “rompe y quema aquí para que no tengas que romper Allá;” “si somos Cuerpo de Cristo, no vale ver la Cabeza traspasada y el Cuerpo regalado”.

* La (mi) participación en la Cruz es el pasaporte y salvoconducto para poder entrar en la Gloria. Ser semejante a Cristo es la clave. Por muy difícil que parezca, lo que hacemos es disponernos en nuestra pequeñez y en la aceptación de lo que uno alcanza vivir, y en una infinita confianza, pues la confianza la crucifixión de tu ego, podemos asemejarnos a Cristo.

* Por eso Sta. Teresa del Niño Jesús, cuando hablaba sobre la participación de la cruz, enseñaba que a veces no es necesario que se vea externamente en llagas, heridas, martirios físicos porque el acto de tu confianza es la crucifixión de tu yo. Al Cielo se entra crucificado y la primera crucifixión es la de la confianza. En la confianza entregamos nuestros planes. Es el secreto de todos los santos.

* La Cruz es la que abre la herida en nuestro corazón, una herida que Sta. Rosa de Lima pedía que no se curase. Abiertos los costados del Señor y el mío, ello permitirá que haya transfusión de sangre, de vida y de Espíritu: y de ahí vendrá vida nueva para mí.